Entonces, me besó (Completa)

By Geiravor

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Alejo lleva años soñando despierto con Damien, desde la época de la secundaria; aunque jamás se hizo ilusione... More

1. Alejo
2. Damien
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Epílogo - Damien
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Al otro lado del miedo (Libro 1)

13. Damien

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By Geiravor


Debí de suponer que, si la solución a mi problema era mi hermana, tendría doble problema.

El domingo me levanto temprano; por lo menos para los estándares del resto de los mortales.

Ayer volví cerca de las cuatro de la mañana. Alishya me avisó que después de bailar iban a desayunar y se volvía con una amiga; por lo que, tras dejarla en el boliche, me volví a casa.

No dormí demasiado. Pensé toda la noche en Alejo, en lo que me dijo sobre que intentaba autoflagelarme, pero, sobre todo, en lo que le pasó a él.

Me encantaría saber quién fue el hijo de puta. Se me ocurren mil cosas que podría hacer para que las pague. Mi imaginación de desborda.

A pesar del sabor amargo de la charla, hoy estoy de buen humor.

En la cocina, mi mamá está pelando papas para la ensalada.

Los domingos en casa son día de asado. Supondría eso que mi mamá tiene el día libre... no. Tiene que hacer las ensaladas, comprar el pan, picar el perejil para el chimichurri, salar la carne, asegurarse de que haya carbón y demás.

En fin, mi papá sólo prende el fuego y espera el aplauso.

Por lo menos, asa muy bien.

En el silencio que compartimos con mi mamá, me siento tentado a contarle todo. Creo que lo entendería. De hecho, creo que lo sospecha.

Entre las cosas que mis nuevos sentimientos me hacen comprender, advierto que no soy el único negador de la familia.

No se trata de mi sexualidad. Mi casa, en sí, es una gran fachada vacía. La veo a mi vieja levantarse temprano el domingo para ir a caminar al terraplén, comprar el pan, limpiar y hacer de esposa perfecta, y noto que es infeliz. Como yo hasta hace unos días, lo niega.

Empieza a aplicar las recetas de la felicidad que todo el mundo nos tira por la cabeza: «Hacé gimnasia, genera endorfinas», «agradecé cada mañana por todo lo bueno», «tené un hobbie».

Mi mamá hace todo eso. Me pregunto qué es lo que pasa por su cabeza cuando, luego de un día completo de actuar, llega a la cama y duerme junto a un hombre que sólo tiene comentarios negativos y críticas.

Mi papá se levanta, le paso un par de mates y se va al quincho. Pone el tele —tenemos el viejo tele de tubo instalado ahí— y sintoniza las carreras antes de dedicarse a prender el fuego.

—Damien —me llama—, vení a darme una mano.

No hay mucho por hacer, pero mi viejo es de los que piensan que el lugar de los hombres es junto al fuego, tomando fernet hasta que esté la comida.

Como anoche tomé sólo un trago, hoy me aguanto beber desde tan temprano. También me prendo un pucho.

No hablamos. Antes lo hacíamos. No nos llevábamos muy bien, pero lo intentábamos. Desde el «incidente» ya no me gasto, porque mi papá está empeñado en «hacerme un hombre» y resulta de lo más molesto.

Está pendiente de todo, inclusive de los detalles que antes hubiese pasado por alto, como que ayude a mi mamá en la cocina.

De alguna manera, mi viejo piensa que eso me hace gay.

Esa es la faceta negadora que hay en nuestra familia. No quiere admitir que su hijo es homosexual, que de él pude salir yo, por lo que piensa que se trata de educación. Estoy seguro de que culpa a mi mamá. Me preocupa muchísimo lo que eso pueda implicar. Otro de mis miedos sobre todo lo que estoy pasando es la consecuencia que puede tener en mi familia, en la relación entre mis padres. Sobre todo, porque mi viejo no es la lamparita más brillante y sus ideas de masculinidad son ridículas.

—Eso tiene demasiada Coca —se queja de «mi» fernet.

A eso me refiero. Los hombres toman alcohol, comen mucho, no hacen tareas domésticas y miran culos y tetas. Esa es la idea que tiene mi papá de inculcar heterosexualidad.

—Me gusta así —contesto y mi mente vuela al fernet que me preparó Alejo la noche que lo conocí.

Mi viejo niega con la cabeza y yo tiro la colilla del cigarrillo al fuego ya prendido antes de agarrar mi celular.

Yo: En qué cole volvés?

Le escribo a Alejo luego de debatirme sobre qué decir. No se me ocurre nada, pero tengo tantas ganas de hablarle que termino eligiendo esa pelotudez.

Mi papá mira con disimulo mi teléfono, por lo que lo bloqueo y lo pongo en silencio.

Al rato aparece mi hermana. Se tira en una silla con su celular sin decir ni un «buen día». Detrás de ella, mi mamá trae la tabla con la carne.

—¿Cómo la pasaron anoche? —pregunta mientras empieza a poner la mesa. Yo le ayudo a pesar de la mirada de reproche de mi viejo. Mi hermana no se mueve—. ¿Salieron juntos al final?

—No... —contesto y mi hermana me interrumpe.

—Sólo un rato, ma. No sabés, Damien conoce a un chico del Normal que está re bueno. Así que anoche, cuando lo llevó a su casa, estuvimos hablando un montón antes de que me fuera a bailar, se llama Emanuel. ¿Tenés el celu, Da? Me olvidé de pedírselo.

Estoy bastante seguro de que no se olvidó, sino que Ema se hizo el boludo para no dárselo.

—Creo que no...

—¿A ver? Dame tu celu...

—No jodas —la corto. No quiero que vea mis chats con Alejo. No se enoja, por suerte. Mi mamá, al ver que no nos peleamos, sonríe.

—Así que este chico, ¿cómo se llama? ¿gusta de vos? —pregunta mi vieja y yo intento aguantarme la risa. Mi papá escucha y no acota. Alishya se la pasa hablando de chicos, ya todos estamos acostumbrados.

—Ay, ma ¿gusta? ¿de qué año sos? Creo que me tiró onda, pero no sé. Si mi hermano me consiguiese el celu...

Me hago el boludo. Ya le debo demasiado a Emanuel por lo que hizo anoche.

—¿Te invitó a salir? —sigue mi mamá mientras condimenta la ensalada.

—Nah, no tuvo tiempo. —Me atraganto con el fernet. ¡Si se tendrá en estima mi hermana!— Es que Damien estaba hablando con el amigo de él, no es que salimos ni nada, sólo los llevamos a sus casas antes de que yo fuera a bailar. Por cierto, Da, gracias. Te fumaste al puto del amigo un buen rato para hacerme el aguante...

Ni bien salen las palabras de su boca, sé que estoy en problemas. Mi papá se gira y puedo ver cómo se le desfigura la cara por la ira.

—¡¿Que hiciste qué?! —grita. No contesto. Le mantengo la mirada de manera desafiante.

—¡Contestame! —demanda y se acerca a mí.

Mi mamá se queda helada, y mi hermana, aunque parezca increíble, interviene.

—Pa, ¿qué pasa?

—¡Que tu hermano anda con maricones, eso pasa!

—No seas exage... —Alishya se interrumpe cuando mi viejo me estampa contra la pared.

—¡¿Te lo cogiste?! ¿eh? ¡¿te lo cogiste?! —y me pone un cachetazo. Yo lo empujo y es peor, porque ahora me agarra del cuello.

Escucho a Alishya y mi mamá gritar detrás de él, intentando separarlo. Yo trato de aflojar el agarre, pero no lo logro; termino pegándole una piña para sacármelo de encima. Mi viejo me la devuelve.

—¡Basta, papá! —grita mi hermana y veo que está llorando. Mi mamá pone su cuerpo entre el mío y el de mi viejo, tal y como hizo aquella vez—. No hizo nada con el puto, yo estaba ahí, pa. Estuve ahí todo el tiempo, salieron del auto para que yo pudiera hablar con Ema, nada más. Ema y el maricón ese son amigos...

Me quedo sorprendido por la defensa de Alishya. Aunque estoy furioso con ella también, le agradezco la intervención; sólo que desearía que hubiese dicho «y si se lo estaba cogiendo ¿qué?». Porque ese es el jodido punto acá, no tiene nada de malo.

Me arde la garganta, y no por el ahorque de mi papá, sino porque tengo ganas de gritar que dejen de referirse a Alejo de esa manera. «El puto», «el maricón ese», ¡tiene nombre, la puta madre!

Mi mamá me contiene con un abrazo para que no me lance sobre mi papá y reanude la pelea. Me percato de que no emití una palabra desde que empezó, porque me niego a decir una mentira y eso es exactamente lo que quieren escuchar de mí.

—Si ese tal Ema tiene amigos putos, vos tampoco lo vas a ver más —sentencia mi viejo cuando se calma.

No me pasa desapercibido lo que el «vos tampoco» lleva implícito: una orden para mí de mantenerme alejado. Una orden que no pienso seguir.

—¿Adónde te creés que vas? —dice la voz que más odio en el mundo a mis espaldas cuando siento que tuve suficiente y decido dejar el quincho—. Te quedás acá y comés. ¿O te pensás que la comida la cagan los perros?

Lo ignoro.

—Damien... —me llama mi mamá con voz ahogada, logrando que me detenga. Me irrita su actitud, que juegue de mediadora cuando no hay nada que mediar. Mi papá está equivocado y acaba de levantarme la mano. Salvo para recibir una disculpa, no hay razón para que me quede.

—¡¿A tu madre sí la escuchás?! Pendejo mal agradecido. ¡Todo les di! Todo ¿Así me lo pagan? Lo que les falta a ustedes es disciplina. Te vas a sentar en la mesa, vas a comer y por una vez en tu vida, te vas a comportar como un hombre ¡carajo! Nada de ir a llorar al hombro de tu mamá. Yo no crío maricones ¿me entendiste? ¡¿me entendiste?!

Me siento sin contestar.

—Bien —dice mi viejo antes de volver al asado. Alishya agarra una servilleta de papel y se seca las lágrimas. Me mira con culpa. Sigo enojado con ella por la forma en que se refirió a Alejo, sin embargo, la dejo pasar por esta vez y asiento con la cabeza para darle a entender que todo está bien.

Se siente sólo el crepitar del fuego y el ruido del cuchillo sobre la tabla de picar. Agarro mi celu y leo:

Alejo: A qué hora te levantaste? Yo recién abro los ojos, o casi.

Alejo: vuelvo en el de las 8.

Alejo: vos?

Me calmo al leerlo. No contesto, lo dejo aparte para que mi papá no lo agarre, aunque noto su mirada clavada en mí mientras reviso el celular.

Lo sabe.    

******************

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