Tu cielo, mi destino. Fanfic...

By LongLiveDiedRose

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Liesel Meminger. 19 años. Pasatiempos: salir con Rudy, ver a su padre tocar el acordeón y adorar al Führer. ... More

Introducción.
Observando la diversión
Seguramente lo puedes hacer mejor
El único culpable
Aquí vamos de nuevo
Viviendo en el estado de los sueños.
Muertos en vida: los cadaveres andantes (Parte 1)
Muertos en vida: los cadáveres andantes (Parte 2)
Saludos desde el infierno.
Por la noche, los corazones suelen estar vacíos.
Un chico como todos
Y de repente, algo sucedió
Dime que no puedes ser más hipócrita
Dame tu mejor golpe (Parte 1)
Dame tu mejor golpe (Parte 2)
Este vació entre nosotros se siente medio lleno
Desde el otro lado del dolor (Parte 1)
Desde el otro lado del dolor (Parte 2)
¿Quién demonios eres para hacerme esto?
El tiempo no perdona, ahora lo sé
Por favor, no te quiero perder
Un corazón abierto nunca miente
¿Por qué las cosas tienen que ser tan complicadas?
Arde el cielo
Una lección que tu me enseñaste
¿A dónde van los corazones vacíos?
Me encantaría hacerlo bien... (Parte 1)
...pero hay cosas que no puedo controlar (parte 2)
¿Ahora qué voy a hacer sin ti?
Anexo: El Vigilante
Después de ti ya no es igual (Parte 1)
Anexo: El árbol de las palabras.
Después de ti ya no es igual (Parte 2)
Esa vieja sonrisa es todo lo que te queda.
Todo lo que siempre he querido... (Parte 1)
Anexo: Ángel sin alas
...era que supieras... (Parte 2)
Anexo: Carta de Max a Liesel
...cuanto me importas. (Parte 3)
No te preocupes... (Parte 1)
Anexo: Primer escrito
...te esperaré pacientemente (Parte 2)
Anexo: Segundo escrito
Anexo: Tercer escrito
Anexo: Cuarto escrito
Anexo: Quinto escrito
Estoy lista para que me dejes caer.
Desde que te conocí supe que te perdería
Bienvenida a la relidad
Tres hurras por nuestra victoria (Parte 1)
La historia que no termina (Parte 2)
Atrapada en la belleza del horror.
Tu y yo hemos hecho historia (Parte 1)
Anexo: Aprender a vivir
Tu y yo hemos hecho historia (Parte 2)
Aviso súper importante (y emocionante)
Buenas y malas noticias (más buenas que malas xD)
Si tienes tu corazón roto, te daré el mío
El juego eterno de la vulnerabilidad humana
¿Por qué me amas...? (Parte 1)
Anexo: Séptimo escrito
Tengo el corazón corroído (Parte 2)
Amigos o enemigos. ¿Qué somos?
Especial: ¡¡¡GRACIAS POR UN AÑO!!!
¿Por cuánto tiempo jugaremos a esto?
El mejor día.
Cómo salvar vidas sin morir en el intento.
Cómo han pasado los años (Parte 1)
Cómo han pasado los años (Parte 2)
Cantando bajo la lluvia
Enamorados del amor
¿Aún seguimos cayendo?
¿Cuándo aprenderemos?
Presiento que hoy empieza la acción
Ya no hay ganas de seguir el show
Ya empezó, el segundo asalto
Pero entonces con un gesto haces luz
Todo el mundo necesita a alguien
¿Estás hiriendo al único que te ama?
El veneno de las palabras más dulces
El canto del cisne (Parte 1)
Anexo: Octavo escrito
El canto del cisne (Parte 2)
Descanse en paz
Ganas tú el segundo asalto
Y después de todo, sigues siendo mi «wonderwall»
Gracias por actuar como si te importara (Parte 1)
Anexo: Noveno Escrito
Gracias por ver como me derrumbo (Parte 2)
Brindo por los días no vividos
Fuera, ectoplasta
Si, no lo vi venir
Incendios de nieve
No me quieras matar, corazón
No mires al pasado con rabia
Fallaste corazón
Todo lo que necesitamos es paciencia
A veces... (Primera parte)
Anexo: décimo escrito
...no se está tan perdido... (segunda parte)
Anexo: Onceavo escrito
Anexo: doceavo escrito
Anexo: treceavo escrito
...como parece (tercera parte)
Anexo: catorceavo escrito
Doblégame o rómpeme, de cualquier forma me necesitas
Cielo, estoy aquí
Gracias, estúpida ironía
Jeje ¿qué tal?
Hay algo en el aire esta tarde
Yo seré tu euforia y tu incondicional
Un millón y un velas encendidas
Esto es algo que sucede una vez y nunca más
El primer día de nuestras vidas
Bendito sea el misterio del amor.
Creando amor de la nada
Epílogo
Agradecimientos

Puedo sentirlo: el peligro se acerca.

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By LongLiveDiedRose

Según los boletos del barco que nos compró la señora Hermann, este zarpaba en la última semana de junio del puerto de Santa Úrsula, en Italia, así que solo teníamos unas cuantas horas para partir a la estación de trenes.

-No puedo creer que este día llegara tan rápido- la señora Ilsa tenía los ojos inundados de llanto.

-Recuerde que le prometí que le escribiría, así que no se ponga triste.

-Bueno, sería mejor si donde vivieras hay un teléfono- sacó un papel doblado en dos y me lo tendió- Esperaré una llamada con ansias.

La abracé y me dio mucha pena dejarla en este estado.

-No te preocupes por mí. Haz tu vida- me dijo como si me hubiera leído la mente -Cuídala mucho. Nunca encontrarías a otra igual a ella- miró a Max.

-La cuidaré como si de mi propia vida se tratara- le sonrió.

Max le tendió la mano, pero ello lo abrazó. En su cara se dibujó la sorpresa, pero luego lo acepto gustoso.

El tren llegó a la estación, anunciando que ya era tiempo de comenzar una nueva vida con mi ángel.

-La casa se sentirá tan sola sin ti- dijo Ilsa.

-Fue lo mismo que me dijo el señor Steiner, y la verdad yo también lo voy a extrañar a pesar del poco tiempo que estuvimos conviviendo- dijo Max mirando con ternura a Ilsa. De verdad que no sé cómo pude haberlo tratado tan mal antes. Odio a mi yo del pasado.

-Tenemos que subir ya- les dije a ambos.

-Está bien, cuídense los dos.

Nos dio un rápido abrazo a los dos y luego subimos al tren tomados de la mano. Nos dirigimos al vagón donde se encontraban las cabinas individuales y entramos a una, colocamos las maletas pegadas a la pared del vagón y nos sentamos, uno enfrente del otro.

-Por dios, las manos me sudan- le dije a Max.

-Yo siento que me está temblando todo- dijo jugando con sus manos.

Recargué mi cabeza sobre el respaldo del asiento y cerré mis ojos. La última vez que me subí a un tren fue hace poco más de diez años y terminó de una manera terrible.

Abrí los ojos de golpeé y encontré a Max mirándome con curiosidad.

- ¿Qué pasa?- todavía seguía jugando con sus dedos.

-Estoy nerviosa- le dije la verdad a medias.

- ¿Por qué?, digo, porque yo creo que no es por el viaje, ¿o, si?

El tren comenzó a moverse, primero muy lento y poco a poco fue subiendo la velocidad.

-Te juro que no importa- respiré hondo.

Volteé hacia la ventana y vi cómo íbamos dejando las casas atrás, junto a los árboles y a las montañas. Puse la mano sobre el cristal.

«Te voy a extrañar» pensé con nostalgia.

Y era verdad, además de que jamás iba a olvidar este lugar por mucho que haya perdido aquí. No porque el cielo nocturno este nublado quiere decir que las estrellas desaparecen.

El viaje está durando más de una semana. Una semana que fue demasiado tortuosa para mi salud. Para empezar, toda la maldita semana de viaje tuve nauseas a todas horas, estuvo haciendo un calor insoportable, no podía pasar ni un bocado de comida porque inmediatamente la devolvía, sentía que el piso se me movía y me sentía débil. Para rematar, tenía a Max muerto de la preocupación y con los nervios de punta.

- ¿Segura que quieres salir?

Me senté en la cama y me puse los zapatos.

-Por supuesto que sí. Ya estamos a nada de llegar al puerto de la ciudad y quiero disfrutar lo que queda del paisaje- Max se puso de rodillas y me puso el otro zapato -Además, quiero que el aire nos pegué en la cara. Desde que pusimos un pie en el barco no has salido para nada y eso no es justo.

Me sujetó de la cintura para ayudarme a levantar. Salimos de la recamara -que en los barcos se llama camarote. Eso lo acabo de aprender- y tuvimos que cruzar un laberinto de pasillos para poder llegar a la cubierta -otra palabra nueva-. El aire se sentía tan bien. Me encantaba la combinación que hacía con la humedad del mar.

- ¿Y si nos acercamos al barandal?

Max asintió y me llevó hasta allá. A lo lejos se alcanzaban a divisar los edificios de la ciudad. Y lo mejor era el mar. Cuando nos subimos al barco, en el puerto de Santa Úrsula estaba tan cansada que lo único que quería era volver a tocar un colchón.

- ¿Te sientes bien?- preguntó sin dejar de verme con cara de angustia.

-No puede ser, Max. Tienes esta maravilla frente a tus ojos, y tú ni volteas a verla- señalé el horizonte.

-Te equivocas. Nunca dejo de mirarte.

Desvié la mirada y sonreí.

-Hablo enserio, Max.

-Yo también.

Suspiré y me agarré al barandal.

-Dejando los malestares de lado, esto ha salido perfecto.

Max me abrazó por la espalda y apoyó su barbilla sobre mi cabeza.

-Junto a ti todo es perfecto.

-Basta- sonreí -, que me enamoras.

-Eso es exactamente lo que quiero. Me encantaría atarte a mí por el resto de mi vida.

-Ah, ¿tan poquito?- dije indignada -Yo soy tan egoísta que, te ataría a mi lado con una cuerda de verdad por el resto de la eternidad.

Escuché la risa de Max.

-Estás loca, Liesel.

-Pero te encanta. No lo niegues- sonreí.

Y no lo negó.

Lo que restó del viaje -que fueron aproximadamente treinta y cinco minutos, según nos informó un trabajador- nos la pasamos riéndonos y enamorándonos con cada cosa tonta que se nos ocurría. Esto era lo que me faltaba para dejar de sentirme tan mal, no tirarme en la cama como Max me obligó a hacer.

Cuando llegamos al puerto, Max fue por nuestras maletas al camarote y pudimos bajar del barco, aunque yo con un poco de dificultad porque aún se me movía el suelo. Claro, el movimiento de las olas no era de mucha ayuda.

Miré a mí alrededor y era imposible que todo lo que veían mis ojos fuera real.

El mar y la arena hacían este lugar más increíble de lo que ya era.

-Ven- jale a Max hasta que llegamos a la orilla de la playa.

Me dejé caer de rodillas.

- ¿Estás bien?- Max se hincó a mi lado.

-Nunca he estado mejor. Nunca.

Tomé un puñado de arena y vi cómo se deslizó de entre mis dedos hasta el suelo, como si supiera que ahí es a donde pertenece.

A mi alrededor había personas pero sobre todo niños jugando con arena húmeda.

-Esto es hermoso. Fue la mejor decisión que hemos tomado, ¿no crees?- lo miré. Él estaba atento a cada movimiento que hacía.

-Cualquier cosa que te haga feliz es buena elección.

Lo abracé. Esto es lo que siempre quise. Aunque me hubiera gustado compartirlo con más personas.

-Bueno, ya habrá tiempo de estar en la playa. Por el momento tenemos que buscar al sujeto que nos dijo la señora Ilsa que iba a estar esperándonos.

Suspiré y con su ayuda me levanté del suelo.

A final de cuentas, cuando estábamos a días de salir de viaje, resultó que mi buena protectora, Ilsa Hermann ya tenía todo arreglado para nosotros aquí, en Sídney. Se había contactado con un viejo amigo, Henry Thompson para que nos consiguiera un lugar donde vivir. Nosotros no queríamos aceptar, pero luego aclaró que sería un lugar rentado, así que si queríamos podíamos buscar otro mientras nos adaptábamos a la vida del lugar.

Llegamos al camino del muelle y lo seguimos hasta una especie de carretera angosta donde vimos a un señor que tenía un papel con nuestros nombres. Miraba hacia todos lados, supongo que buscando a dos jóvenes que se mirarán como Max y Liesel.

Volteó a vernos y de inmediato supo que éramos nosotros.

- ¿Max y Liesel?- dijo cuando llegó a nosotros.

- ¿Señor Thompson?- le preguntó Max.

-Ah, llámenme Henry, que no soy tan viejo.

Nos tendió su mano y de inmediato Max la estrechó -Supongo que tú eres Max, ¿verdad?

Él asintió confundido.

-Tú debes ser... ¿Lindsay?- dijo sin estar muy seguro.

-Liesel. Soy Liesel.

También estrechó mi mano.

-Lo siento, tu nombre es algo raro, hija.

Le sonreí sin ganas.

-Bien- me quitó la maleta que traía en la mano, que más bien era el acordeón de mi padre. Fue la primera cosa que empaqué. No iba dejarla allá. Por supuesto que no.

Estuve a punto de arrebatárselo pero no me sentía con ganas.

Nos guío hasta un auto negro. Abrió la parte de atrás y puso las maletas dentro. Nos subimos al auto y el señor arrancó.

-Ilsa me habló mucho de ustedes. Déjenme decirles que no le gusta para nada esto de que vivan juntos sin estar casados- nos miró por el espejo retrovisor.

Max se rio.

-Lo sabemos, pero ella no puede hacer nada.

Asentí y recargue mi cabeza en el hombro de Max. El comenzó a acariciarla.

-Hija, ¿tu piel es así de amarilla?

Miré a Max, quien también me miraba, como examinándome.

-No. De hecho, el viaje me cayó mal- dije sin despegar la mirada de Max.

-Pero no es normal que estés tan pálida. Te llevaré con el doctor.

Me levanté de golpe. Lo que hizo que me mareara otra vez.

-No es necesario- Max me rodeó las espalda con su brazo -Estoy bien.

-No te preocupes- soltó una risotada -En su edificio cuentan con un servicio de médico.

Me calmé y me dejé caer en el respaldo del asiento mientras cerraba los ojos y respiraba lento.

- ¿Está muy lejos la casa todavía?-le preguntó Max.

-No, llegaremos en un instante.

Y así fue. Creo que fue más lo que nos tardamos en subir al auto que lo que hicimos de trayecto al edificio.

-Listo. Ya llegamos.

Abrí los ojos y Max estaba embobado viendo por su ventana. Me acerqué y me quedé impresionada.

- ¿Habías visto algo como esto?- me preguntó Max con la boca abierta.

Esto para nada se parecía a Molching. A lo largo de toda la calle se veían muchísimos árboles, pasto, casas del doble de tamaño que la de mis padres y a la calle repleta de coches, pero no había niños jugando a la pelota, ni corriendo, ni jugando al avioncito. Era muy bonita, pero le faltaba vida.

-No- dije con algo indiferente.

-Bajen. Su nuevo hogar los está esperando- nos dijo Henry desde afuera.

Salimos del auto y Henry no dejó que yo tomara la maleta donde venía el acordeón. Entramos al edificio y dentro había un juego de sillones, más largos que los que había en la casa de Isa Hermann, justo enfrente de nosotros, al otro lado de la habitación había una reja grande que captó mi atención, y al lado derecho de la habitación estaban las escaleras.

-Por aquí- Henry nos guío hasta la reja de metal, abrió la puerta.

Sin mucha confianza, pase mis pies de las duelas de madera hasta la placa de metal. Luego los demás hicieron lo mismo.

Henry cerró la reja, luego cerró otra puerta y presionó otro botón que hizo que el pequeño cuarto donde estábamos -que por cierto era muy reducido- comenzara a moverse.

Me abracé con fuerza a Max y presioné mi cara contra su pecho.

-No te asustes. Esto sólo durara unos segundos- dijo Henry por encima del ruido.

Asentí, pero el problema no era el miedo, bueno, un poco, el problema mayor problema era que me estaba mareando otra vez y esta vez se sentía peor.

- ¿Te sientes bien?- me preguntó Max en el oído mientras me abrazaba.

Volví a asentir solo para no preocuparlo más.

De un momento a otro dejamos de movernos y en cuanto Henry abrió las rejas, salí disparada hacia el pasillo.

-Perdón por no haber usado las escaleras, pero el ascensor es mejor. Para no cargar las maletas.

Lo miré con los ojos entrecerrados y respiré hondo.

-Síganme. Su casa está por acá.

Se me escapó una pequeña sonrisa y miré a Max sonreírme con elocuencia.

Con su mano libre tomó mi mano y seguimos a Henry hasta que se detuvo frente a una puerta de color café oscuro con el número 407 en letras negras.

-Bien- me tendió un juego de llaves -Bienvenidos a Sídney.

Me quedé viendo las llaves en mi mano. Se sentían más pesadas de lo que deberían ser y eso no me gustaba para nada.

-Regreso en un momento. Voy a ir por el doctor.

Ni siquiera volteé a ver a Henry cuando se devolvió por el pasillo, y tampoco estaba viendo a Max. No podía sacar la mirada de ese juego de llaves. Y es que algo dentro de mí me decía que esto no iba a terminar como Max y yo lo planeamos desde el principio. Lo que mal empieza, mal termina.

- ¿Qué esperas? Abre la puerta.

La voz grave de Max me sacó de mis locas especulaciones que no tenían ningún sentido.

Asentí. Solté su mano y metí una de las llaves en la cerradura y giré la perilla lentamente. No estaba haciéndolo por el dramatismo de una nueva casa donde Max y yo íbamos a vivir con total libertad, sino porque de verdad estaba mareada y juro que todo se movía.

Con mucha dificultad, logré abrir la puerta y pasamos al interior. Ni siquiera miré la pared ni lo que había a mi alrededor. Necesitaba sentarme.

Max soltó las maletas al lado de la puerta y se sentó a mi lado. Yo aproveché para poner mi cabeza sobre su hombro.

Inmediatamente, segundos después llegó Henry con el que supongo es el doctor.

-Aquí está el doctor. Yo esperaré afuera- y así como llegó, se fue.

Max se levantó y examinó cada movimiento del doctor desde donde estaba parada. Primero me puso un aparato alrededor del brazo por algunos minutos, revisó mis ojos y mi temperatura.

- ¿El viaje que realizaste fue muy largo?-me preguntó mientras guardaba sus instrumentos en el maletín que traía consigo.

-Sí, duró alrededor de una semana- dije no muy convencida.

Asintió.

-Lo que te pasó no es grave. Es normal que se te baje la presión con un viaje de semejante magnitud. Lo único que tu cuerpo necesita es un poco de azúcar para volver a la normalidad- metió su mano a su maletín y sacó un puñado de dulces.

Abrí los ojos como platos. Jamás había visto tantos caramelos tan cerca de mí y sin un vidrio de por medio.

-Toma uno- me animó el doctor.

Sonreí y luego miré a Max. Él también me sonreía.

- ¿Puedo tomar dos?- le dije emocionada.

-Claro, toma los que quieras- me sonrió el hombre de barba blanca.

Con la mano temblorosa tomé un dulce de cada color. Seis en total.

-Puedo jurar que nunca en vida había tenido tantos caramelos en mi mano. Estos son más de los que he comido en mi vida- dije sin quitar la vista de la palma de mi mano.

- ¿Quiere uno, joven?- le preguntó a Max.

Solo escuché como Max hacia ruido con la envoltura de celofán del caramelo.

-Gracias- le dijo.

Tomé el caramelo de color amarillo y lo desenvolví para llevarlo a mi boca. Era delicioso. Era como si automáticamente la vida me volviera de golpe.

-Bueno, si necesitan algo más, les dejo mi tarjeta, ahí está mi número, por si pasa alguna emergencia.

Max lo acompañó hasta la puerta y ahí se estuvo durante algunos minutos, luego cerró la puerta y llegó hasta mí y se dejó caer en el sillón.

-Es bonito, ¿no?- aunque lo disimulara, en su voz era muy notoria la emoción de este hombre.

Miré mi entorno. El lugar no era muy grande, pero tampoco se comparaba con las casitas de Himmelstrasse. La sala de estar era grande, había una ventana que daba hacia la calle, pegada a la sala estaba la cocina. Me levanté y empecé a explorar. Había un pequeño cuarto de baño y dos recamaras, una más grande que la otra.

-Es muy bonito- llegué hasta la ventana y desde donde estaba parada se podía ver el mar.

-Esto es lo más cerca que he estado del cielo- se acercó y me abrazó por detrás.

Hay algo que Max no sabía y es que tal vez ya hemos visitado el cielo mil veces, solo que nunca sabemos que estamos ahí, hasta que tocamos el suelo de forma abrupta.

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