Marcada Por Un Mafioso©

By Crowe_Raven_

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⭐Trilogía Obsesión💎 Libro I ⚜⚜⚜⚜⚜⚜⚜⚜⚜ Adam el diablo italiano como lo conocen en el mundo... More

😐Advertencia⛔
❤Personajes❤
Prólogo ✔
Capitulo 1 ✔
Capitulo 2 ✔
Capítulo 3 ✔
Capitulo 4 ✔
Capitulo 5 ✔
Capitulo 6 ✔
Capitulo 7 ✔
Capitulo 8 ✔
Capitulo 9 ✔
Capitulo 10 ✔
Capitulo 11 ✔
Capitulo 12 ✔
Capitulo 13 ✔
Capitulo 14 ✔
Capitulo 15 ✔
Capitulo 16 ✔
Capitulo 17✔
Capitulo 18 ✔
Capítulo 19 ✔
Capítulo 20 ✔
Capítulo 21✔
Capitulo 23✔
Capitulo 24✔
Capitulo 25✔
Capitulo 26✔
Capítulo 27 ✔
Capítulo 28✔
Capítulo 29✔
Capítulo 30✔
Capítulo 31✔
Capitulo 32✔
Capitulo 33✔
Capitulo 34 ✔
Capitulo 35 ✔
Capítulo 36 ✔
Capitulo 37 ✔
Capitulo 38✔
Capitulo 39✔
Capitulo 40✔
Capitulo 41✔

Capítulo 22✔

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By Crowe_Raven_



Katherine.

Tres meses.

Sonreí al ver la foto de mi bebé. Para el sexo faltaba un mes y medio. Adam besó mi cuello acariciando mi pequeña barriguita con forma de pico por debajo del ombligo.

—Estoy tan feliz. —susurró.

—Vas a malcriar a tu retoño, lo estoy viendo venir. —bromeé.

—Como debe de ser.

Reí y me giré entre sus brazos.

—¿Te imaginas que fuera niña? —alcé las cejas con énfasis.

—Mientras no fuese como tú. —mi abuela nos miró desde el sofá.

La noticia no le hizo mucha gracia, no podía evitar compararme con mi madre. Embarazada desde muy joven, sin casarse. Creía que la historia se estaba repitiendo y no sabía cuánto. Ella no tenía idea a que se dedicaba realmente Adam, tampoco se lo diría. Algunas cosas simplemente era mejor mantenerlas ocultas.

—Abuela. —me quejé con falsa ofensa.

—Lo siento mi corazón, pero es la verdad. Eras traviesa y cabeza dura. Todavía recuerdo cuando le pusiste pegamento al correo del vecino o cuando te apareciste con un perro callejero y lo subiste a tu cuarto con la excusa de que no querías que pasara frío.

—¡Iba a llover abuela! —me excusé por enésima vez. — Al final no me dejaste tenerlo y llamaste a la perrera. —le recriminé. —Te dije que no lo iba a olvidar.

—Cuando aquello, pasabas de las cosas cada cinco minutos y un perrito necesita toda la atención.

—Mmm. —me hice la desentendida porque tenía razón. —Aun así, quería un perrito.

—¿Te gustan las mascotas?

Asentí mirando a Adam quien me había hecho cosquillas al hablar sobre la piel sensible de mi cuello.

— Juro por dios que el vecino se compró un perro solo para hacerme sufrir por la broma del correo. Maldito. —mascullé ganándome una mirada reprobatoria de mi abuela.

No le gustaba que maldijera o tuviera sentimientos negativos. Se infartaría si supiera que me he enamorado de un ser que cuando quiere puede ser oscuro y despiadado.

Saliendo del hospital nos encontramos a Ian que nos recibió con expresión afable. Arrugó el ceño acercándose.

—¿Están bien? —miró preocupado entre mi abuela y yo.

—Sí. Vine a por el chequeo médico. —una expresión de confusión se dibujó en su rostro. Él era quien llevaba mis chequeos médicos para el problema que había tenido cuando el ataque de pánico. Por lo que especifiqué con miedo a que pensara que lo estaba cambiando. —Con la ginecóloga.

Su rostro palideció. ¿Estaba enfermo?

—¿Estas bien?

—Si, es...guao. Felicidades. —me dio una sonrisa tensa.

—No explotes de alegría. —ironizó Adam de manera burlona.

—Te veré la semana que viene en consulta. Si me disculpan tengo pacientes que atender. —se fue despidiéndose con la mano de forma breve.

Ambas comisuras de mi boca se estiraron hacia abajo sin saber que bicho le había picado. Tal vez Adam tenía razón y él si estaba interesado en mí. Supongo que lo averiguaré en la próxima consulta.

—Odio que todavía le tengas que ver.

—Estaremos visitando mucho este lugar, así que no tienes otra opción que verme hablando con él. Razón principal por la que no quiero que me acompañes a las consultas de él.

El estómago hizo un ruido anunciando que era hora de comer de nuevo. Había ganado unos kilitos rellenando mis muslos, mis pechos, los brazos. Fuimos a August, era la primera vez que salíamos a comer los tres juntos. Me sorprendió ver la destreza de mi abuela con el menú y los protocolos. Bastante raro para una simple descendiente de unos italianos inmigrantes. Parecía una cortesana. Por el rabito del ojo observé a Adam mirarla en la misma luz que yo.

—No sabía que se te daba bien todo esto. A pesar de que venimos de emigrantes pobres. —dije en voz alta.

—He visto muchas películas y a esto lugares no puedes ir con la cabeza baja. Siempre segura y destilando confianza. —se acercó a nosotros de manera cómplice. —¿No ves como el cuarentón de allá atrás no deja de verme? Es cuestión de minutos a que se haga ver.

Sonreí negando con la cabeza y mis cejas se alzaron cuando el camarero llegó con una botella de champán, regalo del cuarentón.

—Regrésala. Angélica Rinaldi no acepta menos de un Louis Roederer.

Adam alzó la comisura del labio sin decir una palabra.

—Diecinueve mil dolores. Le vas a dar un infarto.

—Veremos si vale la pena. —murmuró con una sonrisa perdida.

El cuarentón abrió los ojos grandes mirado a mi abuela en hito. Habló con el mesero y se fue.

—Lo espantaste.

—No tiene lo que debe tener. —se encogió de hombro. —Tu abuelo era un muerto de hambre cuando lo conocí. ¿Y sabes que me dijo cuando le advertí que solo me tendría cuando me diera esa botella de champagne? —rio despampanante contagiándonos la risa. —No te lo diré, son cosa que ningún descendiente nuestro debería oír. Pasó ocho años reuniendo el dinero a pesar de que me había logrado enamorar. En nuestro cuarto aniversario de casados, me la dio. La botella no era lo importe en esta historia, ni tampoco el dinero, era la capacidad de hacer hasta lo imposible por la persona que quieres y demostrárselo en el proceso aun si sangras por ello. —ella miró a Adam. —No quiero menos para mi nieta.

—No lo tendrá, lo prometo.

Con los ojos aguados por la emoción de la historia, tomé la mano de mi abuela.

—Nunca me constaste eso del abuelo.

—Cariño, no todas las historias deben ser contadas y algunas solo deben hablarse cuando el momento llegue. Ahora, deja esa carita de perrito apaleado y dime que piensas hacer con la escuela.

Nos enfrascamos los tres en los planes que tenía para mi educación. Por suerte salió convencida de que la universidad online sería lo mejor dado que Adam era una persona de negocios que inevitablemente tenía algún que otro enemigo y él no iba a correr el riesgo. Ante eso se echó a mi abuela en un bolsillo.

Abría la maleta sobre la cama.

—¿Qué me debería llevar? —pregunté sin tener idea.

—Es solo por una semana. Llévate lo más cómodo, si necesitaras algo más, te lo compro allá.

—Pero el vestido de la fiesta...

—Gio me dijo que sería su regalo de bienvenida. Como un gesto de disculpas por haber escuchado la llamada.

Pasé una hora armando y desarmando la maleta. Este era el problema de tener tanta ropa, que no sabes que ponerte, yo no pasaba este trabajo cuando tenía mi guardarropa modesto. Solo cogía lo que tenía y listo. Adam preparó la suya en quince minutos. Me miró con gesto divertido, solo llevaba una maleta mediana cuando yo tenía la enorme y las cosas casi ni me cabían.

— ¿Cuánto tiempo te dije que nos quedaríamos?

—Una semana. ¿Por qué?

Miró mi maleta con aprensión.

—Por lo que veo, tú quieres pasarte un año.

Le saqué la lengua porque sí. No me avergonzaba de parecer muy infantil y no iba a comenzar ahora.

— ¿Me ayudas? ¿Porfis?

Lo miré con ojitos saltones y le pestañeé muchas veces. Se burló de mi intento inútil de seducción.

—Sabes que caigo rendido a tus pies con solo abrir la boca. —masculló por lo bajo abriendo la maleta. Sacó cosas y más cosas. Me iba a dejar desnuda el muy malnacido. — Listo.

Lo confirmé cuando vi que lo único que había aparte de mis cremas y champú, eran braguitas y ropa de dormir.

—¿Tú me piensas dejar desnuda en Italia?

—Esa es la idea. — me besó el cuello.

—En la fiesta daré un buen espectáculo con ese camisón casi transparente.

—Nadie te verá desnuda o en camisón, a menos que sea yo. Ya te dije que tendrás todo en cuanto llegues.

—¿Todo a cuenta de Gio? —pregunté apenada. —Todavía me muero de la pena recordar el bochorno.

Se encogió de hombros. Conocí a su primo el otro día por teléfono con mis mejillas coloradas, lo hizo mejor, el que fuese gracioso y no hubiese tocado el tema.

—Casi te mueres, pero de los orgasmos que te di. — rio en el hueco de mi cuello.

—Me encantó. —murmuré suave

—Creo que esto del embarazo le estoy cogiendo el gustillo. Debería dejarte embarazada de por vida. Así que cuando mi hijo o hija nazca voy a embarazarte de nuevo y cuando termines ese, lo voy a volver a hacer. Y así, hasta tener un equipo de fútbol completo.

Me reí de sus idioteces.

— ¡Estás loco! Si piensas que seré una fábrica de mini diablitos, estás cucú. —rodé mi dedo al lado de la cien haciendo el gesto de locura.

—Por ti mi amor, solo por ti.

Tarde en la noche me removí intranquila en la cama. Me desperté varias veces en la noche hasta que caí rendida en un sueño que se sentía como una pesadilla.

—Mira Abuelita que perrito más lindo. — apunté mi manita hacia el cachorro recibiendo una sonrisa de su parte. Me volteé para seguir jugando con él. Empezó a correr y yo le caí atrás. Era un parque grande lleno de colores y muchos niños con sus padres. De pronto tropecé raspándome las manos al caer. Mi boquita se transformó en un puchero, pero unos brazos grandes me levantaron encontrándome con un hombre grande con ojitos como los míos que me miraba preocupado.

—¿Estás bien, pequeño diamante? — lo miré con ojos grandes porque sabía que, si tuviese papá, sería como él. Asentí con la cabeza a su pregunta. — No deberías correr de esa manera, te podrías hacer daño.

—Estoy bien— dije cohibida. — Tienes mis ojitos.

Una sonrisa cálida se dibujó en su cara iluminándole los ojos ahumados.

—¿Te molesta?

—Nop, mi papi los debe tener igual ¿tú lo conoces?

—Puede que lo conozca. — mi corazón empezó a emocionarse. — Pero es un secreto ¿Vale? — asentí enérgica. —Yo soy tu papá, mi tesoro.

Los ojos se me querían salir de la cara. Lo primero que hice fue abrazarlo fuerte.

— Pequeña, no le puedes decir a nadie ¿Vale? Es peligroso para ti y para tu abuelita.

—Pero si tú eres mi papi ¿Por qué no estás conmigo?

—Hay cosas que ahora no entiendes, pero un día cuando crezcas entenderás. — sus ojos se empezaron a mojar. — Que papi tuvo que ausentarse para que tuvieras una vida segura, lejos de todo lo malo.

—Pero quiero a un papi para llevarlo a mis amigas y más a la pesada de Hanna que se la pasa molestándome todo el tiempo porque no tengo papá ni mamá. Quiero un papi para que me lleve a la escuela y me dé besitos como los otros padres les hacen a sus hijos. Quiero un papi que me arrope por las noches o duerma conmigo cuando esté lloviendo y tenga miedo a los truenos. Yo solo quiero un papi...

— Papi te ama con la vida y te promete estar ahí para ti en todo momento, aunque no lo veas, yo siempre voy a estar ahí. — su pecho se estremecía y sus mejillas estaban llenas de lágrimas.

Abrí los ojos desorientada con llorando. Adam me abrazó besando mi cabeza.

—Ya pasó, fue una pesadilla.

Sollozaba porque lo quería encontrar y ni los medios de Adam habían podido dar con él. El hombre se había desvanecido de la faz de la tierra.

—Creo que fue un recuerdo de mi papá cuando niña.

Me limpie las lagrimas tratando de calmarme.

—No sabía que tenía ese recuerdo. —susurré con los labios temblorosos. — ¿Qué pasa si tengo más como esos y no logro recordarlos?

—No vas a resolver nada abatiéndote por ello. ¿Recuerdas como es? ¿Su cara?

—No con gran detalle, pero si veo alguna foto de él lo reconocería. Sus ojos son iguales a los míos.

Me sostuvo en sus brazos hasta que el sol despertó de su letargo. Levantarme de la cama fue el desencadenante para correr hacia le baño y botar todo lo que me había comido en una semana. Los olores me empezaban a molestar, incluso el aromatizante del baño. La mano de Adam me sobaba la espalda mientras me lavaba la boca.

—Supongo que empezaron los malestares mañaneros. —dijo.

Haciendo una mueca por la punzada en las sienes, asentí.

—¿Quieres que me quede? —preguntó girándome hacia él.

Mi niña interior se acarameló toda mimosa y asentí, pero después negué cuando me pareció absurdo.

—El malestar lo tendré por un tiempo y necesitas salir a trabajar para mantener a esta panza en aumento. Estaré bien, si me llegó a sentir muy mal, te llamo.

—Me pregunto cuándo me llamarás para decirme que te quieres correr...—ahogué un jadeo al sentir su mano entre mis piernas con solo las bragas de por medio.

—Después del último fiasco me lo tengo que pensar muy bien. —murmuré abriendo las piernas para darle mas acceso.

—Quiero que me llames para cualquier cosa y cuando digo cualquier cosa, abarca todo.

Introdujo dos dedos en mi canal expandiéndolo con cada estocada, preparándolo para su gran miembro. Le gustaba tentarme y hacer que le suplicara por su polla, pero esta mañana tenía los ánimos desequilibrados.

—Métemela de una vez, maldita sea. —escupí entre dientes agarrándolo del chándal hasta las rodillas deleitándome con la vista en el momento en que su amigo rebotó erecto ante mí.

Me senté en el mármol del tocador abriendo mis piernas esperando a que atacara. Cuando no lo hizo, lo fulminé con la vista.

—¿A qué esperas?

—Estás últimamente gruñona. —se burló.

No tenía paciencia para burlitas. Lo atraje hacia mi por la camisa colocándolo entre mis dos piernas. Mi mano lo posicionó en mi entrada mientras el me miraba divertido. Con mis pies lo empujé hacia mí, empalándome con su maldito chorizo. Gruñó en mi oído mientras lo enterraba más a mí.

—Dios que rico te siento. —musité.

Sus caderas comenzaron a moverse con pequeñas estocadas que hacían rebotar mis senos mientras su boca chupaba y mordía mi cuello.

—Oírte murmurar incoherencias mientras tu cara se contrae de placer, me da vida.

Su dedo tocó ese nudito de nervios encima de mi entrada haciendo que mi cabeza tocara el espejo mientras me arqueaba. Nunca aumentó o disminuyó el ritmo, era una completa tortura sentir que llegaba a la cima poco a poco. Gimoteé cuando se encajó más haciendo que me apretara contra su polla mientras se descargaba en mi interior.

—Te amo. —susurré lánguida.

—Yo lo hago más. —murmuró mientras me limpiaba.

Me acostó en la cama con un beso en la frente hasta que los parpados se me cerraron. Al abrirlos ya Adam se había ido a trabajar. Aproveché la mañana para inscribirme en las materias de este año. No podía decir que estuviera emocionada de estudiar en casa, lo odiaba, pero comprendía perfectamente porque tenía que hacerlo. Después de hablar con la abuela y con Marie, me aventuré en la cocina. Saqué los ingredientes para unas galletas de chocolate con almendra. Era mala en la cocina, pero en algún momento tendría que superarme, pensaba alimentar a mis hijos con comida hecha por su mami. Solo esperaba que, para ese entonces, supiera diferenciar la sal de la azúcar.

Dos horas después la cocina estaba hecha un desastre y las cosas que se suponían que eran galletas, estaban sin forma y quemadas. Limpiar la cocina me llevó otra hora más. Derrotada agarré el móvil con los labios temblorosos.

—Nena. —saludó Adam.

—Voy a ser una madre terrible. No voy a poder hacerles ni siquiera el desayuno a mis hijos porque se viene la casa abajo. Tengo antojos de galletas de chocolates con almendras. Las intente hacer y quedaron horribles. —se me aguaron los ojos.

—Respira. Estoy seguro de que algo quedó rescatable. —miré hacia la bandeja.

—Están negras y no es porque me pasé de chocolate. Cómprame galletitas, vejete. Me siento que voy a morir si no las pruebo.

—De acuerdo, ¿algo más?

—Puedes traerme una pizza extragrande con triple de queso, camarones y mucho kétchup.

—El kétchup es para los espaguetis...

—No pedí consejos culinarios, anciano. Y ciertamente nuestro bebé tampoco. Apúrate y no demores.

Colgué irritada y eché a la basura los tostones quemados.

Me paseé por la sala contando los minutos, me puse el televisor y no logró distraerme de las ansias de comer galletas. Cogí el móvil y ordené una bolsa de golosinas que estaba en oferta. El repartidor estaría en menos de quince minutos en la puerta. Error. Veinte minutos después llamó por el intercomunicador, uno de los guardias. Que no podían dejar pasar al pobre tipo. Bajé como fiera con rabia y al abrirse las puertas, caminé hacia los dos guardaespaldas que estaban bloqueando al adolescente vestido de repartidor.

—Señora no debería estar aquí abajo.

—Yo estoy donde me plazca. Si no lo ibas a dejar subir, pues bien podías haber tomado la entrega y llevármela.

Tendí mi mano hacia el joven quien me dejó la bolsa, asustado, para devolverse hacia su moto. Cogí dos paquetes de caramelos y bombones, y se los dejé a Joe en el mostrador. Me senté junto a él. No tenía ganas de regresar arriba. No me gustaba estar sola tanto tiempo.

—Me malcrías. —bromeó.

—Así que... ¿Has vuelto a saber de la italiana?

—No. Pero si de féminas vamos a hablar. Martin le echó el ojo a tu abuela.

—¿Qué? —casi grité. —El viejo Novak no pondrá sus libertinos ojos en mi abuela. Que me sé sus andanzas con las señoras del bingo.

—No tienes nada de que preocuparte, tu abuela se encargó de ponerlo en su sitio.

Arrugué el ceño.

—¿Le dijo que le comprara una botella de champan?

—No, le dijo que si era capaz de durar quince segundos sin viagra. —abrí los ojos como plato tratando de no reírme mientras Joe se quedaba viendo un punto fijo perdido en el recuerdo. —Lo que presencié fue una masacre en menos de dos segundos. Tu abuela me da miedo.

—Mi abuela mola. —respondí orgullosa.

Ya me había comido dos barritas de chocolate con leche cuando Adam entró al edificio. No me vio detrás del mostrador. Cargaba unas bolsas de comida frente al elevador. Silbé admirando su culo entallado en esos pantalones Armani. Giró su cabeza sorprendido de verme abajo. Entré al elevador esperando a que se cerrara para dejar mi bolsa de chucherías en el suelo.

—¿Qué...? —comenzó, pero no lo dejé terminar. Las puertas del elevador se cerraron.

Me abalancé sobre él sacándole el pasmo a besos y lengua. Sentí las puertas abrirse de nuevo, mis manos tomaron sus bolsas y salí corriendo hacia la cocina.

—Eso no se vale. —gritó desde la sala.

—Eso fue un incentivo de lo que te daré, si lo que me trajiste es de mi agrado.

—Traje lo que te pedí. —se encogió de hombro.

—Exacto. —lo miré picara.

Cogí una de las galletas y me la metí toda en la boca gimiendo por lo rico que estaba. Abrí la caja de la pizza y tomé una rebanada. El queso deslizándose lentamente por ella me abrió más le apetito. Casi lloro cuando di la primera mordida.

Sentí el calor de él a mi espalda. Tomé otra rebanada de pizza y se la entregué.

—Sí que está rica.

—No ofendas a la pizza, de deliciosa para abajo sería un insulto.

—Tu si estás deliciosa.

—Por ahora, anciano.

—Incluso cuando seas una viejita, me parecerás deliciosa.

Me giré tragando.

—Para ese entonces te habrás acabado la farmacia de viagra. Bueno no creo que te falte mucho para empezar.

Soltó una risa baja y caliente. Sacó de la bolsa un pomo de Nutella. No se lo había pedido, pero le daba diez por la iniciativa. Arrugué el ceño cuando vi que se quitaba los pantalones quedándose desnudo. A su erección le untó la crema de chocolate haciendo que tragara fuerte.

—¿Qué haces? —lo reclamé cerrando la caja de la pizza mientras él caminaba fuera de la cocina.

Le caí atrás como una adicta hacia la droga que llevaba entre las piernas. Me olvide de galletas, de la pizza, yo solo quería probar la Nutella en su polla. Al llegar a la sala lo vi en el sofá con las piernas desparramadas y la polla empastada de Nutella sobre su abdomen firme y musculoso, mientras se metía par de cucharadas de la crema directo del pomo. Me quité la ropa con hambre y deseo. Mis entrepiernas estaban goteando y mis pezones duros como guijarros.

Arrodillada frente a el tomé su polla entre mis manos subiendo y bajando por la fricción resbaladiza de la crema. Una vez terminado con su abdomen, me concentré en su polla. Lamí, chupe y raspe con mis dientes sacándole pequeños gruñidos y haciendo que su mano se tensara sobre mi cabeza en un puño con mi pelo. Me la tragué completa probando la Nutella y su semilla al mismo tiempo. Tomó menos de tres segundos tumbarme en la alfombra del piso para abrirme completa y verter la crema en mi hendidura. Su lengua atacó sin compasión sacándome gemidos y jadeos que se convirtieron en gritos rogando tenerlo adentro. No me complació como esperaba. Sino que se deleitó en usar su lengua sobre mi hasta que me corrí. Su lengua era divina pero su polla lo era más. Lo miré enfurruñada.

—Quería tu polla.

—Tú misma lo dijiste. A este anciano le queda poco para que ya no funcione. Tienes que irte acostumbrado porque viagra no voy a tomar.

—¿Cuándo le has hecho caso a las barbaridades que digo? —acusé sin creerme que no me iba a dar su polla.

Se encogió de hombros indiferentes. Me acosté en la alfombra de nuevo con las piernas abiertas hacia él. Metí dos dedos en mi interior y la otra mano masajeando mis senos sin quitarle los ojos de encima. Para mi satisfacción su miembro cobró vida poco a poco hasta estar erecto. Me abrí mas contoneando mis caderas.

—¿Me vas a dejar así? —musité mordiéndome el labio.

Entrecerró los ojos teniendo una lucha interna de si seguir con su jueguito o mandarlo todo a la mierda. Bueno, yo no tenía mucha paciencia. Me levanté y lo tumbé como Luciano me había enseñado en los entrenamientos. Sin darle tiempo a nada, me senté a horcajadas tomándolo hasta la empuñadura.

—Mierda Katherine. —tomó mis caderas balanceándolas al ritmo que quería. —¿Tan mal me quieres en tu interior?

—Si. Eres mi antojo favorito, anciano

—Pues toma todo de mí. Déjame seco. —mis caderas saltaron sobre él con ritmo y rapidez. —Exprime hasta el último vestigio de autocontrol que me queda. —Descargando sus jugos en mí, gimió unas palabras torturadas. —Sin ti, mi mundo no existe.

Su voz tenía reflejaba lujuria, miedo y pasión.

—Soy tuya, anciano. —bajé su mano a mi vientre haciendo que la emoción se reflejara en sus ojos en forma de lágrimas estancadas. — Somos tuyos, ahora y para siempre.

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