Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

11 | Los archivos del despacho de dirección

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By InmaaRv

11 | Los archivos del despacho de dirección

ALEX


«Me gustó la canción y quería volver a escucharla»

«Me gustó la canción»

«Quería volver a escucharla»

¿Quería volver a escucharme?

Suspiro, agotado, mientras me dejo caer sobre la cama con los brazos abiertos. Deben ser las 16:50 y, según mis cálculos, hace veinte minutos que debería haber salido hacia el instituto. Solo llevamos tres días de castigo y me he saltado dos. A este paso, el director no tardará mucho en llamar a casa para advertir a mi padre acerca de mi comportamiento «rebelde e irresponsable», y eso no encaja en absoluto con nuestro concepto de tener un año tranquilo.

También me he perdido parte de las clases de esta mañana. Me preocupa no haber ido a matemáticas, pero no habría soportado seguir en el instituto. Me duele todo el cuerpo. Tengo moratones en el estómago y mi cara tiene un aspecto terrible. Sin embargo, eso no es lo peor; llevo conmigo las marcas de una derrota, y me avergüenzo de ellas y de mí. Siento que soy un fracasado. Más que eso: soy patético. Patético e inútil.

Ni siquiera pude devolverle los golpes.

Me llevo las manos a la cara y ahogo un gemido frustrado. «Desastre. Eres un desastre. Desastre, desastre, desastre, desastre».

Vuelvo a resoplar, y seguidamente me incorporo para mirar a mi alrededor. Mi habitación es pequeña y está desordenada. Hay cientos de papeles esparcidos por el escritorio. Son canciones. O ideas de canciones. Ideas terribles. Ahora que formo parte de una banda, aunque sea temporalmente, no dejo de rebanarme los sesos en busca de algo que merezca la pena. No debería haberles dicho a los chicos que componía. Saber componer implica hacerlo bien y, visto lo visto, no tengo ni idea de cómo se hace.

«Me gustó la canción y quería volver a escucharla». Hago una mueca. Holland Owen, sal de mi cabeza.

Cuando levanto la mirada, me encuentro con la pared a medio pintar que hay junto a mi cama. Está llena de blanco y, en grande, se observan las patas de un piano al que le faltan parte de las teclas y la cola. Cualquiera que viniera aquí y lo viera, así, casi majestuoso, pensaría que es una obra de arte. Una obra que nunca nadie llegará a terminar. Trago saliva.

Un sentimiento muy doloroso se me cuela en el pecho. Culpa. Aprieto los labios y cierro los ojos. ¿Qué he hecho?

Necesito salir de aquí.

Me levanto a toda prisa, cojo mi mochila y salgo al pasillo. Vivimos en un apartamento de una sola planta que no tiene más de noventa metros cuadrados. Como sé que Blake estará con papá en la cocina, me siento tentado a ir directamente al salón. Mis piernas cambian de idea en el último momento. Cuando me adentro en el cuarto, mi hermana está sentada en la mesa en donde comemos, tecleando en su teléfono móvil.

Mientras tanto, mi padre está terminando de lavar los platos. No podemos permitirnos poner el lavavajillas, así que solemos turnamos para hacerlo.

Ninguno decae en mi presencia. Me siento en una silla, molesto, y abro la mochila para sacar mi cuaderno. Estoy de mal humor y mi carácter no pasa desapercibido para Blake, que levanta una ceja.

—¿Qué bicho te ha picado? —pregunta, la muy maldita. Resoplo con desgana.

—Más bien, yo diría que ese bicho me ha pegado una paliza.

—Ese ojo va a necesitar más hielo —interviene papá. Acto seguido, saca una bolsa de almejas del congelador y me la tiende. Dudo, pero acabo cogiéndola—. ¿Vas a contarme lo que ha pasado? —añade, recostándose en la encimera.

Esta mañana he tenido que llamarle para avisarle de que iba a saltarme las clases. Ahora me pasa lo mismo que entonces: aunque abro la boca para intentar explicarme, es inútil, porque no sé por dónde empezar.

Así que Blake decide hacerlo en mi lugar.

—Se ha peleado. Por una chica.

Me vuelvo rápidamente hacia ella con los ojos entrecerrados. Bueno, con un ojo entrecerrado. El otro está hinchado y negruzco.

Papá silba, divertido.

—¿Nombre? —pregunta. Mi hermana sonríe.

—Holland.

—Es bonito. Me gusta.

—Es una compañera de clase —me apresuro a aclarar.

—Que te gusta —añade Blake.

—No es verdad. De todas formas, todo esto ha sido culpa tuya.

Siento la mirada de mi padre taladrándome la nuca. Cuando me giro, descubro que está sonriendo. Tiene un rostro amable, cercano, aunque lleve una de esas camisetas tan feas que siempre utiliza para ir al taller. Blake y yo hemos heredado sus ojos oscuros y el pelo castaño que —hasta hace poco— crecía sobre su cabeza. Siempre me he preguntado de dónde diablos habrá salido mi estatura antinatural, porque mide diez centímetros menos que yo.

Se limpia las manos con el trapo antes de dejarlo sobre la encimera.

—Espero que esa chica merezca la pena —dice. A juzgar por su tono, es evidente que está orgulloso. Me hundo en el asiento.

Se ha imaginado una versión de la historia que no se asemeja en nada a la realidad. Si conociera los detalles, no parecería tan satisfecho. Al contrario. Sentiría vergüenza ajena. Lo de esta mañana no ha sido un acto de valentía, sino una humillación. He dejado que me pateen y me golpeen y no he hecho nada al respecto. Eso me convierte en un inútil. Tiene un hijo inútil, patético, que no sabe defenderse y que siempre se está metiendo en problemas.

Un hijo que, además, ahora incumple sus promesas.

La ansiedad me carcome el estómago. ¿Cuánto tardará Blake en enterarse de lo que he hecho? ¿Le habrán contado ya Mason y Finn que he decidido unirme a su banda?

Me vuelvo hacia ella enseguida. Entonces, veo que tiene el ceño fruncido. Empiezo a temerme lo peor; sin embargo, lo que dice no tiene nada que ver con la música.

—¿Por qué es culpa mía? —replica, arrugando la frente—. No he hecho nada.

—Porque sabía que, si hubieras estado allí, te habrías lanzado a por Gale sin dudarlo. Deberías haber escuchado cómo le habló a Owen. Me has soltado tantas charlas sobre respeto e igualdad que no pude contenerme. Así que esto —añado, señalándome la cara— ha sido culpa tuya.

Resoplo, molesto, abro mi cuaderno y empiezo a garabatear en una esquina. Pero la cocina se queda entonces en silencio, y algo me hace levantar la cabeza. Blake intercambia una mirada con papá antes de inclinarse sobre la mesa, sonriendo. Me da un apretón en el brazo.

—Estoy orgullosa de ti —susurra. El corazón se me acelera.

—¿Por qué? —demando, e intento controlar mis impulsos—. No sirvió de nada que me enfrentase a él. Acabó dándome una paliza de todas formas. No tienes motivos para sentirte orgullosa. Soy un perdedor, Blake.

Decirlo en voz alta lo vuelve aún más real. Ahora tengo un sabor amargo torturándome el paladar. Aprieto los labios mientras espero a que mi hermana me dé la razón, pero se queda en silencio, observándome. Pasados unos segundos, me pregunta:

—¿Volverías a hacerlo?

—¿Qué?

—Si mañana te encontrases en esa misma situación y escucharas cómo humilla a Holland delante de ti, ¿volverías a hacerlo? ¿Volverías a involucrarte?

Sí. La respuesta se clava con estacas en mi cerebro. Aún no he olvidado lo que sentí al verla así: tan despreciada, tan vulnerable. La tristeza oscureció sus ojos y, después, juraría que no quedó ni rastro de la confianza que siempre muestra en sí misma. Pienso en que la critican por los pasillos, incluso más que a mí; y en que no es justo. Todos esos insultos tendrían que ser para Gale.

Está aprovechándose y riéndose de ella. Ha estado haciéndolo desde hace tiempo. Me pregunto qué pensará Owen de todo esto. ¿Por qué lloraba esta mañana? ¿Le asustaban las consecuencias que nuestra pelea pudiera tener para Gale? ¿Hasta qué punto está sometida a ese chico? ¿Es la primera vez que él le habla así? ¿Cuántas veces ha tenido que soportar sus gritos? ¿Acaso no tiene a nadie que le abra los ojos?

La rabia corre por mis venas y me hace apretar los puños. Intento relajarme mientras asiento con la cabeza. Claro que volvería a entrometerme. Una y mil veces más.

—Sí —respondo con dureza—. Lo haría sin pensármelo dos veces.

Blake amplía su sonrisa.

—Entonces, sí que tengo motivos para estar orgullosa —afirma, poniéndose en pie. Nuestras miradas conectan. Le brillan los ojos—. Sabes que, si lo hicieras, seguramente volverías a llevarte una paliza y, aun así, le plantarías cara sin dudarlo. Eso es lo que importa. Te dan igual las consecuencias. Eres valiente. Y justo. Deberías estar orgulloso de la persona que eres, porque, créeme, yo lo estoy.

No pensaba que su opinión pudiese afectarme tanto. Tomo aire, sobrecogido. Blake me dedica una sonrisa y, con eso, mi desastre se recompone un poco. Tiene razón. Aunque no haya hecho nada especial, al menos lo intenté. Me atreví a plantarle cara. No pude callarme y eso evitó que me convirtiera en un cómplice.

Tengo eso a mi favor.

Puedo ser un inútil, pero soy un inútil justo.

Menudo consuelo, ahora que lo pienso.

Después de eso, nos quedamos en silencio. Blake releva a papá y comienza a limpiar las encimeras. Aprovecho que mi mente ha abandonado su estado de caos para intentar concentrarme. Abro mi cuaderno por la última hoja, donde, caligrafiada de malas maneras, está la letra de esa canción. Aquella que Holland quería volver a escuchar. La que toqué para ella hace unos días, en el sótano.

Le quito el capuchón al bolígrafo con los dientes y escribo: "una y mil veces más".

Quiero meter esa frase en algún sitio.

Golpeo rítmicamente la mesa con los dedos mientras tarareo para mis adentros. Blake se ha puesto los auriculares y es un alivio que no pueda escucharme. Permito que la melodía me guíe, salvaje, hasta lugares desconocidos. Estoy a punto de apuntar otro conjunto de notas en mi pentagrama torcido, cuando llaman al timbre.

La magia se rompe en pedazos, me sobresalto y casi lanzo el bolígrafo contra la pared.

—¡Abro yo! —grita papá, que ya no está en la cocina. Gimo con frustración. Retengo el impulso de taparme los oídos. Mi padre decidió instalarnos una canción navideña como timbre hace unos años y todavía no ha tenido tiempo, según él, para quitarla.

En esta casa, vivimos en una eterna navidad. En una realmente molesta.

—Algún día voy a romper ese cacharro —ladro. Blake se echa a reír.

—Sabes que papá se las ingeniaría para arreglarlo.

De nuevo, tiene razón. Me tapo las orejas e intento volver a concentrarme en mi canción. Entonces, el hombre irrumpe en la cocina, con cara de sorprendido. Me mira y se aclara la garganta.

—Esa tal Holland... —empieza a decir—. Bueno, ¿es pelirroja?

Frunzo el ceño. Debe leer la respuesta en mis ojos, porque señala algo a sus espaldas y añade:

—Me parece que está en la puerta.

No puede ser. Cruzo miradas con Blake y ambos reaccionamos al mismo tiempo. Se oye un estruendo, el de mi silla arrastrándose contra el suelo, mientras mi hermana corre hacia la ventana y aparta ligeramente la cortina. Empieza a saltar, emocionada, y lleva su mirada desde el exterior a mí, como si estuviera viendo un partido de tenis. Me he quedado completamente en blanco.

Como esto sea una broma, no va a hacerme ninguna gracia.

—Es Holland —susurra, y se vuelve hacia mí, victoriosa—. Lo sabía. Oh, Dios, lo sabía.

—Seguramente ha venido a verte a ti —la interrumpo.

Blake se vuelve hacia mí, subiendo las cejas. No pienso salir ahí fuera. Debe olerse mis intenciones, porque, un segundo después, está llevándome a empujones hasta el pasillo.

—Yo no soy quien la ha defendido esta mañana del gilipollas de su novio. Está aquí por ti.

—No es verdad. No tiene razones para...

—Cierra la boca y sal ahí de una vez.

Llegamos al recibidor. Por suerte, la puerta sigue cerrada. Me freno con los pies, ambos nos tambaleamos y, sin querer, me veo reflejado en el espejo que cuelga de la pared. El estómago se me revuelve. Repaso mi ojo amoratado, negruzco, y la herida que, hasta hace nada, sangraba sobre mi ceja. Mi aspecto es penoso. No quiero que nadie me vea así. Menos aún Owen.

Conociéndola, podría utilizar esto para reírse de mí.

Mi hermana comprende enseguida mis preocupaciones y me dice:

—No tienes nada de lo que avergonzarte.

Voy a contestar, cuando papá aparece danzando felizmente por el pasillo.

—De todas formas, siempre puedes intentar taparlo —propone. Acto seguido, se coloca una mano encima del ojo derecho—. Justo así.

—Iros a la mierda —gruño. Holland vuelve a llamar al timbre y pego un respingo. Miro a Blake—. Cuidado con lo que dices.

Pero ella ya está alejándose.

—Vas a salir ahí solo. Ten cuidado tú con lo que dices.

A continuación, me dejan a solas en el recibidor, con el corazón yéndome a mil por hora. Aprieto los labios y me revuelvo el pelo. Vale, soy idiota. Ni siquiera me importa lo que ella piense sobre mí. No quiero seguir mirándome al espejo —solo voy a conseguir deprimirme—, así que tomo aire, me giro y abro la puerta.

Entonces, la veo.

No era una broma. Es Holland.

Y está plantada frente a mi puerta.

Verla hace que me quede sin respiración. Owen se sobresalta, quizá porque he abierto la puerta cuando menos se lo esperaba. Acto seguido, su mirada se desliza lentamente por mi rostro y traga saliva. Aprieto los dedos en torno al marco de la puerta, incómodo. Mientras tanto, ella se fija en mi ojo morado y en mi rostro magullado y, aunque seguramente piensa que parezco imbécil, que soy patético, al menos se digna a no decir nada al respecto.

Aprovecho el silencio para darle un repaso. Se ha cambiado de ropa y ahora lleva unos vaqueros y un jersey grisáceo. Trae unos cuadernos entre las manos; está apretándolos tan fuerte que sus nudillos se han vuelto blancos. Parece nerviosa. Su mirada sube hasta la mía, flexiona los labios y abre y cierra la boca un par de veces.

Transcurren unos segundos hasta que por fin se atreve a romper el silencio.

—Hola —murmura, muy despacio. Continúa inspeccionando mi rostro y la vergüenza se me cuela en el estómago.

—¿Qué haces aquí?

He sido un poco brusco, pero me siento bastante intimidado y mi frialdad me ayudará a ocultarlo. Me recuesto contra la puerta, expectante.

—Quería venir. Necesitaba saber cómo... Es decir, quería asegurarme de que estabas... Solo quería venir. Eso es todo. Yo... —responde atropelladamente. Sin embargo, se interrumpe a sí misma y se obliga a cerrar los ojos para tranquilizarse—. Mi padre es jefe de estudios. Tiene un montón de archivos con información sobre sus alumnos en su despacho. Aproveché que no estaba para colarme y buscar el tuyo. Solo leí la primera página. No sabía dónde vivías y... bueno, quería hablar contigo. Después de lo que ha pasado esta mañana... —Se aclara la garganta—. Sí, necesitaba hablar contigo.

El corazón me salta. Definitivamente, no me esperaba eso. Tengo sentimientos encontrados: por un lado, me molesta que haya invadido mi privacidad. A saber qué más cosas había en esos archivos. No obstante, que esté aquí, y que se haya esforzado tanto solo para hacerlo, para estar aquí, me llena el pecho de calor.

Y también me despierta mucha curiosidad.

—¿No podías esperar hasta mañana? —inquiero. Holland niega y, cuando abre la boca, mi mirada recae sobre sus labios. Si lo nota, prefiere no mencionar nada al respecto. En su lugar, solo dice:

—¿Vas a denunciar a Gale?

La pregunta me sienta como un balde de agua fría. Ahora entiendo a qué viene todo esto. De pronto, y aunque odie admitirlo, estoy molesto.

—¿Has venido solo para pedirme que no denuncie a tu novio?

—Gale no es mi novio —me recuerda con sequedad, mirándome a los ojos—. Y no. Pero lo conozco, ¿vale? Y estoy segura de que ya les habrá contado a todos su propia versión de la historia. A sus padres no les importa el dinero. Harán lo que sea con tal de que nadie sepa que su hijo es un abusón.

Eso suena a advertencia. Sin embargo, no me parece una amenaza; más bien, es como un consejo. La observo con desconfianza durante unos segundos. Es raro escucharla hablar así. Esta misma mañana estaba llorando por ese chico.

—Gracias. —Al final, opto por arrancarme esas palabras de la garganta—. Lo tendré en cuenta.

Y, desgraciadamente, es verdad. Puede que, para Gale, el dinero no sea un problema, pero las cosas son diferentes en mi familia. No podemos arriesgarnos a perder.

Holland asiente y se muerde el labio. Me pregunto si habrá notado el cambio en mi expresión.

—Te he traído una cosa —añade, como si acabara de acordarse. Mis cejas se juntan solas cuando decaigo en que está ofreciéndome sus cuadernos.

Ahora sí, esto me parece surrealista.

—¿Así que has venido a traerme los deberes? Porque, sinceramente, no sé qué idea me gusta menos.

Fuerzo una sonrisa. Espero que se eche a reír, que rompa en pedazos la tensión que reina en mi pasillo, pero reacciona de manera opuesta. Empalidece.

—Solo era una broma —aclaro con rapidez. Parecía estar a punto de pedirme perdón. Aunque intenta disimularlo, el alivio se hace presente en sus ojos. Casi siento lástima por ella. Me pregunto si sabrá lo que significa bromear.

Cuando acepto los cuadernos, nuestros dedos se rozan y Holland retrocede ante el contacto. Silencio a mi corazón mientras reviso lo que me ha traído. No son deberes como tal, sino apuntes; apuntes de todas las clases que me he perdido hoy. Esta vez, es mi turno de sentirme aliviado. No tenía a nadie a quién pedírselos. Blake no viene a clase conmigo.

Y Holland tampoco.

—¿De dónde los has sacado? —hablo sin levantar la mirada.

—El año pasado le presté mis apuntes a toda la clase. Hay mucha gente que me debe un favor. Supuse que los necesitarías. En cuanto me enteré de cuál era tu clase y de que te habías perdido matemáticas, fui a...

—Supongo que mi horario también venía en los archivos de tu padre.

La he pillado por sorpresa. Cuando la miro, está mordiéndose el labio.

—Había un montón de cosas en la primera página.

Por algún motivo, eso me hace reír. Llevaba todo el día sin hacerlo, y sentir que las endorfinas me recorren el cuerpo me supone un alivio. Cierro los cuadernos y susurro un "gracias" que le roba una sonrisa.

Se queda observándome durante unos segundos, hasta que, frunciendo el ceño, dice:

—Ahora que lo pienso, esto ha sido un poco raro. Debería haberte avisado antes de venir. Lo siento si estabas ocupado. No acostumbro a hacer estas cosas, pero quería darte las gracias y no sabía cómo.

Mi corazón reacciona ante eso. Salta y la adrenalina empieza a correrme por las venas.

—¿Por qué ibas a querer darme las gracias? —cuestiono en un susurro.

—Por defenderme —dice ella—. Y por ayudarme el martes, en el sótano. Gracias.

He estado torturándome con eso durante todo el día; me he llamado inútil, me he menospreciado y me he odiado con cada parte de mi ser por no haber mantenido la boca cerrada. No obstante, en cuanto escucho esas palabras, todos esos pensamientos desaparecen. Y entiendo que ha merecido la pena. Y que, como le dije a Blake hace un rato, lo haría mil veces más.

Antes de responder, me tomo un minuto para observarla en silencio. Owen tiene unos ojos muy bonitos; oscuros, rodeados de pecas, justo como su nariz. Me gustan, aunque brillarían mucho más sino quedase ni rastro de esa tristeza que lleva acompañándola desde hace días.

—No tienes que darme las gracias, Holland —contesto.

Ella levanta una ceja, burlona.

—Veo que me has cambiado el nombre.

Se me escapa una sonrisa. De nuevo, es la primera en toda la tarde. Sabía que en el fondo le gustaba ese apodo.

—Owen —me corrijo, y se echa a reír. A continuación, estira una mano en mi dirección.

—¿Tregua?

Miro sus dedos. Tiene las uñas puntadas de marrón oscuro.

—¿Eso significa que quieres que seamos amigos? —Apenas me creo que sea verdad. Owen amplía su sonrisa.

—Solo si te ves capaz de soportarme.

Eso me gusta más. No dudo en estrecharle la mano.

—Tendré que hacer un esfuerzo.

A comparación con su piel, que está caliente, la mía parece hecha de hielo. Aun así, no se aparta cuando mis dedos acarician los suyos y muevo exageradamente nuestros brazos de arriba abajo. Incluso se ríe. Un escalofrío me recorre toda la columna vertical.

Entonces, mi mirada continúa subiendo, dejando atrás nuestras manos entrelazadas, y se detiene en sus muñecas. Mi sonrisa decae en cuanto las veo. Marcas. Marcas enrojecidas.

Justo en donde Gale la ha agarrado esta mañana.

Se me revuelven las entrañas. He sido muy evidente, al parecer, porque Holland lo nota enseguida y se apresura a soltarme, sobresaltada. Estira su jersey para taparse los brazos y se mete las manos en los bolsillos. Así, en un instante, la situación cambia drásticamente. De pronto, parece incómoda en mi presencia. Se aclara la garganta.

—Debería irme —se excusa con rapidez, y se gira sin esperar mi respuesta.

A continuación, echa a andar por el pasillo. Miro atrás y maldigo en voz baja. Actúo tan rápido como puedo: entro a toda prisa, cojo mis gafas de sol y vuelvo a salir. Decido no entretenerme en buscar las llaves de casa; habría perdido demasiado tiempo. Cogiendo aire, cierro la puerta de mi apartamento sin pensármelo dos veces.

Blake va a estar riéndose de mí durante una semana por culpa de esto.

Pero no me importa. De pronto, estoy corriendo hacia Holland, que se ha detenido frente al ascensor. Cuando llego a su lado, está frotándose la muñeca con cierta incomodidad.

Leo la confusión en sus ojos incluso antes de que abra la boca.

—Tengo que salir —le explico, aunque es mentira, pero da igual, claro, porque ella no lo sabe—. Estaba pensando que... bueno, si no te importa, podría...

No tardo mucho en empezar a arrepentirme. La sorpresa se acentúa en su mirada, y entonces comprendo que esto ha sido una estupidez. ¿En qué diablos estaba pensand0? Si ha venido hasta aquí, ha sido solo porque se sentía en deuda conmigo y, ahora que esa deuda está saldada, no tiene motivos para querer que nos llevemos bien. O para que pasemos tiempo juntos.

Voy a retractarme, pero esboza una sonrisa y dice:

—Me encantaría.

Nunca creí que dos palabras pudieran aliviarme tanto. Intento ocultar mi sonrisa, pero no funciona demasiado bien, porque Owen se ríe y aparta la mirada. Me inclino para presionar el botón que llama al ascensor. Cuando me incorporo, ella sigue observándome con disimulo.

Todavía parece incómoda por lo de antes. Me aclaro la garganta. Necesito sentirme útil.

—Por cierto —empiezo, una vez que se han abierto las puertas, mientras entramos juntos en el ascensor—, puedes venir a comer a nuestra mesa siempre que quieras. A mi hermana le caes bien, y como ahora somos amigos... Bueno, estás invitada. Y puedes traer a Sam siempre que quieras.

Intento parecer despreocupado. Me miro al espejo, me coloco las gafas y me doy un repaso. Por suerte, me tapan la mayor parte del moratón, así que ya no tengo tan mal aspecto. Holland sigue a mis espaldas y nuestras miradas se cruzan a través del cristal.

—Está bien. Gracias. Otra vez. Por todo —responde con sinceridad.

—No tienes que darlas. Lo de esta mañana fue una estupidez.

Eso le roba una sonrisa.

—Tremendamente. Podrías haber acabado en el hospital —concuerda. Me vuelvo hacia ella con las cejas alzadas—. Pero —añade, remarcando la palabra—, no cualquiera se habría atrevido a hacerlo. Menos aún por mí. Gale puede llegar a ser muy persuasivo, pero voy a encargarme de que mi padre sepa que tú no tienes la culpa de nada. Aparte de eso, lo mínimo que puedo hacer es darte las gracias. Así que acéptalas y no vuelvas a replicarme, o te prometo que voy a dar un rodeo para no tener que caminar contigo —finaliza, señalándome con un dedo.

Sonrío. Cuando las puertas vuelven a abrirse, me aparto y le hago un gesto para que salga primero. Holland rueda los ojos, aunque lo hace de todas formas.

—Estamos a las afueras de la ciudad, Owen. Hagas lo que hagas, vas a tardar un montón en llegar a tu casa. Deberías agradecerme que esté dispuesto a deleitarte con mi presencia.

—Sí tú lo dices. —Por mucho que intenta parecer molesta, no resulta creíble porque está sonriendo. Salimos a la calle y la sigo cuando gira hacia la derecha—. ¿Crees que a Blake le molestará que Mason y Finn vengan a comer con nosotros? Últimamente, Sam y ellos van en pack.

Está anocheciendo. Tomo una profunda bocanada de aire y me permito disfrutar del aire templado de septiembre. Mientras tanto, una imagen aparece en mi cabeza: pienso en nosotros cinco, sentados en la misma mesa, junto a Blake, e intento imaginarme cómo me sentiría en una situación como esa, tan rodeado de gente.

De gente que, esta misma mañana, ha dado la cara para salvarme el pellejo.

Quizá el mundo no es tan terrible como creía, después de todo.

—Ellos también están invitados. Vamos a tener que pasar mucho tiempo juntos a partir de ahora, de todas formas.

Es sorprendentemente rápida a la hora de entenderlo. De pronto, su rostro se ilumina y esboza una gran sonrisa. Un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Ha sido la primera en saberlo de mi boca.

—Me alegro de que hayas pasado las audiciones.

—En realidad, ni siquiera me hicieron audiciones.

—Me alegro de que confíen en mi criterio, entonces.

¿Eso significa que les ha hablado de mí?

—Si tú estás en esa banda —añade a continuación, sin darme tiempo siquiera a contestar—, estoy segura de que vuestra música será una pasada.

Me río, un poco incómodo. Lo peor es que parece sincera.

—Veo que tienes mucha fe en nosotros —comento. Owen me mira a los ojos.

—De ahora en adelante, soy vuestra fan número uno.

—Nuestra única fan —la corrijo.

—La primera de muchas —dice ella.

Quiero evitarlo, pero se me escapa una sonrisa. Escuchándola hablar así, me siento como si estuviera rozando mi sueño con las yemas de los dedos. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos, en silencio, hasta que ella rompe el contacto visual, se aclara la garganta y dice:

—Camina más rápido o tu presencia empezará a molestarme.

Dicho esto, aprieta el paso y consigue adelantarme. Me apresuro a seguirla, y entonces empiezo a hablar sobre lo primero que se me ocurre, y pienso en qué diría si supiera que, en realidad, no tenía razones para salir de casa. Seguramente tendré que soportar las burlas de Blake cuando vuelva, sin llaves y sonriendo como un idiota, pero habrá merecido la pena.

Acabo de averiguar cuáles eran los acordes que me faltaban para terminar mi canción.


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