Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

22 | Un corazón roto

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By InmaaRv

Nota: Voy a empezar a actualizar más seguido para que estos días en casa se nos hagan más amenos. Lo único que os pido a cambio es que, por favor, votéis y comentéis en los capítulos, y que recomendéis la historia si os gusta. Así más gente podrá leerla y entretenerse emocionándose con Alex y Owen ♥


22 | Un corazón roto

Holland

Me paso el resto del sábado intentando distraerme. Quiero evitar el silencio a toda costa porque así no pensaré en exceso, pero mi casa parece sorprendentemente vacía desde que los chicos se marcharon esta mañana. Como mis padres siguen fuera, de viaje, voy moviéndome a mi antojo por todas las habitaciones. Intento ver una película en el salón, aunque enseguida la quito porque me aburre; cocino un bizcocho en la cocina, que dejo a medias, y me pinto las uñas en el baño, pero acabo borrándome el esmalte porque odio el color.

No podré aguantar aquí sola durante mucho más tiempo. Necesito acabar con el silencio.

Porque, de otro modo, su nombre jamás saldrá de mi cabeza.

Por la noche, Mason me llama para pedirme mi correo electrónico y pasarme el archivo de audio de su canción. Seguro que se muere de ganas, pero no se atreve a preguntarme si estoy bien. Le envío mi dirección y espero hasta que me llega su mensaje. Aunque sé que editar el vídeo me ayudará a distraerme y que eso es justo lo que necesito, guardaba la esperanza de que tardara un poco más en mandármelo.

Porque así no tendría que volver a verlo aún.

Me instalo en mi escritorio con mi portátil y subo las piernas a mi silla giratoria. Mientras descargo los archivos que me han mandado Mason y Sam, me muerdo el labio con fuerza. No quiero verlos, pero no me queda más remedio. Me armo de fuerzas y le doy a reproducir.

Las sonrisas de mis amigos se cuelan entonces en mi pantalla. Ya están sobre el escenario. Mason y Finn sujetan sus guitarras, Blake se encuentra al fondo con el piano, junto a Sam y su batería, y Alex está delante, frente al micrófono. Verlo me genera un odioso cosquilleo en el estómago. Aguantándome las ganas de cerrar el vídeo, lo miro hasta el final, casi sin parpadear, y finjo que no siento nada cuando le escucho cantar.

El móvil de Sam todavía estaba grabando cuando La Dama Rosa subió un vídeo de Gale, mi novio, besando a otra chica. Escucho que alguien sale corriendo e inmediatamente sé que se trata de mí. La perplejidad se adueña de las expresiones de mis amigos, pero solo puedo mirar a Alex. Parece realmente preocupado cuando Blake le enseña el vídeo y decide ir a buscarme, y eso solo hace que me enfade aún más con él.

Resoplando, abro mi programa de edición, recorto el vídeo y añado el audio que grabó Mason para que suene mejor. No tardo mucho en terminar, porque tampoco había mucho que hacer. Lo renderizo y entro en YouTube para subirlo. La cuenta de los chicos todavía no tiene foto de perfil porque aún no he empezado a dibujar el logo de su banda.

Un perfil personalizado llama más la atención, así que escojo un fotograma al azar del vídeo y lo utilizo como foto. Después, ultimo la descripción del vídeo y le doy a publicar. En el título, he escrito «3 A. M. – UNA Y MIL VECES». Si no queremos pasar desapercibidos, tenemos que mover el vídeo por Internet, así que lo anuncio en todas mis redes sociales, mencionando a artistas que me gustan y a personas influyentes que disfrutan de la buena música, y les paso el enlace a mis amigos para que hagan lo mismo.

El domingo, invito a Sam a desayunar y se queda conmigo hasta que mis padres me llaman para avisarme de que llegarán después de comer. Aprovecho la ocasión para contarle lo ocurrido con Gale, y, por supuesto, con Alex; aunque omito el hecho de que llevo todo el fin de semana sin sacarme su nombre de la cabeza. Mi amigo me da la razón en ambos casos, aunque no parece muy convencido criticando a Alex.

Supongo que ahora ellos son amigos también y que es difícil opinar si solo conoce mi versión de los hechos.

No me comporté bien el sábado, lo reconozco, pero eso no significa que vaya a disculparme. Alex escogió el momento menos oportuno para contarme la verdad. Estaba molesta con Gale y con mí misma, porque sentía que era una idiota por haber creído que cambiaría, y acabé usando toda mi rabia contra él. Todo empeoró cuando me respondió con verdades como puños que me hicieron pedazos.

Todavía estoy enfadada con él. Más que eso. Estoy furiosa.

Es un cobarde. Un maldito cobarde.

Debería haberme contado que Gale me engañaba.

Debería haberse atrevido a decirme de una vez por todas que sentía algo por mí.

Si hubiera sido así, las cosas habrían sido muy diferentes.

Estoy volviéndome loca. Esa noche, ceno con mis padres fingiendo que todo va bien, como siempre, y me encierro temprano en mi habitación. Continúo teniendo problemas para conciliar el sueño, pero ahora se deben, en parte, a él. Le echo de menos. Cada vez que cierro los ojos, recuerdo la noche del viernes, cuando dormimos juntos fuera, en medio de la oscuridad de la noche, y siento la tormentosa necesidad de volver a tener a sus brazos rodeándome y aislándome de todos mis problemas.

Pero no ocurrirá. Mi cerebro sigue atormentándome con su recuerdo durante toda la noche y eso me enfada aún más. Mi molestia llega a tal punto que, el lunes, en el instituto, durante nuestro primer día de clase después de las vacaciones, cuando Sam me pregunta:

—¿Hay noticias sobre el capullo?

Yo respondo:

—No he vuelto a saber nada de él desde que discutimos el sábado por la mañana.

—Me refería a Gale —aclara mi amigo, enarcando las cejas con burla.

—Ah, pues no. De él tampoco sé nada.

Finjo que solo ha sido un despiste, pero la realidad es que acabo de delatarme. Sam silba y esboza una sonrisa de oreja a oreja. Gruño mientras le agarro del brazo para que andemos más rápido. Es la hora del almuerzo, tengo que coger unos libros de mi taquilla y, como no nos demos prisa, no tendré tiempo para comer.

Mi mejor amigo sigue mirándome con esa sonrisa genuina cuando nos detenemos frente a mi casillero. Está poniéndome de los nervios.

—¿Se puede saber por qué me miras así? —le espeto, molesta, mientras introduzco la combinación. Se recuesta remolonamente sobre la taquilla contigua.

—No lo sé. Dímelo tú.

—Odio que seas tan sabelotodo.

—Te gusta —atisba, con autosuficiencia. Cojo mi libro de matemáticas para guardarlo en mi mochila.

—¿Que seas un sabelotodo? No, en absoluto.

—Me refiero a Alex. Te gusta. Puedes mentirte a ti misma todo lo que quieras, pero a mí no me engañas.

Un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies. Resisto el impulso de meterme a presión en mi taquilla y cerrar la puerta.

—Por si lo has olvidado, Sam, tengo novio. Pronto será mi ex novio, claro, porque es un capullo monumental —me adelanto, en cuanto abre la boca—. En lo que a chicos respecta, por mí podéis iros todos a la mierda.

No creo que sea un buen momento para hablar sobre esto. Hace menos de dos días desde que La Dama Rosa anunció públicamente que Gale me engaña y he vuelto a notar ciertas miradas curiosas por el pasillo. También sé que hay quienes me critican. Hace meses, sus comentarios me habrían hundido, pero ahora todo esto me parece indignante. Al parecer, siempre soy yo quien tiene la culpa de todo.

Cuando se corrió el falso rumor de que estaba engañando a Gale, la gente me criticó llamándome zorra (que es un término que, a mi parecer, no debería aplicársele a nadie, jamás, sin importar lo que haga). Ahora que es él quien me ha engañado a mí, la culpa vuelve a ser mía, por supuesto, porque de alguna manera me lo habré buscado.

—En realidad —continúo, tras pensármelo un momento—, creo que el mundo entero podría dejarme en paz durante unos días.

Sam asiente solemnemente. Está de acuerdo conmigo. Cierro la puerta de mi taquilla con la mirada clavada en mi mochila y, cuando la subo, todo parece detenerse a mi alrededor. Mierda.

—¿Podemos hablar? —dice Alex. Está de pie junto a mi taquilla, agarrando la correa de su mochila con una mano. No tiene mal aspecto, pero parece cansado. Y tiene el pelo muy revuelto.

Me entran ganas de enredar los dedos en su flequillo para echárselo hacia atrás, y es ese pensamiento lo que me hace reaccionar. Me giro mientras respondo con un seco:

—No.

—Owen, por favor —insiste, corriendo para alcanzarme. Mide metro ochenta y sus piernas son más largas que las mías, pero eso no implica que sea más rápido. Soy sorprendentemente veloz cuando estoy cabreada—. ¿Puedes pedirle que me escuche? —le suplica a Sam, que levanta las manos.

—A mí no me metáis.

—Solo quiero saber si estás bien. —Alex apura aún más el paso para caminar a mi lado—. ¿Has hablado con Gale? Si te ha dicho algo que...

—Mi vida no te interesa —respondo, cortante.

Suelta un suspiro de frustración.

—Deja de comportarte así —me espeta.

—Así, ¿cómo? —demando, subiendo las cejas.

—Como si ya no fuéramos amigos.

«No lo somos», quiero contestar. Sin embargo, me echo atrás porque sé que, además de ser una completa mentira, le haría mucho daño. En su lugar, suspiro con molestia y miro a Sam.

—¿Puedes decirle que se vaya de una vez?

—No puedes ignorarlo eternamente, Hollie —me recuerda, sonriendo.

—¿Por qué parece que esté divirtiéndose con esto? —se queja Alex, mirándome y señalando a Sam con un dedo.

—Porque es un capullo, igual que tú.

Mi respuesta los indigna a ambos. Sam se vuelve hacia mí y se lleva una mano al pecho.

—Eso me ha dolido.

—¿No decías que ibas a quedarte al margen?

—Está bien, lo siento —dice, antes de alejarse con las manos levantadas.

En cuanto nos quedamos solos, Alex me agarra del brazo para que me detenga y me vuelva hacia él. Retengo el aire en los pulmones. De pronto, estamos cara a cara. Encontrarme de nuevo con sus ojos hace que recuerde su canción, la noche que pasamos en mi jardín y la discusión que tuvimos la mañana siguiente.

Los sentimientos se acumulan en mi pecho y hacen que me tiemble el pulso.

—Lo siento, ¿vale? Fui un egoísta. Entiendo que estés enfadada, porque debería habértelo contado y no lo hice, pero me arrepiento y lo único que puedo hacer a estas alturas es disculparme —me suelta. Intenta parecer tranquilo, pero se lía con las palabras—. El otro día, cuando discutimos, estaba enfadado. Sé que tú también. No hay que tomarse en serio lo que dice una persona cuando está enfadada. No pretendía hacerte daño, Owen, de veras. Nunca querría... Quiero decir, tú...

Se me forma un nudo en la garganta. No soporto que estemos peleados. Me gustaría renunciar a mi orgullo ahora mismo y lanzarme a sus brazos, pero no puedo. No es que no quiera, es que sé que, a la larga, esto será lo mejor para los dos. Necesito distancia. Necesito sacármelo de la cabeza. La discusión que tuvimos el sábado es la excusa perfecta para dejar que nos distanciemos y que se enfríe nuestra relación.

No sé si yo me merezco o no a alguien mejor que Gale, pero tengo algo claro y es que Alex se merece estar con alguien mucho mejor que yo.

Aíslo a mi corazón y me concentro en actuar de manera racional. Recuerdo todas esas veces en las que Alex me vio con Gale, sonriendo, besándolo y siendo, en definitiva, medianamente feliz con él. Lo supo durante todo ese tiempo. Sabía que estaba jugando conmigo y, aun así, no me lo dijo. «Estás con él solo porque necesitas que te quieran y permíteme decirte que eso es muy triste».

Tiene razón, pero no es nadie para hablarme así. Sacudo el brazo para que me suelte, siendo más brusca de lo que me habría gustado. El dolor se dueña de su mirada y eso me hace pedazos.

—Hablamos después —me limito a responder, tragando saliva.

Quiero añadir que necesito tiempo, que esto no significa que quiera terminar con nuestra amistad, pero no me lo permite. Al oírme, resopla y dice:

—Está bien. Haz lo que quieras, Holland. Me rindo. Estoy cansado de esto.

Holland. No recuerdo cuándo fue la última vez que me llamó así. Mi corazón se estruja, pero dejo que se marche de todas formas. Me quedo parada en medio del pasillo, viendo cómo se aleja, hasta que Sam llega a mi lado.

Señala a Alex con la cabeza.

—Está colado por ti, lo sabes, ¿no?

Siento un revoloteo en el estómago.

Que él también haya pensado en eso hace que la teoría no me parezca tan descabellada. Aun así, no quiero hacerme ilusiones tontas. Una parte de mí cree saber con certeza que, si Alex sintiera algo por mí, me lo habría dicho.

Escribir canciones no es suficiente.

Sacudo la cabeza.

—Tonterías.

Seguramente Alex habrá ido a la cafetería y la situación será bastante incómoda cuando nos sentemos a comer con él. En cuanto entramos en el comedor, donde hay mucha más gente, noto varias miradas sobre mí. La diferencia es que esta vez, a diferencia de la anterior, ni siquiera me afectan. Me dirijo con la barbilla alta hasta la fila para pedir mi comida.

Con disimulo, miro la mesa en donde suele sentarse Gale con sus amigos, pero no hay ni rastro de él. Emma tampoco está presente. No me cuesta sacar mis propias conclusiones. Como si pudiera leerme la mente, Stacey se vuelve en ese momento y me saluda con una sonrisa exageradamente falsa.

A nuestro lado, alguien silba con diversión.

—Cuéntanos, Holland, ¿qué se siente al saber que te has comido las babas de Emma Hatch? No es por nada, pero yo pagaría por estar en tu lugar. Es la tía más buena de todo el instituto. Se merece un diez en toda regla.

Siento náuseas en cuanto lo escucho. Me vuelvo para ver a Ryan, uno de los jugadores del equipo, riéndose con sus amigos. Su ataque me ha pillado desprevenida y no sé cómo reaccionar. Por un impulso, agarro a Sam del brazo porque no quiero que haga ninguna tontería.

—¿Sabes, Ryan? Es lamentable que creas que tienes derecho a calificar a las mujeres como si fuéramos trofeos. Siendo así, no creo que nadie quiera besarte, aunque pagues. Ni siquiera Gale. —Escucho a mis espaldas. Blake se acerca a nosotros y se cruza de brazos a mi lado, con aire protector.

Ryan resopla, molesto, pero no se atreve a replicar. En su lugar, empuja a sus amigos para que pidan su comida y puedan irse de una vez. He vuelto a respirar, pero mis músculos siguen en tensión. Me aclaro la garganta.

—Gracias —le digo a Blake, que niega e inmediatamente me abraza.

—Estaba preocupada por ti —responde. Su calor corporal se cuela en mis poros y consigue que me tranquilice. Se separa para mirarme a los ojos—. ¿Estás bien? Si lo necesitas, estoy dispuesta a buscar a ese cabrón y darle una buena patada en...

—Estoy bien —le aseguro. Ella me examina de arriba abajo y vuelve a abrazarme.

—Con la autoestima más alta que nunca, Holland. No te dejes ganar.

Asiento, con un nudo en la garganta. Blake es mi amiga y la quiero. En momentos como este, me arrepiento de no haberme atrevido a cogerle el teléfono este fin de semana. Me habría venido bien hablar con ella. No obstante, pedirle consejo sobre su propio hermano habría sido tremendamente incómodo. Y no creo que oírme criticarlo durante horas esté dentro de sus límites.

—Ryan es gilipollas —les digo a ambos, una vez que nos han servido nuestra comida y nos dirigimos a nuestra mesa. Blake se ríe y Sam pone los ojos en blanco.

—Es amigo de Gale. Qué esperabas.

El comentario me hace gracia y, aunque quizá no debería, me permito sonreír.

—¿Sigue sin dar señales de vida? —me pregunta Blake.

Niego. No he vuelto a saber nada de él desde que discutimos; ni me ha llamado, ni se ha dignado a enviarme un mísero mensaje. Me gustaría saber qué ha provocado su silencio. Puede que ni siquiera le importe lo suficiente como para perder el tiempo escribiéndome. O tal vez sí, y solo tema mi reacción.

Sea como sea, eso no es lo que más me preocupa.

Sino lo que siento. O, mejor dicho, lo que no siento.

No he vuelto a llorar desde el sábado, cuando salí corriendo del Brandom y Alex me siguió. Creía que tener el corazón roto dolería más. He pensado en Gale durante este fin de semana, sí, pero solo de forma secundaria; y, siempre que me encontraba dándole vueltas al tema, notaba una ausencia. Como si me faltara algo. Dolor, supongo. O ganas de llorar hasta quedarme sin lágrimas. Me sentía como si estuviera hecha completamente de piedra.

No sé qué responder cuando mis amigos me preguntan si estoy bien. Porque incluso ahora, aun sabiendo que seguramente haya vuelto a encerrarse con Emma en el cuarto del conserje, no puedo reaccionar.

No siento absolutamente nada por él.

Hemos estado dos años juntos, así que no sé hasta qué punto esto es normal. Aparto esos pensamientos de mi mente —o, al menos, lo intento— y camino hasta nuestra mesa. Mason y Finn ya están sentados, reservando un sitio libre entre ellos para Blake, como de costumbre; solo que, esta vez, me apresuro a ocuparlo en su lugar y dejo que Sam y Blake se acomoden junto a Alex, que baja la mirada cuando me ve llegar.

Los nervios me asaltan el estómago solo por su presencia. Trago saliva, incómoda. Mason me pasa un brazo por los hombros y me pregunta:

—¿Todo bien?

—Mejor que nunca —miento. Sé que se refiere a Gale. Es imposible que esté al tanto de todo lo demás. Alex me mira con disimulo y siento un cosquilleo en el estómago.

Aparto la vista. «Distancia, distancia, distancia, distancia».

—Si necesitas ayuda para darle una paliza —comienza a decir Finn—, conmigo no puedes contar, que lo sepas, porque le tengo demasiado aprecio a mi cara como para jugármela por nadie, pero seguro que Mason y sus brazos súper sónicos están dispuestos a ayudarte.

Se me escapa una sonrisa. Enarco una ceja y Mason asiente con solemnidad.

—Estoy a tu completa disposición.

—Yo también —dice Blake, guiñándome un ojo.

—Yo no, Hollie, pero puedo enseñarte una técnica maravillosa de defensa personal, ideal para superar un corazón roto —aporta Finn. Alzo las cejas.

—¿Cómo va a ayudarme eso a superar una ruptura? —pregunto, sin pensar.

De inmediato, la mesa se queda en silencio. En teoría, aún no he roto con Gale, así que no he podido hablar sobre esto con mis amigos. No obstante, parece que acabo de comunicarles mi decisión sin querer.

Finn reacciona enseguida, ampliando su sonrisa.

—Sé creativa. Puedes romperle una pierna, si quieres, para que estéis en igualdad sin condiciones. O, lo que es aún mejor: ¡puedes romperle las dos! —exclama, emocionado, y se pone muy serio—. Veamos, ¿cómo de grandes son las sartenes que tienes en tu casa?

Me río sin querer. Es la primera vez que lo hago desde el sábado y liberar toda la tensión contenida me sienta de perlas. El ambiente en la mesa ya no es incómodo, aunque Alex y yo seguimos sin mirarnos. Sam se inclina sobre la mesa, serio.

—Hablemos sobre algo importante —propone—. El baile de San Valentín es la semana que viene y, no sé a vosotros, pero a mí solo me queda un día para encontrar pareja antes de que sea demasiado tarde y empiece a parecer desesperado.

Pestañeo. Lo había olvidado por completo.

Ya es una tradición que todos los años se celebre un baile benéfico en el instituto por San Valentín. Cada año los beneficios se destinan a una ONG diferente y es obligatorio llevar pareja. Es una noche especial, sobre todo para los estudiantes de primer y último año, que lo viven por primera y última vez respectivamente.

Yo solo he ido dos veces, aunque lleve cinco cursos estudiando aquí. Cuando entré en el instituto, me daba vergüenza asistir sin pareja. Después conocí a Gale y el resto es historia. Nunca he sentido mucha devoción por la fiesta, la verdad. Este año volveré a no tener a nadie con quien ir —porque definitivamente mi relación con Gale no puede alargarse una semana más— y no termino de entender cómo me siento al respecto.

—¿A quién se lo vas a pedir? —inquiere Blake, masticando su sándwich. Sam sonríe con chulería.

—A Edmund, de tercero.

—Es guapo —comento, para incluirme en la conversación.

—No, Holland, querida. Esto es ser guapo —me corrige Blake, mientras señala a Mason con un dedo—. Edmund está como un tren.

Mason pone los ojos en blanco.

—Muy graciosa.

—¿Y si te dice que no? —interviene Finn. Todos lo miramos y él frunce el ceño—. ¿Qué? Hay que ponerse en lo peor, muchachos, para que las cosas buenas nos tomen por sorpresa. Es mi lema de vida.

—Probaré con Carla Andrews —responde Sam, sin inmutarse.

—Demasiado para ser una segunda opción —le reprocha Blake.

—¿Con quién irás tú, Holland? —me pregunta Mason. Me esfuerzo en responder rápido porque no quiero crear expectación entre mis amigos.

—Por suerte, sola.

Sam me sonríe y Finn choca su hombro con el mío.

—Puedes venir conmigo. No creo que encuentre pareja, así que podemos ir como amigos y fracasar los dos juntos —propone.

Sonrío. Es un chico adorable. Sin embargo, me entristece que no tenga esperanzas de encontrar a alguien que quiera acompañarle. Blake busca mi mirada y entiendo que se nos ha ocurrido la misma idea.

—No voy a ir contigo al baile, Finn, pero te buscaré pareja. ¿Qué te parece?

—Que confías demasiado en ti misma —responde, canturreando, y eso me hace reír.

No obstante, mis carcajadas cesan inmediatamente. Mason se vuelve hacia Alex.

—¿Has pensado en invitar a la chica del Brandom? —le pregunta.

De pronto, Alex sale de su ensimismamiento. Pestañea con aturdimiento y niega, aunque no parece muy convencido. Mi corazón empieza a latir a toda velocidad. Mason pone los ojos en blanco.

—No seas imbécil. Parecía interesada.

—¿Qué me he perdido? —inquiere Blake.

Es una suerte que haya preguntado, porque necesito saber qué ocurre.

—Alex ligó el sábado sin querer —nos explica Finn.

—Y tanto que fue sin querer. La chica se acercó a hablar con él y le faltó poco para salir corriendo. Recuérdame que te dé algunos consejos para la próxima vez —añade Mason, riéndose de su amigo. Debe notar la incomprensión en mi mirada, porque agrega—: Fue cuando tú estabas fuera, con Gale.

Se me cierran los pulmones. De forma que, mientras yo discutía con mi novio por su culpa (al menos, en parte), Alex estaba ocupado conociendo a otra chica.

Siento que me mira disimuladamente, pero actúo como si no me diese cuenta.

—No necesito consejos porque no fue nada —se apresura a aclarar—. Solo quería saber si la canción era nuestra, le dije que sí y se fue.

—Pero estaba moviendo las pestañas así —rebate Finn, parpadeando como si quisiera espantar a una mosca.

—Las tías hacen eso para ligar —corrobora Mason.

—No —decimos Blake y yo al mismo tiempo.

He respondido con urgencia y eso no pasa desapercibido para Alex, que se vuelve hacia mí. Le sostengo la mirada mientras trago saliva, incómoda. Entre tanto, Mason y Blake vuelven a enzarzarse en una de sus típicas discusiones.

—¿Cómo ligáis, si no? —demanda Mason, con cierta exigencia.

—Te lo enseñaré cuando le pida a algún chico que venga al baile conmigo —responde Blake, recolocándose el pelo. Mason sonríe.

—Vas a venir al baile conmigo.

Blake alza las cejas.

—¿Disculpa?

—Está bien. Reestructuro la frase. ¿Vendrás al baile conmigo?

—¿Crees que puedes pedírmelo así, sin más, y que te diré que sí?

La mesa se queda en silencio. Mason frunce el ceño.

—¿Sí?

—Efectivamente. Pero solo por esta vez. Cúrrate tus pasos de baile o te obligaré a bailar con Dodo durante toda la noche.

Dicho esto, atrayendo las miradas de todos, Blake se levanta para comprar una chocolatina en la máquina expendedora. Mason choca puños con Sam y me echo a reír. A mi lado, Finn resopla, compungido.

—¡No puede ser tan fácil! —se queja. Alex y yo cruzamos miradas, pero solo durante un segundo, porque las desviamos rápidamente.

En efecto, Finn, no lo es.

El resto de la mañana transcurre con tranquilidad. Me propongo, como ya es habitual, evitar a Alex tanto como me sea posible, y los demás se turnan para acompañarme a clase porque Blake les ha contado el incidente que he tenido con Ryan esta mañana y no quieren que pase nada similar.

Estamos a mediados de trimestre y cada vez tenemos más exámenes. Me entregan las notas de inglés y de matemáticas, y me llena de orgullo comprobar que, pese a todo, mantengo mi media de sobresaliente. Mi boletín estará una vez más lleno de nueves y de dieces. Unas mesas por delante de mí, Alex también ha recibido sus calificaciones. A juzgar por su expresión, no debe haberle ido muy bien.

Aparto la mirada y actúo como si no me muriera de ganas de acercarme a hablar con él.

Sam me espera a la salida para que volvamos juntos a casa. Hoy los chicos han decidido tomarse un descanso de sus ensayos, que cada vez son más intensos. Hablamos sobre todo en general, siempre intentando —por mi parte, claro, porque él quiere justo lo contrario— obviar el tema de Alex y de sus supuestos sentimientos por mí. Terminamos comentando posibles candidatas sobre Finn y llegando a la conclusión de que va a costarnos encontrar a alguien que encaje con una persona tan extravagante como él.

Como de costumbre, nos despedimos en la puerta de mi casa. Subo las escaleras del porche y silbo distraídamente mientras forcejeo con la cerradura. En mi urbanización no hay ningún coche como el suyo, de un color rojo tan flamante, y eso debería haberme advertido de que algo va mal, pero ni siquiera me fijo en que hay uno aparcado justo delante de mi casa.

De manera que, cuando entro, la realidad me cae encima como un cubo de agua fría.

—¡Holland, cariño! Estábamos esperándote —exclama mi madre, e intercambia una sonrisa con el señor y la señora Fullman, que se levantan para saludarme.

De pie junto a sus padres, él esboza una sonrisa que hace que se me revuelva el estómago. Gale.



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Os recuerdo que Cántame al oído y Dímelo Cantando están disponibles en físico gracias a la editorial Wonderbooks <3

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