Ojos de gato Tentador [La ver...

By mhazunaca

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Él es salvaje, pero no sabe ni lo que es un beso. Marien va a quedar fascinada por su naturaleza y va a quere... More

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1: Ojos verdes
Capítulo 2: Investigaciones
Capítulo 3: Fuera de la realidad
Capítulo 4: Ellos quieren la toxina
Capítulo 5: Leyendas y sospechas
Capítulo 6: Lo que realmente era
Capítulo 8: Hacia la capital
Capítulo 9: Lecciones
Capitulo 10: Aventuras en la ciudad
Capítulo 11: Un lugar perdido
Capítulo 12: Debo ser fuerte
Capítulo 13: Cediendo a los impulsos
Capítulo 14: Confío en ti
Capítulo 15: Desolación
Capítulo 16: La luz
Capítulo 17: Confesiones
Capítulo 18: Compañía no grata
Capítulo 19: Lo que somos
Capítulo 20: Para siempre
Capítulo 21: Situaciones frágiles
Capítulo 22: Juego sucio
Capítulo 23: Rigor en la capital
Capítulo 24: Acoplándonos
Capítulo 25: Algo oculto
Capítulo 26: Nueva compañía
Capítulo 27: Sueños y promesas
Capítulo 28: Desafortunada intervención
Capítulo 29: Cita oficial
Capítulo 30: Amor ardiente
Capítulo 31: Mensaje encargado
Capítulo 32: La noche apenas empieza
Capítulo 33: Más problemas
Capítulo 34: Plan en marcha
Capítulo 35: Sirio mío...
Capítulo 36: Muerte interna
Capítulo 37: A entrenar
Capítulo 38: En su búsqueda
Capítulo 39: Fin del viaje
Capítulo 40: Los milagros existen
Capítulo 41: Revivir
Capítulo 42: Asuntos pendientes
Capítulo 43: Regreso
Capítulo 44: La batalla y la verdad
Capítulo 45: Nueva era
Epílogo
Capítulo especial 1: Un raro beso
Capítulo especial 2: Una noche única
Capítulo especial 3: Bienvenido
Mini extra: Un encuentro inesperado
Ojos de gato Saga
Especial Enif, madre de Sirio: Parte 1
Especial Enif: Parte 2
Especial Enif: Parte 3
Especial Enif: Parte 4 Final
Fan Arts
Ilustraciones
Videos
Ojos de gato en inglés

Capítulo 7: Conociéndote otra vez

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By mhazunaca

Sus ojos eran algo mágico, nunca los había visto así de cerca y tan llenos de vida, grandes y cristalinos. El iris de sus ojos eran de mayor tamaño que el de los humanos, y las grandes pupilas felinas estaban dilatadas por la poca luz. Bajó la vista y se tocó el costado, la mancha de sangre que tenía había crecido, también estaba herido. Y peor, yo debía evitar que mandaran ese helicóptero, ya que si lo veían le dispararían sin preguntar.

—Vamos, si tú me has protegido, yo tampoco dejaré que te pase algo, debemos curarte.

—Tranquila, estaré bien. Solo no quiero esperar a que nuestro amigo se despierte.

Eso me sorprendió.

—¿Que no está...?

—¿Muerto? No —sonrió—. Somos más duros de matar de lo que crees.

—Oh... deprisa entonces.

Caminamos hacia el edificio. Estaba un desastre por dentro, la tristeza me embargó al ver destruido el lugar en el que había vivido este corto tiempo. Nos dirigimos a mi habitación, tomé mi mochila de espalda y empecé a guardar algunas cosas básicas procurando darme prisa.

Tomé mi teléfono y estaba muerto, caramba, debía llamarles y decirles que estaba bien para que no mandaran a nadie. Antonio volvió de su cuarto, se había cambiado de ropa y se había limpiado la sangre, parecía haber cubierto su herida también. Llevaba una bolsa, la tomé casi arranchándosela y la guardé, era una mochila espaciosa.

Intenté ponérmela en la espalda pero Antonio me detuvo.

—Déjalo, yo la llevo —me dijo en tono amable.

—Estás herido...

Escuchamos las sirenas de los de seguridad ciudadana. Tomé su brazo y me apresuré a salir de ahí. No podían verlo ellos tampoco. Salimos corriendo por el estacionamiento y fuimos hacia el área residencial de la ciudad.

—Tengo una tía que vive no muy lejos —conté—, necesito su teléfono.

Nos tomó casi una hora llegar donde mi tía. Toqué la puerta algo nerviosa por lo tarde que era, volví a ver a Antonio, y la sangre volvía a presentarse en su costado. Pasado un momento, una voz femenina se hizo presente.

—¿Quién es? —preguntó.

—Tía Carmen, soy Marien...

Mi tía abrió la puerta enseguida y me abrazó al verme.

—¡Gracias al cielo estás bien! Vimos las noticias, el ataque a tu laboratorio ese y... —Se percató de Antonio, y después de mirarlo detenidamente me volvió a mirar horrorizada—. Sus ojos... —dijo asustada.

Volteé a mirarlo. Oh rayos. La luz del pórtico había hecho que sus pupilas se contrajeran y ahora se notaba que eran rasgadas, incluso yo di un brinco del susto. Había olvidado ese detalle.

—No es malo, tía, en serio —le dije tratando de calmarla, y calmándome a mi misma—, lo conozco desde hace un tiempo, además me ha salvado la vida. Por favor, necesitamos quedarnos aquí, solo esta noche... —le supliqué.

—Si en verdad confías en él... los dejaré dormir aquí —aceptó temerosa. La abracé mientras le agradecía—. También te causan curiosidad, igual que a tu madre.

Cerré los ojos unos segundos, recordándola.

Nos hizo pasar. Adentro estaban sus dos hijos viendo la televisión. Un pequeño niño de diez años y una jovencita de dieciséis, voltearon a vernos y se quedaron con la boca abierta.

—Niños —les dijo mi tía—, su prima pasará la noche aquí, quiero que por favor... —guardó silencio unos segundos—. Dejen de mirar al joven y escúchenme —reclamó, interrumpiendo su anterior palabreo.

Volví a ver a Antonio con preocupación, sus pupilas rasgadas no se notarían a primera vista si no tuviera el gran iris de sus ojos de ese verde intenso que hacía casi imposible fijar la mirada a otra cosa que no fueran esos ojos, los ojos hipnóticos de un depredador.

—Mamá —dijo el niño asustado—, es... es...

—Sí, Martín... es un H.E., pero me ha salvado la vida —le dije—, está de nuestro lado.

Los ojos del niño se iluminaron.

—Súper —exclamó emocionado.

—Sí, ten cuidado no más —agregó su madre—. Vengan por aquí —nos dijo.

La seguimos. Llegamos a una habitación que tenía extra y que siempre me la daba cuando yo lo había requerido.

—Gracias tía, y perdón por la incomodidad.

—Descuida —suspiró—, solo ten cuidado...

—Sí. —Sonreí levemente.

Mi tía se fue y Antonio puso la mochila sobre el colchón. Rayos, había olvidado que había una sola cama, felizmente era bastante amplia, cabrían tres personas en ella.

—Me debes muchas explicaciones —le dije.

Me miró.

—Adelante, pregunta.

—Déjame curarte primero.

Lo senté en la cama con prisa, empujándolo por su estrecha cintura, mi prima me alcanzó un kit de primeros auxilios y me percaté de que ambos niños estaban a mi lado ahora. Retrocedieron y Antonio los miró de reojo. Le desabroché la camisa y le revisé el costado. Era una herida grande pero no le había llegado a arrancar carne.

—Te dije que estaría bien, me regenero rápido además. No tienes que angustiarte...

Suspiré con algo de alivio pero la angustia no se me iba. Procedí a desinfectar.

Sonreí satisfecha al acabar y me senté en la cama. Me iba a costar acostumbrarme a esa nueva apariencia suya. Al mismo tiempo seguía siendo él, el Antonio que conocía. Aunque su cara angelical ya no concordaba con su salvaje naturaleza. ¿Cómo podía ser tan amable ahora y salvaje cuando peleaba?

—Siempre has tenido buen olfato y oído...

—Sí, ya sabía de antemano cuando estabas cerca de mi habitación.

—¿Cómo es que parecías humano?

Volvió a mirar de reojo a los niños, entonces supe que era algo que definitivamente nosotros los humanos no sabíamos... y no le gustaba que supiéramos.

—¿Haces ejercicio? —Preguntó Lucy, casi embobada, pues le había visto el pecho marcado.

Sonreí.

—Los evolucionados son pura fibra y están en muy buena forma —respondí—. Por favor, uhm... Necesito hablar algo con él...

—¡Oh, por supuesto! —Tomó de la mano a su hermanito y salió despidiéndose de Antonio con un movimiento de la mano, ruborizada.

Suspiré, volví a ver a Antonio y sonreí.

—Ahora puedes decirme. Puedes confiar en mí.

Tensó los labios y miró al frente.

—Estaba en etapa de transición... Nacemos como evolucionados, pero entre los dieciocho y veinte años, aproximadamente, el iris de los ojos se reduce, las pupilas se redondean y nos falla un poco la vista. Los colmillos se caen y al tiempo crecen otros pero se mantienen de un tamaño normal, como el de los humanos... —Me miró unos segundos, hipnotizándome con esos ojos—. Siempre quise saber cómo eran ustedes, somos una cultura muy diferente, así que escapé aprovechando mi apariencia.

—Ya veo —dije asombrada—. Te arriesgaste, pudiste terminar en la mesa de Marcos, listo para abrirte la panza, en serio...

Soltó una hermosa risa. Sus caninos sobresalían apenas unos cuatro o cinco milímetros de entre los demás dientes. Me puse de pie, me le acerqué y le tomé el mentón levantando su rostro, separé su labio inferior con mi dedo pulgar haciendo que entendiera que debía abrir la boca. Lo hizo. Sonreí y observé sus dientes.

Los caninos superiores los tenía más largos que los inferiores. Froté suavemente mi pulgar en su labio inferior, volviendo a quedar prendida en esos ojos. Sacudí la cabeza y lo solté.

—Tus caninos superiores miden casi tres cuartos de pulgada desde la encía, los inferiores son casi normales, pero sí sobresalen un poquito. —Lo miré con dulzura—. Eres un joven y salvaje H.E. saludable —agregué con tono de ironía.

Sonrió mostrando esos relucientes dientes caninos superiores. Ya que seguían teniendo la fisionomía de un humano, los dientes inferiores quedaban detrás de los superiores que quedaban en la parte delantera. Mi corazón dio un vuelco, parecía un chico animé gato, pero este era real y se veía muy atractivo.

Mi tía se asomó.

—Ya está servida la cena.


Fuimos a la sala-comedor, había dos platos juntos en la mesa. Nos sentamos. El pequeño Martín vino y se sentó frente a nosotros mirándonos con entusiasmo, al rato lo siguió su hermana, Lucia.

—¡Niños, ustedes ya comieron! —les dijo su mamá.

—¡Mamá, quiero leche! —le contestó Martín.

Antonio lo miró. «Oh rayos, la leche», pensé.

—Tía, ¿podría darme un poco también? Por favor —le pedí.

—Claro.

Antonio me sonrió y le respondí con otra sonrisa.

—¡Cool! ¡Colmillos reales! —dijo Martín, emocionado.

—Martín —le reprochó mi tía.

—¡Mamá! —le respondió él.

—Eres muy guapo —le dijo Lucia a Antonio, sin retirarle la mirada.

—No lo sé —respondió él con su suave voz grave y sonrió un poco—, no sabría decir, jovencita.

Casi pude ver cómo la adolescente se derretía por dentro al oír su voz. Mi tía nos puso un vaso de leche a cada uno.

—Hija, no acoses al joven —le riñó su mamá.

La comida estaba deliciosa, era estofado de pollo, esos platos ya no se probaban hoy en día. Le cedí mi vaso de leche a Antonio al ver que ya se había terminado el suyo. Sonrió y bebió la leche casi sin parar. Se concentró en su plato de comida y se relamió el labio superior. Lucia sonrió.

—Es como un gato —murmuró la chica.

—No —repuso Martín—, son como leones, sus cuerdas vocales son algo más gruesas, por eso sus voces son graves ¡y pueden rugir! —agregó más emocionado.

—¡Niños! —les advirtió su mamá una vez más.

—¡Mamá! —se quejaron ambos.

—Su mamá tiene razón en una cosa —les dije—. Antonio es el único con el que pueden hablar ahora, pero jamás lo intenten con otro, que espero no tengan la oportunidad, porque eso significaría que están en peligro de muerte inminente. Tienen una fuerza y velocidad letales, sumado a un excelente olfato, oído y una visión perfecta, incluso en la noche. ¿Entendieron?

—Sí, prima doctora Marien —dijeron ambos algo desilusionados.

Recordé que ellos me llamaban de esa forma cada vez que yo les aconsejaba o explicaba algo. Esperaba que nunca estallara una guerra, que no tuviéramos que estar cuidándonos de los H.E., que un día en verdad el mundo estuviera en paz.

—¿Y cuál es su dieta normal? —preguntó Lucia.

—Es sobre todo proteína —dijo él—. Desde la infancia, casi todo es carne.

—Genial —exclamó Martín—. ¿Carne cruda?

Antonio soltó una leve risa y pude ver cómo Lucia se derretía por dentro otra vez. Me preocupé al pensar que quizá yo también me habría visto así en algún momento junto a él, qué vergüenza.

—No —continuó él—, sí la cocinan, a veces de forma parcial y a veces por completo, no somos tan salvajes —agregó sonriente.

—Yo sé que no —dijo Lucia, embobada—, a pesar de que Marien siempre decía que eran unos monstruos.

Me espanté y casi me atraganté con la comida. ¿Cómo se le ocurría mencionar eso? Me arrepentí de haberme llenado tanto la boca en el pasado.

—Antes no lo conocía a él —aclaré avergonzada.

—No, tienes razón —interpuso él con una media sonrisa—. No lo puedo negar, somos monstruos.

Lucia supo que había cometido un error al verlo volver a su comida y a su seria expresión. Algo se me encogió en mi interior, ¿él pensaba en sí mismo como un monstruo?

Terminé mi comida y fui a encender mi teléfono que ya había cargado.

—¡Marien! ¡Tonta! ¡¿Por qué no nos avisas que estás bien?! —gritó Rosy del otro lado de la línea cuando la llamé.

—Perdón, mi teléfono murió. Pero estoy bien, no tienen que mandar a nadie.

—¿Estás segura? Te necesitamos aquí, están pasando cosas, nos han dado la orden de continuar con la toxina.

Oh no...

—Iré, ya tengo una forma de llegar, no te preocupes, por favor demora esa investigación.

—Descuida. Confía en mí. ¿Cómo está Anthony?

—Él está bien —observé a Antonio que estaba poniendo sus cosas en el sofa—. Él está bien, está conmigo. Vamos a ir a la capital.

Escuché la risa de Martín, miré y Antonio estaba empujando el sofá hasta otro sitio, con el niño encima suyo. Sonreí.

—Bueno, ya no me dejan gastar más tiempo, te dejo. ¡Suerte! —Se cortó la llamada.

—Bueno, vamos a dormir, mañana partimos hacia la capital —anuncié—. Antonio... ¿Qué haces?

—Dormiré aquí.

—¿Qué? No, ve a la cama, lo necesitas.

—Pero...

—Anda, yo iré en un momento.

—¿Dormirán juntos?— preguntó Lucia, ruborizándose.

—Son esposos —afirmó Martín en tono pícaro.

Me ruboricé por completo.

—¡Ah... no!

—Esposos... —dijo Antonio—. ¿Y eso cómo es?

—¡Nada! —exclamé y le empecé a empujar hacia las habitaciones—. No es nada. ¡Ve a dormir yo voy en un rato!

Mi tía jaló de las orejas a sus dos hijos, llevándoselos mientras protestaban. Suspiré y caí sentada en el sofa.

Mi tía regreso, ahora estábamos las dos solas. Se sentó y también suspiró.

—Vaya día, ¿eh? ¿Y cómo piensan viajar? —preguntó—. No les permitirían ir en uno de los buses blindados...

Había olvidado ese detalle, no estaba permitido salir de la ciudad sin un permiso especial, o por aire, pero obviamente nadie podía ver a Antonio, y yo no pensaba dejarlo. Decidí no preocuparme más por eso y sonreí.

—Hallaremos la forma, no te preocupes, tengo contactos y un H.E. protegiéndome —agregué en tono de broma.

Mi tía sonrió.

—Solo ten cuidado. Tu mamá me contó muchas cosas. Ellos en verdad son muy diferentes a nosotros, sé que él se ve humano pero créeme... Piensan completamente diferente, a veces no hay forma de saber qué es lo que tienen en la cabeza. Son impredecibles como depredadores.

Miré mis manos sobre mis muslos y suspiré.

—A veces siento que empiezo a entender a mamá, la curiosidad que le causaban. Solo quiero saber más sobre ellos, y sentirme cercana a ella... Ya que siempre le dije que algo podía pasarle, siempre le recriminé por no tener cuidado, por importarle tanto saber, y ella... Y luego... —El nudo en mi garganta volvió, las lágrimas quisieron volver a mis ojos pero no las dejé—. Luego pasó... tal y como yo le reprochaba y siento que fue mi culpa... Porque ella quería demostrarme que me equivocaba.

—Tranquila. Por supuesto que no fue tu culpa. Esa era su pasión, de ella y tu padre, era terca y por eso quiso llevarte la contraria y seguir.

—Quisiera saber por qué... Si son así de impredecibles como para atacar a las personas con las que colaboraban...

—Por eso. —Posó su mano sobre la mía—. Ten cuidado, por favor.

Asentí en silencio con tristeza.

Luego de varios minutos decidí dormir. Era tarde. Cuando entré a la habitación, Antonio salía de la ducha, con ropa de dormir. Me miró detenidamente.

—¿Estás bien? —Preguntó con cautela.

—Sí, descuida. —Traté de disimular.

Frunció el ceño con preocupación y se acercó.

—Estás triste —murmuró bajo. Tragué saliva con dificultad, si hablaba iba a delatarme. De pronto se inclinó haciéndome ruborizar. Esos serios y bellos ojos acercándose... Cuando sentí su frente contra la mía, cerré los ojos, nerviosa—. Vas a estar bien. Tú también puedes confiar en mí.

Se apartó. Miré todavía ruborizada y sonreí, pensando en que quizá los evolucionados demostraban su afecto o consuelo de esa forma, juntando sus frentes. Aunque nosotros los humanos también lo hacíamos a veces, y algunos animales también, era algo innato. Tenía en verdad muchas cosas que preguntarle: cómo eran sus costumbres, qué cosa hacían en su sociedad, cómo se distribuían.


Salí de la ducha y lo encontré dormido en la cama. Había insistido en dormir en el suelo pero yo por mi parte insistí en que podíamos compartir. No parecía muy convencido en ese momento, pero me alivió verlo profundamente dormido.

Suavemente me acosté a su lado y quedé quieta. Había suficiente espacio entre los dos como para una persona más pero sentía que me atraía a su lado con la fuerza de un imán.

—Descansa —susurré.

Se veía tan pacifico con su rostro hacia mí. Volteé a mirar al techo y terminé cayendo pronto en un sueño profundo, habían pasado muchas cosas ese día.


***

—Toma, cariño. —La voz de mi mamá...—. No olvides llevar tus libros, piensas estudiar más que yo, ¿no es así? —decía con diversión.

—Sí, me voy a graduar con honores, descuida —respondía yo.


Desperté y sentí pesar. El silencio sepulcral reinaba. Volteé con cautela al sentir un escalofrío, y me alivié de pronto al ver a Antonio todavía ahí, mostrando paz en su rostro. Estaba realmente cerca y pude admirarlo mejor.

Mamá, si supieras lo que tengo al lado...

Sonreí apenas, acerqué mi mano a la suya que reposaba cerca y repasé sus detalles. Sus garras parecían estar creciendo. Él soltó un leve gruñido y me quedé quieta, frunció el ceño y abrió los ojos. Me ruboricé. Él me miró sorprendido con esos felinos ojos verdes de pupilas rasgadas, como un curioso y lindo gato.

Escuché una risilla, volteé y pude ver que al pie de la cama se asomaban los dos hijos de mi tía. Solté un grito de sorpresa y prácticamente brinqué lejos de Antonio, cayéndome de la cama.

El preocupado chico me levantó sin dificultad del suelo, mientras mis primos se reían sentados, y tras unos segundos salieron corriendo de la habitación. Antonio me observaba.

—Estoy bien, descuida —le dije—. Buenos días.

—Buenos días, señorita —contestó con esa voz que me encantaba y su amable sonrisa.


Nos alistamos para partir, y guardamos nuestras cosas. Mi tía se dispuso a preparar el desayuno apenas se despertó. Antonio dejó mi mochila en el sofá y se sentó a mi lado en la mesa, mis primos en frente y mi tía en la cabecera. Había casi de todo: leche, pan, embutidos, queso y otros lácteos, mermelada, algunas frutas, y huevos fritos. Antonio probó de todo un poco de lo que yo le iba ofreciendo, pero no dejó la leche de lado, claro.

¿Qué me esperaba si viajaba con él? Mi mamá quizá lo hubiera sabido.

¿En verdad él había escapado de su sociedad por ver humanos? ¿O era algo más? Ahora parecía haber estado decidido a convencernos de no usar la toxina.


******

Copyright © 2014 Mhavel N.

Todos los derechos reservados.

Registrado bajo derechos de propiedad intelectual, caso número 1-2261766092 United States Copyright office. Prohibida toda copia parcial o total, toma de ideas de la trama, personajes, adaptaciones. Bajo pena de denuncia.

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