DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proc...

By IsabeleGPedroso

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Dieciséis años, hermosa y con ciertas habilidades especiales, inexplicables para ella misma. Ella, la cual nu... More

Bilogía de Megana
L'inizio
Viaggio a Londra
Mia suocera e i suoi pensieri
I
II
III
Dieciseis primaveras
I
Decisioni sbagliate
I
II
III
IV
V
VI
Piacere...
I
II
III
IV
V
Benvenuta
I
II
III
IV
Ciao
I
Il mio strambo
I
¡Bambina insolente!
I
II
¿Cosa rispondi?
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
Per te mi sposerò
I
II
III
IV
V
Ricordi del passato e piani futuri
I
II
III
IV
V
Inizia il conto alla rovescia
Dieci
I
II
III
IV
V
Nove
I
II
III
IV
V
Otto
I
II
III
Sette
I
II
III
Sei
Cinque
Quattro
Tre
Due
I
II
Uno
Uno e settantacinque
Uno e mezzo
0!! Mi sa che sei in anticipo
La forza dell'amore
I
II
III
IV
Philip è assente
I
II Jissella
III
IV
V
VI
Insieme per sempre
I
II

Per sempre

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By IsabeleGPedroso

-Philip!-Me desperté llamándolo.

-Tranquila, tienes que estar tumbada-entre Alexandro y Roberto, me agarraron para que no me levantara de la cama como pretendía. Solo fue cuestión de segundos... Al momento recordé y fue simplemente necesario el hecho de recostarme, ya que unas nauseas agresivas agitaron mi vientre consiguiendo marearme. Otros pocos segundos después, las lágrimas caían por mis pómulos.

-Lo siento pequeña-escuché que me decía Roberto mientras limpiaba mis lágrimas. No quería hablar, pero necesitaba hacer una única pregunta.

-Por qué?-le pregunté al techo blanco, a espera de una maldita respuesta que jamás obtendría. Al menos no una coherente, no para mí.
Alexandro me abrazó, me abrazó con necesidad y lloró, lloró conmigo como un niño... Sólo entonces caí en algo... Yo había perdido al hombre de mi vida, a mi marido y padre de mi hijo. Pero ese hombre de pelo cano que lloraba como un niño teniéndome entre sus brazos, ése hombre había perdido a su hijo... Y su dolor era inimaginable si tenemos en cuenta aquello de que... Ningún padre debería sobrevivir a su hijo.

-Por qué ellos?-ahora fui yo la niña de llanto incontrolado tras hacerme esa pregunta-Por favor, que alguien me los devuelva-nunca había llorado tanto y de aquella manera tan lastimosa para cualquier oído o corazón-Por qué?-susurré entre sollozos lastimeros, sintiendo un abrazo asfixiante a mi alrededor de más de dos pares de brazos.

Aquello no podía estar pasando de verdad... No a mí... No a nosotros... No a ellos.

Tras la noticia, el desmayo fue lo previo a la eclampsia, la cual tras convulsiones y fiebres, me mantuvo en coma durante cuatro días. El niño estaba bien... Y yo... Al menos físicamente y para como debería haber quedado.
Aunque habían intentado retrasarlo con la esperanza de que yo pudiera asistir, ambos funerales ya habían tenido lugar. Cuando me dijeron que sus cenizas estaban en casa, solo pude llorar.

Lloré durante días. No quería compañía, no quería comer... Bebía agua por la molesta sensación de sequedad que tenían mis labios o mi garganta... No hablé durante días.

-Megana, necesitamos que comas, estás muy débil-el doctor hablaba conmigo, pero yo siquiera lo miraba, estaba recostada en la cama mirando en dirección contraria a él, hacia la ventana por la que se veía aquel cielo encapotado, cubierto por una bruma grisacea muy parecida a la que sentía que me envolvía a mí.
Tragué saliva a duras penas e intenté hablar, pero mi voz llevaba demasiado tiempo callada.

-Quiero irme a casa-una voz ronca y sin vida salió de mis labios.

-Supongo que estarás de broma-lo miré sin decirle nada.

-Si aquí no comes, quién me promete que no morirás de hambre en tu casa? Sois dos vidas. No juegues tan duramente con ellas-noté como las lágrimas acudían una vez más a mí.

Que alguien me los devuelva... Por favor...

-Con el tiempo dolerá menos, no olvidarás, pero tienes que seguir con tu vida-me encogí cuando su mano rozó mi mejilla-Tranquila. No estás sola, vale? Ahora mismo la sala de espera está más llena de amigos y familiares tuyos que de los familiares de medio hospital.

-Solo quiero volver a casa y estar sola... Por favor-supliqué sintiendo como las lágrimas caían por mis mejillas.

-No te dejaré ir a no ser que empieces a comer. Aquí hasta el momento has estado con suero, pero en cuanto llegues a tu casa y sin alimetarte, será cuestión de días que estés de vuelta... O quién sabe... Quizás cuando la ayuda acuda ya sea demasiado tarde-yo había estado todo el rato mirando a un punto invisible tras él, pero al escuchar eso último, lo miré.

-No se si eres consciente de que eso es lo que más deseo en estos momento.

-Lo soy, por ese mismo motivo no te dejaré ir-no dije nada, tan solo me quedé mirándolo por un rato, sin ninguna intención, aguantando su oscura, severa y profunda mirada... Luego volví la cabeza a mi postura inicial, viendo el lento movimiento de las pesadas y oscuras nubes.

-Qué quieres comer?

-Déjame sola-dije en un hilo de voz. Me daba exactamente igual si me había escuchado o no, no tenía ninguna intención de responder a cualquier otra pregunta o palabra.
Allí me quedé en silencio, mirando nada en concreto y sintiendo ese duro vacío en mi interior... Las lágrimas volvieron a mí al pensar en ellos... En sus risas llenas de vida, sus miradas llenas de amor... Todo de ellos... Mis hombres... Los que más amaba en esta vida...
Lloré en silencio... Los eché de menos sintiendo como se me empequeñecía el corazón... Realmente deseaba morir.

Papá... Philip... Por qué? Por qué vosotros?

-Megan-escuché una voz masculina... Una voz quebrada... La reconocí y al fin sentí algo a parte de dolor y tristeza... Quería un abrazo... Pero solo lloré más.

-Por qué, Carlos? Por qué a mí? Por qué ellos?-ya me encontraba entre sus brazos... llorando como una niña.

-Lo siento. Por favor, no llores-al escuchar su voz y su gemido, me aparté de él comprobando que no me equivocaba al pensar que estaba llorando. Lo miré entre extrañada y sorprendida-Tu padre era una persona increíble. Y Philip, aunque no era santo de mi devoción, te hacía feliz. Así que, que no te extrañe que esté llorando como una nena-sonrió débilmente mientras limpiaba mis mejillas con sus dedos-Y otro gran motivo es, que no me gusta verte así-bajé la mirada.

-Solo quiero ir con ellos-dije antes de volver a mirarlo como pidiendo permiso, pudiendo ver como sus ojos se llenaban de lágrimas nuevamente.

-No digas eso.

-Y tú no llores porque lo diga. Solo es lo que quiero-iba a seguir hablando, pero solo logré suspirar sintiendo dolor en el pecho.

-Y qué pasa con nosotros? Con tu hijo? Tu madre? Tan poco valemos para ti que quieres hacernos pasar por lo que estás pasando tú ahora. Quieres empeorar el sentimiento que ya tenemos?-negué con la cabeza mientras se me nublaba la vista.

-No quiero este niño...-dije sintiéndome la persona más desgraciada del mundo.

-No digas tonterías Meg.

-No lo entiendes...

-Sí lo entiendo. Es suyo y puede que tenga su sonrisa o sus ojos... Te recordará a él diariamente... Pero es algo vuestro. Es tu hijo. Es el nieto de Roberto-volví a tumbarme y a mirar por la ventana. Suspiré cansada... agotada y dañada.

-Tienes que comer.

-Cómo está Alexandro?

-Triste, pero él sí se alimenta-estuve a punto de sonreír, pero no pude hacer ni el amago, cualquier gesto de expresión se quedaba en nada.

-No quiero comer, Carlos. No tengo hambre.

-No te he preguntado si tienes hambre, te he dicho que tienes que comer.

-Pero no quiero.

-No te pedía permiso-su voz se alejó y al minuto estaba de vuelta a mi lado, mostrándome una bandeja con comida. Tuve que suspirar nuevamente al comprobar que tenía en ella todo aquello que me gustaba.

Philip...

Me tapé con la sábana y me di la vuelta, pero al momento Carlos rodeó la cama para mirarme con cara de póquer, mientras me mostraba la bandeja nuevamente.

-Vas a comer-se supone que reí, pero sonó más a un único estornudo o soplido corto y débil-Por favor-dijo cambiando el gesto de su cara, suavizándolo por completo y volviéndose niño de mirada lastimosa-Estás fatal Megana-casi susurró observándome.

-Vaya... gracias-sonrió tristemente mientras negaba con la cabeza.

-Siempre estarás hermosa, pero no luces nada saludable... Estás pálida y mucho más delgada, una semana sin comer es demasiado.

-Ha pasado una semana...-bajé la mirada-Solo...

-Demasiado tiempo sin que dejaras que te veamos.

-No quería ver a nadie... De hecho sigo sin quererlo-hablaba para la pared, no quería verlo a los ojos-Solo quiero volver a casa y llorarlos en mi cama... No es mucho lo que pido.

-Y morir de hambre-concluyó.

-Y morir de hambre-sentencié.

-Calla ya idiota-se sentó en la cama con cuidado, tras dejar la bandeja en la mesa junto a mi cabecera. Cortó un pequeño trozo del croasán y se lo metió en la boca-Oye pues si que está bueno-dijo tras tragar. Sonreí debilmente.

-Lo sé-dije antes de cerrar la boca y negar con la cabeza ante el trozo que me venía de camino.

-Abre-volví a negar con la cabeza débilmente-Lo necesitas... Lo necesitáis-me dolió que me recordara la criatura que llevaba dentro... El mismo que apenas notaba desde... Desde que desperté tras su padre fallecer-Hablabas en serio con lo de que no lo tendrás?-preguntó al ver que me quedaba callada con la mirada perdida.

-No quiero pensar en ello ah..-de repente me encontré con un trozo de croasán en la boca. Sonrió divertido y malicioso por la travesura.

-Mastica porfa-dijo poniendo vocecilla de niño bueno, haciéndome sonreír débilmente una vez más. Al final logró que comiera la mitad del croasán y parte de la macedonia.

-Bueno, poquito a poco-había dicho tras yo decirle que ya estaba llena.
Me dio dos horas de descanso y luego volvería para hacerme comer el resto, y traería a Alexandro consigo.
No pude dormir, así que fueron dos horas a ritmo lento, intentando contar las curvas de las nubes.

-Megan-al escuchar la voz de mi suegro, se me estremeció el alma. Lo miré... Sintiéndome culpable por algo que ni yo entendía... Sintiendo un dolor inimaginable en el pecho...

-Lo siento...-dije antes de comenzar a llorar como si me fuera la vida en ello... Al poco sus brazos me rodeaban y sus labios besaban mi frente.
Lloramos y el cielo nos acompañó.

-No estás sola pequeña... Te debo la felicidad de mi hijo... Tu fuiste el verdadero amor de su vida-yo lloraba desconsolada.

-Qué haré sin ellos? Cómo... Cómo se supone que debo hacer para seguir? Ahora mismo tan solo me gustaría irme con ellos...

-Nos tienes a todos Meg... Me tienes a mí, que os ayudaré a ti y al pequeño hasta que me muera-negué con la cabeza.

-No me refiero a eso...

-Lo sé-lloró nuevamente y esta vez lo abracé yo a él-Era el hijo perfecto... tuvo sus momentos de juventud y rebeldía, pero incluso eso lo recuerdo con orgullo... Le echó valor a cosas que yo no fui capaz con aquella misma edad...-hablamos durante horas. Lloramos la mayor parte de ellas por el simple recuerdo inevitable y constante, de que ya no los veríamos más... Incluso reímos entre lágrimas por las distintas anécdotas que quisimos compartir el uno con el otro-Tu padre estaba muy orgulloso de ti Megana... Cada vez que hablaba de ti se le iluminaban los ojos como farolillos-lloré en silencio mientras lo escuchaba, limpiando mis lágrimas tímidas con mis manos-Tendrías que haberlo visto el día de la boda-sonrió mirando el recuerdo en su mente-No hacía más que decir que estabas loca y que Philip era el culpable-rio-Que por casarte con él te habías bautizado... Como si creyese en Dios... Eso dijo riéndose-yo sonreía aún entre lágrimas-Te quería con locura...-fueron horas duras... pero ellos estuvieron ahí... escuchando y riendo con nosotros... Mirando con tristeza cuando llorábamos como niños... Así quise sentirlo.

Pocos días después me dieron el alta gracias a Carlos, que se ofreció a cuidarme y asegurarse de que me alimentaba correctamente. Alexandro y Alice, los únicos que habían podido quedarse en Italia, además de Lupe, habían tenido que volver a Londres, la última por petición mía aunque volverían en pocos días para el funeral. Ya que había despertado, ahora podríamos harcer nuestro propio homenaje.

-Entonces estás segura de que mañana estarás lista para recibirlos a todos?-me preguntó Carlos. Íbamos en el coche camino a mi casa. Yo miraba por la ventana sin observar nada realmente.

-Sí... Necesito empezar a practicar...

-A practicar el qué?-preguntó curioso.

Que estoy bien-pensé.

-El socializar-respondí.
Cuando llegamos a la cancela de la casa y Carlos bajó para abrirla, mi corazón se empequeñeció. Quizás no era tan buena idea el haber vuelto tan pronto.
El coche siguió lento por el camino, permitiéndome mirar hacia las copas de los árboles.
Iba a ser más difícil de lo que pensaba.

-Señorita-Carlos me agarraba la puerta. Salí en silencio, pisando la grava y mirando todo a mi alrededor, como si fuera la primera vez que llegaba a aquel hermoso lugar. Hermoso... pero ahora lo veía todo con otro color...

Abrí la puerta con miedo y la empujé con cuidado. Esperé ver como una figura aparecía a contraluz para bajar esas escaleras vertiginosas. Lo esperé con toda mi alma y me entristecía saber en el fondo, que por más que mirara hacia ellas, la figura del hombre al que amaba, ya jamás bajaría por ellas. Se me nubló la vista por las lágrimas que amenazaron con caer, pero cuando cayeron, el culpable fue Draco, que bajó las escaleras corriendo al escuchar el chiflido de Carlos, quien se había mantenido a la espera tras de mí respetando mi silencio. Me arrodillé y lloré abrazada a Draco.

-Hola pequeño-peiné sus orejitas con mis dedos y miré sus ojos por ratos cortos por culpa de las oleadas continuas de lágrimas-Papá ya no vendrá más...-tuve que apoyar ambas manos en el suelo y llorar. Draco gemía buscándome la cara entre la cortina que suponía mi cabello suelto.

-Meg-aparté la mano de Carlos cuando me la colocó en el hombro. Quería llorar, quería quedarme seca... Pero me quedaban lágrimas para años y era muy consciente de ello.

-Putos egoístas de mierda-logré decir entre sollozos y mirando como las lágrimas impactaban contra el suelo-Me prometieron que siempre estarían conmigo... Mentirosos-Carlos me abrazó y cuando intenté librarme de él, me abrazó aún con más fuerza, dejándome hundir la cabeza contra su pecho...

El día se me hizo eterno... Tumbada en el sofá con Draco porque no me atrevía a subir a nuestra habitación.
Definitivamente sería muy difícil.
Carlos tuvo una paciencia inimaginable. Le respondía mal o arisca, no quería comer aunque al final tras mucha insistencia terminaba cediendo, no le quería hablar...

-Vas a estar mucho tiempo con ese humor de mierda?-llevábamos varias horas frente a la tele, pero ninguno la había estado mirando. Lo miré sin entender, ya que llevábamos mucho sin decir una sola palabra-Sí, tu marido y tu padre han muerto... Pero creo que no es motivo suficiete para que me estés tratando mal o ignorándome.

-No te pido que estés aquí-dije egoístamente y siendo una completa desagradecida. Se enfadó con mi respuesta y en su cara se notó. Se puso en pie dispuesto a marcharse, pero se paró en seco antes de doblar la esquina camino al recibidor. Se dio la vuelta y vino a toda prisa hacia mí dejándome perpleja cuando atrapó mi rostro entre sus manos y sus labios toparon con los míos. Yo no reaccioné. Mirando sus ojos cerrados tan solo sentí, cómo aquellos labios se pegaban a los míos sin ningunas ganas de apartarse. Pero aunque lento, lo hicieron. Para entonces yo seguía con cara de sorpresa.

-Lo siento vale, pero quiero que te quede claro de una maldita vez que te amo y que si estoy aquí es por eso, porque me importáis y no me hace falta que tú ni nadie me pida que me quede, porque lo haré pésele a quien le pese.

-Carlos, yo no...-negué lentamente con la cabeza sin saber realmente que diantres debía decir.

-No hace falta que digas nada Meg... Se que para ti jamás seré la mitad de bueno de lo que lo era Philip... Sólo quería que te quede claro que estaré aquí... del modo que quieras tú... pero estaré-bajé la mirada suspirando cansada-Quieres que me quede a dormir?-negué con la cabeza-Vale, entonces me voy preparando la habitación de invitados-sonreí débilmente antes de mirarlo, pudiendo así ver su triste sonrisa.

-Abrázame-le pedí en un hilo de voz y no me hizo falta repetirlo, que a los dos segundos me encontraba rodeada por aquellos brazos.
No se cuándo, pero me quedé dormida.

A la mañana siguiente me desperté desorientada, entre unas sabanas de satén color plata con aroma a melocotón. Aquella habitación... Unos brazos rodeando mi cintura...
Me giré rápidamente esperando algo estúpido...

-Lo siento-me disculpé con tristeza en la voz al comprobar que mi acompañante de cama era Carlos y que con mi brusco movimiento, lo había sobresaltado despertándolo. Pero más por lo primero que por lo segundo.
Volví a recostar la cabeza sobre la almohada de espaldas a Carlos, queriendo hundirme en ella...

-Anoche cuando te traje y me iba a apartar, me pediste que me quedara-escuché la voz de Carlos, triste y pausada-Estabas casi dormida... Y me llamaste Philip-suspiré débilmente.

-Lo siento-dije tan solo cerrando los ojos y pensando en él, en las ganas que tenía de mirarlo a los ojos y decirle que lo amaba...-Los echo tanto de menos-dije con la voz quebrada y sintiendo como la primera lágrima acariciaba mi nariz hasta escurrirse por mi labio superior. Carlos me atrapó entre sus brazos y me apretó con fuerza, envolviéndome por completo... Lloré nuevamente desconsolada.

Al despertarme por segunda vez aquella mañana, estaba sola en la cama, tapada por las frías sábanas.
Me incorporé sintiendo un dolor punzante en la cabeza.
Fui hacia el ventanal abierto y me apoyé en el alféizar, cerré los ojos y respiré hondo el frío aire de aquel día nublado...

-Buenos días-escuché tras de mí. Abrí los ojos sin prisa y me di la vuelta-Cómo te encuentras?-Carlos estaba apoyado en la barandilla de las escaleras, observándome como a una frágil muñeca de porcelana agrietada.

-...-abrí la boca, pero al no saber que decir, volví simplemente a cerrarla. Carlos simplemente dejó salir el aire de sus pulmones con pesadez.

-Tienes visita... Pensé en llamarlos y decirles que no vinieran, pero te hace falta verlos y comprender por quiénes tienes que seguir adelante-fruncí el ceño por el desagrado de la simple idea de ver a alguien, pero tras otro suspiro por mi parte, fui hacia el armario, cogí un camisón blanco, ropa interior y bajé las escaleras dirección al baño sin mediar palabra con Carlos, quien me observaba con cansancio y tristeza en la mirada.

Dios... Sí que estoy fatal...

Me encontraba frente al espejo escuchando la bañera llenarse, apoyada en el lavamanos como si el simple hecho de estar de pie me pesara y viendo mi reflejo en aquel espejo que comenzaba a empañarse.
Lucía pésimo... Pálida, con los ojos hinchados y rojizos por el llanto, así como mi nariz que lucía rosada. Había perdido peso y se me notaba de forma exagerada a pesar de los días en el hospital, en los que se supone que me quedaría a mejorar lo que pudiera mi salud. Estaba fatal.
Salí del cuarto de baño con aspecto de fantasma aunque ya uno con mejor cara, con los cabellos humedos cayendo sobre mis hombros y aquel camisón de tela ligera tapando mi cuerpo. Me detuve a mitad de las escaleras, planteándome la posibilidad de volver a la cama y dormir hasta el día siguiente... Pero seguí bajando con algo de inseguridad.

-Es raro... Ahora es cuando podemos darnos cuenta de quiénes eran los que más vida daban a nuestras vidas propias...-escuché que decía Luis.

-Dios, Megan-Alex, que fue la primera en verme, salió corriendo hacia mí y me abrazó, me besó, me volvió a abrazar... Y supongo que no pudo evitar llorar. Al momento Carlos la apartó de mí, dejando que otros pares de brazos me recibieran. No presté atención a los dueños de los próximos abrazos. Mi mente se quedó bloqueada en que no quería aquella compasión ni tener que soportar la pena de nadie... Por qué estaba ahí pudiendo estar en mi cama?

-Megan, me escuchas?-me preguntó mi madre agitándome, haciéndome volver en mí.

-Anaís-le llamó la atención Carlos, como si supiera que me comenzaba a agobiar con el simple hecho de estar compartiendo oxígeno en la misma habitacion, con alguien más.

-Megan cariño-mi madre me acarició el roystro como si no me reconociera... Suspiré y al fin mi cuerpo reaccionó de algún modo lógico para mí y cada vez más común... Al segundo siguiente de que mis ojos se nublaran en lágrimas, la primera cayó por mi mejilla.

-Meg-miré a Carlos al instante de escucharlo y en él dejé la mirada fija cuando mi madre me abrazó con fuerza para consolarme.

-Quiero irme-casi le supliqué en un hilo de voz. Poco después, Carlos me subía cargada escaleras arriba, dejándome apoyar la cabeza en su hombro mientras sus manos sujetaban mi espalda y mis piernas. Mi madre no reaccionó muy bien a que Carlos me apartara de ella, pero supongo que el resto se ocupó de calmarla, porque pronto se dejaron de escuchar sus quejas.
Carlos me dejó en la cama con cuidado.

-Lo siento-se disculpó sin motivos tras taparme con la sábana y antes de sentarse a mi lado para acariciar mi mejilla con cuidado.

-Cuánto dura?-su figura se desdibujó ante mis ojos nuevamente.

-La tristeza?-preguntó secando mis mejillas-No lo sé Meg... Yo solo he perdido a mi hermano y aún lo lloro de vez en cuando... Tú has perdido a dos... Creo que jamás nos libraremos de la tristeza... Sólo te prometo que con el tiempo dolerá un poco menos y lo llevarás cada vez, un poco mejor-la cabeza me dolía como si cien jugadores de fútbol la hubiesen confundido con un balón... Quería encogerme en mí y apretármela con fuerza... Quizás gritar...

-Diles que lo siento mucho-dije mirando las arrugas de las sábanas-Y que... Por las palabras de Luis... Ellos estarían muy contentos de saber que les llegaron a tomar tanto cariño-malditas lágrimas. No dejaban de caer.

-Se lo diré-besó mi frente-Descansa un poco.
Me quedé sola en la habitación... Con mis pensamientos como única compañía... Unos pensamientos que no me invitaban a nada bueno y que no hacían más que oscurecerme el alma.
Caminé hacia el armario, cogí una de sus camisas y tras librarme del camisón, me la puse. Fuera llovía con fuerza.
Caminé hacia el ventanal que daba a la entrada, pudiendo ver como parte de nuestra visita comenzaba a irse. Abrí las portezuelas de cristal sintiendo el frío golpearme el rostro y toda piel al descubierto que encontrara a su paso. Varias gotas se desviaban terminando también sobre mí. Me abracé a mí misma sintiendo cada vez una angustia y una rabia más creciente. Ese maldito chillido atascado en mi garganta quería salir...
Pronto comencé a hiperventilar de la rabia que acumulaba. Salí corriendo escaleras abajo camino al jardín. La puerta de la entrada estaba abierta, por lo que alguien que no me dio tiempo a reconocer me vio y al instante gritó mi nombre, pero mi único objetivo era llgar al jardín y así hice, corrí hacia el jardín, tenía intención de correr hacia el río, pero ni las lágrimas ni las fuerzas me dejaron... Caí de rodillas y grité con todas mis fuerzas, desgarrando el silencio por encima de la lluvia y desgarrando mi propia alma... Después del corto pero intenso grito, tan solo me derrumbé como una niña...

-Por qué?-fueron las palabras que salieron de mi boca una y otra vez, incluso cuando los brazos de Carlos me rodearon con fuerza. No las pensaba, no tenía la sensación de estar diciéndolas... Entonces, puede sonar estúpido, pero supe que no era yo quien pronunciaba aquellas palabras ni mi mente la que las planteaba, aquellas palabras eran obra de mi corazón... No era yo quien preguntaba, era el dolor.

Fue una semana dura. Comía por obligación y hablaba lo justo... No quería ver a nadie, salvo a Carlos, a quien no es que quisera ver, simplemente él no estaba dispuesto a marcharse... Y bueno... Luego estaba Roberto, quien venía cada día para darme conversación con la intención oculta de querer hacer terapia conmigo... Pobre... No entendía que estaba perdiendo un tiempo precioso.

-Vale ya Megana, arriba!-dijo Carlos alzando el volumen de voz demasiado para mi gusto. No era mi forma preferida de despertar.

-Carlos déjame en paz, es muy temprano-me quejé tapándome la cabeza con la sábana.

-Son las cuatro de la tarde Meg, tu reloj biológico está jodido desde hace un mes-dijo con voz serena mientras se acercaba a la cama. No se que me sorprendió más, si la parte de que eran las cuatro de la tarde o la de que ya había pasado un mes.

-Bueno, no tengo nada que hacer, déjame dormir.

-No-fue su única respuesta antes de que tirara de la sábana que tapaba mi cuerpo, hasta hacerla desaparecer de encima de la cama.

-Carlos-me quejé, deseando que las miradas matasen.

-Llevas casi un puñetero mes entero, de la cama al sofá y del sofá a la cama. No quieres ver a nadie. No has querido celebrar el funeral y sus urnas siguen metidas en un puto armario porque no te atreves ni a mirarlas. Ponte cualquier cosa y vamos. Vamos a terminar de una vez con esto-ahora simplemente fruncí el ceño.

-A dónde vamos?-pregunté incorporándome.

-Vístete. Estoy abajo-se fue de la habitación dejándome sola y extrañada. Poco después estaba lista, con un vestido largo en gris que disimulaba más o menos mi enorme barriga, unas chanclas negras y el pelo suelto. No me molesté en entrar al baño. Total, no es que se pudiera hacer mucho con mi cara.

-Ya estoy-le dije a Carlos, que estaba de espaldas a los ventanales en el jardín. Se dio la vuelta y me analizó con la mirada, sin ningún tipo de expresión en el rostro.

-Vamos-dijo sólo, antes de pasar por mi lado. Lo seguí sin entender y con algo de curiosidad por lo que se le pasaba por la mente, ya que realmente no podía averiguarlo. Nos montamos en el coche y comenzamos un corto viaje del que yo desconocía el destino.

-A dónde vamos Carlos?-pregunté tras media hora de camino y cuando nos desviamos de la carretera para comenzar a subir por un camino sin asfaltar, lleno de rocas y hierbajos.
No contestó.

-Ya estamos-dijo al cabo de otros diez minutos, cuando paró el coche en mitad de una cuesta igual de silvestre-Baja-me dijo saliendo él del coche, antes de dar la vuelta y abrirme la puerta. Yo bajé sin rechistar. Carlos se veía enfadado... No estaba acostumbrada a verlo así y menos teniendo en cuenta, que aún ese día no me había dado tiempo a cabrearlo.
Subir aquel último tramo de cuesta me estaba pareciendo una pesadilla, pero pronto me pareció un lecho de rosas y todo por el repentino agarrón del brazo que me dio Carlos, para tirar de mí a toda prisa hacia delante, pero para mi sorpresa, el camino se acababa y él no tenía intención de hacerme parar.

-Carlos!!-grité con verdadero miedo cuando me quedé inclinada sobre la abismal caída. Debajo mía solo había aire y, quizás cuarenta metros más abajo, rocas, árboles, más rocas... Mi corazón quería salir huyendo de mi pecho y dejarme allí a mí sola con aquel marrón-Qué haces Carlos?-me costó decir tres segundos más tarde. Lo único que me impedía caer era él fuerte agarre de Carlos, pero solo él podía decidir si caía o no, ya que yo no podía siquiera moverme.

-Llevas todo este tiempo queriendo reunirte con ellos... Olvidándote de nosotros, los que estamos aquí queriéndote ayudar a superar esto y consiguiendo que los odiemos a ellos por haber provocado que se esfume tu sonrisa o tu personalidad... Que se esfumen tus malditas ganas de vivir...-yo respiraba con dificultad mientras lo escuchaba... Mi mano que se agarraba a su ante brazo, comenzaba a sudar-Bien, pues te doy la opción de vivir y dejarlos ir tranquilos, o morir y reunirte con ellos-abrí los ojos como platos.

-Qué?!

-Me has escuchado perfectamente Megana... Vives con nosotros o mueres con ellos... Fácil... Sólo tienes que decidir lo que quieres-tenía miedo, pero rompí a llorar cuando comprendí que si no estaba dando ya una respuesta, era porque me estaba planteando la opción de pedirle que me dejara caer-Responde joder!-me sorprendí al oír el grito quebrado de Carlos-Responde-ahora simplemente fue una súplica entre llanto.

-Vivir-sollocé.

-Vivir cómo?

-Con vosotros-las lágrimas ya no me dejaban ver el fondo del barranco-Vivir con vosotros-repetí en un hilo de voz, antes de que Carlos me atrajera hacia su pecho con fuerza, haciendo que ambos cayéramos al suelo... llorando.

-Lo siento-me disculpé abrazándolo con fuerza cuando se sentó-Lo siento-las lágrimas seguían cayendo.

-Pensé que me pedirías que te dejara caer Meg-su voz quebrada me desgarraba el alma. Negué con la cabeza con insistencia, queriendo dejarle claro que no, por tal de que se calmara-No lo habría hecho... No te hubiese dejado caer... Pero me hubieses matado en vida-me abrazaba sin querer dejarme ir y yo a él, aferrándome a la vida.

Las semanas siguientes fueron algo así como mi reinserción a la sociedad... Roberto se sorprendió de mi repentino cambio... No es que sonriera nuevamente o hablara por los codos... Pero sí me levantaba de la cama intentando que si lloraba, nadie me viera. Comía cuando debía sin necesidad de que Carlos me diera la lata. Salía a pasear por el bosque en compañía de Draco, llevando conmigo el libro que mi niño no pudo terminar, aunque yo tampoco es que tuviera intención de hacerlo, siquiera había leído mas allá del título, solo quería llevarlo conmigo a mis paseos.
Carlos y yo habíamos decidido no contarle a Roberto ni a nadie, el modo en el que había comenzado a levantar un poco la cabeza... Más que nada porque algo nos decía que querrían cortarle la suya a Carlos, a pesar de que su drástico método había dado resultado.

Y llegó el día...

-Cómo te encuentras?-me preguntó Alexandro, sentado a mi lado, apoyando su mano izquierda sobre mi mano derecha, la cual descansaba sobre la tapa de la urna de su hijo.
Yo, que había ido durante todo el camino mirando por la ventana, intentando morderme la lengua para frenar mi llanto, notando un nudo tremendamente doloroso en la garganta... Lo miré... y al segundo las lágrimas me impidieron verlo con claridad.

-Yo también los echo de menos-me confesó abrazándome, a la vez que su voz se quebraba.

Todos llegamos a lo alto del pequeño acantilado.
El día parecía acompañar con la situación... Cielo nublado, brisa fría...
Allí, sobre aquel peñón, quedábamos a unos diez metros del agua del mar.

Todos estábamos allí, Marinella, Viny, Roberto, Adele, Frany, Alex, Lupe, Lola, Mike... todos menos Miquiella y Alice, a quien sin duda eché en falta, pero al parecer no había querido venir.

Yo, que estaba al borde del acantilado, solo sentía dolor...

-Meg-tomé aire al escuchar a Alex antes de girarme hacia ellos.

-Gracias por venir-dije con dificultad antes de que las lágrimas nublaran mi visión. No podía seguir hablando...

-Si queréis, podemos comenzar ya-dijo Alexandro posando su mano sobre mi hombro.

Todos les dedicaron unas palabras, yo sin embargo solo escuché partes sueltas y no de todos...

-Quizás me parecieras un idiota la mayor parte del tiempo...-dijo Carlos entre otras cosas, haciéndome sonreír levemente, siendo esa mi primera sonrisa del día-Pero incluso yo se que con tu muerte, el mundo se priva de una buena persona-miraba algún punto fijo en el mar mientras hablaba-Solo una increíble persona sería capaz de engatusar a los Perseo-para sorpresa de muchos, se le quebró la voz poco antes de que me dedicara una intensa mirada.

-Sabes que te amo hermano...-Marinella llevaba un rato hablando de cara al mar-Y de que te hayas reunido con el señor, solo detesto ver a tu hija así...-dijo antes de mirarme con los ojos anegados en lágrimas, provocando que mi llanto empeorara antes de que ambas nos uniéramos en un abrazo.
Dolía tanto... No me acababa de creer que estuviera allí... Escuchando las palabras de nuestros amigos y familiares... Palabras dedicadas a mi padre y mi marido, ambos ahora muertos...
Un par de minutos después, tras ambas secar las mejillas de la otra, tomó un puñado del interior de cada urna... Y liberó las cenizas al viento para que esté las alejara hacia el mar.

Ya todos habían hablado... Menos yo.

-Hola papá-comencé-Tranquilo... no estoy enfadada-dije sin poder evitar el llanto nuevamente-Solo dolida-tuve que tomarme mucho tiempo entre frase y frase, tiempo en el que podía escuchar el mar, los llantos a mi espalda, las gaviotas sobre nuestras cabezas...-Porque a pesar de nuestra maravillosa familia, me habéis dejado aquí, sintiéndome terriblemente sola...-varias manos se apoyaron en mis hombros y espalda cuando tuve que encorbarme sintiendo los espasmos de mi propio llanto-Philip-logré decir en forma de gemido doloroso, aunque tardé en incorporarme nuevamente-Tampoco lo estoy contigo... Intentaré que nuestro hijo se parezca a ti, intentaré ser una buena madre... Sin ti...

Dios mío... Por qué...?

-Joder-solté con rabia por no poder parar de llorar-Lo sois todo para mí-logré decir tras tomar varias bocanadas de aire-Y jamás os podré olvidar... A ti papá, porque no se qué habría sido de mí si no me hubieses querido como hija... Qué habría sido de mí sin ti... Como tampoco se qué va a ser ahora... Qué haré sin tus abrazos, sin tus chistes malos...-las lágrimas no cesaban-Y tú... Mi amor...-miré al cielo teniendo que coger aire por el dolor que ocupó mi pecho-Simplemente... Alguien como tú no puede ser olvidado...-tomé las cenizas de ambos y dejé que el viento las tomara de mis manos, viendo como éste las mecía hacia la superficie del agua-Os amo-dije cerrando los ojos, derramando nuevas lágrimas. De repente, una ola chocó contra la roca salpicándome, provocando que abriera los ojos sobresaltada y sorprendida, al igual que los sonidos de sorpresa que dejaron escapar más de uno a mi espalda. Miré a Alexandro, quien con cara de extrañado miró el mar para nada agitado y demasiado abajo para que aquellos tuviese lógica, antes de mirarme a mí...

Tras breves segundos, ambos sonreímos leve y tristemente, tomando aquello... por una despedida.

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