Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

29 | Dibújame cantando

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By InmaaRv

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29 | Dibújame cantando

Holland

—¿Así que ahora sois amigas?

La pregunta me hace suspirar. Se supone que hemos quedado para estudiar, pero no le hemos prestado mucha atención a las matemáticas. Ahora Alex está tumbado bocarriba en su cama, mirando al techo con aburrimiento, mientras que yo he preferido sentarme en la silla giratoria que hay frente al escritorio. Tengo mi bloc de dibujo abierto sobre los muslos y llevo un rato intentando hacer trazos limpios sobre el papel.

Me gustaría que estuviésemos en silencio porque así me concentraría mejor, pero ya llevamos una hora así y no puedo pedirle que siga renunciando a sus ganas de conversar.

—No somos amigas —respondo, sin dejar de dibujar—. Solo hemos acordado una... tregua, supongo.

No es que Emma y yo vayamos a convertiros en íntimas amigas a partir de ahora. Tampoco pienso lanzarle mis secretos a la cara para que pueda usarlos en mi contra. Sin embargo, me parece una buena persona y me gustaría darle una oportunidad.

—Bueno, tú y yo hicimos una tregua y mira cómo hemos acabado.

Su comentario me hace reír. Alex tuerce el cuello para mirarme, sonriendo, y enseguida me pongo de mal humor. Resoplo, molesta, mientras me planteo seriamente si lanzarle un cojín a la cabeza.

—No te muevas —le ordeno, por décima vez en media hora, pero no me hace caso—. Alex —insisto.

Suspira con cansancio antes de volver a mirar al techo. Entrelaza los dedos sobre su estómago y empieza a dar golpecitos, siguiendo el ritmo de la canción que suena dentro de su cabeza. Su impaciencia crece a medida que se alarga el silencio.

—¿Qué sentido tiene que estés en mi habitación si no puedo mirarte? —se queja, unos minutos después.

Me cuesta no sonreír.

—Me has dicho que podía dibujarte.

—Podrías haber sido más específica. Llevo aquí más de una hora y ni siquiera me has dejado poner música.

Tiene razón, y no se ha quejado hasta ahora. Está portándose demasiado bien conmigo. Me muerdo el labio y borro mis últimos trazos.

—No quería que te pusieras a bailar —me justifico, porque me siento un poco culpable.

—No me habría puesto a bailar.

—No, pero habrías empezado a mover la cabeza y a cantar en voz baja. Lo haces sin darte cuenta.

No pienso antes de hablar y me delato sin querer. Alex sonríe, pero no se atreve a mirarme porque sabe que le reñiré.

—¿Eres tan observadora con todo el mundo o solo con los chicos que te gustan? —me pregunta, y su atrevimiento me hace reír.

—Lo he sido contigo, así que está claro que lo soy con todo el mundo.

Alex pone los ojos en blanco y me entran ganas de comérmelo a besos. Me parece adorable cuando intenta que me crea que está molesto.

—Estoy tentado a moverme para que me lances un cojín y poder tirártelo de vuelta.

—Si sobrevives —apunto, burlona, y se echa a reír.

Se pasa una mano por el flequillo para echárselo hacia atrás y mi corazón reacciona con ganas. Podría pasarme mirando a Alex todo el día. Tiene un perfil increíblemente bonito y por eso he querido dibujarle así esta vez. Sin embargo, lo que más me llama la atención de él no es su físico, sino esa mente tan creativa y diferente que tiene. Me encantaría saber qué pasa por su cabeza en momentos como este, cuando se aburre y solo puede pensar.

No me doy cuenta de que estoy quieta hasta que oigo un carraspeo.

—Podrías ponerte a dibujar —me suelta, burlón, cuando nota que lo observo. Vuelvo a mi tarea inmediatamente y pasan unos minutos hasta que vuelvo a escuchar su voz—. ¿Así que ahora sabes quién es La Dama Rosa?

Asiento distraídamente. La conversación que he tenido con Emma esta mañana todavía me parece surrealista.

—¿Te acuerdas de mis antiguas amigas?

Alex se incorpora con brusquedad y yo pego un respingo.

—¿Estás de coña? No entiendo cómo pudieron hacerte algo así.

Trago saliva. Me gustaría decir lo mismo, pero hace unos meses tenía un concepto de amistad totalmente distinto al que tengo ahora. En mi grupo éramos cinco y, cuando una de nosotras no estaba, sabía de antemano que las demás se pasarían horas criticándola. Por eso no me sorprendí cuando Emma me dio sus nombres esta mañana.

Una parte de mí ya sabía quiénes estaban detrás de esa ridícula cuenta de Instagram.

—Los chicos del equipo colaboran de vez en cuando. No todos, claro, porque estoy segura de que Mason nunca haría algo así —continúo, y hago una pausa porque sé que esto no le gustará nada—: Pero Gale sí.

Noto el momento exacto en el que todos sus músculos entran en tensión.

—Y, aun así, no te creyó cuando le dijiste que no estábamos juntos —me recuerda, refiriéndose a cuando empezó todo.

Aprieto los labios y niego. Parece enfadado.

—No, no lo hizo.

—No sé cómo lo soportabas, Owen.

—Yo tampoco.

Alex se deja caer de nuevo sobre la cama y me escudriña con la mirada. No quiero mirarle a la cara, así que vuelvo a dibujar. Odio este tema de conversación.

—¿Qué vas a hacer ahora?

Dudo antes de responder. He pensado mucho antes de tomar una decisión, pero no sé qué opinará al respecto.

—Nada.

Para mi sorpresa, Alex asiente.

—Iba a aconsejarte eso —admite—. No creo que merezca la pena, Owen. Ahora sabremos a quién culpar si La Dama Rosa vuelve a entrometerse en nuestras vidas. Puedes usar ese arma a tu favor. Hasta entonces, ¿para qué preocuparse?

Le miro. Yo he llegado a esa misma conclusión. Es curioso que seamos tan diferentes pero tan iguales al mismo tiempo.

—La Dama Rosa siempre ha intentado hacerme daño, pero ha traído a mi vida muchas cosas buenas. Gracias a ella, te conocí a ti y nos hicimos amigos, y también me dio el empujoncito que necesitaba para romper con Gale. Si no me cayeran todos tan mal, iría a darles las gracias.

Alex debe estar imaginándose la escena, porque sonríe.

—Me encantaría ver eso. Fliparían.

—No pienso darles el gusto.

Por fin termino de retocar su nariz y me alejo un poco para ver el resultado. Aunque haya mucho que mejorar, la verdad es que me gusta. Es muy él, incluso más que el primero que hice. Su personalidad está latente en el dibujo. He recreado hasta el más mínimo detalle de su rostro y tiene esa expresión relajada que pone siempre que sonríe.

Mientras tanto, por detrás de mi cuaderno, veo que el verdadero Alex ha abandonado momentáneamente su posición para mirarme. Sonrío y, sin pensármelo, dejo el bloc sobre la mesa y me acerco a la cama.

—¿Has terminado? —me pregunta, sentándose sobre el colchón.

—Sí.

—¿Puedo verlo?

—No.

Presiono mis labios contra los suyos antes de que pueda replicar. Alex no tarda en separarse de mí. Se queda muy cerca, mirándome a los ojos.

—¿Por qué no? Quiero verlo.

—Tengo que hacerle algunos retoques.

—¿Y qué? Después me lo vuelves a enseñar.

Me río y le ahueco las mejillas para que estemos aún más pegados.

—No —sentencio con burla sobre su boca.

Una vez más, me inclino para besarle y sonrío cuando me corresponde con ganas. Estas semanas le han servido para coger experiencia y seguridad y me gusta que ahora confíe más en sí mismo. Sus manos se colocan en mis caderas y se arrastra hasta el borde de la cama, porque yo sigo de pie.

Cuando me doy cuenta de cuáles son sus intenciones, ya es demasiado tarde.

Como un torbellino, rompe el beso y se precipita sobre el escritorio para coger mi dibujo. Suelto una palabrota, pero no reacciono a tiempo. En un pestañeo, Alex ya ha vuelto a sentarse y ahora observa su retrato con una profunda curiosidad. Mi estómago se llena de nervios.

Intento quitárselo, pero es más hábil que yo.

—Dame eso —me quejo. Me subo a la cama y me levanto sobre mis rodillas hasta que estoy prácticamente encima de él. Alex se inclina hacia un lado para que no me caiga y utiliza sus largos brazos para poner el bloc fuera de mi alcance.

—¿Por qué? Está genial.

—He dicho que todavía no está terminado.

Me siento impotente. Gruño, me levanto de un salto e intento arrebatárselo de nuevo, pero Alex me esquiva con facilidad. A juzgar por su sonrisa, quiere que sigamos peleándonos, pero no pienso entrar en ese juego. Menos aun cuando estoy tan enfadada.

Me cruzo de brazos y él se toma mi silencio como una victoria. Cruza las piernas sobre la cama y se pasa unos minutos mirando detenidamente el dibujo. Al principio su actitud me saca de mis casillas, pero entonces levanta la cabeza y noto que le brillan los ojos, y mi estómago se llena de mariposas.

—Es alucinante —dice—. ¿Cómo eres capaz de hacer estas cosas?

Trago saliva. El corazón me late muy rápido y no quiero emocionarme, así que busco en su rostro señales de que está mintiendo, pero no encuentro nada. ¿Lo dice de verdad? ¿En serio cree que soy tan buena? Es decir, sé que esto no se me da nada mal, porque he ganado varios concursos en el instituto, pero nunca, nadie, a excepción de Sam, había hablado así sobre mis dibujos.

Alex malinterpreta mi silencio y suelta un suspiro.

—¿Te has enfadado de verdad? —me pregunta, observándome con cautela. Vuelve a dejar el bloc sobre el escritorio—. Está bien. Lo siento. No lo miraré si no quieres.

Enarco las cejas.

—Pero si ya lo has visto.

—Lo siento —insiste, y parece arrepentido.

Me muerdo el labio. En realidad, no me molesta que lo haya visto. No quería enseñárselo porque su opinión es muy importante para mí. Hemos estado una hora y media aquí y mis padres se han encargado de repetirme en numerosas ocasiones que el arte es una pérdida de tiempo. No habría soportado oír esas mismas palabras de su boca.

Le miro, todavía en silencio.

—¿De verdad te gusta? —le pregunto, con desconfianza.

Alex frunce el ceño, pero no responde. En su lugar, se levanta y tira de mí para que me acerque a la cama. Vuelve a sentarse y me quedo de pie entre sus rodillas. Ahora le saco varios centímetros y tengo que flexionar el cuello para mirarle, pero no aparto mis ojos de los suyos.

—¿Puedo volver a verlo para decirte todas las razones por las que me parece alucinante? —inquiere, en un susurro.

Mi corazón pega un salto y sonrío sin querer. Coloco una mano en su rostro y le acaricio la mejilla con el pulgar.

—Gracias —respondo, también en voz baja.

—No las des. Siempre que me necesites, estaré ahí.

Oír esas palabras en su boca, las mismas que yo le dediqué la noche que ingresaron a Bill, hace que el pecho se me llene de felicidad. Sonrío aún más y Alex se inclina para besarme. Sus labios capturan los míos y me envuelve la cintura con los brazos, y yo me subo a la cama para que estemos aún más cerca. Mis manos suben por su cuello hasta que enredo los dedos en su pelo.

Me gusta que mi corazón siga reaccionando cuando nos besamos. Se pone a saltar de felicidad y suplica que este momento termine jamás. Alex me hace feliz. Espero que lo sepa, porque nunca me he atrevido a decírselo. Sus manos se cuelan por debajo de mi camiseta y pego un respingo cuando noto sus dedos fríos sobre mis caderas. Empieza a reírse y lo beso con más ganas, como si así pudiera absorber la felicidad que brota de entre sus labios.

—Me gusta el Alex atrevido —admito, a conciencia, porque sé que es lo que necesita para dejar de pensar tanto y dejarse llevar.

No sé cómo acabo con la espalda apoyada sobre el colchón. Alex se coloca prácticamente encima de mí y mis ojos buscan los suyos. Veo que sonríe y entonces comienza a darme besos por toda la cara. Me besa las mejillas, la frente, los párpados y el camino de pecas que puebla mi nariz. Me río porque está haciéndome cosquillas.

Su boca desciende por mi mandíbula y se cuela en mi cuello, y siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Ahora yo también meto las manos por debajo de su camiseta, tarea que es bastante sencilla, y me pregunto si será muy atrevido pedirle que se la quite. Acaricio su abdomen y sus músculos se tensan bajo mis dedos.

Estoy tan ensimismada que me cuesta unos segundos darme cuenta de sus intenciones.

—Oh, no. Ni se te ocurra —me resisto con rapidez, y me cubro el cuello con ambas manos. Alex se irgue sobre sus brazos para mirarme a los ojos.

—Vamos, Owen. Quiero practicar.

—Háztelo a ti mismo.

Se ríe y me observa con desafío, antes de decir:

—Anda, ven aquí.

—Alex —me quejo de inmediato. Su boca se cuela en mi garganta y hace que me salte el corazón y que me cueste oponer resistencia. Le empujo el pecho con las manos para que se aparte—. El sábado celebramos tu cumpleaños y quiero ponerme una blusa sin mangas. Déjame marca y te juro por lo que más quieras que te rapo las cejas.

Sus labios se detienen cuando vuelve a reírse, pero su aliento me roza la piel y me cuesta concentrarme en estas circunstancias. Aun así, casi me duele que se aleje para clavar sus ojos en los míos. Su sonrisa provoca que me crezca el corazón.

—¿Así que vas a ponerte guapa para mi cumpleaños? —pregunta con burla, aunque es evidente que la idea le gusta. Se apoya sobre un codo para no aplastarme.

Tengo que tomarme un momento para responder sin que me tiemble la voz.

—Voy a ponerme guapa para el cumpleaños de Blake.

En realidad, tendré suerte si completo mi parte del plan a tiempo para arreglarme, pero él eso no lo sabe. Alex rueda los ojos y, acto seguido, se abalanza sobre mí tan de repente que no reacciono a tiempo. Su boca toca mi piel, y yo salto y chillo. Me río con ganas mientras intento resistirme, pero tiene más fuerza que yo. Aferrándome a mi única escapatoria, me escurro por debajo de su cuerpo e intento levantarme.

Sin embargo, ni siquiera he puesto los dos pies en el suelo cuando tira de mí para hacerme caer sobre su regazo.

—Está bien, tú ganas —se rinde, antes de que pueda replicar—. No te vayas.

Me envuelve entre sus brazos y apoya la barbilla en mi hombro, y no hace nada más, solo se limita a respirar en mi oído. Mi corazón todavía late a toda velocidad, pero destenso los músculos e intento relajarme. Nos quedamos abrazados en silencio hasta que empiezo a sufrir la necesidad de mirarle a los ojos.

Sonrío y le beso rápidamente en los labios antes de empujarle para que nos tumbemos sobre la cama.

—Deberíamos quedar para estudiar más a menudo —bromea, lo que me hace reír.

Apoya la cabeza sobre la almohada y yo pongo la mía sobre su pecho. Creo que podría quedarme así, en esta misma posición, durante todo el día. Alex me gusta incluso más cuando estamos tan cerca. Como si estuviera leyéndome la mente, sonríe y me pone un mechón de pelo detrás de la oreja.

Me encanta que haga eso.

—¿Dónde has estado durante toda mi vida?

La pregunta escapa de mis labios sin que me dé tiempo a pensarla antes. Alex amplía su sonrisa.

—Escondiéndome de los deportistas en el cuarto del conserje.

No me queda otra que reírme. Es idiota.

—Y uno de ellos ha acabado convirtiéndose en tu mejor amigo.

—La vida da muchas vueltas.

Ahora le veo a esa frase más sentido que nunca. Coloco un brazo sobre su estómago y él detiene sus caricias en mi cadera.

—Ojalá te hubiera conocido antes —digo.

Antes de 3 A. M., mi vida era un desastre. Estaba rota en pedazos. Ellos me han enseñado el verdadero concepto de «amistad» y me han hecho sentir viva de verdad. Me han demostrado que soy más que suficiente. Se han convertido en unas personas tan importantes en mi vida que no me imagino levantándome un día y descubriendo que no están.

Sobre todo si se trata de Alex.

Si hace unos meses me hubieran preguntado que qué es el amor, no habría sabido responder. Ahora, sin embargo, sé con certeza que el amor es esto. No puedo describir lo que siento por él con otras palabras. Una vez le dije que uno siempre se enamora cuando menos se lo espera; que es un sentimiento que te absorbe de pronto y contra el que no puedes hacer nada al respecto.

No sé con exactitud cuándo empecé a enamorarme de Alex, pero ya no tiene sentido seguir engañándome a mí misma: lo que siento por él es amor, y es un amor que tendrá sus altibajos, pero que nunca me hará renunciar a quien soy. Nunca intentará encerrarme en una jaula. Al contrario. Me ayudará a volar bien alto y yo me encargaré personalmente de que sus alas nunca se cierren.

El pensamiento hace sonreír. Por un impulso, me echo hacia adelante para besarle. Alex sonríe en mi boca.

—Me conoces ahora —responde, murmurando, y me siento afortunada porque eso sea verdad. Cuando noto sus labios bajando de nuevo por mi mandíbula, me aparto de un salto—. Owen, me lo debes —me recuerda.

Y tanto que sí. Renunció a las sudaderas y estuvo llevando jerséis de cuello alto durante una semana por mi culpa. En mi defensa, diré que le sientan tremendamente bien y que, de no ser porque seguro que entonces querría cobrarse dos venganzas en lugar de solo una, volvería a dejarle marca ahora mismo solo para que vuelva a vestirse así.

—Eres muy rencoroso —me quejo.

Alex finge que mi comentario le ha dolido.

—¿Rencoroso, yo? —repite, incrédulo—. Te aprovechaste de mí y de mi inexperiencia. Lidia con las consecuencias.

Enarco las cejas. Cuando quiere, es muy dramático.

—Yo diría que estabas bastante por la labor —digo.

—Por supuesto que estaba por la labor. ¿Y?

Recordar ese momento hace que me duelan las mejillas, y Alex lo nota y se echa a reír. Quiero quejarme, pero, una vez más, me besa para impedirlo. Se recuesta sobre el colchón y yo me apoyo sobre los codos para poder mirarle a los ojos. No puedo dejar de sonreír.

—No voy a olvidarlo —me advierte.

—Después de tu cumpleaños, ¿vale?

Alex asiente y amplía su sonrisa.

—Me cobraré también los intereses.

—Pú-dre-te.

—Yo también tengo derecho a marcar territorio, ¿no?

Eso me toma por sorpresa. Le miro y me aguanto las ganas de reír.

—¿Marcar territorio? ¿Qué eres ahora, un hombre de las cavernas?

—Bueno, ¿no es eso lo que estabas haciendo tú esta mañana?

Mierda. Tocada y hundida. Mi corazón da un vuelco y abro la boca para desmentirlo, pero no me salen las palabras. Al verme, Alex empieza a reírse con ganas y le golpeo el estómago con molestia.

—Sabía que te habías dado cuenta —admito. Me quito de encima y me siento en la cama, a su lado—. Ahora tienes pretendientes por doquier.

La irritación es notoria en mi voz. Alex también se incorpora y cruza las piernas sobre el colchón. Me esfuerzo por no mirarle. Ver su sonrisa burlona es lo que menos necesito ahora mismo.

—En realidad, no lo noté hasta que empezaste a ponerte celosa.

Cambio de planes. Me vuelvo bruscamente hacia él.

—No estoy celosa —le espeto.

Me muerdo la lengua para no ceder ante el orgullo y decir cosas de las que luego me arrepentiré. De ninguna manera pienso dejar que oiga de mi boca que no me importaría que estuviese con alguien más.

Alex sigue sonriendo con ganas.

—Claro que estás celosa. Admítelo, Owen. No pasa nada.

—¿No pasa nada? —repito, subiendo las cejas.

No sé muy bien por qué, pero quiero enfadarme. No obstante, Alex tira de mí para volver a abrazarme y todas mis murallas se rompen en pedazos.

—No tienes ninguna razón para estarlo —me asegura, en un susurro, con los labios pegados a mi mejilla. Retengo las ganas de apartarlo de un empujón. No consigo estar cabreada durante más de dos minutos y eso es realmente molesto.

Es bueno con las palabras y eso es un punto a su favor. Estamos solos en su cuarto y puede que este sea un buen momento para que hablemos sobre lo que hay entre nosotros, y, ya puestos, para pedirle que salga conmigo; pero no voy a rebajarme a eso ahora mismo. Además, confío en él. Si dice que no tengo nada por lo que preocuparme, le creo.

Quizá ya va siendo hora de dejar que tome la iniciativa y que sea él quien me pida salir a mí.

Está decidido. Mañana lo dejaré caer delante de Mason y Finn, como quien no quiere la cosa, porque seguro que después correrán como dos tontos a contarle a Alex que han conseguido "sonsacarme información". Si Alex quiere ir en serio conmigo, está bien. Pero tendrá que pedírmelo. Solo espero que no tarde semanas en atreverse a hacerlo, porque no creo que tenga tanta paciencia.

Evidentemente, ignora que estoy tramando un plan en su contra, porque vuelve a recostarse conmigo. Nos tumbamos juntos bocarriba y apoyamos la cabeza sobre la almohada, en silencio. No tardo en aburrirme de mirar al techo y mis ojos recaen sobre la pared que hay junto a la cama y sobre el piano imponente que la decora.

Alex me contó hace tiempo que su madre empezó a pintarlo poco antes de morir. Es una historia descorazonadora y no me imagino cómo debe sentirse al verlo todos los días cuando entra aquí. Me parece una forma preciosa de recordar a un ser querido, pero incluso a mí me duele ver que está sin terminar.

—¿Puedes recordarme cuándo es tu cumpleaños? —Su voz me saca de mis pensamientos y le miro.

—En verano. A principios de septiembre.

—Tengo tiempo de sobra para escribirte una canción —dice, y sonrío.

—Quiero que me escribas un álbum entero.

Alex se ríe y rueda los ojos.

—No seas caprichosa.

Le agarro la mano y empiezo a juguetear distraídamente con sus dedos, sin dejar de mirar el piano. Mi mente ya se ha puesto manos a la obra.

—Cuando seáis famosos —empiezo a decir—, ¿os acordaréis de mandarme uno de vuestros discos como regalo de cumpleaños? A ser posible, que esté firmado. Así podré venderlo en Internet por una fortuna.

Es una broma, pero solo a medias, porque sí que me encantaría tener toda una estantería llena de los éxitos de mis amigos. Alex sonríe.

—Está bien. Queda apuntado en mi lista de objetivos a largo plazo.

Me vuelvo a mirarle con curiosidad.

—¿Qué más hay en esa lista?

—Solo una cosa: Estadio de Wembley, Londres. Solo las bandas más importantes consiguen tocar allí. Pisar ese escenario sería un sueño. Queen estuvo allí, Owen. Sería una pasada. Ni siquiera puedo imaginármelo.

Pero yo sí. Puedo recrear la escena en mi cabeza con todo lujo de detalles: los fans chillando y 3 A. M. moviéndose con fuerza y destreza sobre el escenario. Sonrío al pensar en ello.

—Prometo estar chillando como una descosida desde bastidores cuando eso pase —le digo, y se echa a reír.

—Gracias. Yo prometo enviarte no uno, sino dos discos firmados. Uno para ti y otro para que te hagas aún más rica.

Mi sonrisa decae con lentitud.

—No soy rica —replico, en voz baja.

—Owen, tu salón es más grande que toda mi casa.

Detesto que él también se haya dado cuenta. Me siento muy agradecida por lo que tengo, por supuesto, pero a veces pienso que mi vida sería más sencilla si mis padres fueran más normales, supongo. Como los de Mason. O como los de Finn.

—Todo viene a raíz de la familia de mi madre —le explico—. Mi padre es profesor y de pequeño vivía en una familia humilde. En cambio, mis abuelos maternos son dueños de un bufete de abogados que es conocido en toda Inglaterra. Lo fundaron mis bisabuelos y es uno de los mejores del país. Están especializados en divorcios, lo que me parece muy irónico, la verdad.

Las palabras salen de mi boca sin que pueda pensarlas primero. Poco a poco, la tensión va adueñándose del ambiente. No puedo evitar preguntarme cómo se sintió Gale cuando se enteró de que mi madre estaba asesorando a los suyos.

—¿Irónica? —repite Alex despacio, porque sabe que está pisando terreno peligroso.

Pero estoy cansada de callarme todo lo que pienso.

—Me di cuenta hace tiempo —continúo. Me distraigo acariciando la palma de su mano porque es mucho más fácil hablar si no estoy mirándole a los ojos—. Mi madre se pasa el día encerrada en su despacho y mi padre nunca está en casa. Solo se ponen de acuerdo para enfadarse conmigo y, aunque eso pase muy a menudo, no creo que sirva para "consolidar" una relación. He llegado a la conclusión de que mis padres no se quieren, solo están casados.

Nunca había pronunciado estas palabras en voz alta. Alex guarda silencio y mi mente se llena de preguntas sin respuesta. Creo que prefiero no saber qué opina sobre mi familia. ¿Cómo se sentiría si supiera que no me he atrevido a contarles a mis padres nada de esto para no decepcionarlos? ¿Le dolería enterarse de que, haga lo que haga, ellos siempre creerán que Gale es mejor que él? ¿Qué pasará cuando ya llevemos juntos un tiempo? ¿Qué excusas pondré si algún día me dice que quiere conocerlos?

Me duele admitirlo, pero esta mañana, antes de besarle en el comedor, me he asegurado de que no había profesores cerca. Si mis padres descubren esto, estaré perdida.

—¿Sabes si están pensando en separarse? —dice entonces.

—Eso nunca. Les importa demasiado guardar las apariencias.

Alex suspira, pero no dice nada más. No quiero seguir dándole vueltas al tema, así que doy por terminada la conversación. Mi mirada cae de nuevo sobre el piano que hay en la pared. Es realmente bonito. Su madre tenía mucho talento.

Debe haber seguido mi mirada porque, un poco después, susurra:

—Dibujas igual de bien que ella.

Trago saliva. No creo que esté a la altura de alguien que es capaz de pintar algo como eso.

—Ojalá —me limito a responder, pero insiste.

—Eres buena, Owen. Si no hubiera estado una hora y media viéndote dibujar, habría creído que me habías sacado una foto. Es increíble. De verdad.

Sus palabras me hacen sentir incómoda, nerviosa y, sobre todo, agradecida. Me pregunto si él sentirá esto mismo cuando me oye hablar sobre su música. Me tumbo bocabajo para que nuestros rostros queden solo a unos centímetros y sonrío con ganas.

—Tenía ganas de dibujarte desde que nos conocimos —admito.

Me gusta ser sincera con él. Sus labios imitan los míos.

—Puedes hacerlo siempre que quieras. Haces que parezca guapo y todo.

—Eres guapo —replico, dándole un golpe en el estómago. Se queja y yo me muerdo el labio—. Y estás buenísimo con jersey.

Pone los ojos en blanco.

—Ya empezamos otra vez.

—Además, tienes un perfil bonito. Me encanta tu nariz —prosigo, haciendo oídos sordos.

Amplía su sonrisa.

—A mí me gustan tus pecas.

Eso me toma tan por sorpresa que me cuesta reaccionar. Es imposible que lo sepa, ¿verdad? Es imposible que sepa que Gale y Stacey siempre me decían que las odiaban.

Me río para disimular que sus palabras me han apretujado el corazón.

—Eres un chico muy raro.

—Tú eres peor. ¿Quién va fijándose en las narices de la gente?

—Pues la tuya me gusta bastante más que tú.

—Suerte intentando mantener una conversación.

—Seguro que tiene cosas más interesantes que contar.

Vuelve a reírse y me pellizca el brazo, y termino dejándome contagiar por sus carcajadas. Estoy incorporándome para devolverle el ataque, cuando alguien golpea la puerta con energía. Me aparto tan rápido de estoy a punto de caerme de la cama.

Una milésima de segundo después, un hombre adulto, de unos cincuenta años, entra en la habitación.

—¿Interrumpo? He llamado a conciencia y con fuerza —nos dice.

Miro hacia otro lado, muerta de la vergüenza. A mi lado, Alex suspira y se sienta en la cama.

—Estábamos estudiando —le explica.

Su padre alza las cejas. La mentira resultaría más creíble si hubiésemos sacado los libros de la mochila.

—Lengua —da por hecho. Su tono burlón hace que la situación sea aún más bochornosa.

—Anatomía —aclara Alex, y me vuelvo bruscamente hacia él.

—No tienes clase de anatomía —apunta su padre, divertido.

Oh, por el amor de Dios.

No me creo que esto esté pasando. Me encanta la familia de Alex, pero, en estos momentos, me gustaría que se pareciera un poco más a la mía. Mi madre nunca se habría presentado de improviso en mi habitación para hacernos un interrogatorio. Al menos, nunca lo hizo cuando estaba con Gale. Solo que, claro, él y yo estábamos saliendo juntos y era algo que sabía todo el mundo.

Prefiero no pensar en qué opinión tendrá de mí el padre de Alex en estos momentos. Se supone que he venido para estudiar, y me ha pillado a punto de enrollarme con su hijo por tercera vez esta tarde. Muy bien.

Necesito salir de aquí. Me levanto atropelladamente de la cama y empiezo a recoger mis cosas.

—Me iba ya —digo, sin mirarles.

A mis espaldas, escucho una risa grave y masculina, y sé que no pertenece a Alex.

—Solo estaba tomándoos el pelo, Holland, no pasa nada —dice su padre. Sin embargo, no me quedo tranquila. Le miro por encima del hombro. Tiene los brazos cruzados y nos observa desde la puerta—. En realidad, quería preguntarte si te apetece quedarte a cenar. Blake va a hacer lasaña. No sé hasta qué punto será comestible, pero te aseguro que habrá bastante comida para los cuatro.

Una vez más, estaba torturándome con algo que, en realidad, no tiene ningún sentido. Sus palabras son sinceras y entiendo que, como he dicho anteriormente, la familia de Alex no es como la mía y que nunca me juzgará con tanta dureza. Estaría bien que empezara a tenerlo presente.

Trago saliva y miro a Alex, que me observa en silencio, a la espera de una respuesta. Conocí a su padre hace unas semanas y creo que es un hombre agradable. No creo que la cena vaya a ser incómoda, pero estaría bien qué opina él al respecto.

Como si estuviera leyéndome la mente, se encoge de hombros y dice:

—Blake se enfadaría contigo si no le das la oportunidad de intoxicarte.

Sonrío sin querer. Después, miro al hombre.

—Está bien. Me encantaría. Gracias.

Él agranda su sonrisa.

—Gracias a ti, Holland.

Intento que no haya cambios en mi expresión. Junto a nosotros, Alex frunce el ceño, porque evidentemente no entiende qué está pasando, y de momento eso tendrá que seguir así. Cuando su padre se marcha por fin y nos quedamos solos, se deja caer sobre la cama con un suspiro muy dramático.

—Solo espero no dejar de gustarte después de esto —piensa en voz alta.

Niego, riéndome, y cruzo la habitación para sentarme a su lado.

No creo que haya forma alguna de que eso pase.


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Os recuerdo que Cántame al oído y Dímelo Cantando están disponibles en físico gracias a la editorial Wonderbooks <3

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