Ahora, entonces y siempre

Per Elza_Amador

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En la Ciudad de México el anticipado concierto de Muse está a punto de comenzar... Cuando Carolina es arrojad... Més

{Book Trailer}
Capítulo 1 {Solo se vive una vez}
Capítulo 2 {La Fuerza Del Destino}
Capítulo 3 {A Fuego Lento}
Capítulo 4 {Han Caído los Dos}
Capítulo 5 {Sonrisa de Ganador}
Capítulo 6 {Aquí No Es Así}
Capítulo 7 {Nunca Nada}
Capítulo 8 {Dilema}
Capítulo 9 {Carretera}
Capítulo 10 {Esa Noche}
Capítulo 11 {Salir Corriendo}
Capítulo 12 {Tú}
Capítulo 13 {Cada Que...}
Capítulo 14 {3 a.m.}
Capítulo 15 {Pijamas}
Capítulo 16 {Indecente}
Capítulo 17 {Todas Las Mañanas}
Capítulo 18 {Bestia}
Capítulo 19 {Negro Día}
Capítulo 20 {Yo Solo Quiero Saber}
Capítulo 21 {Cosas Imposibles}
Capítulo 22 {Yo No Soy Una De Esas}
Capítulo 23 {Contradicción}
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 1)
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 2)
Capítulo 25 {Deja Que Salga La Luna}
Capítulo 26 {Andrómeda}
Capítulo 27 {Las flores}
Capítulo 28 {Amores Que Me Duelen}
Capítulo 29 {Bonita}
Capítulo 30 {Lluvia de Estrellas}
Capítulo 31 {Sólo Algo}
Capítulo 32 {Más Que Amigos}
Capítulo 33 {Mi Lugar Favorito}
Capítulo 35 {Eres}
Capítulo 36 {Cuidado Conmigo}
Capítulo 37 {Altamar}
Capítulo 38 {Mi Burbuja}
Capítulo 39 {Ojos Tristes}
Capítulo 40 {Enamórate de Mí}
Capítulo 41 {Corazonada}
Capítulo 42 {Enfermedad en Casa}
Capítulo 43 {Al Día Siguiente}
Capítulo 44 {Showtime}
Capítulo 45 {Te Miro Para Ver Si Me Ves Mirarte}
Capítulo 46 {Un Año Quebrado}
Capítulo 47 {Día Cero}
Capítulo 48 {Planeando el tiempo}
Capítulo 49 {Tú sí sabes quererme}
Capítulo 50 {No creo}
Capítulo 51 {Luna}
Capítulo 52 {Para Dejarte}
Capítulo 53 {Cuando}
Capítulo 54 {Huracán}
Capítulo 55 {Adelante}
Capítulo 56 {Todo para ti}
Capítulo 57 {Dueles}
Capítulo 58 {Hasta la piel}
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 1
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 2
Capítulo 60 {No Te Puedo Olvidar}
Capítulo 61 {Cómo hablar}
Capítulo 62 {Arrullo de Estrellas}
{Epílogo}

Capítulo 34 {Tu Calor}

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Per Elza_Amador


"Siento tu calor, llegó por fin muy a tiempo

Todo movió, estoy bañada de luz

Y de ilusión"

-Julieta Venegas


     El lanzamiento de la línea de otoño había mantenido ocupados y corriendo de un lado a otro a todos los empleados de Textiles Santillán, y Leo no había sido la excepción.

—Solo serán unas cuantas horas, preciosa. Por más que quisiera no puedo negarme, mi padre necesita que los reportes y las proyecciones financieras estén listos lo antes posible —le explicó Leo mientras hundía su nariz en su cuello, como si intentara acaparar el olor que desprendía—. ¿Y si vienes conmigo? —le propuso, entusiasmado por la idea que acababa de ocurrírsele.

Carolina lo miró con ojos soñolientos, era muy temprano para tener una conversación, y, mucho menos, si se trataba de trabajo. Aún estaba oscuro y además era sábado. Todo lo que deseaba era dormir, hacer el amor, comer, y repetir la secuencia por el resto del fin de semana. No pedía mucho, solo lo justo. Al fin y al cabo estaba en su derecho.

Leo deslizó sus dedos a lo largo de las costillas de Carolina hasta detenerse en su cintura, lo que provocó un deleitable cosquilleo que se expandió por toda su piel y la hizo estremecerse.

Este hombre despeinado y a medio vestir, que la miraba como si ella fuera su mundo, era una completa distracción que le entorpecía los pensamientos y le robaba su capacidad para resistir.

Una vez asentada la propuesta, decidió aceptarla con reserva. Por el momento todos en la compañía llevaban las cosas con calma y era improbable que alguien se apareciera por las oficinas un sábado por la mañana. Por ese lado estaba a salvo de ser vistos juntos en público.

En cuanto las puertas del ascensor se abrieron en el tercer piso, se besaron y fue imposible no ponerse las manos encima.

Leo la tomó gentilmente por los hombros para separarse un poco de ella.

—Dios, no puedo dejar de tocarte y besarte, soy adicto a ti. Si seguimos, no voy a poder detenerme y tendría que llevarte a la sala de juntas y no precisamente para tener una discusión, de hecho, lo último que haríamos sería hablar. Y sería incierto cuándo volveríamos a ver la luz del sol. —Una sonrisa pecaminosa iluminó su rostro.

La idea era, tanto tentadora, como ilusa. Leo estaba tan apegado a las reglas que en el último minuto era capaz de arrepentirse. Había sido insistente en lo poco que le agradaba mezclar el trabajo con su vida personal. Por supuesto, había logrado que se relajara y alentado a ser espontáneo, pero se necesitaría una alineación perfecta de planetas para que él se atreviera a trasgredir un reglamento, incluso sabiendo que lo más probable era salirse con la suya y solo ellos dos sabrían lo que ocurría a puerta cerrada.

Podía intentar seducirlo, era atractiva la idea de imaginarse tendida sobre su escritorio y sus manos acariciándola por todos lados, pero la verdad era que prefería marcharse lo antes posible de ahí. «Al mal paso darle prisa», pensó, y se limitó a hacer un gesto de puchero, y él le tocó la punta de la nariz, como sabía que detestaba, antes de darle un casto beso en los labios.

Carolina lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la única oficina de ese piso. Exhaló resignada y siguió de largo en dirección opuesta a Leo. Jaló con desgano la silla de su escritorio para poder sentarse. Subió los pies, echó la cabeza hacia atrás y miró el techo.

Desde lo más profundo de su bolsa se escuchó una campanita anunciando la llegada de un mensaje de texto.

CLAU/9:25

¡Ayúdame! Álvaro es un pegoste e insiste en llevarme a desayunar. 

¿Vamos? Así no estoy a solas con él.


Carolina se dio de golpecitos en la frente con el celular. Cómo si de esa forma pudiera conjurar un respuesta adecuada. Estaba harta de mentirle. ¿Qué otra opción tenía?

CAROLINA/9:28

¡Paso! Es muy temprano para ver peleas de gallos enamorados.

Además te invitó a ti, no a mí.


CLAU/9:30

Entonces vamos solo tú y yo.

Nos sacudimos al susodicho.


CAROLINA/9:35

Me encanta la idea, pero ya tengo planes.

¿Lo reagendamos para otro día?


CLAU/9:37

Me chocas, ¿sabes?

¿Mañana a las 9:30 en la cafetería a la vuelta de tu edificio?


CAROLINA/9:40

Perfecto. Nos vemos allá.

Mientras tanto, saca a Al de su sufrimiento y dile que sí.


CLAU/9:40

Nunca.


Carolina no dijo una sola mentira, ¿entonces por qué sintió que al tergiversar las palabras estaba mintiéndole? Dejó escapar un resoplido.. Era momento de decirle la verdad a Claudia, al menos una parte, decidió con firmeza. Entre más lo aplazara, más le daría oportunidad a los malentendidos de presentarse. Y eso era lo último que necesitaba en ese momento. Aquel desayuno era la oportunidad ideal.

Sacó del bolso su libreta y sus lápices de colores, y por un largo rato se quedó mirando la hoja en blanco. Hojeó rápidamente las páginas anteriores, en ellas estaban plasmadas las ideas que, desde hacía meses, había empezado con la intención de armar su portafolio para el curso de ilustración que pretendía tomar algún día. Sin saber por qué, no habría tenido el animo de continuar, lo único que deseaba era hacer patrones de tela. Ya no implicaban ningún reto para ella, y quizás era el atractivo para estancarse en estos. En el fondo sabía que estaba evadiéndose, si terminaba su portafolio no tendría pretexto alguno para no iniciar el trámite. Sabía por demás la razón.

La llegada de Leo a su vida había desbaratado sus planes, que cuidadosamente había armado. Tras la ruptura con Fernando y su graduación, ya nada la detenía. Hasta antes de mudarse a la Ciudad de México tenía sus metas claras, y ahora no sabía cuál camino elegir. Sin duda tenía varias cosas urgentes que discutir con su almohada.

Sin darse cuenta, los garabatos, que esbozaba de forma aleatoria, llenaron por completo de flores y mariposas el pequeño lienzo. Alzó la libreta, inclinó la cabeza para mirar los trazos desde otra perspectiva y una gran idea le vino a la cabeza. De modo automático arrancó la hoja, se levantó de la silla y comenzó a andar por el pasillo.

Pasó frente a la oficina de Leo y con disimulo se asomó tratando que él no la viera. Estaba concentrado en la pantalla de la computadora mientras masticaba la tapa de un bolígrafo. Se veía tan serio, sus masculinas facciones estaban endurecidas haciéndolo lucir como una estatua magnífica, cincelada con absoluta perfección. Estaba haciendo gestos y gruñidos, como si no le gustara lo que aparecía en el monitor. Se deleitaba verlo en su hábitat natural. Lo observó unos segundos más y se alejó; no quería distraerlo.

El cuarto de impresión o mejor conocido como el rincón de los menesteres —nombre pedestre otorgado por sus compañeros gracias a su versatilidad—, se encontraba estratégicamente en la parte opuesta a los cubículos. Además de albergar equipos de primera —el sueño de cualquier diseñador—, era el escondite predilecto de algunos empleados que iban en busca de privacidad para sus andanzas. La fama del lugar era legendaria, y era común escuchar historias de gente que había sido sorprendida en plena acción. Si las paredes pudieran hablar, muchos no habrían podido salirse con la suya.

Carolina deslizó su mano por la superficie del plotter y pensó en Antonio Villanueva. Era una gran inversión la que tenía frente a sus ojos, no había escatimado en nada. Podía ver claramente el empeño y dedicación que había puesto en la empresa para llevarla hacia el camino del éxito. No solo proveía a sus empleados con las mejores herramientas, estaba también involucrado en todos los procesos y aspectos de la empresa. A leguas se notaba que era su gran orgullo, y Julieta, su mamá, algo tuvo que ver con ello.

Se colocó los audífonos, cerró los ojos y dejó que su dedo pulgar escogiera una canción, como si se tratara de un juego de ruleta en su iPod. The Mating Game de Bitter:Sweet comenzó a fluir con sus sensuales y juguetonas notas evocando pensamientos que se remontaban a otra época de romance. Fue imposible evitar que sus sus caderas y sus pies se movieran al ritmo de la música. Colocó el dibujo sobre el escáner y unos segundos después la máquina comenzó a hacer su trabajo. De un momento a otro vería aparecer el resultado en el monitor de la computadora.

Mientras esperaba sintió unas manos escurrirse posesivamente por su cintura haciéndola estremecer por el inesperado ataque. Reconoció al instante el embriagante aroma de su loción para después de afeitar. La hizo sonreír al admitir que, después de meses, este continuaba teniendo un efecto enloquecedor. Leo la giró hacia él, y se dejó atrapar por la intensidad de sus ojos verdes. Le deslizó los dedos por su mandíbula antes de fusionar sus bocas en un beso desesperado, como en vez de horas hubiesen pasado semanas de la última vez que se besaron.

En cuanto se separaron aprovechó para tomar aire y preguntar:

—¿Ya terminaste?

—No, apenas comienzo —contestó con voz grave, que aludía a una invitación a un juego de seducción. Carolina curveó un sonrisa y lo miró con complicidad—. Unos cuantos meses de conocerte, y mira lo que has hecho conmigo.

—No esperaba menos de ti.

A Carolina le provocó un temblor el comportamiento arrebatado de él. Leo la empujó contra la puerta y la besó de nuevo, pero esta vez con una intensidad abrasadora que la quemó.

—El trabajo puede esperar hasta mañana, yo no.

Carolina arqueó su espalda cuando sintió las manos de Leo en sus pechos. Esa mañana no se había molestado en ponerse sostén, él lo notó de inmediato cuando sus pulgares rozaron sus pezones, y ella gimió sin reserva y sin ninguna consideración hacia el lugar donde se encontraban. Después de todo estaban completamente solos.

Se volvió a apoderar de su boca y sin perder más tiempo la levantó en el aire, y ella enroscó sus piernas a la cintura de él.

Leo se dirigió hacia la mesa de trabajo que estaba en el centro y, sin intentar remover los papeles que estaban esparcidos sobre esta, la depositó encima. Luego, él despegó la mirada de sus ojos y la encauzó hacia el frente, y Carolina percibió cómo esbozaba una endiablada sonrisa torcida. Sin esperárselo, la levantó nuevamente y la llevó hasta el fondo de la oficina.

—Aquí está mejor —dijo en referencia a la copiadora que estaba contra su espalda baja.

Carolina se mordió el labio inferior. La llenaba de anticipación lo que Leo traía entre manos. No quería pensar, solo quería dejarse cautivar por la promesa silenciosa impregnada en sus caricias atrevidas.

Le recorrió con el dorso de su índice la mejilla y una corriente eléctrica bajó por su columna hasta alojarse en medio de sus muslos. Luego enredó una de sus manos en su coleta y la jaló hacia atrás con la intención de exponer su cuello y salpicarlo de besos húmedos. Quería cerrar los ojos y abandonarse a la marea de sensaciones que Leo le provocaba, pero sabía que él se lo impediría. Le gustaba que lo mirara mientras la deshacía con el roce de sus dedos, trazando un delicado camino sobre su piel.

Ella comenzó a desabrocharle con torpeza los botones de la camisa, necesitaba tocarlo. Las pecas en su firme torso no dejaban de maravillarla, eran como un manto de estrellas que danzaban al ritmo de sus impacientes caricias.

—¿Pechos o nalgas? ¿O los dos? —preguntó sin más con los labios pegados a su oreja.

—¿Uh? —Carolina frunció el ceño.

—Lo que quieres que salga en las fotocopias mientras te hago mía.

A Carolina se le fue el aire de los pulmones, intentó pestañear, pero su cuerpo se negaba a funcionar apropiadamente.

—He creado un monstruo —anunció sin darse cuenta que lo había dicho en voz alta.

—Uno que se muere por hacerte el amor y no puede esperar un segundo más. Decide o lo haré yo —pidió él con un tono bajo y rasposo que mandaba deliciosas pulsaciones a su centro.

Carolina no sabía qué responder. Leo aprovechó su silencio para agacharse y quitarle los Converse que calzaba, y Carolina, por inercia, levantó los pies para ayudarle.

—Tu idea, tú decide. —Estaba demasiado impresionada para poder escoger.

Leo la miró con apetito voraz de arriba a abajo, y sintió algo caliente recorrerla al sentirse deseada. Él se despojó de la camisa, y Carolina esperaba verlo colgarla en algún lugar para evitar que se arrugara, pero se limitó a arrojarla con descuido al suelo. «El juego comenzó», pensó al observar cómo una llama interna lo encendió.

La giró, y con gentileza le levantó la blusa hasta exponer sus pechos desnudos, despacio la inclinó hasta que estos chocaran con la superficie. Estaba fría, pero fue como un bálsamo en su piel ardiente. Él le estiró los brazos hasta llegar a la orilla y así poder sujetarse de esta con firmeza.

Leo deslizó su mano por su vientre trémulo y le pidió que se quedara quieta y permitir bajarle los jeans junto con el delicado bikini de encaje que usaba. Lo escuchó bufar, y se colmó de satisfacción al reconocer el efecto que causaba en él. Con su rodilla le separó las piernas dejándola en una posición vulnerable, pero a la vez excitante. Cielos, ¿de dónde sacaba las ideas?, estas cada vez eran más irreverentes y alocadas, y no estaba segura de poder seguirle el paso.

—Tus piernas son una eterna tentación para mí, Carolina —dijo con voz ahogada—. No me dejan pensar en otra cosa, que tenerlas enredadas a mí, y ahora tendrás que pagar por tentarme.

La excitaba de forma desmedida cuando le hablaba de ese modo audaz. En todos los aspectos su espontaneidad aparecía; estaba relajado y ocurrente, sin embargo, en la recámara era el único lugar donde el control permanecía en su lugar. Él decía: dónde, cuándo y cómo; y ella gustosa se dejaba saciar por sus carnales atenciones. Antes pensaba que era por su inexperiencia, pero en realidad era algo que ella le otorgaba por la inmensa confianza que tenía en él. Ahora entendía que entregarse a él significaba que Leo depositaba toda su devoción y adoración en su cuerpo; se desvivía por complacerla.

Leo recorrió lentamente una de sus piernas para comenzar a abrir el paso entre sus muslos, y aquello la deleitaba y la frustraba al mismo tiempo. Leo conocía todos los rincones de su cuerpo, sabía lo que la encendía y lo que la exasperaba. Se había tomado el tiempo para hacerlo, y aquello le removía las fibras de su orgullo.

Le introdujo un dedo y comenzó a acariciarla con movimientos circulares y deliberados provocando que jadeara su nombre. Apretó sus nudillos en torno a la orilla en un intento por reprimirlos. Fue inútil.

—Puedo sentir que estás preparada para mí, preciosa —Carolina escuchó, en medio de respiraciones alteradas, cómo se desabrochaba el cinturón y se deshacía del resto de su ropa—. ¿Lista? —Ella asintió con su cabeza.

Carolina lo sintió empujarse dentro de ella lenta y cautelosamente y, como siempre, se deshizo al sentir cómo la colmaba con su virilidad. Lo escuchó emitir un quejido atestado de satisfacción.

—No tienes una idea cómo me enloquece sentirte plenamente, sin nada que se interponga entre nosotros —musitó con voz ronca.

Vio los dedos de Leo presionar un botón y enseguida la poderosa máquina comenzó a funcionar expulsando hojas, una tras otra, y poco le importó a Carolina lo que habría ahí plasmado en toda su gloria. Lo único en lo que podía pensar era el placer que él le daba y en cómo la consumía lentamente.

La tomó de sus caderas y pronto encontraron el vaivén perfecto que se aceleraba a la par con sus respiraciones agitadas. Luego, Leo bajó despacio su mano cálida hasta encontrar la humedad de su centro. Con sus dedos expertos dibujaba círculos perfectos que la hacían retorcerse de placer.

Las vibraciones de la copiadora aunadas a las embestidas de Leo acrecentaban las sensaciones haciéndola perder la razón. Si continuaba explotaría en miles de estrellas y se desplomaría ahí mismo.

Carolina se apretó contra él en un intento por detener su inminente éxtasis que latía entre sus piernas.

En medio de su delirio, sin aviso, Leo interrumpió totalmente la fricción, y, apresando sus caderas, se retiró de ella.

—Suficiente —bramó mientas la giraba—. Necesito verte.

La levantó de prisa y la llevó hasta la enorme mesa de trabajo. La depositó, y con cuidado la tendió sobre el montón de hojas y trozos de tela que se extendían por la superficie. Carolina aferró sus brazos en torno al cuello de Leo y lo estrujó a su cuerpo.

Sus bocas se buscaron con fervor y sus lenguas jugaban y se entrelazaban apasionadamente. Carolina alzó sus piernas para rodearle la cintura, pero Leo se lo impidió tomándole los tobillos; y así, obligarla a apoyar las plantas de los pies sobre la mesa.

Leo le acarició la parte interna de sus muslos y aprovechó para abrirla y exponerla entera a él. Se le oscureció la mirada; en ningún momento los ojos de Leo se despegaron de los suyos, y dentro de ellos solo había posesión.

—Dios, sigo sin creer que seas mía por completo.

—Leo, por favor... —Carolina atrapó su labio inferior y dejó caer su cabeza hacia atrás.

No podía más. No debía ser saludable que su cuerpo necesitara de esa manera el cuerpo de él.

Se deslizó dentro de ella, y sintió cómo se escapaba el aire de sus pulmones mientras la invadía con un lento y avasallador ritmo. Las manos de Leo se escurrieron debajo de su blusa, la levantaron sobre su esternón y le acariciaron los pezones, luego los apretaron. Carolina se arqueó para hacer presión contra sus manos y él intensificó sus embestidas. Podía ver el esfuerzo que hacía para no abandonarse a sus más bajos instintos y lastimarla si les daba rienda suelta.

Carolina no deseaba que se contuviera, al contrario, deseaba tenerlo tal y como era él; con sus defectos y sus virtudes; con su lado colorido y su lado oscuro. Deseaba que se entregara a ella sin restricciones, y por eso se encontró acariciándole su barba rasposa para decirle sin palabras, que sabía que nunca la lastimaría.

Leo cerró por un instante sus ojos y cuando los abrió, un chispazo verde explotó dentro de ellos. Sus manos descendieron hasta los muslos de Carolina, los sujetó con firmeza para abrirla y permitirle hundirse más en ella, y llenarla como ningún otro hombre lo hizo jamás. La enloquecía cuando él se salía por completo para enterrarse en ella con embestidas profundas.

La espalda de Leo se curveó violentamente, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Su respiración era errática y el aire que dejaba escapar era a través de dientes apretados. De pronto, se abalanzó sobre ella para besarla vorazmente. No sabía qué estaba pasando.

Sin pronunciar palabra alguna, Leo comenzó a empujarse dentro de ella, sin despegar su mirada de la suya. Carolina le clavó los dedos en la espalda al mismo tiempo que gemía de placer.

El orgasmo resultó demoledor, y, tampoco, parecía tener fin, era como si la ahogara. Se convulsionó sobre la mesa sin reparo. Leo aceleró el compás y pronto la siguió. Carolina pensó incrédulamente que su liberación desterraría la tensión de su cuerpo, pero estaba equivocada. Sus fosas nasales se abrían y cerraban cuando respiraba y su mandíbula continuaba apretada. No solo había sido intenso para ella, también para él.

Carolina sentía su masculinidad pulsante dentro de ella. Deslizó suavemente sus dedos por los brazos de él, percibiendo los relieves de sus músculos; le delineó el contorno de mandíbula, luego sus labios. Finalmente, posó una de sus manos sobre uno de sus pectorales, sobre su corazón. Lo sintió relajarse.

No supo cuándo, ni cómo pasó, pero Carolina estaba irremediablemente enamorada de Leo. Su cuerpo no podía callarlo más, ella no podía. En ese mismo instante supo que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por él.

No estaba segura que Leo hubiese notado aquella revelación, sin embargo, él colocó sus dos manos sobre la de ella, la estrechó y, al final, se la besó.

Estaban de más las palabras para decirse el significado de lo que acababa de suceder.

***

    Carolina se subía la ropa interior y Leo se abrochaba los jeans cuando escucharon el sonido estrepitoso de algo pesado que cae al suelo. Acaparó toda su atención y ambos miraron hacia la puerta donde el ruido pareció originarse.

—¿Qué carajos es esto? —exclamó Claudia escandalizada—. Pensé que éramos amigas y veo que solo eres una zorra. —Observó a Carolina con displicencia.

A los pies de su amiga había una enorme carpeta y papeles esparcidos, que no tenía la menor intención de recoger. Sus rizos estaban sueltos y le tapaban parcialmente su rostro iracundo.

—Cálmate, Claudia —comenzó a decir Leo, y Carolina observó cómo se refrenó para no gritarle a la joven y crear un alboroto innecesario.

Leo le tomó la mano a Carolina para moverla detrás de él, y ella no supo si era a modo de escudo de protección o de mampara para cubrir su desnudez.

—¿Y tú quién te crees que eres?

—Su novio, y te prohibo que te expreses así de Carolina.

—No es lo que crees —intentó explicarle, pero era difícil ser tomada en serio cuando solo vestía una blusa y sugestiva prenda interior.

—¿Qué es lo que no creo ver?, porque para mí es explícito lo que veo. —Claudia cruzó sus brazos sobre su pecho mostrando claramente su enfado. Carolina suplicó silenciosamente que se quedara callada y evitar decir algo de lo cual se arrepentiría después—. Te estás cogiendo al hijo del jefe y por eso tienes este trabajo y privilegios que no te has ganado.

Carolina comprimió sus párpados y se colocó una mano en el pecho para tratar de menguar el golpe que recibió su corazón. Inhaló con fuerza para recuperar la compostura. Miró a Leo, y en sus hermosos ojos verdes ardía el deseo de defenderla, le estaba pidiendo permiso. Lo adoró más que nunca por eso. Sin embargo, esto lo tenía que arreglar ella misma.

—¡Ya párale a tu tren! Ya estuvo bueno de insultos, sé que a simple vista es lo que parece, pero estás equivocada, y si me das la oportunidad de explicarte, entenderás por qué no te dije nada.

—Anda, explícate. Estoy esperando —exigió mientras parecía estar echando humo por las orejas.

—No lo haré aquí, traes la cabeza caliente. Hablaremos mañana en el desayuno cuando estés más calmada.

Claudia arrugó la nariz y formó una línea blanquecina con sus labios. Se dio la media vuelta sobre sus talones y comenzó a andar. Antes de salir y sin voltear, dijo:

—Esta bien.

Una vez solos, Leo la acercó a él y se dejó envolver con sus brazos. Le acarició el cabello y le besó la coronilla. No lloraría. Se dejó absorber por su calor y por sus latidos acompasados.

—No me gustó para nada lo que dijo de ti. No se merece tu amistad —dijo con voz contundente, y Carolina sintió cómo su corazón se inundó de amor y gratitud.

—Todos nos equivocamos y decimos cosas hirientes cuando no es nuestra intención decirlas. Si más no recuerdo, cierto geniudo pecoso alguna vez dijo algo similar cuando no le pareció lo que vio y malinterpretó la situación.

—Y te pedí mil veces perdón por eso. No sabes cómo me arrepentí. Recibí mi merecido.

—¡Oh!, es cierto, el Neanderthal de mi hermano te golpeó —rió. No debería burlarse del dolor ajeno, pero fue una actitud inmadura de arreglar algo de parte de esos dos hombres, que fue imposible no sonreír.

—No me refería a la golpiza, me refería a la forma en que me miraste con tus enormes ojos colmados de pesar. Nunca antes me sentí tan decepcionado de mí e indigno de ti. No sé cómo le hiciste para perdonarme.

—¿Ves? Todos merecemos una segunda oportunidad.


_____________________________________

¡Hola solecitos! Por fin quedó este capítulo, después de un largo mes de espera. Espero que les haya gustado y me lo hagan saber dejándome una estrellita o un comentario.

!Nos vemos en el próximo capítulo!

Continua llegint

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