Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

27 | Mil y una veces

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By InmaaRv

27 | Mil y una veces

Alex

Alguien debería escribir un tutorial sobre cómo se debe actuar con una chica después de haberte enrollado con ella.

Me miro al espejo y suspiro. Hay dos cosas que me molestan ahora mismo. La primera es que tengo un aspecto horrible. Anoche volvimos tarde a casa y después Mason y Finn insistieron en quedarse hasta que llegó papá, y eso no pasó hasta las cinco de la mañana. El único punto positivo es que, cuando me dejé caer en la cama, rendido, dormí del tirón. El negativo es que solo he tenido tres horas de descanso. A las ocho en punto me ha sonado el despertador porque Holland y yo hemos quedado para ir a visitar a Bill al hospital.

Así es como llegamos a la segunda cosa que más detesto de mí mismo.

Estoy nervioso. Bastante. Me gustaría decir que no tengo motivos, pero estaría mintiendo, porque que los tengo. Se supone que Owen se presentará en mi casa dentro de veinte minutos y no sé cómo diablos se supone que tengo que comportarme con ella. La noche de ayer me parece algo tan lejano que, de no ser por la marca que tengo en el cuello, pensaría que fue un sueño. Es un alivio que esté ahí porque así, al menos, puedo saber con certeza que lo que pasó fue real.

Solo que, claro, eso no quita que también fuera tremendamente surrealista.

A Holland Owen le gusto. Yo. A Holland Owen le gusto yo.

Todavía no he terminado de asimilar todo esto. Ayer me sentí realmente bien y no fue solo porque di mi primer beso, sino porque fue con Owen y estoy completamente loco por ella. Confesárselo fue todo un reto, pero mereció la pena. Ahora ya no sé exactamente cuántas veces nos hemos besado. Tampoco creo que la gente lleve la cuenta de estas cosas. En fin, como sea.

Mason y Finn son los seres más insistentes del planeta y ayer consiguieron que les contase lo que había pasado con todo lujo de detalles. Fue bastante incómodo, sobre todo porque mi hermana estaba presente, mirándome como si fuera una madre orgullosa. Después, Mason me dio algunos consejos para enfrentarme a Owen hoy, que se resumían en actuar como un tío prepotente y sobrado de confianza y restarle importancia a lo que pasó anoche, cosa que seguramente a él le funcionará muy bien, pero que a mí solo me haría quedar en ridículo.

Así es como volvemos al punto de partida. Llevo un rato mirándome al espejo porque me han salido unas marcas oscuras bajo los ojos que me hacen parecer un muerto viviente. Sin lugar a dudas, no dormir me ha pasado factura. Me he puesto unos vaqueros y un jersey de cuello alto, porque me pongo nervioso cada vez que veo esa marca en mi garganta. También hace que me acuerde de lo que ocurrió anoche y que sienta un cúmulo de sensaciones en el estómago que definitivamente no me ayudará a actuar con normalidad delante de Owen.

Cojo una profunda bocanada de aire. Muy bien. Puedo lidiar con esto. No tiene por qué ser incómodo.

No obstante, cuando mi móvil suena unos minutos más tarde, me sobresalto con tanta fuerza que casi estampo la cabeza contra la puerta. Maldigo entre dientes y leo el mensaje que Owen acaba de enviarme. Está esperándome fuera.

Mierda.

Blake y papá se han marchado hace rato, así que Holland y yo tendremos que ir en transporte público hasta el hospital. Podría haberme ido con ellos, pero no me sentía bien dejando plantada a Owen y, sinceramente, estaba intentando retrasar este momento lo máximo posible.

No he vuelto a pisar un hospital desde que murió mi madre. Me da pánico incluso pensar en volver a entrar en uno. Por eso no me hace gracia que los chicos vayan a acompañarnos; no sé hasta qué punto podré fingir delante de ellos que todo va bien. Anoche, cuando Bill me llamó, un miedo que ya creía haber superado volvió a cobrar importancia. Bill es mi jefe, pero también somos amigos y ha estado toda la vida tratándome como a un hijo. Ya es parte de la familia.

No puedo permitirme perderle a él también.

He estado torturándome con esa idea desde ayer. Sin embargo, mi mente se queda completamente en blanco cuando salgo de mi habitación, cruzo el pasillo para abrir la puerta principal y la veo allí.

Una vez más, Holland Owen está parada frente a mi puerta. Solo que ahora las cosas son muy diferentes a la primera vez que vino.

—Hola —me saluda en un susurro. De pronto, mi corazón late con tanta fuerza que no puedo moverme.

—Hola —respondo, también en voz baja.

Silencio. Trago saliva y la miro de arriba abajo. Lleva unos leggins ajustados y un suéter enorme que le cubre parte de los muslos. Además, se ha hecho una coleta. Tiene un aspecto más natural que ayer, pero eso no significa que no esté guapa. Cuando su mirada recae sobre mi cuello, puedo notar la incomodidad que aflora en sus ojos.

Seguramente sabe por qué he decidido ponerme este jersey.

La situación se vuelve cada vez más tensa y, por más que busco una forma de romper el silencio, mi mente se ha quedado completamente en blanco. Volver a verla hace que me invadan los recuerdos de la noche de ayer. Cuando intenté besarla en el baile y me rechazó, creí que había metido la pata hasta el fondo. Que había arruinado completamente nuestra amistad. No sé de dónde saqué la valentía para seguirla hasta los aparcamientos. Lo que pasó a partir de entonces fue de película.

Mierda. Esto es más difícil de lo que pensaba.

Abro la boca mientras pienso en qué decir, cuando Owen hace lo último que me esperaba.

Me abraza y, pasados unos segundos, se echa a llorar.

Sus brazos me rodean la cintura y se aferra a mí con mucha fuerza, como si creyera que va a caerse. Al principio no hace ruido, sino que limita a llorar en silencio, hasta que por fin consigo reaccionar y la estrecho contra mí, y de sus labios escapa un sollozo. Ese es el momento exacto en el que mi corazón se parte en dos. Trago saliva y le acaricio la espalda con suavidad.

Siento una tortuosa necesidad de preguntarle qué le pasa. No creo que esté así por Bill porque, aunque son amigos, no tienen una relación tan estrecha y, hasta donde sé, mi jefe está perfectamente. Tiene que ser otra cosa.

Un nombre se clava con estacas en mi cerebro y se me tensan todos los músculos.

Gale.

Quiero enfadarme, pero, en su lugar, solo siento tristeza y una profunda decepción. Supongo que la noche de ayer sí que fue un sueño y que ha llegado el momento de enfrentarse a la realidad. Ahora me dirá que lo siente, que besarme fue un error, que no quería hacerme ilusiones y que espera no haberme hecho daño. Que prefiere que seamos solo amigos. Tuve presente que podría pasar esto desde que me besó por primera vez, para que así la caída me doliese menos.

Y, aun así, cometí el error de creerla cuando me aseguró en el sótano que estaba loca por mí. Debería haberme imaginado que esto pasaría. Los finales felices solo ocurren en las películas. No sé cómo podré superar el golpe cuando me diga que se arrepiente de todo lo que pasó.

Nos quedamos unos minutos más así, abrazados en silencio, hasta que deja de llorar. Mis brazos están tan rígidos que le cuesta un poco separarse de mí. Owen rehúye mi mirada y se seca las lágrimas.

—Lo siento —musita, con un hilo de voz—. No debería haberme puesto así.

—¿Estás bien?

Me gustaría enfadarme, pero estoy preocupado por ella. Todavía tiene los ojos enrojecidos cuando se queda mirándome durante unos segundos, hasta que dice:

—No.

—¿Quieres hablar sobre ello?

Estoy poniéndoselo en bandeja: «adelante, Owen, recházame».

—No es un buen momento para hablar sobre mis problemas.

—Owen...

—Solo necesitaba un abrazo.

—En ese caso, ven aquí.

Y, sin más, vuelvo a rodearla con los brazos para estrecharla contra mí. Puede que esté cavando mi propia tumba, pero no soporto verla llorar y no hacer nada al respecto. Ayer supo entenderme mejor que nadie. No quiso separarse de mí hasta que mi padre llamó para decirnos que Bill estaba bien, como si supiera que su compañía era lo único que necesitaba para sentirme un poco mejor. Quiero ser igual para ella, aunque seguramente esté a punto de romperme el corazón.

Cuando deshace nuestro abrazo, su boca fuerza una sonrisa, pero su mirada grita con fuerza que algo va mal. Volvemos a quedarnos en silencio.

—Gracias —me susurra. Asiento. Noto una profunda presión en el pecho.

—Deberíamos... —empiezo a decir, señalando el pasillo. Llevamos aquí parados casi cinco minutos y no podré seguir soportando esta situación durante mucho más tiempo. Owen sigue mi mirada y, después, clava sus ojos en los míos.

—Deberíamos hablar —dice. Mi corazón se estruja dolorosamente, pero no respondo. Ladea la cabeza y piensa unos segundos antes de continuar—: ¿Te apetece venir a comer hoy conmigo? Mi padre está de visita en la universidad y no tengo ganas de estar a solas con mi madre. Hemos discutido y... bueno, la verdad es que preferiría no tener que volver a casa hasta esta noche.

Así que era eso. La examino con recelo y me siento terriblemente culpable porque, a pesar de todo, no puedo evitar que mi atención se centre en una afirmación en concreto.

—Tu padre está con Gale —asumo, despacio. Ella frunce los labios y asiente.

—Gale es un capullo, pero no soy tan rastrera como para no cumplir con mi parte del trato.

Está bien. Sigue criticándolo, así que no creo que planee volver con él. Al menos, no de momento. Pero eso no significa que quiera estar conmigo. Ni que no se arrepienta de lo que pasó ayer. Sería más fácil si pudiéramos hablarlo directamente, pero no sé cómo sacar el tema. Tampoco soy capaz de preguntarle si sus padres saben que ha roto con Gale o si, por el contrario, siguen creyendo que están juntos.

Dios, estoy nervioso. La situación es tan tensa que solo quiero volver a encerrarme en mi habitación.

—Podemos invitar a los chicos —propongo, tras unos minutos en silencio—. A comer.

Owen enarca las cejas y me parece ver un destello de diversión en su mirada.

Vale, definitivamente soy idiota.

Nuevo plan: convencer a los chicos para que digan que no.

—Podríamos —repone, con tono sugerente, y me lanza una mirada burlona—. O también podríamos no invitarlos.

Ay, madre Santa. Vale. Muy bien.

—¿Eso significa que...?

—Es una cita, Alex. A nuestra manera, ¿vale? Sin formalidades ni cosas raras —me interrumpe, sonriendo. Sin embargo, su confianza cae estrepitosamente—. A no ser que prefieras que vengan los demás.

No tardo ni una milésima de segundo en negar con la cabeza.

—No, para nada. No —respondo a toda prisa. Una sonrisa divertida vuelve a aparecer en sus labios y reculo con nerviosismo—. Quiero decir que... bueno, seguro que están ocupados.

Owen intenta contener la risa.

—Sí, seguro que lo están.

Asiento y no digo nada más. En su lugar, busco a tientas el pomo de la puerta para cerrarla de un portazo. Mientras antes nos vayamos de aquí, mejor.

—Tenemos prisa —le recuerdo y echo a andar rápidamente por el pasillo.

No me atrevo a mirarla, pero estoy bastante seguro de que sigue sonriendo cuando salimos del ascensor.

No hablamos mucho por el camino. Normalmente no me molestaría el silencio, pero ahora me pone de los nervios no saber qué está pasando por su cabeza. Aunque nos sentamos juntos en el bus, no saca ningún tema de conversación, sino que se dedica a mirar por la ventana hasta que llegamos al hospital. Es evidente que está agobiada por algo y, después de la conversación que hemos tenido, ya no creo que sea culpa mía.

Me ha pedido una cita. O, al menos, algo que se asemeja a eso. Si quisiera que solo fuéramos amigos, no habría hecho algo así, ¿verdad? Puede que no se arrepienta de haberme besado ayer. Quizá sí que le gusto de verdad.

Todo apunta a que está así por su madre. Owen dice que han discutido y, hasta donde sé, sus padres son bastante... exigentes, por no decir algo peor. La han hecho creer durante toda su vida que nunca será suficiente para nadie y eso me pone de muy mal humor. Ningún padre que se precie debería hacer sentir así a su hijo. La familia no está para eso.

Si no saco el tema, es solo porque me ha dicho que no le apetece hablar sobre ello. Tengo que hacer esfuerzos por respetar su silencio, porque me encantaría escuchar todo lo que le preocupa. Quiero que confíe en mí. Además, también me serviría como distracción. Así al menos podría fingir que mi corazón no late con más fuerza a medida que nos acercamos al hospital.

Pero lo hace y, cuando llegamos a nuestra parada y Owen tira de mí para que nos bajemos, las náuseas atacan mi estómago con tanta fuerza que siento que todo gira a mi alrededor.

—¿Sabes si los chicos han entrado ya? —me pregunta, mirándome de reojo.

Niego a duras penas y ella se aleja para llamar a Sam por teléfono.

Ha pasado mucho tiempo, pero sigue costándome mirar el edificio en donde mi madre pasó los dos últimos años de su vida. Si cierro los ojos, casi puedo imaginarme aquí, con quince años, aferrándome al brazo de Blake cuando vinimos a visitar a mamá por primera vez. Ese día, mi hermana no pudo contener las lágrimas. Supe que algo iba mal en el momento en el que vi derrumbarse a la que siempre había sido la más fuerte de los dos.

Se me forma un nudo en la garganta. Hace tres años que debí estar aquí, sentado junto a la cama de mamá, recordándole lo mucho que la quería y dándole las gracias por todo lo que había hecho por nosotros. Era una persona maravillosa que, sin lugar a dudas, se merecía a un hijo mucho mejor que yo. Le fallé cuando más me necesitaba, todo por culpa de la música.

«De la música no», me recuerdo. «Todo fue culpa de tu egoísmo».

Ojalá pudiera volver atrás para enmendar mis errores y verla una vez más. Por desgracia, esas cosas solo ocurren en las películas. En el mundo real, uno tiene que lidiar con las consecuencias de sus actos, y las mías se materializan en lo mucho que me cuesta mover los pies cuando sigo a Owen hacia la entrada del hospital.

Estoy tan aturdido que, cuando nos encontramos con los chicos en recepción, los saludo de forma mecánica, como si alguien hubiera tomado los controles de mi cuerpo y estuviera dirigiéndolo en mi lugar. Los padres de Sam trabajan aquí y esa es la única razón por la que todos conseguimos entrar. Mientras subimos a la tercera planta, Owen se queda a mi lado y, aunque no me toca, su presencia hace que me sienta un poco más tranquilo.

Arriba nos esperan Blake y papá. Este último saluda a los chicos y a Owen, a quien lanza una larga mirada, antes de marcharse a la cafetería. A diferencia de él, mi hermana prefiere quedarse. Es una persona tan fuerte que ni siquiera parece que este lugar le afecte.

Yo, por el contrario, no puedo dejar de pensar que, si hubiera llegado a tiempo, ahora mismo podría abrir una de esas puertas y ver a mamá.

Sin embargo, ya es demasiado tarde, y, cuando entramos en la habitación, en lugar del sonriente y pecoso rostro de mi madre, a quien veo es a Bill.

Pero duele igual.

—Eh, chico —me saluda, sentándose a duras penas—. Parece que esto no era solo un dolor de riñones.

Trago saliva. Paredes blancas, suelos blancos, máquinas y ese pitido tan molesto que tortura mis oídos. Todo es casi igual. Mi mirada recae sobre Bill, que me sonríe desde su cama con sus labios agrietados, y que está más pálido que de costumbre. También parece agotado. Pero eso es todo. Por lo demás, está bien.

No pienso en ello. Cruzo la habitación y lo abrazo con todas mis fuerzas.

—Si te pasa algo —le advierto—, te juro por Dios que te mato.

Al principio parece sorprendido, pero termina devolviéndome el abrazo con cariño. Nadie podrá sustituir jamás a papá, pero Bill siempre me ha tratado como un hijo y he encontrado en él una figura a la que admiro y necesito. Me dio un trabajo cuando las cosas en casa se torcieron, siempre me ha animado a perseguir mis sueños y ha estado ahí para apoyarme siempre que lo he necesitado.

No soporto pensar en que podría haberle perdido para siempre.

Cuando quiero darme cuenta, mis ojos se han llenado de lágrimas.

Sollozo en voz baja y Bill me abraza con más fuerza. Los chicos están presentes, observándonos en silencio, pero no me siento cohibido ni avergonzado; son mis amigos y sé que jamás se reirían de mí por esto. Porque me quieren y se preocupan por mí. Y porque yo haría lo mismo por ellos.

—No pasa nada —murmura Bill, intentando tranquilizarme, cuando me separo un poco de él—. Estoy bien, chico. Mírame. Soy duro como una roca —bromea, dándose unos golpecitos en el brazo.

Me río entre lágrimas y niego con la cabeza.

—Podría negártelo, pero no quiero que me despidas.

—Chico inteligente. Muy bien.

Me sonríe y se inclina para despeinarme. La tensión que engarrotaba mis músculos por fin está desapareciendo y ahora puedo respirar con tranquilidad. Me seco los ojos con el brazo. Bill mira a mis amigos, que todavía nos observan desde la puerta.

—¿Qué, habéis venido solo para ver cómo me echa la bronca?

Con eso, el ambiente cambia drásticamente. Los chicos se ríen y se acercan para chocar puños con Bill, mientras Finn le gasta las mismas bromas tontas de siempre. Blake me mira y asiento para asegurarle que estoy bien, y después dejo que vaya junto a los demás. Mi corazón por fin se está ralentizando y cada vez estoy más tranquilo.

Doy unos pasos hacia atrás, me recuesto contra la pared y observo la escena. Mis amigos están riéndose con uno de los chistes de Bill. Verlos juntos hace que un calor reconfortante se me instale en el estómago.

Owen se acerca a mí y, como si estuviera leyéndome la mente, dice:

—No toda la familia es de sangre.

Trago saliva. Una vez más, tiene razón.

He pasado estos últimos años de mi vida creyendo que mi familia siempre se resumiría en Blake y papá. Ahora entiendo lo equivocado que estaba. Podría llamar a mis amigos un martes de madrugada si me surgiera un problema y se presentarían en mi casa sin pensárselo dos veces. Darían la cara por mí ante cualquiera, como ya hizo Mason a principios de curso. Sé con certeza que se alegrarán por todos mis logros y me apoyarán en mis fracasos. Y que yo haré exactamente lo mismo por ellos. Porque en eso consiste la amistad.

No sé quién decidió que me merecía tener a gente así en mi vida, pero me encantaría darle las gracias.

—Voy a escribir una canción sobre ellos —digo, sin pestañear.

A mi lado, Owen sonríe.

—Se la merecen más que nadie en el mundo.

Supongo que ella también encontró en los chicos un lugar seguro. Cuando la miro, descubro que tiene los ojos enrojecidos y mi corazón se estruja. Pero entonces me sonríe, de una forma tan real que hace que mi estómago salte, y entiendo que no son lágrimas de tristeza y que solo se ha emocionado con la escena.

Eso solo hace que me entren aún más ganas de besarla ahora mismo.

—¡Eh, tú, ¿cuándo diablos ibas a contarme que tenéis una canción en el Google?

La voz de Bill nos hace reaccionar. Owen y yo dejamos de mirarnos, sobresaltados, y me giro hacia mi jefe como un alma poseída por el diablo.

—Se le llama Internet, viejo. Solo los frikis le dicen Google —le explica Finn, haciéndose el listillo.

Blake enarca las cejas.

—Yo le digo Google.

—Pues date por aludida, friki.

Finn se ríe de su propia broma, pero su expresión cambia cuando mi hermana le empuja con tanta fuerza que casi lo tira al suelo.

Me abro paso entre ellos y me siento en la butaca que hay junto a la camilla.

—¿Qué decías? —le pregunto a Bill, porque antes no estaba prestándole atención.

—Tu canción. Quiero escucharla.

—De eso me encargo yo —interviene Owen, acercándose con su móvil en la mano. Le sonríe a mi jefe—. Hola, Bill.

Dios. Tiene una sonrisa preciosa. Bill me pilla observándola y, cuando ella se distrae, me pellizca el brazo y me lanza una mirada burlona. Pongo los ojos en blanco y me aguanto las ganas de sacarle el dedo del medio.

—Es nuestra mánager —me limito a decir, ignorando su sonrisa divertida.

A mis espaldas, Finn suelta una risita.

—Curiosa forma de referirse a la tía por la que llevas babeando tres meses —le susurra a Mason, que también estalla en carcajadas.

Me vuelvo a mirarlos con cara de pocos amigos, pero no les intimido en absoluto y mi molestia solo hace que se rían con más fuerza.

Por suerte, Owen no les ha escuchado. Se aleja de nosotros, con el ceño fruncido, y se pone junto a la ventana mientras intenta que su móvil responda. Imagino que estará mal de cobertura.

Aunque Finn sigue parloteando a mi alrededor, no puedo apartar los ojos de ella.

—Bill, tú eres un hombre de honor, ¿verdad? —comienza a decir, y mi jefe se ríe.

—Hasta donde tú sabes, sí.

—E imagino que tendrás mucha experiencia tratando con ese extraño espécimen de ser humano al que llamamos «mujeres» —continúa mi amigo.

Blake suelta un gruñido, pero la conversación sigue su curso.

—Se podría decir que sí —responde mi jefe.

Ante eso, Finn se endereza con seriedad.

—En ese caso, supongo que podrás ayudarnos a resolver una duda. ¿Es verdad que, si una chica hace esto —dice, batiendo exageradamente las pestañas— es porque está tirándote los tejos? ¿O puede que solo quiera espantar a una mosca?

Escucho risas a mi alrededor, pero mi mirada sigue clavada en Owen, que frunce aún más el ceño mientras observa la pantalla de su móvil.

—Chicos... —susurra, pero Finn sigue a lo suyo.

—Que vale, que se me ocurren muchas razones por las que una chica podría querer espantar a una mosca...

—Chicos —repite Owen, un poco más fuerte, con voz de sorprendida.

—Pero no creo que utilizar las pestañas sea una opción viable, ¿no? Imagina lo incómodo que sería que una mosca se te quedase pegada en...

—Tenéis que ver esto. Ahora. Oh, por el amor de dios. ¡Chicos! —chilla Owen, y camina rápidamente hacia nosotros.

Su emoción hace que mi corazón pegue un salto. El mundo entero parece detenerse a nuestro alrededor cuando nos enseña la pantalla de su móvil y veo las cifras que aparecen en grande.

Medio millón.

Medio millón de reproducciones.

El caos estalla en un instante.

De pronto, siento empujones que provienen de todas partes y mis amigos se ponen a gritar mientras saltan y se abrazan. Escucho reír a Sam, mientras Finn grita cosas sin sentido y Blake abraza a Mason. Todo se mezcla con los latidos de mi corazón, que resuenan con fuerza en mis oídos. Me levanto a duras penas, porque aún no he conseguido asimilarlo. Me entra vértigo solo de pensar en ellos. Medio millón de reproducciones.

Eso es un porrón de gente.

Joder, joder, joder.

Mi corazón se acelera y yo también me uno a las celebraciones. Cuando quiero darme cuenta, Mason está revolviéndome el pelo mientras Finn pega saltos a mi espalda. La busco con la mirada, mientras la emoción de estar prácticamente rozando nuestro sueño se me cuela en las entrañas. Quiero y necesito celebrar este logro con ella. Parece que los dos estamos pensando en lo mismo, porque Owen aparece de repente y se lanza a mis brazos.

La levanto en volandas y escucho su risa en mi oído, lo que me manda escalofríos por todo el cuerpo. No tardo en dejarla en el suelo y, entonces, se me corta la respiración, porque de pronto me está besando. Pega sus labios a los míos y me pone las manos en las mejillas para atraerme más hacia sí, y, aunque no tiene comparación con los de ayer, la emoción del momento hace que este beso sepa incluso mejor.

La emoción y que ahora sé que no estaba pensando en rechazarme.

—Sois alucinantes —dice, mientras me besa otra vez—. Eres alucinante. Esto lo habéis conseguido vosotros. Lo has conseguido tú, Alex. Lo has conseguido tú.

Sus palabras me calan hasta lo más profundo del pecho. Sonrío, sin poder evitarlo, y hundo la nariz en su cuello cuando Owen me abraza otra vez. Está incluso más eufórica que yo y no tarda en alejarse. Me agarra la mano y tira de mí para llevarme junto a los demás. En algún momento, mientras Blake me estruja entre sus brazos, la pierdo y poco después la veo dando saltitos y abrazando a Sam.

Se me escapa una sonrisa. Junto a nosotros, Mason está abrazando a Finn con tanta fuerza que puedo oír cómo le crujen los huesos. Se separan entre risas y yo me uno a sus carcajadas.

—No lo entiendo —musita Blake, que ha sacado su móvil para buscar la canción, como si creyera que el teléfono de Owen funciona mal—. Es imposible. ¿Cómo?

Me acerco para mirar la pantalla y trago saliva. Seiscientas mil visualizaciones. Eso quiere decir Mil y una veces ha sido escuchada, valga la redundancia, miles de veces. Alguien ha debido oírla mientras trabajaba, mientras hacía los deberes o mientras bailaba con todas sus fuerzas en la soledad de su habitación. Quizá haya quienes la oigan pensando en una persona especial. Puede que nuestra música les haga sentir algo. Esta canción ha dejado de ser solo nuestra para pertenecerle a todo el mundo.

Y es una sensación surrealista. Pero también maravillosa.

—No lo sé, ¿vale? —Holland parlotea a mi alrededor, nerviosa—. Sabéis que no entro mucho en Internet. Ni siquiera me había dado cuenta. La compartí en todas mis redes sociales. Puede que se haya hecho viral en Twitter o en Instagram, o, Dios, a lo mejor la ha compartido algún famoso. ¿Os lo imagináis? No me lo puedo creer. —Se para en seco y sus ojos oscuros se clavan en mi jefe—. Bill, mis amigos son famosos —farfulla, como si acabase de darse cuenta.

Blake sonríe, conmovida, y se acerca para abrazarla una vez más. La escena me saca una sonrisa. Mi mirada recae sobre Bill, y entonces me acuerdo de cuando me dijo, hace meses, que sus batallas de bandas merecerán realmente la pena cuando un grupo salte al estrellato y corra por el mundo la noticia de que el Brandom fue el que presenció su primera actuación.

Me emociono solo de pensar en que esos podríamos ser nosotros.

—Veamos —dice Finn, que se ha puesto serio—. Somos seis. Siete contando a Bill. Eso significa que, si todos vemos el vídeo cien mil veces, de aquí a unos días habremos duplicado las visitas.

Me río y pongo los ojos en blanco. Frente a nosotros, Bill sigue sonriéndonos. Camino hacia él y vuelvo a sentarme a su lado.

—¿Quieres ser nuestra visualización número seiscientos mil quince? —le pregunto.

Cuando asiente, no paso por alto el orgullo que brilla en su mirada.

—Sería todo un placer.

Saco mi móvil, entro en YouTube y, de nuevo, mi corazón da un vuelco cuando veo esas cifras en la pantalla. Le doy al play antes de tenderle el teléfono a mi jefe. Después, me echo hacia atrás y suelto un suspiro. Todos nos quedamos en silencio para oír cómo las notas rasgadas que Mason y Blake tocan en la introducción inundan la sala. Todavía no me creo que hayan sido escuchadas más de seiscientas mil veces.

De pronto, Owen me abraza por la espalda y apoya su cabeza sobre la mía. Suspiro y le agarro la mano para entrelazar nuestros dedos. Nos quedamos así, en silencio, muy pendientes de la sonrisa que crece en los labios Bill.

Cuando la canción termina, solo necesito ver la emoción en las caras de mis amigos para darme cuenta. Puede que nos uniese la música, pero lo que hay ahora entre nosotros es un vínculo más fuerte. Y, si es con ellos, estoy más que preparado para enfrentarme a todo lo que nos espere.

3 A. M. solo acaba de empezar a brillar.


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