Ojos de gato Tentador [La ver...

By mhazunaca

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Él es salvaje, pero no sabe ni lo que es un beso. Marien va a quedar fascinada por su naturaleza y va a quere... More

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1: Ojos verdes
Capítulo 2: Investigaciones
Capítulo 3: Fuera de la realidad
Capítulo 4: Ellos quieren la toxina
Capítulo 5: Leyendas y sospechas
Capítulo 6: Lo que realmente era
Capítulo 7: Conociéndote otra vez
Capítulo 8: Hacia la capital
Capítulo 9: Lecciones
Capitulo 10: Aventuras en la ciudad
Capítulo 11: Un lugar perdido
Capítulo 12: Debo ser fuerte
Capítulo 13: Cediendo a los impulsos
Capítulo 14: Confío en ti
Capítulo 15: Desolación
Capítulo 16: La luz
Capítulo 17: Confesiones
Capítulo 18: Compañía no grata
Capítulo 19: Lo que somos
Capítulo 20: Para siempre
Capítulo 21: Situaciones frágiles
Capítulo 22: Juego sucio
Capítulo 23: Rigor en la capital
Capítulo 24: Acoplándonos
Capítulo 25: Algo oculto
Capítulo 26: Nueva compañía
Capítulo 27: Sueños y promesas
Capítulo 28: Desafortunada intervención
Capítulo 29: Cita oficial
Capítulo 30: Amor ardiente
Capítulo 31: Mensaje encargado
Capítulo 32: La noche apenas empieza
Capítulo 33: Más problemas
Capítulo 34: Plan en marcha
Capítulo 35: Sirio mío...
Capítulo 36: Muerte interna
Capítulo 37: A entrenar
Capítulo 38: En su búsqueda
Capítulo 39: Fin del viaje
Capítulo 40: Los milagros existen
Capítulo 41: Revivir
Capítulo 42: Asuntos pendientes
Capítulo 43: Regreso
Capítulo 44: La batalla y la verdad
Capítulo 45: Nueva era
Epílogo
Capítulo especial 2: Una noche única
Capítulo especial 3: Bienvenido
Mini extra: Un encuentro inesperado
Ojos de gato Saga
Especial Enif, madre de Sirio: Parte 1
Especial Enif: Parte 2
Especial Enif: Parte 3
Especial Enif: Parte 4 Final
Fan Arts
Ilustraciones
Videos
Ojos de gato en inglés

Capítulo especial 1: Un raro beso

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By mhazunaca

Me dijo que confiaba en mí, le demostré mi aprecio como me lo había enseñado. Aunque, aparte de ser por eso, le di un beso porque ese «algo» en mi interior lo pedía casi a gritos. Y ahora la traje a ponerla en las garras de la muerte. Creí que de algún modo sabría que tengo algo planeado y que estaba fingiendo ser despiadado como ellos, pero la escuché llorar tras esa puerta y supe que no, que rompí todo lo que había logrado con ella, que ahora me odiaba, tal y como supuse, tal y como temí.

Tuve que ir a mi pueblo a cerciorarme de que los otros hombres de Orión dejaran de vigilar a mamá.


—Madre, perdóname por ponerte bajo situación de estrés —le pedí con la cabeza gacha.

—Tranquilo. Lo importante es que has terminado la misión.

—Sí... en cuanto a eso... Debo volver.

—¿No has acabado?

—S-sí, pero. Debo volver. Descuida. No hay problemas, es solo... Volveré, madre, descuida.

Me despedí inclinando la cabeza y me fui.


***

El clima fresco ayuda a que no me agote en sobremanera, y para después del amanecer, ya veo el lugar. Apus y Antares están en el exterior, eso me preocupa.

—Oye —uno de pone de pie y me alcanza un frasco—. Se le olvidó a Altair.

No me detengo a preguntar y entro a la edificación mientras escucho algunos gritos. Mi corazón ya no puede latir más rápido, pero mi preocupación parece poder más.

Al quedar en el marco de la puerta de la celda de Marien, me horrorizo con lo que veo. Altair la tiene contra la pared, asfixiándola. Mi sangre se calienta y, de nuevo, la bestia interna despierta. Esa que se desataba cuando Marien estaba en peligro, algo que nunca pensé que pasaría con un humano.

Antes de detenerme a pensar, he corrido y lo he empujado, con tanta brusquedad, que ha caído. Me mira con sorpresa y furia. Entrenamos juntos, y sé cuánto detesta a los humanos, pero podría medirse, ella no le ha hecho nada.

Ella no es mala, no merece nada de esto. Aprieto los puños para contenerme.

—Así que volviste —murmura Altair poniéndose de pie.

—Muévete —gruñe Orión.

—Creí que les había pedido no lastimarla —reto con severidad.

—Sirio, muévete —reniega Orión entre dientes, dando un par de pasos adelante, puedo oler su furia.

Sé lo agresivo que es y su fuerza es mayor a la mía, pero no se lanzaría a pelear aquí. Quedaría mal frente a una humana y su orgullo puede más. Debo pensar rápido en algo que los haga dejar de lastimarla, porque no lo soporto, soy capaz de atacar, y eso también es peligroso para mí, pero, sobre todo, para ella.

—Hice el trabajo, ahora escucha. De no haber sido por ella, yo no hubiera podido volver. Lo mínimo que puedo hacer es pedir que no sufra.

—¿Acaso quieres poner en juego tu poco honor?

—Solo hago lo que creo que es justo. Le debo esto. Y odio deber cosas, peor si es a un humano.

Finalmente parece caer en lo que digo. Es verdad, al Sirio antiguo le molestaría deberle algo a los humanos.

—En ese caso, la matarás tú, ya que eres mejor que nosotros en no causar dolor.

Sabía de algún modo que no la dejaría ir, así que había planeado pedirle eso en caso de suceder. Me alivia ver que al menos una cosa ya viene saliendo como en mi plan original. Tengo mejor oportunidad de sacarla de aquí al ser yo el encargado.

—Con eso no tengo problema.

Sonríe con suficiencia.

—Ahora duérmela. Necesitamos avanzar.

Volteo despacio para encararla por segunda vez después de haberla traicionado, y ella tiene lágrimas en los ojos. Me desarma, pero debo mantener las apariencias.

La tomo de los brazos y la pongo contra el colchón. Quedo a gatas sobre ella y le cubro la boca mientras se queja y tiembla. Trago saliva con mucha dificultad al sentirla tan frágil e indefensa. Esto no es justo, he sido un tonto por pensar que tendría todo bajo control, que ella no iba a pasarlo tan mal como lo hace ahora.

Quiero acariciar un poco de su piel, pero ella está aterrada, y debo controlarme para que los otros no sospechen.

La suelto y tomo el frasco que me habían dado.

—Antonio... —Su voz en casi llanto me rompe.

¿Por qué? ¿Por qué me llama?

La miro, y aunque estoy neutro por fuera, por dentro me ha destrozado en culpa. No sé cuántas veces o cuán roto debo estar para morir de una vez. «Tan solo espera, mi hermosa, por favor». Quiero darle a entender eso aunque sea con la vista, pero todos me están observando.

—Ya no más —respondo—. Olvida que existió.

Lágrimas recorren sus mejillas y quiero mandarlo todo a volar y abrazarla fuerte.

—Sirio —me apresuran.

Gruño impaciente y la duermo...


Al salir me dirijo al almacén casi corriendo y voy directo al viejo costal de arena que pende de una cadena de metal. Lo golpeo con furia y suelto la rabia que he estado conteniendo, le doy otro golpe y no me detengo, golpeo y golpeo mientras gruño.

Nunca debí traerla, debí venir a que me mataran, ¡soy un maldito cobarde!

Termino clavando las garras en el saco y tiro hacia abajo, destrozándolo mientras un salvaje gruñido me hace vibrar el pecho y sale entre mis apretados dientes.

Quedo de rodillas mientras la arena termina de caer.

Mi dulce Marien, me odias.

—¿Y toda esa furia contenida? —pregunta Orión.

Maldición.

—Es... —Me aclaro la garganta y me pongo de pie, recuperando la frialdad—. Justamente la que estaba aguantando desde que la conocí, en serio me colmó la paciencia, complicó el viaje. Gracias por dejarme matarla.

Sonríe de forma siniestra.

—Claro, me sorprendes cada vez más. —Se retira complacido.

Respiro hondo. No sé qué tan bien estoy engañándolo, después de todo me conoce desde niño. Solo espero que en verdad esté funcionando...


Lo veo irse con Apus y Antares hacia otro lugar, supuestamente a buscar algo, o ver a alguien. Seguro a algún otro guerrero para saber qué noticias hay de los humanos. Cuando dejo de verlos, volteo gruñendo bajo y me dirijo a quien queda. Altair.

—¡¿Qué sucede contigo?! —reclamo dándole un empujón.

Él reacciona y me devuelve el golpe.

—¡¿Y tú qué?!

—¡¿Por qué la han maltratado?! ¡En dónde está tu honor!

—¡Es solo una humana!

—¡Es una dama! ¡¿Acaso no recuerdas lo que Ganímedes siempre nos dijo?!

Gruñe y yo también. Entonces queda en silencio, todavía mirando con molestia.

—Tú. ¿En dónde está tu honor? ¿Acaso defiendes a una humana?

—¡Te dije que no es mala y pedí que le dijeras a Orión que podemos razonar con ella!

—No —me acusa con el dedo—. No. ¡Los humanos son malvados y lo sabes! —Me toma con brusquedad de los brazos y gruño de nuevo—. ¡Si Orión ve que dudas, va a matarte! ¡¿Acaso dudas en verdad de todo lo que nos ha enseñado?!

Me doy cuenta, con mucha decepción, de que él no va a entender. Es mejor si no cuento con su apoyo y trabajo por mi lado en esto. Va a hacer todo más difícil, pero es mejor. Altair jamás va a dudar de la palabra de Orión.

Respiro hondo y me tranquilizo, o al menos lo finjo bien.

—No. Es solo que... Lo de mi madre me ha tenido muy preocupado.

Su agarre se afloja y suelta aire luego de analizar mi respuesta. Se aleja.

—Sí, entiendo eso. —Patea una roca—. Creí que esa humana ya te había lavado el cerebro o algo, con alguna cosa toxica.

—No. Cómo crees...

Dejo mi falsa sonrisa cuando él ya no está mirándome. Volteo a ver hacia el fuerte y aprieto los puños. Tengo que sacarla, dejarla a salvo, y entregarme por traición. Tengo que lograrlo.


Orión le amenazó con matar humanos que nosotros íbamos a cazar, de forma horrible, matando a uno frente a ella, y solo entonces ella aceptó hablar. Retorciéndome por dentro al verla sufrir, la contuve con Altair. Ella no tenía por qué ver cosas tan desagradables, solo debe ver cosas hermosas. No es justo.

Aunque en parte me alivió, no quería cazar más humanos y así iba a poder sacarla de ahí más pronto.


Termino sobre la rama de un árbol, observando el horizonte con el ceño todavía fruncido. Marien solo debería ver cosas hermosas, no tendría que haber sufrido maltratos de nadie tampoco. Ella merece ser tratada con la delicadeza con la que acogería a un ave en las manos. Tenía leves marcas en el cuello causadas por Altair, ahora ya no las tiene, felizmente, lo que significa que no fue mucho, pero no debería haber tenido ni una sola herida por más simple que fuera.

Ni siquiera más heridas mentales de las que tiene por haber perdido a sus padres. Suelto aire y recuesto la cabeza contra el tronco. Escucho leves risas y volteo a verlos, están alrededor de una fogata, cocinando a un venado.

—Oye —llama Orión—, ¿no vas a comer?

—Creo que sigue estresado —dice Altair—, no parece estar tan bien preparado como yo, ya que él no solo es menor, sino que se tardó bastante en traerla, perdiéndose de la diversión aquí.

Gruño y ellos vuelven a reír entre dientes.

—Ahí están las duchas —se burla—, anda al agua fría a que se te pase la rabieta de niño.

Sigo mirándolo con molestia desde lo alto de la rama. Niega y se aleja.

Él no era así, pero todos cambiamos, eso es un hecho. Aunque, hasta donde creía, cambiaríamos para bien. Pero ¿qué es "bien"? ¿Hacer lo que es bueno para nuestra gente a pesar de que a veces es malo para otros?

Suspiro y bajo de un salto. Me acerco a la fogata, no puedo dejar de pensar en Marien. Debo mantener bien las apariencias, que, si ellos descubren que siento algo por ella, podrían matarla, ese es mi mayor miedo. Tengo que dejar que las cosas fluyan o va a ser peor.

Si algo le pasa a ella...

—No ha tocado su plato de comida —dice Antares regresando con este en la mano.

—Si no come, se va a morir y no va a hablar —argumenta su hermano.

—Lo tiene que hacer —aseguro sentándome en uno de los troncos luego de tomar una presa del animal cocinado—. No creo que deje que otro de sus preciados humanos muera.

—Ja —se burla Orión luego de arrancar carne del hueso del animal con sus afilados colmillos—. Ya que tanto has pasado tiempo soportándola, deberías saber qué hacer para que hable.

—De hecho, sí —finjo confianza y hasta un poco de altanería—. Como son tan listos, han hecho bien en amenazarla con matar a otros humanos. Sugiero... —apoyo los codos en las rodillas mientras veo el fuego moverse con esa salvaje naturaleza suya, enfadado igual que yo, por estar siendo contenido—, que le pregunten si quiere seguir siendo culpable de la muerte de otros humanos, y estoy casi seguro de que va a decir que no. Aunque si se pone terca, entonces con gusto iremos a conseguir a otro humano.

—Bien. Sin duda estás apurado en matarla.

—Estoy harto de esto, eso es todo. Ya quiero ir contra esos humanos que quieren atacarnos con toxinas. Estoy aburrido aquí.


***

Entramos a su celda siendo ya de día. Sigo estresado a pesar del agua fría. Tengo que sacarla de aquí pronto, no quiero seguir con esto, me asquea.

—Buen día, ¿ya ha decidido, o requiere de un día más? —pregunta Orión.

—Hablaré, no voy a dejar que maten a más.

Alivio. Suelto aire muy despacio mientras los demás celebran en silencio sintiéndose ganadores. Ella tiene una mirada de profunda tristeza, está desolada y eso me rompe. Ha sufrido mucho a pesar de haber sido poco tiempo.

—¿Está segura? —interviene Orión, frustrándome de nuevo por temor a que ella dude y alargue esto—. Podría aplazar su propia muerte si deja que esa escoria muera primero.

—No, gracias.

Entreabro los labios con algo de asombro. Vaya, es incluso más valiente que yo a pesar de estar derrotada. Sus manos tiemblan aferradas al borde del colchón en donde está sentada, y las mías lo hacen contra mis brazos mientras los mantengo cruzados.

Ella cuenta algunos datos sobre esa toxina, muchos que ya sé porque estuve en el laboratorio, que es altamente letal y piensan distribuirla mediante misiles, pero se guarda algunas cosas. Sabe que yo sé algo, pero hay más, que escuché de otros, que no lo está diciendo. Como que está en el hospital principal de la capital, no en una base secreta como ha mencionado.

—Los humanos son tan fáciles —se burla Orión—. Aunque esperaba divertirme más, en fin. Sirio, ahora es toda tuya. Ya puedes matarla.

Es hora. Ella se exalta y reclama, pero ya es tarde. Orión me da el pase y me le acerco mientras ella me ruega con la mirada que no la lastime. Ahora más que nunca debo controlarme.

—Sirio... por favor... —pide temblando.

—Tranquila, no vas a sufrir, lo prometo.

—¡No!

Corre a la salida tomándome por sorpresa, pero Altair le corta el camino y la empuja con brusquedad. No, no, ¡no!

Ella se pone de pie e intenta escapar de nuevo, alejándose y yendo hacia otra pared.

—¿Qué pasa, Sirio? Te he visto hacerlo mejor —reniega Orión.

Caramba, ¿acaso no me van a dejar solo? Pero claro que no, qué tonto soy...

—Quién lo diría, me enseñaste a esquivar bien —me dice ella.

Me toma por sorpresa otra vez. No sé si sabe lo que hace, pero es justo lo que necesitaba. Le gruño y la tomo del cuello, procurando no lastimarla.

—Date prisa o lo haré yo, yo sí quería ver sangre —reclama Altair esta vez.

—Sí —continúa ella, corta de aliento—, eres muy lento, deberías sentirte avergonzado.

Gruño bajo y los otros ríen y hacen comentarios.

—Esto se pone bueno. Ella está pidiendo que la hagas sufrir.

—¡BASTA! —les grito y no me importa que noten mi rabia y frustración—. ¡Largo, me distraen!

Los saco sin problemas y cierro la puerta de golpe. Perfecto. Mi corazón me golpea el pecho al ver que mi plan empieza a funcionar y respiro hondo. Miro a mi aterrada chica y ella sigue espantada de mí. No me resisto más y me lanzo a abrazarla a pesar de que ella grita por el miedo que mi brusca reacción le ha causado.

Respiro hondo su aroma mientras mi pulso sigue en lo alto al poder al fin sostenerla en mis brazos. Intento calmarla mientras la aprieto contra mi cuerpo.

—Perdón —susurro apenas—. Tenía que hacer todo esto, perdóname por favor. Te sacaré de aquí, te lo juro.

Empieza a llorar y me vuelve a romper el corazón. La siento temblar y olfateo que tiene una herida. Le pido que no tiemble, tomo su brazo y lamo su herida. Su vista está clavada en la mía, la abrazo y le vuelvo a pedir perdón en un suspiro.

Qué alivio, aunque no puedo declarar la victoria hasta que la lleve lejos de aquí. También se ha aferrado a mí y ha dejado de llorar mientras le acaricio el cabello. Toma el cuello de mi camisa y me planta uno de sus dulces besos por mi clavícula de pronto. Un estremecimiento me recorre y mi mente se distrae.

Su aliento golpea mi piel y me siento feliz al recordar lo que ese gesto significa. Pero para mi sorpresa, ahí no acaba. Me da otro beso en el cuello, bajo la vista y me da otro por el mentón. No dejo de estremecerme. La miro, sus bonitos ojos todavía cavan profundo en mí un segundo, antes de que sus brazos suban a mis hombros y rodee mi cuello, acercándose. Su respirar roza mis labios y me besa ahí.

¿Qué?

Una fuerte corriente me recorre por dentro, mi corazón se acelera de nuevo de golpe. Me da una fugaz mirada, su tembloroso aliento golpea mi piel, y vuelve a hacerlo, abriendo sus labios y cubriendo los míos.

Siento su calidez, su humedad, me estremezco con más fuerza que antes y quiero más. Mis sentidos piden a gritos que haga lo mismo, así que lo intento, abro un poco los labios, pero ella me hace congelar, apoderándose de ellos y derritiéndome al empezar con un suave jugueteo.

Se aferra a mí, su aroma me tiene tonto, no se detiene y no quiero que lo haga. Torpemente intento imitarla, pero me pierdo y me vuelvo a perder. Es tan suave, caliente, húmedo, puedo sentir su textura, sus dientes a veces rozan apenas.

Sus dedos se enredan en mi cabello y tira de mi labio inferior con ansias, provocándome mil y una sensaciones. La abrazo fuerte y la pongo a mi altura para sentirla más mía de lo que ya lo hago. Me entrego por completo a ella y a ese raro, dulce, fuerte y rico beso. A esa bonita boca que siempre me atrajo y ahora pruebo de la mejor e impensable forma.

—Sirio, ¿cómo vas? —pregunta Altair desde el otro lado de la puerta, haciendo que nos detengamos en ese instante.

La miro sorprendido y ella a mí igual. Luce hermosa con ese rubor, pero no puedo detenerme a pensar en eso. Me aclaro la garganta para arreglar mi voz, regresando a la realidad.

—Todo bien, enseguida salgo —respondo mientras suelto a mi ahora mil veces más adorada, y la hago pisar suelo—. Tráeme la bolsa negra.

—Claro —responde Altair.

Miro con preocupación a Marien que parece estar pasmada.

—Recuéstate en tu cama y quédate ahí quieta. Finge estar muerta, ¿sí? —le pido lo más bajo que puedo.

Ella asiente y lo hace. Mi corazón late fuerte, pero respiro hondo y empiezo a tratar de bloquear todo sentimiento para no levantar sospechas. Mis labios laten apenas y están húmedos, se siente raro, pero me agrada. Los aprieto en una línea y suelto aire enseguida, incapaz de asimilar qué ha pasado.

Tocan la puerta y recupero por completo la compostura. Abro con cuidado.

—¿Y qué tal? —pregunta Altair mientras me da la bolsa.

—Dio buena pelea —respondo mientras me acerco a Marien.

Se deja manipular muy bien y logro ponerla en la bolsa, todavía está nerviosa y el plástico evitará que Altair se dé cuenta de que está viva. Con suerte confundirá sus latidos con los míos en caso de que se quede muy cerca. Tomo la mochila y la cuelgo a mi espalda.

Alzo a mi chica. Continúo mi camino con Altair siguiéndome y cruzo el hall de ingreso, donde está Orión.

—Bien hecho, Sirio —me felicita—. Tu mamá ya puede quedarse tranquila, has limpiado su nombre. ¿Imploró por su patética vida?

—Oh sí, lo hizo —respondo fingiendo estar satisfecho a la perfección.

—Perfecto, a ti te encanta eso.

Bien... Ahora solo debo seguir fingiendo y largarme lejos con ella. Todavía no puedo creer que todo haya salido bien tan rápido. Empiezo a temer que sea una trampa o algo...


***

Después de salir de ahí, Marien me hizo saber que no me perdonaba y que a pesar de lo que había pasado, me odiaba. Eso me rompió por dentro y más aún al verla llorar y sufrir por mi culpa. No puedo vivir con eso, tampoco soy capaz de dejarla, tengo que decirle lo que siento, esto que me mata, que me quema.

No importa si incluso así me sigue odiando, me lo merezco, y sabía que pasaría desde que la vi, así que no hay marcha atrás. Lo que más quiero es dejarla en la capital, a salvo, nada me lo impedirá, aunque ya no pueda verla más luego, ni perderme en su aroma o en sus bonitos ojos. No interesa si sé que está a salvo, allá Orión no la encontrará luego de matarme. Confío en que sus amigos y las fuerzas armadas humanas la podrán proteger mejor que yo si algo llegara a pasar.


Después de confesarle lo que sentía y hablar un poco sobre lo que había pasado, no pude evitar preguntarle por aquel beso. Ella cortó con que había sido una despedida para Antonio, eso me volvió a romper por dentro. ¿Entonces no sentía lo mismo que yo? Le dije que seguía siendo el mismo, que podía seguir llamándome Antonio. Pero no quería y la entiendo.

Torpemente volví a abrir la boca.

—¿Puedo guardar las esperanzas de que te despidas de Sirio cuando te deje en la capital?

No hay respuesta. Claro.


Me mantengo entre el sueño y la vigilia, pensando en su beso, hasta que sus gritos y llantos me ponen alerta al cien por ciento. Corro a verla enseguida y la sacudo para despertarla de su pesadilla.

Está llorando, grita mi nombre y se me lanza, pidiéndome que no la deje. Ha vuelto a llamarme Antonio y eso me hace feliz después de tanta angustia.

—Tranquila, todo está bien —le susurro—. Estoy aquí, no te dejaré, nada va a poder hacerte daño.

—No me dejes, no me dejes, no me dejes... —sigue sollozando casi sin sentido.

No, mi dulce dama, no voy a dejarte.

La alzo y la llevo para hacerla dormir entre mis brazos mientras sigo en vigilia. La aprieto contra mí y acaricio su cabello, calmándola poco a poco.


Ya se ha dormido otra vez. La observo. Su rostro todavía expresa angustia, sus finas cejas están casi juntas. Mis labios forman una línea al saber que su pesadilla consistía en ella todavía atrapada, viviendo un tormento.

Niego con decepción conmigo mismo y los planes de Orión. Retiro con suavidad un mechón de su cabello que estaba en su mejilla y mi mano queda acunándola. Sin resistirme, le doy un beso en la frente, acaricio su dulce rostro y le beso la mejilla.

Toco con delicadeza sus labios, tan bonitos... Me llaman, pero no me atrevo a más. Quisiera repetir lo que ocurrió, pero solo quedo observándolos durante minutos, y los minutos se vuelven algo más de una hora.

Ya casi amanece y no podemos seguir por aquí por mucho tiempo. Otra vez me dejo guiar por el fuerte impulso, este fuerte sentimiento hacia ella, y vuelvo a acariciarla. La despertaría así toda la vida.

Jugueteo con su cabello y ella finalmente se mueve, enterrando el rostro por mi pecho.

—Debemos continuar —le digo con tono suave y tierno, ese que me nace solo cuando está conmigo.

Suspira y se reacomoda, girando para ver hacia el frente.

—Perdón por lo de anoche, fue una pesadilla —murmura—, no volverá a pasar.

La rodeo en brazos y deslizo mi nariz por su cabello, disfrutando de su suave aroma, quedando cerca de su oído.

—Perdóname tú, esto es mi culpa.

Estando tan cerca, me parece sentir que su pulso se acelera de algún modo.

—No estás perdonado aún —susurra.

—Está bien. —No importa, soy feliz con tenerla a mi lado. Recuesto mi mejilla en su hombro. Ahora que le he dicho lo que siento, soy más libre de demostrarlo, y quisiera seguir haciéndolo por mucho tiempo—. Creo que no quiero salir de tu vida.

—Te entregaré a los de seguridad entonces —responde, y eso me hace reír en silencio.

Si la dejo a salvo me basta, soy feliz al poder tenerla entre mis brazos.

No tarda en apartarse y alejarse, así que solo la dejo.


Después de partir conversamos un poco más sobre mi terrible falta y poco a poco la conversación se va amenizando. Ella vuelve a sonreírme y siento que acabo de resucitar, no puedo evitar sonreírle ampliamente también. El impulso de querer llenarla de besos me golpea pero tengo que contenerme.

Al caminar, su mano roza la mía y mi corazón late de emoción. Toda una sensación me recorre. Ella entonces entrelaza sus dedos con los míos y me mira de forma dulce, con ese leve rubor en las mejillas. Hermosa.

Caminamos así, algo también nuevo para mí. Se siente bien, íntimo, algo solo nuestro, como ese beso que me dio, las caricias y los toques de antes también. Todo nuestro.

Quiero compartir lo que me queda con ella. Darle muchos más besos, incluso en sus bellos y suaves labios, pero... no quiero que eso signifique una despedida...

Podría preguntarle si quiere darme otro beso así, pero no de despedida, sino de... ¿"reencuentro"? No, qué tonto soy...

—¿Todo bien? —pregunta manteniendo su sonrisa.

Aprieto los labios unos segundos y asiento correspondiendo a su gesto.

—Sí...

Tengo que llevarla a casa. Tengo que hacer que mamá conozca a esta hermosa mujer, el motivo por lo que he hecho todo lo que hice. Que vea que no lo hago por puro capricho, sino por algo que sí vale la pena.

Además, ella quería conocer mi pueblo. Es mi ultima oportunidad, mientras Orión consigue tramitar todo eso de mi condena, tengo tiempo.

—Vamos por aquí —le pido deteniéndome, ella no suelta mi mano—. Es territorio de venados y ya va a ser hora de comer. —Mi hermosa dama queda mirándome—. Lo juro —agrego mirándola con fervor a esos inocentes ojos—. Jamás, jamás te haría daño, lo sabes.

Ella asiente.

—Sí... —Y vuelve a dejarse guiar.



*****

Copyright © 2014 Mhavel N.

Todos los derechos reservados.

Registrado bajo derechos de propiedad intelectual, caso número 1-2261766092 United States Copyright office. Prohibida toda copia parcial o total, toma de ideas de la trama, personajes, adaptaciones. Bajo pena de denuncia, cargo y/o multas.

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