DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proc...

By IsabeleGPedroso

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Dieciséis años, hermosa y con ciertas habilidades especiales, inexplicables para ella misma. Ella, la cual nu... More

Bilogía de Megana
L'inizio
Viaggio a Londra
Mia suocera e i suoi pensieri
I
II
III
Dieciseis primaveras
I
Decisioni sbagliate
I
III
IV
V
VI
Piacere...
I
II
III
IV
V
Benvenuta
I
II
III
IV
Ciao
I
Il mio strambo
I
¡Bambina insolente!
I
II
¿Cosa rispondi?
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
Per te mi sposerò
I
II
III
IV
V
Ricordi del passato e piani futuri
I
II
III
IV
V
Inizia il conto alla rovescia
Dieci
I
II
III
IV
V
Nove
I
II
III
IV
V
Otto
I
II
III
Sette
I
II
III
Sei
Cinque
Quattro
Tre
Due
I
II
Uno
Uno e settantacinque
Uno e mezzo
0!! Mi sa che sei in anticipo
La forza dell'amore
I
II
III
IV
Philip è assente
I
II Jissella
III
IV
V
VI
Insieme per sempre
I
II
Per sempre

II

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By IsabeleGPedroso

Al abrir los ojos me encontré con la mirada color chocolate de la que vivía enamorada.

-¿Qué me miras?- pregunté ocultando el rostro entre las sábanas.

-Lo que más bonito tengas. Vamos, que todo- me descubrí un ojo para mirarlo. Me sonrió antes de inclinarse para darme un beso en la cabeza.

-¿Por qué eres así?- pregunté apartando las sábanas de mi rostro.

-¿Así cómo?- parecía haberse preocupado.

-Tan especial en mi vida- me miró aliviado.

-Me habías asustado- me dijo a la vez que me atrapaba entre sus brazos -No lo soy tanto como tú en la mía- me besó.

Tras ducharnos y vestirnos, bajamos a desayunar con el resto.

Al llegar al comedor, Alexandro, Alice y Miquiella ya estaban sentados a la mesa.

-Os iba a esperar pero tardabais mucho- dijo Alice tomando un sorbo de su zumo de naranja.

Nos sentamos para acompañarlos.

-¿Leche?- preguntó la criada mostrándome la jarra de cristal que llevaba en manos.

-Sí, por favor- llenó el vaso hasta arriba.

-Hemos estado hablando- siguió Alice mientras me llevaba el vaso a la boca -Sabes que con la nomo de jardín- escupí la leche accidentalmente al escuchar aquello último.

Todos, incluida la sirvienta que se puso a limpiar el desastre, comenzaron a reírse.

-¿Qué he dicho?- me uní a las risas entre disculpas una vez me limpié los labios con la servilleta.

-Hemos estado hablando de que nunca habíamos hecho lo de ayer de salir todos, incluida la novia de mi hijo, a dar un paseo- dijo Miquiella una vez nos relajamos todos. Sonreí ante la idea, viendo posible la opción de que mi suegra me terminara acepetando.

Antes de la hora de comer, estábamos de camino a la casa de campo. Por una vez en mi corta estancia allí, me sentí cómoda y normal al ver que mi suegro le daba el día libre al chofer y rechazábamos la idea de ir en uno de sus cochazos llamativos o en coches distintos, para tomar la de ir los cinco en uno y que el conductor fuera él mismo.

Mi normalidad y comodidad terminó por los suelos al llegar a la casa de campo.

Era mucho más grande que la de la ciudad o la de veraneo, como la llamaban ellos.

Los terrenos de alrededores eran grandes llanuras verdes. Parecía el típico paisaje de un campo de golf. Habían aves blancas sobrevolando o bien pisando aquel campo llano y perfectamente cuidado.

Al bajar del coche, en lo primero que me fijé, fue en los pavos reales que rondaban por allí a sus anchas, haciendo culto a sus exquisitos colores.

¿Con quién estoy saliendo? ¿Es un duque y aún no me lo ha dicho?- pensé. Todo aquel modo de vida no le pegaba en absoluto y por tentador que fuera, no me gustaba.

-Mamá, lo primero que haremos será ir a las cuadras. Dentro de un rato volvemos- dijo Philip cogiéndome de la mano. Alice se enganchó literalmente del brazo que me quedaba libre.

-De acuerdo pero no tardéis. Voy a ordenar que vayan preparando la comida.

Vistos a lo lejos, los campos eran bellos, pero caminar por ellos era otro mundo.

Garzas y palomas pintaban de blanco los verdes campos. Las aves que más llamaron mi atención, fueron los pavos reales blancos. Eran hermosos.

En las amplias cuadras no habían más que perros y más de las mismas aves.

-Andrea- llamó al hombre que peinaba la paja con el rastrillo.

-¡Señorito Philip!- dijo este con alegría antes de dejar caer el rastrillo y lanzarse sobre mi novio que tuvo que soltarme la mano para poder corresponderlo en el abrazo.

-¡Cómo ha crecido en el tiempo que llevo sin verlo!- dijo mirándolo de arriba a bajo -Está hecho todo un caballero.

-Siempre lo he sido- dijo haciendo una reverencia. Ambos rieron. De mientras, Alice y yo nos miramos suprimiendo una sonrisa.

Nos estuvo enseñando las reformas que habían hecho, nos habló de las nuevas crías, las compras de pura sangre

-¿Y dónde están ahora?

-Hemos vallado una gran porción de terreno como sugirió cuando era más pequeño- Philip sonrió.

-¿Junto al río?- el hombre asintió.

Poco después Andrea nos acompañó hasta el lugar en el que estaban.

Aquel prado era hermoso. La hierba crecía salvaje y en mayor abundancia que en el resto. Flores amarillas y púrpuras crecían en cada rincón, pequeñas mariposas se posaban sobre ellas, mientras una pareja revoloteaba a nuestro alrededor, pero lo más hermoso de todo el paisaje, era ver como corrían los caballos más jóvenes, ver a otros pastar y otros jugar... Había dos que habían llamado mi atención, uno blanco como la nieve y otro negro como el azabache. Ambos corrían en círculos, uno junto al otro, en paralelo. Parecían danzar.

-Son hermosos- dije señalándolos.

-Son recientes. No hará más de un mes que están aquí, la yegua ya está preñada.

-¿Cuál es la hembra?- preguntó Alice subiéndose en la valla de madera gruesa.

-La blanca. Es muy buena. El macho también, tan solo que es más rebelde. Aún no hemos podido montarlo.

-Me gustaría intentarlo- dijo Philip acercándose a la valla.

-¿Qué dices Philip?- pregunté intentando que lo que había escuchado tomara otro significado. Me miró y sonrió.

-No te preocupes. Si veo que no puedo, pararé.

-Señor, aún es un caballo joven y tozudo.

-Como él- dije yo cruzándome de brazos.

-Andrea por favor- aquello fue más parecido a una riña que a una súplica. Se acercó a mí y me agarró de los brazos.

-Cariño no tienes por qué preocuparte.

-Yo solo te digo una cosa. Como te haga algo, uno, me lo como y dos, recibes por mi parte también- sonrió, mientra Alice y Andrea rieron.

-¿Lo intentará montar directamente?- preguntó el hombre. Philip asintió.

-Lo prepararé- dijo cogiendo unas bridas negras que habían sobre la valla, junto a otras cuantas y varias domas, antes de saltar la valla.

-Vamos- dijo Philip cogiéndome de la mano -Nosotros iremos de mientras a un lugar.

Alice se unió a nuestro paso. Caminamos a escasos metros del río. En frente nuestra se erguía una pequeña colina, o no tan pequeña, puesto que no veía el otro lado. Alice echó a correr para adelantarnos.

-¿A dónde vamos?- pregunté intrigada por la reacción de Alice.

-Veníamos muy seguido aquí cuando mi hermana era aún más renacuaja -dijo tomándome de la mano para subir con más rapidez por la pendiente. Sonreí al oír como la había llamado -Así que para que la pequeña no se aburriera y matar el tiempo, entre mi padre, Andrea y yo hicimos algo.

Por fin coronamos la colina.

-Uaau... - aquello era precioso, un fuerte de color ceniza, descansaba sobre las ramas de un Álamo negro de tronco corto y grueso. Las ramas abiertas hacían de pilares para la gran copa color verde primaveral que tanto los caracteriza. En una de sus gruesas ramas, una cuerda anudada sostenía la goma de una rueda que hacía de columpio y sobre el que Alice se columpiaba en aquel preciso instante.

-Es precioso- dije ahora mirándolo a él, que sonrió satisfecho.

-Nada mejor que oír que las dos chicas más importantes en mi vida, reconozcan y den el visto bueno a mi trabajo- dijo rodeándome por la cintura y con una de sus dulces sonrisas en el rostro. Elevé la mano hasta rozar su mejilla con mis dedos.

-¿Dos?- pregunté. No tenía mucho sentido que me dijera aquellas palabras y luego me excluyera. Me sentí estúpida pensando aquello.

-Tú y mi hermana- dijo antes de darme un breve beso. Subí la mano hasta dar con sus cabellos.

-Pensé que eran tu hermana y tu madre.

-¿Y dónde quedas tú?- preguntó riendo. Me encogí de hombros avergonzada. Me acarició la mejilla -Además, mi madre tan siquiera se ha dignado a pasarse por aquí y ella ocupa el tercer lugar desde que una ladrona le quitó el primer puesto- dijo antes de besarme con la dulzura característica de sus labios sabor a miel. El beso fue prolongado, pero se me antojó corto a más no poder, por lo que no dejé que se apartara siquiera. Sonrió sin dejar de besarme, antes de presionarme contra su cuerpo. Me aparté sin ganas. Él rio entre dientes.

-¿Qué te ocurre?- no quise imaginar mi cara de disgusto, aún así la imaginé y noté el calor ascendiendo hasta mis mejillas.

-Bajemos ¿sí?- dije esquivando su mirada. Comenzó a reír con ganas.

-Tonta- dijo antes de darme otro de sus breves besos, que aunque breves, me dejaban sin respiración.

Me tomó de la mano antes de seguir bajando al encuentro de Alice.

-¡¿Qué te parece?!- chilló Alice cuando aún no habíamos llegado a su lado, mientras se balanceaba en círculos.

-Es precioso- le respondí, ya más cerca.

-Lo hizo Philip con papá y Andrea- le sonreí.

-Ven- me dijo Philip tirando de mí hacía las escaleras -Las señoritas primero- subí las escaleras con cuidado.

Lo que veían mis ojos era algo... encantador. Tanto las paredes de madera, como el suelo, eran de un color rosa pastel, empalagoso para mi gusto, pero realmente bonito teniendo en cuenta que había sido decorado para una niña. Medía no más de veinte metros cuadrados.

En la esquina de la izquierda, próxima a la puerta, había una mesita blanca, en la que había varias revistas infantiles y otras de adolescentes. En la pared, justo sobre ella, había dos fotos enmarcadas, una en verde pastel, en la que aparecían Philip y Alice sacando la lengua a la cámara, y otra con el mismo marco ancho, pero en color blanco, en la que aparecía Alice mirando al cielo, sosteniendo una margarita cerca de sus labios.

El suelo se tapaba en el centro, por una amplia y rectangular alfombra blanca de pelos, y sobre esta, ocupando el centro de la habitación, había una mesa blanca, rodeada por cuatro sillones puff, dos de color chocolate y los restantes, de color verde, ambos en tono pastel. Había varias muñecas de tela en los estantes de una pequeña estantería en color blanco. En la pared, formando un corazón, había pegadas con chinchetas, pequeñas fotos en las que salían Philip, Alice y otras niñas que supuse, serían sus amigas.

-Es pequeña- dijo Philip subiendo el último escalón -Pero... - se llevó la mano a la cabeza. Olvidé decir en la descripción de la habitación, que el techo era más bajo de lo normal, lo suficiente para que mi novio diera con la cabeza y me provocara un ataque de risa.

-¿Y te ríes?- dijo intentando suprimir la sonrisa sin mucho éxito, aún con la mano en la cabeza.

-Lo siento- dije ya más controlada acariciándole el rostro -¿Estás bien?- intentaba controlar mis renovadas ganas de reír, pero me estaba resultando difícil.

-Eres mala- dijo antes de atraparme entre sus brazos y empujarme hacia uno de los sillones que se hundió de inmediato con el peso de ambos al caer. Intenté quitármelo de encima, con cosquillas, pellizcos... nada. Llevó su mano vendada a mi mejilla izquierda. Habíamos pasado de las risas al completo silencio. Nos observábamos mutuamente, sin más sonidos a nuestro alrededor que el del murmullo del río, los pájaros que piaban sobre nuestras cabezas, el balanceo del improvisado columpio que al poco tiempo cesó y nuestras acompasadas respiraciones, pero por supuesto y por encima de todo, los latidos de mi corazón. Poco a poco fue acercando su rostro al mío, cerré los ojos por instinto y acorté la distancia entre nosotros.

-¿No ibas a domar un potrillo salvaje?- abrí los ojos. Alice nos miraba desde la puerta. Philip la miró con fastidio, su mirada cambió por completo al clavarla nuevamente en mí.

-Creo que me basta con haber domado el corazón de esta potrilla salvaje- reí antes de engancharme a su cuello, obligándolo a caer sobre mí por completo y a chocar sus labios con los míos.

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