Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

2M 228K 344K

«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

08 | Rota en pedazos

51.1K 6.9K 8.2K
By InmaaRv


08 | Rota en pedazos


Holland


Todo el mundo ha visto la fotografía.

Anoche, cuando entré en Instagram, ya tenía más de seiscientos me gusta. He recibido decenas de mensajes desde entonces. Algunos son de cuentas anónimas cuyos nombres de perfil son bastante ridículos (tales como @anónimo123 o @nosabesquiénsoy44) que se dedican a llenar mi buzón de mensajes de insultos e improperios. Sin embargo, no acaparan más del 20% del total.

Los restantes pertenecen a chicos de mi edad. Al parecer, que me haya enrollado —supuestamente— con un tío en el cuarto del conserje les da mucho morbo a todos, porque nunca me habían tirado los tejos con tanta avidez. Y es repugnante.

Sin embargo, nada de eso me preocupa. Es muy fácil huir de las redes sociales. Solo hace falta apagar el móvil y no he utilizado el mío desde ayer. Allí no es donde están mis problemas; sino aquí, en el mundo real, donde no hay forma de esconderse. Ahora que todos han oído los rumores, siempre me siento observada, vaya a donde vaya.

También escucho cosas. Mis compañeros susurran en clase y ya he pillado a varias chicas señalándome con disimulo mientras camino por los pasillos. Creen que Gale va a romper conmigo. Que lo nuestro está más que acabado. Que soy mala persona. Una zorra. Que voy a quedarme más sola que nunca. Que Gale tiene demasiadas pretendientes como para perder el tiempo con alguien como yo.

Porque no merezco la pena.

Lo peor de todo es que ni siquiera sé si es verdad. Llevamos sin hablar desde ayer. También he ignorado las llamadas de Sam y anoche me encerré en mi cuarto antes de que llegaran mis padres. Los rumores se corren muy rápido y estoy angustiada. No quiero enfrentarme a ellos todavía. ¿Qué, si piensan que todo es cierto? Mis palabras no valen nada contra una prueba tan verídica como esa fotografía.

Si no me creen, me rompería en pedazos.

De manera que, sí, estoy asustada. Más que eso: estoy atemorizada, pero no puedo dejar que nadie lo sepa.

Apoyo las manos sobre el lavabo y mi reflejo me devuelve la sonrisa. Mis labios están tirantes, pero se me da terriblemente bien fingir y, viéndome así, cualquiera creería que mi vida es maravillosa. He cubierto mis ojeras con maquillaje —no he podido dormir— y llevo un peinado muy cuidado que me ayudará a disimular que no tuve fuerzas para lavarme el pelo ayer por la noche. Por fuera, sigo siendo la Holland de siempre. La que es perfecta.

Por dentro, las cosas son diferentes.

Solo para asegurarme, me aplico un poco de bálsamo en los labios y me retoco la máscara de pestañas antes de guardarlo todo en mi bolso. Después, sonrío hasta que me duelen los labios y mi felicidad resulta creíble, y salgo del baño.

No pienso dejar que esa ridícula instagrammer pueda conmigo.

Fuera me espera una odisea. Es la hora de comer, así que el pasillo está lleno de gente. Siento que me observan mientras paso frente al aula de matemáticas, en dirección a mi taquilla. Voy a coger mi libro de literatura y después me refugiaré en la biblioteca hasta que suene la campana.

Ir a la cafetería sería un acto suicida. Lo mejor será que actúe con normalidad, pero, eso sí, evitando siempre las aglomeraciones de gente. Conozco a mi novio y por eso sé que estará en donde esté la multitud. Tendré que hablar con él tarde o temprano, lo sé; pero prefiero esperar y hacerlo fuera del instituto, cuando esté más tranquila y sepa qué voy a decirle.

Sin embargo, enseguida me arrepiento de no haber ideado un plan B. Porque, en cuanto me adentro en el pasillo que conduce a mi taquilla, descubro que Gale está parado frente a ella.

Esperándome.

Mierda. Trago saliva y pienso seriamente en salir corriendo. Por desgracia, mi novio está con sus amigos, los chicos del equipo, y son demasiados como para que ninguno recaiga en mi presencia. Veo cómo Neisan, un jugador de último año —que ya se ha ganado mi odio eterno—, le da un codazo a Gale y me señala con disimulo.

Nada más verme, echa a andar hacia mí. Aprieto los labios y miro a mi alrededor. El corazón me late a toda velocidad. Para tranquilizarme, tomo aire y me repito mil veces que Gale me conoce; sabe que odio llamar la atención y estoy segura de que no va a montarme una escena.

Al menos, no aquí, en medio del pasillo. No delante de tanta gente.

De nuevo, estoy equivocada.

—¡¿Dónde demonios está?!

Se acerca muy rápido y me pilla desprevenida. Alarmada, pego un respingo y doy un paso atrás.

—¿Qué? —demando, en un susurro.

—¿Dónde demonios está? —repite—. ¿Dónde está ese capullo?

El corazón me da un vuelco. Solo tardo un instante en comprender que está hablando de Alex.

—Gale, tranquilízate. Sé que has visto la fotografía, pero...

—Sí, Holland. He visto esa jodida fotografía —me interrumpe. Su tono es bastante brusco, tirando a agresivo—. Quiero saber dónde está ese capullo, y quiero saberlo ahora. Voy a partirle la puta cara. Nadie me deja en ridículo, ¿me oyes? Nadie. Dime dónde está. —Como no respondo, da un paso hacia mí—. ¡¿Dónde cojones está?!

Sus gritos me ponen los pelos de punta. Angustiada, miro a nuestro alrededor. Nos hemos convertido en el centro de atención.

—Cálmate —le susurro—, por favor. Las cosas no son como tú crees. Deja que...

—¿Cómo diablos son, entonces? —me espeta. Intento cogerle la mano para llevármelo de aquí, pero se aparta con brusquedad. Su mirada se enciende. Está furioso—. No me toques. Mentirosa. Eres una puta mentirosa. Por eso no querías hacer nada conmigo, ¿no? Porque estabas tirándote a otro. Me has dejado en ridículo delante de todo el mundo, Holland. ¡Delante de todo el puto mundo!

Se acerca más y retrocedo dando traspiés. Tengo el corazón en la boca. Aunque intento hablar, las palabras se me atascan.

—No fue así —respondo a toda velocidad—. Deja que... Por favor...

—No quiero que me expliques nada. No quiero que hagas nada. Lo he visto con mis puñeteros ojos. No puedo creerme que me hayas hecho esto. Joder. ¡Joder! —Se lleva las manos a la cabeza—. Llevo años contigo, Holland. He soportado todas tus jodidas inseguridades y tus putas estupideces. ¡He estado ahí cuando me has necesitado!

—Lo sé —balbuceo—. Y de verdad que... yo no...

—¿Cuánto tiempo llevas con él?

—¿Qué?

—¡Dímelo!

—Gale...

—¿Sabes qué? Olvídalo. No quiero saberlo. Hemos terminado —sentencia, y sus palabras se me clavan, como estacas, en el pecho—. No quiero volver a saber nada de ti. Jamás. No vuelvas a acercarte a ninguno de mis amigos. A partir de ahora, estás sola. Sin mí no eres nadie, Holland, y te aseguro que voy a demostrártelo. Se acabó.

—¿Qué? No, no, no. Por favor, Gale, no me dejes. Necesito que me escuches. La fotografía no es real. No hay nada entre ese chico y yo. Por favor, créeme —digo a toda prisa. La ansiedad se me acumula en el estómago y, cuando quiero darme cuenta, mi voz se ha roto en pedazos—. Yo nunca te traicionaría. Te quiero.

Esto no puede estar pasando. A nuestro alrededor, todos siguen observándonos; pero sus opiniones me traen sin cuidado. Ahora solo me preocupa mi novio y que no sé cómo demostrarle que estoy diciendo la verdad. Desesperada, me acerco a él para ponerle las manos en las mejillas.

—Tienes que confiar en mí —le pido, en un susurro—. ¿Confías en mí?

Pero Gale sacude la cabeza y mi corazón se parte en dos.

—No puedo —dice. Cuando me mira a los ojos, veo que los suyos están llenos de decepción, de dolor y de rabia—. No puedo confiar en ti, Holland, y es culpa tuya. Lo has estropeado todo.

Después, retrocede para romper el contacto y me lanza una última mirada, llena de decepción, antes de marcharse. Me llevo una mano a la boca para retener un sollozo mientras observo cómo se aleja por pasillo. Cada uno de sus pasos me sienta como una patada en el estómago y, de pronto, estoy asfixiándome por culpa del nudo que tengo en la garganta. «Déjalo ir», pienso. «Necesitas respirar».

Quiero echarme a llorar hasta quedarme sin lágrimas, pero no puedo hacerlo aquí, delante de toda esta gente. Los pulmones me arden porque necesitan oxígeno. Me tapo la boca con más fuerza y empiezo a andar. Cada vez más rápido. Lo siguiente que noto es que estoy corriendo y, aunque todos me miran al pasar, ninguno de ellos me importa; necesito salir de aquí antes de que todo empeore.

«No pasa nada. Cálmate. Todo saldrá bien. Solo será un momento. Respira y todo habrá terminado». Pero, cuando diviso las escaleras que conducen al sótano, mis dedos están entumecidos y siento que el estómago me da vueltas. Ni siquiera me preocupo en mirar a mi alrededor antes de entrar. Bajo los primeros escalones, cierro la puerta y apoyo la espalda contra la pared. Mi corazón late más rápido de lo normal y me estoy agobiando.

No, no, no. Joder. Estoy llorando. Sollozo una vez y, aunque quiero volver a hacerlo, no dispongo del aire suficiente y tomo varias bocanadas de oxígeno porque me estoy ahogando. Coloco las manos sobre la pared. Luego, me doblo sobre mí misma. Mis lágrimas caen al suelo. Hace años desde la última vez que sufrí un ataque de ansiedad, y saber que está a punto de pasarme otra vez solo me pone las cosas más difíciles.

No quiero volver a sentirme así. Como si alguien tuviese mis pulmones en las manos y estuviese apretándolos sin piedad. Sin mí no eres nadie. Me duele el pecho. Gale tiene razón. Sin él, no soy nadie. Pienso en la fotografía, en que me insultan por los pasillos, en que todos me odian y en que la única persona que me quería se ha cansado de mí. Todo es culpa mía. No soy nadie. Nadie. Nadie. Nadie.

No sé cómo he acabado sentada en el suelo. Escondo la cara entre las rodillas y cierro los ojos con mucha fuerza. Mis pensamientos me torturan y, aunque quiero huir de ellos, no puedo; porque una no puede escapar de su propia mente. Hasta que, de pronto, destacando por encima del caos y del ruido, la escucho.

Música.

Alguien está tocando el piano.

Quizá no sea real y mi cerebro esté jugándome una mala pasada; pero no me paro a pensar en ello. Me aferro a esos acordes con todas mis fuerzas e intento equilibrar mi respiración. Es una melodía lenta, que guía mis exhalaciones y que, colándose en mi pecho, consigue que, pasados unos minutos, mi corazón empiece a ralentizarse.

«No intentes huir de tu mente. Aprende a dominarla», pienso. Y eso hago. Despacho todas mis preocupaciones y me concentro en la canción. Mi ansiedad disminuye, aunque no desaparece; pero ya me da igual, porque estoy volviendo a tomar el control. He llorado tanto que ahora me duele la cabeza y mi respiración va desacompasada.

Cuando abro los ojos, todavía se me caen las lágrimas.

Es entonces cuando me doy cuenta de que las luces del sótano están encendidas.

Es real. La música es real.

Me recorre un escalofrío. De repente, estoy poniéndome de pie y, aunque me tambaleo porque estoy un poco mareada, empiezo a bajar las escaleras sin dudarlo. Se trata de una melodía rompedora que se cuela en mis pulmones y danza con ellos. Si esto fuera una película de terror, habría echado a correr; pero estamos en el instituto y necesito saber quién está tocando. Como mínimo, debería darle las gracias.

Así que, silenciosa, me asomo por encima del pasamanos. Es un chico muy alto y delgado, que, sentado en la banca frente al instrumento, golpea las teclas con determinación. Por eso la canción es tan potente. No trata al piano con delicadeza; al contrario. Actúa como si lo odiase.

Aun así, su actuación consigue erizarme la piel. Casi me siento culpable por estar presenciando un momento tan íntimo. Aquí, solo soy una intrusa; no obstante, él no parece haberme visto, porque tiene los ojos cerrados. Empieza a tararear unos segundos después y me resulta imposible no reconocer su rostro.

Es Alex.

Y tiene una voz preciosa.

Solo con escucharla, me quedo sin respiración. Completamente ajeno a mi presencia, Alex entona una estrofa que conoce a medias. Aunque duda, sus dedos continúan firmes sobre el piano. Tiene una voz ronca que se rompe en algunas partes de la canción. No la había escuchado nunca, quizá porque la escribió un artista poco conocido.

No me doy cuenta de que me estaba olvidando de mis problemas hasta que Alex deja de cantar, trayéndolos todos de vuelta. En ese momento, un cúmulo de emociones se instaura en mi estómago y me entran ganas de llorar otra vez. La música, la fotografía y mi reciente ruptura hacen que me resulte imposible retener un sollozo.

Es entonces cuando él recae en mi presencia.

—¿Owen? —Me reconoce nada más verme. Debo tener mal aspecto, porque enseguida añade—: ¿Estás bien?

No respondo, pero tampoco es que fuera necesario. Alex frunce el ceño, se levanta y cruza la habitación. Se detiene a unos metros de mí, como si prefiriese guardar las distancias. No consigo entender por qué sus ojos me transmiten que está preocupado.

Asiento y me deshago del nudo que aprisiona mi garganta.

—Sí, no pasa nada.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—No tenía hambre.

—¿Seguro que estás bien? —Planeo seguir mintiendo, pero dice—: Estás llorando.

Me quedo de piedra. Me sorprende que se haya atrevido a mencionarlo. La situación ahora es bastante incómoda. Los demás no suelen interesarse por mis sentimientos; básicamente porque, siempre que algo me duele, me niego a hablar sobre ello. Solo confío en una persona, y esa persona es Sam.

Y ha estado un año viviendo en otro continente.

Sin embargo, hoy algo es diferente. Puede que sea por la emoción del momento, porque Sam está demasiado ocupado como para venir a consolarme o por la mirada de Alex, que posee algo que hace que me entren ganas de confiar en él. Sea como sea, de pronto, sé que no puedo aguantarlo más. Estallo.

—Gale ha roto conmigo —confieso—. Ha visto la fotografía y él... cree que lo he engañado, Alex.

«Contigo», añado para mis adentros.

Hace una mueca. Enseguida me arrepiento de habérselo contado. Lo más normal sería que se riera de mí. ¿Qué pretendía, de todas formas? Tampoco es como si fuera a consolarme. No somos amigos. Le han castigado por mi culpa. Es evidente que me detesta. Acabo de mostrarle mi debilidad y sospecho que la aprovechará para seguir metiéndose conmigo.

Pero Alex me mira y dice:

—Lo siento.

Se me retuerce el corazón. Parece sincero.

—No es culpa tuya.

—Ni tuya —me recuerda, con firmeza.

Levanto la cabeza. Cuando nuestros ojos conectan, entiendo que tiene razón. No es culpa de nadie. El destino quiso que ambos estuviésemos en el mismo sitio, a la misma hora, y que el director abriese la puerta en el momento más inoportuno; justo cuando La Dama Rosa andaba pululando por allí. Han sido casualidades.

A veces, la vida se comporta como una auténtica capulla.

Me duele que Gale me haya dejado. Que no me haya creído.

—¿Necesitas que llame a alguien? —me pregunta, de pronto—. Puedo prestarte mi móvil, por si quieres avisar a algún amigo. No creo que debas pasar por esto sola.

Todavía se me caen las lágrimas. Odio que me vean llorar, así que me apresuro a secármelas mientras sacudo la cabeza.

—No, no te preocupes. Estoy bien. Siento haberte interrumpido. Creía que no habría nadie aquí —respondo, antes de darme la vuelta—. Debería irme. Adiós, Alex.

Tendría que haberle pedido que me dejase llamar a Sam. Ahora mismo, no hay nada que necesite más que desahogarme con mi mejor amigo. Pero no he hablado con él desde ayer y no sé cómo reaccionará cuando se entere de todo. Sam confía en mí, eso está claro; sin embargo, es difícil creerse que no hay nada entre Alex y yo cuando existen pruebas de lo contrario.

Estoy ya subiendo las escaleras del sótano, cuando escucho su voz a mis espaldas.

—Owen —me llama—. Si sales ahí y dejas que todo el mundo te vea llorando, estarás dándole a la dueña de esa dichosa cuenta de Instagram lo que buscaba. No la dejes ganar.

Acaba de dar en el clavo. Ha pronunciado las mismas palabras que llevo repitiéndome desde ayer. Solo por eso, no resisto el impulso de volverme hacia él. Tiene unos ojos muy oscuros que, resplandeciendo bajo las luces del sótano, me transmiten inquietud. Hace que me sienta como si estuviese perdiéndome algo.

—¿Estás insinuando que debería quedarme aquí, contigo? —inquiero, subiendo las cejas. Tiene que estar bromeando.

Alex esboza una media sonrisa.

—Sé que cuesta creerlo, pero voy a hacer un esfuerzo y a intentar soportarte hasta que vuelvas a estar bien. Sobreviviremos, tranquila. Solo tenemos que cumplir lo que escribimos ayer en nuestro tratado de paz improvisado.

Aunque no quiero, se me escapa una sonrisa. Él imita mi gesto. Vale, reconozco que eso ha sido bonito. Un poco raro, la verdad, pero también bonito. E incluso puede que esté empezando a pensar que no es tan mal chico como creía.

Me pregunto si seguirá portándose tan bien conmigo después de que Gale le haya dado una paliza.

Asiento con la cabeza. Entonces, Alex me indica que le siga hacia el interior del sótano y, un poco desconfiada, obedezco. Como la ansiedad continúa torturando mi estómago, miro a mi alrededor para distraerme; y, entonces, pienso en que es curioso que hayamos coincidido aquí. Descubrí este lugar ayer, cuando la señora Toole (nuestra profesora de música, que está chalada) nos pidió que bajásemos unas cajas antes de irnos a casa. Ni siquiera me fijé en que había un piano.

Supongo que Alex fue mucho más observador en ese sentido.

Cuando llegamos hasta el instrumento, se sienta en el suelo, se recuesta contra una de las patas y palmea el suelo para que me acomode a su lado.

Mientras tanto, yo no consigo sacarme esa melodía de la cabeza. No solo porque escucharla ha sido maravilloso; sino porque, además, me ha servido como ancla. Quiero darle las gracias. A Alex. No sé exactamente por qué. Sin embargo, aunque seguro que sabe que he presenciado su espectáculo, no se atreve a comentar nada al respecto. Yo tampoco lo hago y, al final, terminamos quedándonos en silencio.

Ahora que se han acabado las distracciones, me convierto, de nuevo, en una víctima de mi propia mente. Pienso en Gale, en que me ha dejado y, entonces, reparo en que no sé cómo voy a vivir sin él. Es amigo de todos mis amigos. Mis padres lo adoran. En estos últimos años, se ha convertido en una parte tan importante de mi vida —en casi toda mi vida— que no sé si podré seguir adelante ahora que me he quedado sola.

Porque esa es la realidad. Me he quedado sola. ¿Qué pensará Stacey, por ejemplo, cuando se entere? Somos amigas solo porque Gale nos presentó. Ella fue mi único apoyo cuando Sam se fue y que él haya vuelto no significa que quiera perderla.

Pero terminará yéndose de mi vida, como hacen todos, porque no soy su primera opción.

Nunca he sido la primera opción de nadie.

Excepto de Gale, y me ha dejado.

Mi pecho se llena de tristeza. Aprieto los labios e intento, con todas mis fuerzas, no echarme a llorar. A mi lado, Alex está intentando arrancar un trocito de maqueta del suelo. El pelo le cae descuidadamente sobre los ojos, y parece tan concentrado en su tarea que me sobresalto cuando le escucho hablar.

—Hay una cosa que no entiendo —dice, levantando la cabeza para mirarme—. ¿Por qué dices que te ha dejado?

Aprieto los labios. Preferiría no hablar del tema porque, sinceramente, me resulta muy doloroso; pero creo que necesito desahogarme.

—Piensa que lo he engañado.

—Pero no lo has hecho. No conmigo, al menos.

—Ni con nadie —sentencio.

—Entonces, ¿por qué no pruebas a decírselo?

Me escuecen los ojos.

—Lo he intentado, pero no confía en mí. —Siento la necesidad de justificar sus actos, así que continúo hablando—: Tiene pruebas de que miento. La fotografía.

Su reacción me toma por sorpresa. Esperaba que sintiera empatía conmigo y que entendiera como me siento, pero lo único que hace es rodar los ojos.

—En ese caso, me temo que has estado saliendo con un imbécil monumental, Owen. No deberías llorar por él —me suelta, y por fin arranca ese trozo de moqueta con el que estaba peleándose. Le miro, sobresaltada ante su brusquedad. No entiendo a qué viene tanto odio hacia Gale, así, de repente—. Quiero decir, debería haber confiado en ti, ¿no? Al menos, más que en esa estúpida cuenta de Instagram; que, por cierto, tiene un nombre muy absurdo.

Pestañeo. Afortunadamente, no tardo mucho en reaccionar. Me veo en la obligación de defender a mi ex novio.

—Confiaría en mí, de no ser por esa dichosa fotografía. Sabes qué es lo que insinúa.

Resopla con fastidio. Casi parece enfadado. Conmigo. O con Gale. O con el mundo. A saber. Sea como sea, me da igual. No pienso preguntárselo.

—Mira, Owen, creo que deberías saber que... —De pronto, se calla, justo cuando me mira y repara en que estoy prestándole mucha atención. Se queda bloqueado durante un momento y, acto seguido, sacude la cabeza y dice—: Si Gale es tan famoso en el instituto, debería saber que la mayoría de los rumores no son verdad. Además, ¿acaso no sabe que existen programas para editar fotos? La próxima vez que coincidamos, me ofreceré a darle una clase de informática.

Enarco las cejas, e inmediatamente añade:

—Una clase pacífica, por supuesto.

—Mejor, porque podría hundirte el cráneo de un puñetazo.

—O incrustarme un váter en la cabeza —aporta, estremeciéndose.

Su comentario me hace gracia y, de pronto, me estoy riendo. Alex no se une a mis carcajadas, sino que se queda observándome, en silencio. Esboza una sonrisa. Intenta disimularlo, pero sé que está orgulloso de sí mismo. Ha conseguido lo que se proponía.

Siento un revoloteo en el estómago, pero se lo atribuyo a las náuseas de antes.

—Tiene más razones para no creerme —añado entonces, en un susurro—. La gente habla sin parar.

Con esto, su sonrisa decae. Me pregunto si también habrá escuchado lo que me susurran por los pasillos o si podrá imaginarse las barbaridades que me han escrito por Instagram. A Holland Owen, la alumna correcta que tiene una vida perfecta en todos los sentidos, las críticas le traen sin cuidado; pero ahora me siento como alguien diferente y esos comentarios me afectan más de lo que me gustaría.

No soporto saber que hay gente que me detesta. No me gusta no caer bien. Necesito gustarle a los demás. Porque, si no lo hago, ¿qué es lo que me queda?

—Holland —dice, y me vuelvo a mirarle. Tengo un nudo en la garganta. Me observa con seriedad—. Haz oídos sordos. Ambos sabemos que nada de lo que dicen es verdad. Que una imbécil te haya sacado una foto abrazando a otro imbécil en el cuarto del conserje no te convierte en una zorra.

Cuando nuestras miradas se cruzan, mi corazón se retuerce. Necesitaba oír eso. Solo por si acaso, inspecciono cuidadosamente su rostro, buscando pruebas de que miente; pero no encuentro nada.

Está siendo sincero.

—Tienes razón —susurro. Él sube las cejas.

—¿En lo de que soy un imbécil?

Eso me hace reír. Sacudo la cabeza.

—En lo otro. —Su mirada se suaviza y, por inercia, aprieto los labios—. Gracias.

Me dedica una sonrisa. A continuación, nos quedamos en silencio. Por mucho que lo intento, no consigo romper el contacto visual. Es un chico guapo; muy diferente a Gale, por ejemplo, ya que está bastante delgado y es tan alto que parece que lo hayan atado de pies y manos para estirarlo, como hacían en la Edad Media; pero es guapo. Tiene unos ojos muy bonitos, y sus rasgos son afilados y, siempre que lo veo, lleva el flequillo revuelto.

Además, se nota que es buena persona. Me pregunto si tendrá novia.

Los chicos como él siempre suelen tener novia.

De pronto, mi cerebro entra en estado de alerta. Llevamos mirándonos demasiado tiempo. Sobresaltada, me aclaro la garganta y llevo la vista al suelo. Me coloco un mechón de pelo tras la oreja. A mi lado, Alex se revuelve con incomodidad.

—Claro que tengo razón —dice. Es evidente que está nervioso—. No has engañado a Gale. Y, aunque lo hubieras hecho, haberte enrollado conmigo no te convertiría en una zorra; en una chica con mal gusto, sí, pero no en una zorra.

Cuando quiero darme cuenta, estoy riéndome otra vez. Parece que disfruta metiéndose consigo mismo. Me pregunto si lo hará solo para sacarme una sonrisa o si, en realidad, está hablando con sinceridad. ¿Una chica con mal gusto, dice?

¿Le habré causado tantos problemas con su novia como he tenido yo con Gale?

Enserio mi rostro. Esto es demasiado bueno para ser real.

—¿Por qué lo haces? —pregunto. Alex frunce el ceño.

—¿El qué?

—Llevas intentando animarme desde que llegué. ¿Por qué? Creía que te caía mal.

«De hecho, también pensaba que tú me caías mal a mí». Supongo que no es bueno dejarse llevar por las primeras impresiones. Alex abre la boca, pero sacude la cabeza y la cierra sin decir nada. Actúa como si quisiera contarme algo y le faltase valentía. Junto las cejas.

—No puedo ver que alguien está pasándolo mal y no hacer nada al respecto —murmura, antes de apartar la mirada. Las sensaciones se concentran en mi estómago.

Me recuerda mucho a Sam. Seguro que se llevarían bien. Entonces, me acuerdo de que he quedado con él esta tarde, porque quiere que lo acompañe a las pruebas de la banda; y empiezo a preguntarme si será Alex quien las organiza. Quizá quiera formar una banda. ¿Eso significaría que, si eligiesen a Sam, tendríamos que pasar todavía más tiempo juntos?

Despacho ese pensamiento a toda prisa. No entiendo por qué, pero la idea no me disgusta tanto como debería.

—Es surrealista que llevemos casi treinta minutos aquí y que no nos hayamos puesto a discutir —comento, para romper el silencio. Alex se ríe.

Touché.

—Casi pareces otra persona.

Levanta las cejas. Entonces, se vuelve hacia mí y me tiende la mano. Cuando se la estrecho, noto que tiene los dedos muy fríos.

—Alexander Lane. Encantado.

—Holland —digo. Se queda mirándome, a la espera de algo más, y termino resignándome a añadir—: Owen. Holland Owen.

Él sonríe.

—Owen. Vale. Me gusta.

¿Le gusta?

—¿Por qué siempre me llamas así?

Se lo piensa durante un momento y, después, se encoge de hombros.

Al parecer, prefiere guardárselo en secreto. Pues vale. Suelto un suspiro y maniobro para ponerme de pie. En momentos como este, agradezco llevar pantalones, porque está observándome sin el menor intento de disimulo. Paso por delante de él para llegar hasta el piano.

Me siento en la banca y, con su potente mirada clavada sobre mí, presiono una tecla con el dedo índice. Alex se estremece de pies a cabeza.

—No sabía que te gustaba la música.

Es un comentario absurdo; evidentemente, hay millones de cosas que no sé sobre él. Sin embargo, acabo de fijarme en que estoy bien o, al menos, todo lo bien que se puede estar después de una ruptura, y que se lo debo a él. Me gustaría darle las gracias. O intentarlo, como mínimo. Pero me cuesta sacarme esas palabras de la boca.

Alex se rasca la nuca.

—Un poco. —De inmediato, se corrige—: Sí. Desde que era pequeño.

—¿Tocas el piano?

—Solo a veces.

Está mintiendo. Parece un auténtico profesional y eso no se consigue tocando solo a veces.

—Y cantas.

—Ya no.

—Quiero oírte tocar.

He hablado sin pensar. Es decir, sí que quiero volver a escuchar esa canción, pero ahora parece incómodo y enseguida me arrepiento de habérselo pedido. Joder, soy patética. Estoy preparada para disculparme, pero cuando Alex rompe el silencio.

—Hace años desde la última vez que toqué delante de alguien —murmura. Sus ojos se clavan en los míos y suspira—. Pero está bien.

Me quedo sin respiración. Sin añadir nada más, Alex fuerza una sonrisa y se levanta para sentarse a mi lado. Me coloco al borde del banco para darle más espacio. Al principio, creo que es porque no quiero que se ponga nervioso; pero después entiendo que, en realidad, la que está nerviosa soy yo. Me aclaro la garganta. ¿Qué me pasa?

—¿Alguna petición? —me pregunta, acariciando las teclas, pero sin hacerlas sonar.

—La que estabas tocando antes. ¿Cómo se llama?

—No tiene nombre.

—¿Y letra?

—Tampoco.

«¿Por qué? ¿La has compuesto tú?», quiero preguntar.

No obstante, guardo silencio porque ha empezado a tocar. La misma melodía de antes llega a mis oídos y se cuela en mi estómago y lo llena de sensaciones agradables. Presencio el espectáculo hasta que termina, y entonces Alex me enseña otra canción diferente, de una banda que sí conozco, y sigue tocando y tocando hasta que suena la campana que anuncia el regreso a clase.


━━━━━━━━・♬・━━━━━━━━ 

REDES SOCIALES DE LA AUTORA.

Continue Reading

You'll Also Like

1M 176K 160
4 volúmenes + 30 extras (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso jus...
254K 12.9K 69
"𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙢𝙪𝙚𝙧𝙚 𝙮 𝙡𝙖 𝙫𝙚𝙧𝙙𝙖𝙙 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙧𝙖𝙯ó𝙣 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪𝙚 𝙙𝙚𝙟𝙖𝙣 𝙪𝙣𝙖 𝙝𝙪𝙚𝙡𝙡𝙖" "-𝙔 𝙖𝙡 𝙛𝙞𝙣𝙖𝙡 𝙚�...
97.8K 7.5K 35
¿Conoces ese sentimiento? Cuando sólo estas esperando... esperando a llegar a tu casa y encerrarte en tu cuarto y quedarte dormido y dejar salir todo...
252K 16.8K 33
[SEGUNDO LIBRO] Segundo libro de la Duología [Dominantes] Damon. Él hombre que era frío y calculador. Ese hombre, desapareció. O al menos lo hace cu...