Ahora, entonces y siempre

By Elza_Amador

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En la Ciudad de México el anticipado concierto de Muse está a punto de comenzar... Cuando Carolina es arrojad... More

{Book Trailer}
Capítulo 1 {Solo se vive una vez}
Capítulo 2 {La Fuerza Del Destino}
Capítulo 3 {A Fuego Lento}
Capítulo 4 {Han Caído los Dos}
Capítulo 5 {Sonrisa de Ganador}
Capítulo 6 {Aquí No Es Así}
Capítulo 7 {Nunca Nada}
Capítulo 8 {Dilema}
Capítulo 9 {Carretera}
Capítulo 10 {Esa Noche}
Capítulo 11 {Salir Corriendo}
Capítulo 12 {Tú}
Capítulo 13 {Cada Que...}
Capítulo 14 {3 a.m.}
Capítulo 15 {Pijamas}
Capítulo 16 {Indecente}
Capítulo 17 {Todas Las Mañanas}
Capítulo 19 {Negro Día}
Capítulo 20 {Yo Solo Quiero Saber}
Capítulo 21 {Cosas Imposibles}
Capítulo 22 {Yo No Soy Una De Esas}
Capítulo 23 {Contradicción}
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 1)
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 2)
Capítulo 25 {Deja Que Salga La Luna}
Capítulo 26 {Andrómeda}
Capítulo 27 {Las flores}
Capítulo 28 {Amores Que Me Duelen}
Capítulo 29 {Bonita}
Capítulo 30 {Lluvia de Estrellas}
Capítulo 31 {Sólo Algo}
Capítulo 32 {Más Que Amigos}
Capítulo 33 {Mi Lugar Favorito}
Capítulo 34 {Tu Calor}
Capítulo 35 {Eres}
Capítulo 36 {Cuidado Conmigo}
Capítulo 37 {Altamar}
Capítulo 38 {Mi Burbuja}
Capítulo 39 {Ojos Tristes}
Capítulo 40 {Enamórate de Mí}
Capítulo 41 {Corazonada}
Capítulo 42 {Enfermedad en Casa}
Capítulo 43 {Al Día Siguiente}
Capítulo 44 {Showtime}
Capítulo 45 {Te Miro Para Ver Si Me Ves Mirarte}
Capítulo 46 {Un Año Quebrado}
Capítulo 47 {Día Cero}
Capítulo 48 {Planeando el tiempo}
Capítulo 49 {Tú sí sabes quererme}
Capítulo 50 {No creo}
Capítulo 51 {Luna}
Capítulo 52 {Para Dejarte}
Capítulo 53 {Cuando}
Capítulo 54 {Huracán}
Capítulo 55 {Adelante}
Capítulo 56 {Todo para ti}
Capítulo 57 {Dueles}
Capítulo 58 {Hasta la piel}
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 1
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 2
Capítulo 60 {No Te Puedo Olvidar}
Capítulo 61 {Cómo hablar}
Capítulo 62 {Arrullo de Estrellas}
{Epílogo}

Capítulo 18 {Bestia}

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By Elza_Amador




La brisa tibia que soplaba poco hizo para enfriarle la sangre que le hervía, y si hizo algo fue empeorar sus ánimos al reconocer lo que acababa de hacer. Leo caminaba en pequeños círculos como fiera enjaulada mientras se pasaba una y otra vez sus dedos por su cabello de forma enérgica. Si continuaba haciéndolo terminaría por arrancarse por completo su preciada cabellera. Se detuvo en seco y aún poseído por la cólera le exigió de mala manera a la persona encargada del valet las llaves de su BMW y le indicara dónde lo había estacionado. No estaba a dispuesto a esperar un minuto más ahí parado como un perro callejero. Al advertir la mano nerviosa del hombre al extenderla para entregarle su llavero, Leo se percató de su rudeza. Le pidió una disculpa al empleado y lo compensó con una generosa propina. Aquel acto sería el único error que podría enmendar esa noche, dedujo con apatía.

Leo caminó con paso firme dos cuadras hacia el sur como le indicó el muchacho debía ir para encontrar su coche. Lo encendió y, como un criminal atraído por el orgullo de su fechoría, regresó a la escena del crimen. A pesar de ignorar lo qué ganaba haciéndolo, Leo decidió estacionarse en la banqueta opuesta al establecimiento donde convenientemente tenía una perspectiva adecuada de la entrada. Leo descubrió la magnitud de sus acciones al observar la expresión confundida de Soni al salir del restaurante. Mientras ella esperaba a que le trajeran su coche se abrazaba a sí misma, exhibiendo su pesar. La visión de su entendible tristeza y decepción le achicharró las tripas a Leo. Sin embargo su verdadera aflicción provenía de tener que lastimarla de nuevo cuando rompiera con ella. Pasaron unos cuantos minutos más y Soni desapareció entre la marea de luces pálidas que danzaban sobre la calle. Las dos opciones estaban sobre la mesa —quedarse o marcharse, lo correcto o lo incorrecto, así de simple—. Todavía estaba a tiempo de llevar a cabo la resolución que había traído en la mano al llegar al restaurante. Leo cerró sus ojos, aferrándose al volante con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. No encontró la fuerza para encender su coche.

Leo de ninguna manera iba a aceptar que el desconocido terreno que pisaba lo desconcertara, sin embargo sabía perfectamente lo que estaba haciendo y las consecuencias que conllevaban sus acciones. No era ningún estúpido. Tal vez sí lo era por guiarse por sus impulsos.

Leo jamás se describiría como un caballero de armadura reluciente que rescataba damiselas en peligro y mataba criaturas legendarias durante sus horas de trabajo. Lo desconcertaba el que Carolina desatara su lado protector. No estaba completamente seguro si era por protegerla de las garras Daniel Silva o si era por defender lo que Leo calificaba como suyo.

¿Qué hacía ella con él? Definitivamente había subestimado su interés por ella.

Las horas pasaban devastadoramente lento. Y Leo escogió el momento menos conveniente para ocupar su tiempo pensando en lo peor. Era una mala combinación entre su tiempo sobrante y su imaginación demasiado gráfica. Esto era lo último que necesitaba en este instante.

Cerca de las dos de la madrugada, la pareja que estaba esperando por fin apareció. Leo enderezó su asiento de inmediato, quedando en modo de alerta. Se veían cómodos el uno con el otro, pero sin reflejar algo más que estar compartiendo una velada agradable. Daniel se deshizo de su chamarra para colocarla sobre los hombros de ella y Carolina en agradecimiento le sonrió. Cómo odiaba que él la tocara. «Él sólo estaba siendo caballeroso. Es lo mínimo que ella se merecía», se reiteró en un intento en vano por tranquilizarse. Fue imposible cuando desprevenidamente Daniel ensartó sus dedos en la solapa de la chamarra para acercarla hacia él y besarla. Sus latidos se aceleraron de manera impetuosa bombeando su sangre hasta sus oídos. Sentía que le explotarían. Pese a la furia que lo invadía y las ganas de golpear ahí mismo a ese hombre, Leo se quedó aturdido. Por una razón mórbida estaba atento a la reacción de Carolina. Ella cerró despacio sus ojos y alzó su cabeza en un esfuerzo por corresponderle. Para su sorpresa, ella lo detuvo colocando su mano en su torso para darle fin a aquel inesperado beso. Fue un rechazo sutil, pero al fin y al cabo fue un rechazo. Leo curveó su labios hacia arriba, era una sonrisa engreída que alivió su tensión.

Los siguió sin incidente alguno. Era tarde y eran pocos los coches que circulaban por las calles.

La lujosa camioneta que los había recogido del restaurante al fin se detuvo. Leo repentinamente se percató en dónde lo había hecho. La sangre comenzó a martillarle los oídos tan fuerte que Leo sintió que le estallarían. Sus latidos y su respiración se desbocaron al verse estacionado frente al Hotel Capital M. La peor de sus pesadillas se había vuelto realidad.

Para Leo fue inevitable pensar que una vez fueron él y Carolina quienes se bajaron de su coche para adentrarse en los confines de una noche irrepetible. La tenía tan vívida que parecía haber sido ayer. Tampoco pudo evitar que la imagen de Carolina y de Daniel se sobrepusiera sobre ese inolvidable recuerdo. ¿Sería un hábito o una coincidencia que ella sugiriera este lugar? De momento ninguna respuesta lo tranquilizaría. Daría lo que fuera por tener un switch que pudiera apagar sus emociones. No sería del todo raro, un secreto a voces era que lo comparaban un robot. Calculador y carente de empatía. Siempre le gustó reírse con cinismo de aquello.

Con poca paciencia esperó a que descendieran del vehículo y desaparecieran por la imponente entrada.

¿A qué vendrían aquí si no era a lo que comúnmente se venía a un hotel, a este hotel en particular?, observó Leo con trazos de amargura. Además se trataba del dueño del hotel quien la acompañaba y la tomaba del brazo. A pesar del desfavorable panorama, permaneció dentro de su coche como si una fuerza invisible lo atara a su asiento. Leo descubrió que tenía un lado más . ¿Qué otra conclusión podría obtener? Necesitaba corroborar la evidencia para evitar conjeturas erróneas.

La pareja discutía amistosamente frente a la recepción, Carolina sacudía su cabeza y sus manos para negar lo que Daniel le ofrecía.

«¡Ella no quiere ir! ¿Eres tan pendejo que no lo puedes reconocer?» Estando a punto de intervenir, Daniel tomó la mano de Carolina y le besó el dorso antes de guiarla al banco de elevadores. De nuevo aprovechó para ponerle las manos encima a ella.

Leo al caminar cerca del mostrador, observó a la mujer detrás de éste. Si no se equivocaba era la misma mujer hermosa que lo atendió la última vez que estuvo ahí. Ella también lo reconoció porque su rostro reflejó una mueca entretenida que, segundos después, se convirtió en una de pánico al mirar a la pareja que se introducía en uno de los ascensores. Como si ella supiera cuáles eran sus intenciones y el inevitable desenlace, extrañamente la mujer no hizo el intento de detenerlo. Al contrario era como si lo retara a intentarlo.

Leo estaba parado frente a uno de los elevadores, esperando saber en cuál se detendría el que ocupó la pareja. Lo hizo en el piso diecinueve. Conocía el hotel a la perfección para saber que en ese piso había una sola habitación. La mejor del hotel. ¿A cuál otra podría llevarla si era Daniel Silva quien la acompañaba?

Durante media hora Leo esperó que alguno de ellos dos regresara al vestíbulo. No lograba conjurar la fuerza necesaria para pulsar el botón que llamaría a uno de los ascensores. Tampoco tenía idea de lo qué haría ni cuál era el propósito de seguirlos. ¿Qué podía hacer? ¿Interrumpirlos? A estas alturas ya no era dueño de sus actos. Actuaba guiándose por algo que iba más allá de sus imprudentes impulsos; por los instintos de una bestia salvaje. Unos que claramente lo conducían a su perdición.

Al final sucumbió. Requirió poco esfuerzo sacar a relucir su acechador interior que había estado nutriendo diariamente durante las últimas semanas. Aunque su obsesión era más bien del tipo de la famosa canción Every Breath You Take que del tipo de la película de "Atracción Fatal" debería darle vergüenza admitir que esa recién adquirida obsesión la encontraba fascinante y difícil de resistir. Todo lo que tenía que ver con Carolina era fascinante y difícil de resistir. Sabía que estaba en problemas.

El largo pasillo, que lo guiaría hasta la puerta, lo vestían esculturas y jarrones enormes que en cualquier otro lugar lucirían ridículos. Leo se detuvo tras una amorfa y horrenda figura que se asemejaba al tentáculo de un pulpo. No encontraba el ángulo que le permitiera visibilidad, pero podía escuchar a Daniel.

—¿Todo tranquilo? ¿Tuviste algún inconveniente?

Silencio.

—Por su puesto que ya es mía, tú me conoces y sabes cuando pongo la mira en algo no descanso hasta obtenerlo.

Otra pausa.

—No fue nada fácil de convencer, ya sabes que estas cosas toman su tiempo, pero sabía que al final terminaría cediendo. Aún no ha nacido quién se me resista, pero esta vez me hizo ver mi suerte y trabajar por ello. Ansío el momento de llevarla a mi casa para darle el viaje de su vida. Será la envidia de todos.

De nuevo silencio.

—Por ahora la quiero sólo para mí. Más adelante quizá considere prestártela.

La sangre le hervía, los oídos le martillaban al escucharlo. Leo no daba crédito. Realmente había desestimado la habilidad de Daniel Silva para conseguir lo que fuera. Pero qué decía todo esto de Carolina. Sabía lo que era estar con ella a solas en una recámara de hotel. Sacudió su cabeza, convenciéndose que las circunstancias era completamente distintas. Reconoció que únicamente había escuchado la mitad de la conversación y era apresurado sacar conclusiones sin tener todos los hechos. Reconoció que podría estar hablando de alguien más. Sabiendo lo que sabía acerca de él, lo dudaba.

Leo apretó sus párpados e invocó la técnica de respiración que Alejandra, su hermana menor, le había enseñado para recuperar los estribos que frecuentemente perdía. Adentro. Afuera. Inhalar. Exhalar.

Leo notó que el volumen de la conversación disminuía hasta volverla un murmullo imperceptible. Debía estar alejándose. Seguramente al final del pasillo había un elevador privado que ignoraba su existencia. Usar las escaleras de emergencia sería poco característico de Daniel.

Crispando sus manos hasta volverlos puños, Leo caminó hasta la puerta con toda la intensión de golpearla. Como si se hubiera topado con un campo de fuerza invisible se detuvo justo un centímetro antes de tocarla. Repudiaba el arrepentimiento, pero en este momento agradeció infinitamente que lo invadiera. ¿Qué razón sería válida para justificar su presencia? El mismo la consideraba una reverenda atrocidad de la categoría más baja y patética que podía encontrar en este mundo. ¿En qué estaba pensando al seguirla? Cada minuto que pasaba se desconocía más y más. Ya no era el hombre seguro de sí mismo, con propósitos definidos y en control de sus actos. Leo se había transformado en un adolescente inseguro, impaciente e incapaz de medir las consecuencias de sus transgresiones.

Justo antes de comenzar a girarse en sus talones para darse la media vuelta, Leo inesperadamente escuchó la puerta abrirse. La bocanada de aire que trató de acarrear a sus pulmones se le atoró en su garganta, estrangulándolo.

La visión de Carolina descalza y solo vistiendo sólo una bata fue el golpe mortal.

—¿Pequitas? ¿Qué haces aquí?

***

En cuanto Daniel cerró la puerta, Carolina corrió a la cama y dio un brinco enorme sobre ella. La habitación resultó ser demasiado, no sólo parecía ser del tamaño de un departamento sino que era el sinónimo de lujo y comodidad.  Le gustaría creer que el gesto no fue para impresionarla sino porque era la única habitación con disponibilidad inmediata. Aceptó el ofrecimiento por el simple hecho que él no saltó instantáneamente a rescatarla como siempre sucedía.

—No voy a insistirte, pero es tarde, Primor, y aunque sé que eres independiente y capaz de llegar sana y salva a tu departamento no tiene caso exponerse. Además llegarías a un lugar vacío. —A Carolina le agradó como nunca ese gesto. El reconocer que no es una desvalida—. Es fin de semana, y mereces que te consientan por la larga semana que tuviste. Puedes ordenar lo que sea a la habitación, y si quieres compañía invita a tu hermana a pasar la noche contigo.

Después de todo el ofrecimiento no resultó tan descabellado, y si él tenía razón en algo era que le desagradaba manejar de noche en esta gran ciudad. En el fondo, aunque lo negara, seguía siendo una chica de provincia. Carolina dudaba que Celina aceptara la invitación porque la conocía, sabía que detestaba mezclar su trabajo con su vida personal. Nada perdía con intentarlo. Además este lugar era lo que necesitaba después del encuentro inesperado con Leo. Entre más trataba de alejarse de él, el destino se empeñaba en impedírselo. No fue una sorpresa para ella que la sangre le hirviera a causa de unos celos irracionales al ver cómo besaba a su novia, no después de lo sucedido entre ellos y de cómo su cuerpo reaccionaba al tacto de Leo. Trató con todas sus fuerzas de disimular su irritación y suprimir su poderosa atracción con una sonrisa retadora. Lamentó de inmediato provocarlo al observar cómo Leo se levantó y abandonó el restaurante, dejando a Soni estupefacta. La mujer se marchó en cuanto recobró la compostura. Quería odiarla, de verdad quería, pero al intentarlo sólo logró intensificar su culpabilidad al haberlo incitado. Por desear algo que no le pertenecía. Ella tenía todo el derecho, y Carolina no tenía ninguno.

Por supuesto no tenía manera de saberlo, pero estaba la posibilidad que Leo fuera a buscarla a su departamento. No quería arriesgarse ni tentar al destino.

Carolina también meditó acerca del beso que le dio Daniel. Para su asombro le gustó. Fue dulce y sosegado, y sus labios eran suaves y cálidos sin intención de urgencia ni seducción. Le pareció más bien como un símbolo de amistad que se consolidaba. Fuese cual fuese la razón, quería aceptarlo, corresponderle, pero su cuerpo se negó.  «¿Qué me está pasando?» ¿De verdad Leo la había arruinado para siempre?

Habría sido una tonta si despreciaba una oportunidad como ésta. De inmediato se desvistió y se colocó la bata blanca que vio colgada en el baño. Era tan suave como si una nube estuviera envolviéndola.

Durante la velada Daniel se portó como todo un caballero a diferencia de lo que afirmaba Leo. Desde que lo conoció aquella noche en el bar él se ha mostrado atento y quizás un poco lanzado —¿cuál hombre no lo era?—, pero nada que encendiera su foco rojo de alarma. A pesar de su nivel socioeconómico se mostraba sencillo y la hacía reír y disfrutaba de su compañía.

—¿Qué hace el dueño de una cadena de hoteles interesándose en una simple mortal como yo?

—Creo que no estás dándote el crédito que mereces. Eres una mujer muy hermosa, decidida y que sabe lo que quiere. Soy yo el afortunado por haber aceptado mi invitación. —Carolina observó un destello en sus ojos obscuros, desatando su natural encanto de hombre que conocía los atributos que poseía. Se dejó envolver por sus cumplidos, sobre todo porque los esfuerzos de Daniel Silva parecían provenir de un lugar sincero y desinteresado. La miraba atentamente cuando hablaba y a ella le resultaba halagador. Era como si tuviera todo el tiempo del mundo para conocerla realmente.

Carolina le describió a grandes rasgos su trabajo en Textiles Santillán, no encontró un motivo para ocultárselo si de todas maneras iba a enterarse si recorrían el mismo círculo social. Sin embargo no se sintió cómoda compartiéndole más detalles. Daniel lo notó de inmediato y no presionó sobre el asunto. Aquello le agradó. No tuvo ningún inconveniente en revelarle su sueño de convertirse en ilustradora, en lo que surgió como un pasatiempo se había convertido en su propósito de vida.

—¿Te gusta lo que haces? Tengo la impresión que la vida hotelera es ajetreada —preguntó Carolina, curiosa de lo sencillo que se mostraba ante ella. Estaba acostumbrada a tratar con hombres con egos tan grandes como el Everest. Una característica muy común en los abogados.

—No me puedo quejar, es satisfactoria en varios aspectos —respondió él con poco entusiasmo.

—No pareces muy convencido. ¿Es lo que tú quieres? ¿Ser un reconocido hotelero?

—Entre mis planes no estaba incluido que me cedieran este imperio, al menos no tan pronto. A nadie le he contado esto porque nadie se molestó en preguntar si era lo que yo quería. Todos asumen que me estuvieron preparando toda mi vida para hacerme cargo del negocio llegado el momento. De cierta forma es la verdad aunque me niegue a aceptarlo, pero también tengo mis propios motivos.

Daniel Silva inesperadamente tuvo que tomar las riendas de la empresa cuando su padre tuvo que ser operado de emergencia a causa de un infarto. Años de sometimiento al estrés sin descanso, por fin pasaron la factura. Algo irónico para alguien dedicado en cuerpo y mente a la hotelería. Mantuvieron alejada a la prensa de la salud de su padre y oficialmente se manejó la noticia como la entrada a la nueva generación, anunciando al nuevo director general: el primogénito de Arturo Silva, tras el bien merecido retiro del magnate.

—La verdad es que tenía planes y toda la intensión de iniciar algo por mi cuenta, levantarlo desde el suelo, construir mi propio imperio, sin embargo el destino tenía preparado algo muy distinto para mí. —Carolina notó cómo le regresó el entusiasmo a sus expresivos ojos. Sabía lo que aquello significaba.

—Me sorprende que alguien como tú crea en el destino.

—¿Qué tiene de sorprendente?  —inquirió Daniel, extrañado y con una pequeña sonrisa en los labios.

—Me da la impresión que eres alguien con los pies sobre la tierra, que trabaja duro por lo que desea y no como alguien que se detiene a mirar al cielo para buscar entre las estrellas su futuro. Alguien me dijo una vez que éramos nosotros los que lo creábamos con nuestras decisiones. Que el futuro se forjaba únicamente con planes y el destino nada tenía que ver.

—Una parte sí, pero hay otra que sucede inexplicablemente y no tenemos control ni manera detenerla o cambiarla. Como tú, apareciste en mi camino y tengo toda la intensión de que sigas ahí.

Carolina se sonrojó.

La conversación era amena y no tendría problema que continuara toda la noche.

El celular de Daniel los interrumpió, vibrando pocos segundos antes de sacarlo del bolsillo de su pantalón para revisar quién lo llamaba. Ignoró la llamada y lo devolvió a su bolsillo.

—Es del hotel —le explicó a Carolina—. El deber me llama, Primor. En este negocio uno no se puede dar el lujo de dormir. Aparentemente ser vampiro es un requisito obligatorio —le explicó con una nota juguetona en su voz.

—¿Eres un vampiro? —indagó ella con tímida curiosidad.

—No sé si esté en...

El celular volvió a vibrar, interrumpiéndolo nuevamente.

—Ahora sí me tengo que ir. —Daniel le besó la frente antes de acariciarle cariñosamente la mejilla con el dorso de sus dedos—. Quédate hasta la hora que desees, no hay prisa. Visita el spa o la piscina si así lo deseas. Quisiera volverte a ver antes de que te marches, ¿te parecería bien ir a comer? —El hombre consultó el calendario de su celular—. A la 1:30. Es domingo y puedo darme el lujo de escaparme del deber.

—Sí, pero esta vez voy yo a invitarte. De alguna manera tengo que darte las gracias.

—No es necesario agradecerme. Lo hice porque quise y no porque quiera algo en retribución. —Daniel previendo las intenciones de Carolina, las apagó de inmediato—. Esta es la última vez que quiero escuchar sobre el tema. ¿Entendido?

—No puedo asegurártelo —lo desafió, divertida.

Justo cuando iba a meterse a la cama, Carolina observó la sombra de unos pies debajo la puerta y la chamarra de Daniel colgada en uno de los sillones. Él debió notar la falta de la prenda y decidió regresar por ella de inmediato. Sin meditarlo se levantó a toda prisa para abrir la puerta, olvidando la única pieza de ropa que la cubría.

No era Daniel.

En cámara lenta, Carolina observó cómo decadentemente la manzana de Adán de Leo subió y bajó, mientras se ajustaba el escote de su bata. Si sus ojos no estaban haciéndole una jugarreta creía haber notado una ligera coloración rosada en sus mejillas. «Creo que sí fue mi imaginación porque su mirada irradiaba furia y no vergüenza.» La que debería estar echando chispas era ella, pero más que furibunda estaba asombrada de la osadía de Leo.

¿Qué hacía él aquí? Por su puesto le exigió saber el motivo.

—¿Me creerías si dijera: Servicio a la habitación?

Un electrizante silencio acompañó la declaración de Leo. Duró unos cuantos segundos hasta que Carolina lo irrumpió, soltando una enorme carcajada que muy probablemente todo el hotel escuchó.

—¿Esa fue la mejor excusa que se te pudo ocurrir? Es terrible —indagó en cuanto consiguió extinguir sus risas.

—Soy pésimo inventando pretextos —confesó Leo, despreocupado.

—¿Por qué?

—¿Por qué soy pésimo inventado pretextos?

— No.¿Por qué me seguiste?

—¿No es obvio?

Carolina puso sus ojos en blanco. ¿Por qué los hombres tenían la impresión que ella era incapaz de tomar decisiones? Su padre, su hermano y hasta el mismo Fernando lo creían. Y para acabarla, también Leonardo. ¿Será un rasgo inherente en los hombres?¿Tan terrible era cometer errores y afrontar las consecuencias de todas sus decisiones? Creía que todos poseían al menos ese derecho.

—Sé lo que hago y a ti menos que a nadie te debe de importar lo que haga o deje de hacer.

—Ya te había advertido que Daniel Silva no te conviene. Voy hacer lo que sea para evitar que hagas algo de lo que seguro te vas a arrepentir.

—Pero ¿por qué? —le insistió Carolina, mirándolo fijamente a los ojos.

—Ya te expliqué por qué.

—No, lo único que me explicaste fue lo que estás haciendo aquí y no el porqué.

Carolina notó cómo se tensó.

—¿No es lo mismo?

—Vamos a hacer a un lado por un momento que el que tú estés aquí es normal y no algo pertubador como cualquier mujer en mi lugar pensaría. ¿Por qué tienes tanto interés en que no me involucre con Daniel? En hacer lo que sea para que no suceda. En protegerme de alguien que a mi parecer es un hombre decente. ¿Cuál es el pecado que cometió?

Leo miró hacia el interior de la habitación, examinándola detenidamente como si fuera la escena de un crimen. Sus ojos se posaron en la cama. Estaba magullada por los brincos que dio, pero no destendida. Carolina no deseaba imaginarse lo que hubiera pasado si estos dos hombres hubieran cruzado caminos. ¿Habrá sido calculado o una coincidencia? Un escalofrío le recorrió su columna y decidió asentarse en su estómago.

—Precisamente ese es el motivo. Daniel Silva no es quien aparenta ser. —Sin pedirle permiso Leo se introdujo en la habitación.

Carolina podía deducir que cualquier esfuerzo que hiciera por echarlo iba a ser en vano y lo mejor que podía hacer era escuchar lo que tenía que decir para que se marchara lo más pronto posible.

—¿Y bien? —Carolina cerró la puerta y se cruzó de brazos.

Leo apretó su mandíbula, un indicio de su exasperación.

—Primero explícame qué estás haciendo tú en este hotel.

—No tengo por que darte explicaciones. Eres tú quien está aquí sin un motivo claro. —Leo se pasó los dedos por su cabello, exhibiendo su impaciencia. Para Carolina fue un indicio que él empezaba a perder se control.

—¿Por qué no puedes creer en mis palabras, en lo que digo sobre Daniel?

—¿Por qué debía de hacerlo? Todo lo que ha salido de tu boca son mentiras. No tengo razón alguna para confiar en tus palabras.

—Todo lo que he dicho es verdad.

«¡Qué te crea tu abuelita!», deseó arrojarle a la cara, pero decidió que permanecer en silencio era una mejor táctica. Carolina esperaba con una pronunciada furia en los ojos.

—No quiero decirte. Sé que no te gustará escucharlo. Por favor no me obligues a hacerlo. Lo único que tienes que saber es que estoy diciéndote la verdad.

Más silencio y miradas cargadas de reproche.

—No me mires así. Me mata que lo hagas.

Leo se sentó en uno de los sillones, volviéndose a pasar los dedos por su cabello una y otra vez. Carolina sonrió levemente.

Decidió no abrir la boca hasta que él se explicara.

—Tú ganas. Te lo voy a decir, pero primero siéntate. Lo que voy a decir sólo yo lo sé y te pediría que lo que voy a contarte se quedara en esta habitación. No quiero preguntas ni que se vuelva a mencionar el asunto. Con esto espero que dejes de una vez por todas de ver a Daniel.

Carolina obedeció, la devastación en su voz impidió gozar de su pequeña victoria. ¿Era correcto exigir una verdad si iba a provocar pesadumbre? ¿Qué podía justificarla?

—Se trata de Alejandra, mi hermana menor. —Leo se aseguró de tener toda su atención fijando sus ojos en los de ella antes de proseguir—: Hace un par de años ella y Daniel estuvieron comprometidos. Desde el principio todo indicaba que su relación acabaría en matrimonio. Aunque estaba escéptico porque Alejandra es impulsiva y despreocupada de las consecuencias, tenía que conceder que parecían ser el uno para el otro. Todo mundo decía la perfecta pareja que hacían. Mis padres, sus padres, amigos, familiares. Debía ser cierto. Parecían ser felices. Hasta que un buen día después de tres años de noviazgo y la boda en puerta, rompieron y cancelaron el evento sin razón alguna. Ninguno de los dos quiso dar explicaciones, pero Alejandra no paraba de llorar. No quería salir de su habitación ni hablar con nadie. Llevaba más de dos semanas en ese estado deprimente. Algo malo debió pasar entre ellos para que ella estuviera en esas condiciones. Quería entender por lo que estaba pasando, quería ayudarla, pero no sabía cómo. Lo único que se me ocurrió fue amenazarla con ir a buscar a Daniel y golpearlo hasta sacarle la verdad. Por las buenas o por las malas averiguaría qué había pasado. Sé que fui duro con ella, pero al final funcionó. Con recelo me contó que unos días antes del rompimiento, ellos fueron a pasar unos días a la casa que tenemos en Valle de Bravo como en otras ocasiones lo han hecho. Unos cuantos amigos los acompañarían. Alejandra salió tarde del trabajo —como siempre—, insistiéndole a Daniel que se adelantara. Salió más temprano de lo esperado y al llegar se encontró a su prometido en la cama con otra mujer teniendo sexo, y... —Leo se detuvo, pasándose enérgicamente ambas manos por su cara. Estaba renuente a agregar la última parte. ¿Por rabia? ¿Por decoro? Al final, él carraspeó su garganta y continuó—: Para hacer más comprometedora la escena, la mujer estaba atada a la cama mientras él la azotaba. No le partí la cara por respeto a Alix y por las repercusiones que todo aquello conllevaba.

Carolina frunció el ceño. No necesariamente la había escandalizado el final del  relato. Más bien la había enfurecido el que Leo se valiera de una experiencia tan personal y humillante de su hermana para ganarse su confianza. Dudaba que ella encontrara agradable que su hermano estuviera compartiendo sus experiencias con una desconocida.

—No tengo idea de lo que crees que haya pasado aquí. ¿Quién crees que soy? Lo que pasó la última —y única— vez que estuve en este hotel fue un acontecimiento inusitado. Así como lo de hoy. No es un hábito mío estar en la habitación de un hombre que no conozco, que por cierto no me quedó claro cómo es que llegué hasta ahí. —Carolina se mordió su labio inferior cuando una corriente eléctrica recorrió su espalda. Odiaba lo que el recuerdo de esa noche y su presencia le provocaba a su cuerpo—. Lamento mucho lo sucedido con tu hermana. Lo digo sinceramente. Espero de verdad que lo haya superado y continuado con su vida.

—¿Qué más quieres que te digas para que me creas que Daniel Silva no es un hombre de fiar? —agregó él como un último intento.

—Lo único que quiero es que te quede claro que soy capaz de formar mi propia opinión y que el consejo de un hombre prácticamente desconocido es irrelevante.

—Entonces, ¿si fuéramos amigos mi opinión la tomarías en cuenta? —Carolina encogió los hombros.

—Probablemente consideraría tu opinión si ese fuera el caso. Pero los que realmente me conocen sabrían que al final hago lo que quiero. El punto es que no somos nada.

—Podríamos serlo. Yo quiero serlo. Te dije una vez que quería saber todo sobre ti.

—Así no funciona la amistad. Tiene que ser natural y no forzada.

—Sea como sea, todas tienen un inicio. No lo puedes negar.

—Tú no pareces ser del tipo que tenga amigas. Tampoco creo que a Soni le agrade que persigas mujeres a una habitación de hotel para pedirles sean tus amigas. —En cuanto salió de su boca, Carolina notó el error garrafal que acababa de cometer y por la expresión de gallo encopetado dibujada en el rostro de Leo era obvio que él también lo había notado. Carolina no pudo evitar sus mejillas se tiñeran de rojo. Jamás iba a darle la satisfacción de admitirlo.

La situación comenzaba a salirse de control y tenía que actuar rápido. Carolina se levantó repentinamente del sillón, dirigiéndose a la puerta. Para su asombro, Leo no hizo comentario alguno como ella esperaba, pero la sonrisa torcida delineada en su boca hablaba por sí misma y las palabras sobraban.

—Podemos ser amigos —decidió Carolina—. Conseguiste lo que viniste a buscar, ahora te puedes marchar. —Abrió la puerta, y con un movimiento exagerado de su mano le indicó el camino para salir.

En un par de zancadas Leo la alcanzó en la entrada, cerrando la puerta de golpe. Sin quitar su mano, Leo aprovechó para acorralarla, colocando su otra mano a la altura de su cabeza. Literalmente la tenía atrapada. Era una sensual prisión y en lo único que Carolina podía pensar era en lo delicioso que él olía y en lo cerca que estaba su boca de la suya. Debería de estar indignada por las acciones de Leo, pero no, estaba mortificada por su reacción si él llegara a besarla. No quería sucumbir. No sabía si estaba en ella el poder de resistirse.

—No creas por un momento que he conseguido lo que quiero, Preciosa. —Leo le deslizó el dorso de sus dedos por la mejilla, enviando electricidad a cada una de us terminaciones nerviosas—. Pero por ahora es suficiente. Esta vez voy a hacer las cosas bien y no pienso desaprovechar esta oportunidad.

—¿Por qué tengo la impresión de que es una amenaza?

—No, es una promesa.

—Quédatela.

—¿Por qué? ¿Tienes miedo que la cumpla? —preguntó él, asomándose en su tono un inarticulado reto. Sin explicación, a ella le comenzaron a temblar las rodillas. Rogaba que Leo no lo notara, pero con su cercanía dudaba que su nerviosismo pasara desapercibido.

—No te tengo miedo —le aseguró Carolina, preguntándose si había algo de cierto. —Cualquiera que sea tu juego no estoy interesada en participar.

—Ambos sabemos que eso es mentira. De ser cierto tu cuerpo no respondería a mi cercanía y a mi tacto. —Leo desprevenidamente comenzó a deslizar su mano por la parte interna de su muslo. Carolina hacía lo imposible por reprimir un gemido y controlar su respiración—. De hecho, si continúo podría comprobar lo húmeda que estás por mí. —Leo inclinó su cabeza para verter en su oído la provocadora declaración.

Los dedos de una de las manos de Leo jugueteaban con la orilla de su bikini mientras la otra sujetaba su cabello recogido en una coleta alta que jaló suavemente para alzar su cabeza y exponer su cuello. No le quedó de otra más que enfrentarlo. Esa pequeña muestra de fuerza y provocación consumió todos sus sentidos. En cualquier momento él la besaría y todo estaría perdido. Tendría que admitir que deseaba darle todo lo que Leo le proponía, que deseaba jugar sus juegos a pesar de desconocer las reglas. Si las desconocía, cómo se suponía que las rompería después.

—Dios, eres irresistible. Cómo deseo besarte, Carolina. Cómo deseo deslizarme dentro de ti. Sentirte de nuevo. Hacerte gritar de placer.

Era débil. Muy débil.

Era una sensual tortura a la que Leo la estaba sometiendo que poco a poco se volvía intolerante.

—Hazlo —le ordenó en un jadeante suplicio.

—No hoy, Hermosa —se negó Leo de inmediato. «¿Por qué no?», gritaba con desesperación dentro de su cabeza—. No ahora, voy a cumplir con mi promesa hacer las cosas bien. Tengo que resolver un asunto primero. Pero la propuesta de ser amigos sigue en pie. Te recojo a la 1:30 en el vestíbulo. Ni se te ocurra escapar de mí otra vez. Te aseguro que no van a gustarte las consecuencias.

Con un simple movimiento él deshizo por completo el contacto. Carolina se sintió burlada. Pero sobre todo decepcionada y avergonzada de su debilidad. Era estúpido siquiera pensarlo porque fue ella misma quien voluntariamente se arrojó dentro de esta situación. Se odió por dejarse arrastrar. Aunque su cuerpo lo pidiera, ella era más fuerte que esto. Aparentemente estaba equivocada.

Le dio un beso en la mejilla antes de desaparecer por el umbral de la habitación, dejándola lánguida y sin fuerza para despegarse de la puerta. Carolina no tenía duda alguna que Leo la había atormentado de esa forma tan perversa en represalia por el simple hecho de contradecirlo. Por no creer en sus verdades a medias. Por no darle lo que vino a buscar: su confianza.

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Espero que les haya gustado y me lo hagan saber en sus comentarios. ;)

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