Llamada desconocida

By juanjodite

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Desde que aquella maldita cabina fue instalada en las afueras de Miravalle de la Colina, algo cambió en el pu... More

PROLOGO 1: INFIERNO
PRÓLOGO 2: LA PRESA
PRÓLOGO 3: EXPROCONSTRUCSA
CAPÍTULO 1: LA CABINA
Los Diarios de Mabel Primer diario.
Los Diarios de Mabel.Segundo diario. Primer extracto.
Los Diarios de Mabel.Segundo diario. Segundo extracto.
CAPÍTULO 2: UN JUEGO PELIGROSO
Los Diarios de Mabel.Segundo diario. Tercer extracto.
CAPÍTULO 3: COMIENZA LA CAZA
Los Diarios de Mabel.Tercer diario. Primer extracto.
CAPÍTULO 4: SANTA CLAUS
CAPÍTULO 5: PLANES DE MUERTE
CAPÍTULO 6: HIROSHIMA Y NAGASAKI
Los Diarios de Mabel.Cuarto diario. Primer extracto.
CAPÍTULO 7: UNA TRAMPA PARA MOSCAS
Los Diarios de Mabel.Quinto diario. Primer extracto.
Los Diarios de Mabel.Sexto diario. Primer extracto.
Los Diarios de Mabel.Sexto diario. Segundo extracto.
CAPÍTULO 8: LOS MONSTRUOS DE VICEN
Los Diarios de Mabel.Séptimo diario. Primer extracto.
CAPÍTULO 9: ESTÁ VIVA
Los Diarios de Mabel.Octavo diario. Primer extracto.
CAPÍTULO 10: LA DECISIÓN DE JANINE
Los Diarios de Mabel.Noveno diario. Primer extracto.
CAPÍTULO 11: LA VIDA PERFECTA DE FRED
Los Diarios de Mabel. Décimo diario.
CAPÍTULO 12: CUANDO FRED ENCUENTRA A MABEL
Los Diarios de Mabel. Undécimo diario.
CAPÍTULO 13: LA DAGA
Los Diarios de Mabel.Duodécimo diario. Primer extracto.
CAPÍTULO 14: DECISIONES INTRASCENDENTES
Los Diarios de Mabel.Duodécimo volumen. Segundo extracto.
CAPÍTULO 15: UN ROLLO DE ALAMBRE
Los Diarios de Mabel.Duodécimo volumen. Tercer extracto.
Los Diarios de Mabel.Duodécimo volumen. Cuarto extracto.
CAPÍTULO 16: ANTES DE LA TORMENTA
Los Diarios de Mabel.Décimo tercer volumen.
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo cuarto. Primer extracto.
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo cuarto. Segundo extracto.
CAPÍTULO 17: ODIO SIN SENTIDO
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo quinto.
CAPÍTULO 18: SE DESATA EL CAOS
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo sexto.
CAPÍTULO 19: MALAS NOTICIAS
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo séptimo.
CAPÍTULO 20: SÍ, MAMÁ
CAPÍTULO 21: A REY MUERTO, REY PUESTO.
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo octavo.
CAPÍTULO 22: AL FINAL DE LA ESCALERA
Los Diarios de Mabel.Volumen décimo noveno.
CAPÍTULO 23: APUESTA GANADORA
Los Diarios de Mabel.Volumen vigésimo.
CAPÍTULO 24: INUNDACIÓN
Los Diarios de Mabel. Volumen vigésimo primero.
CAPÍTULO 25: SU VERDADERA NATURALEZA
CAPÍTULO 26: EL ELEGIDO
CAPÍTULO 27: VADE RETRO, SATANÁS
CAPÍTULO 28: DESDE DENTRO
CAPÍTULO 29: MENÚ INAUGURAL
CAPÍTULO 30: EL ADVENIMIENTO DE LA REINA
CAPÍTULO 31: LOS NIÑOS PRIMERO
CAPÍTULO 33: AL LÍMITE
CAPÍTULO 34: ASEDIO
CAPÍTULO 35: PERSONALIDADES CAMBIANTES
CAPÍTULO 36: UN PLAN SENCILLO
CAPÍTULO 37: EL DESTINO DEL ELEGIDO
CAPÍTULO 38: SEGUNDA ELECCIÓN
CAPÍTULO 39: ÚLTIMA ESPERANZA
CAPÍTULO 40: EL ACTO FINAL
CAPÍTULO 41: EL REENCUENTRO
EPÍLOGO 1: MIRAVALLE EN LA ACTUALIDAD
EPÍLOGO 2: LAURA Y PEDRO
EPÍLOGO 3: UN FUTURO ESPERANZADOR
EPÍLOGO 4: SUPERHÉROES
EPÍLOGO 5: SÍSIFO
NOTA DEL AUTOR
Y de ahora en adelante...

CAPÍTULO 32: SIN SALIDA

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By juanjodite

El dedo índice de la mano izquierda de El Elegido rozó con suavidad el gatillo de la escopeta, y comenzó a aplicarle una leve presión. El hecho de que fuera a quitar otra vida (la tercera de esa noche) unido a las caricias que le estaba dedicando su Reina mientras lo hacía, le proporcionaba un placer intenso, casi sexual. Se oyó un siniestro crujido cuando el percutor se movió hacia atrás, preparándose para golpear y liberar la mortífera carga. Laura imaginó el impacto en su cabeza y el rojo mezclándose con el verde.

Irónicamente eran sus colores favoritos.

No podía hacer nada más que dejarse llevar y rogar que fuese rápido. Le resultó cuanto menos curioso descubrir que no tenía miedo, que sólo esperaba. Le asustaba más el momento del impacto que el qué pasaría después; siempre había tenido el umbral del dolor muy bajo. Ojalá no doliera demasiado. Esperó ver pasar su vida ante sus ojos, o al menos los momentos estelares, en cinemascope y a todo color, pero no veía nada. Sólo el resplandor verdoso filtrado por el naranja de sus párpados cerrados. Pasaron unos segundos, y no hubo disparo. ¿Acaso se lo había pensado mejor, o sólo se limitaba a hacerla sufrir alargando el momento?

¿Abría los ojos?

¿Y si eso era lo que estaba esperando para disparar?

No podía resistirlo más. El corazón le latía violentamente y sentía un sabor agrio al fondo de la garganta.

¿Iba a vomitar?

Se decidió a entreabrir con cuidado los ojos cuando oyó la detonación.

Cayó de bruces hacia delante y extendió las manos, que se hundieron en la repugnante blandura de las raíces. Después de todo, no había sentido dolor, pero aún tenía fuerza en los brazos como para sujetarla. ¿Así era morir? Sintió que se ahogaba, y necesitó ver algo distinto del interior de sus párpados antes de que su cerebro dijese hasta nunca. Entonces se oyó la segunda detonación, y los brazos se le doblaron hasta que la cara casi se sumergió en el cieno. Abrió los ojos. Vio el verde, pero no el rojo. Había amarillo.

Se giró para ver de dónde procedía la luz amarilla que bañaba el fangoso espectáculo de las raíces. Vio dos círculos de luz, separados entre sí una distancia de un metro, más o menos. De vez en cuando, uno de los círculos desaparecía y era sustituido por la silueta a contraluz de alguno de los antiguos habitantes del pueblo, que parecían haber sido convocados por el Elegido y su Reina, porque llegaban en avalancha. Entonces se oía un golpe sordo y el círculo de luz reaparecía.

«Un coche» —pensó Laura—. «Un coche viene hacia aquí y está atropellando a todas esas cosas».

Se tocó la cabeza, y luego la cara, reponiéndose al asco de sentir la baba verde sobre su piel. No le había disparado a ella. El Elegido había disparado al coche que se acercaba machacando a su paso raíces y gente... o lo que quiera que fuese aquello en que se habían convertido.

Levantó la cabeza y miró al que en otro momento había sido Marcos. Tenía abierta la escopeta y estaba cargando dos nuevos cartuchos. La cerró, apuntó y volvió a disparar hacia el coche. El primer disparo provocó un ruido metálico. El segundo cegó una de las luces. A continuación se oyó un estruendo y el ruido del motor, que había sido música celestial para sus oídos, se detuvo.

Laura vio una pequeña posibilidad de salir con vida de la situación y actuó como un resorte. Se lanzó hacia delante y cargó sobre Marcos, que no esperaba una reacción así. El Elegido y su Reina cayeron de espaldas. La escopeta salió dando vueltas por el aire como el bastón de una majorette y se hundió entre las raíces. La Reina se golpeó contra la acera, y durante un instante Mabel salió a la superficie. Los tatuajes se retiraron de nuevo al interior de su cuerpo.

—Qué...qué... —titubeó. Tenía todo el aspecto de un sonámbulo al que se despierta en pleno episodio de exploración nocturna. El Elegido intentaba sacar la escopeta del charco de cieno que había generado al caer sobre las raíces, pero parecía tener tanto miedo a las sombras que viajaban sobre ellas como el que el antiguo Marcos tenía a su mujer Priscila. Aquel instante de titubeo fue el que aprovecharon las hermanas para huir.

—¡Corre! —gritó Laura. No había tiempo de explicaciones, y no tenía ninguna intención de ver a Mabel haciendo una peli pornodemoníaca con aquel tipo, así que cuanto más alejada la mantuviese de Marcos, mejor que mejor. Ya la había convertido en la Reina, como él la llamaba, y estaba bastante segura de que podría volver a hacerlo, así que agarró a su hermana por el brazo y la arrastró tras de sí. Estaban a una decena de metros de la seguridad de la casa, y llegar a ella con toda probabilidad supondría salvar sus vidas.

Pero Marcos no le iba a dar la ocasión, o al menos no iba a ponérselo fácil.

Se oyó un nuevo disparo, que levantó una nube de gravilla justo en el límite en el que la alfombra de raíces desaparecía, a centímetros del pie de Laura.

—El próximo te volará la cabeza —amenazó. Después de todo, a pesar de la barriga que lo adornaba y del miedo que le producía el contacto con las sombras, Marcos había sido increíblemente rápido. Mabel pasó a convertirse de nuevo en un peso muerto. Estaban las dos en el límite entre la alfombra verde y el asfalto, a escasos diez metros de la casa, y justo detrás de ellas, a un par de metros o tres a los sumo, el Elegido volvía a apuntarlas con la escopeta. A su alrededor, cientos de cuerpos que poco antes habían estado ocupados por las almas de los habitantes del pueblo se agolpaban, esperando algo que Laura no quería siquiera imaginar. Cientos de seres, y ni uno solo de ellos pisaba las raíces. Cientos de pares de pies esquivando con una perfección absoluta hasta la más pequeña de ellas. Laura descubrió de pronto por qué Marcos no le había metido el cartucho en la espalda sin detenerse a pensarlo siquiera. De hecho, había dos razones principalmente: una de ellas era su brazo. Acababa de descubrir por qué los seres tenían tanto miedo a las sombras-tatuaje. La mano que Marcos había usado para recuperar la escopeta del cieno, y que por lo tanto estuvo en contacto con las sombras, había acabado convertida en una especie de masa deforme, como si la hubiese bañado en ácido. La segunda, y más importante: temía alcanzar a su Reina sin querer. Y decidió jugar esa baza.

De un salto, Laura se colocó tras Mabel, usándola como escudo. El Elegido bajó inmediatamente la escopeta.

—Sea, pues. Entonces te mataré con mis propias manos y la Reina y yo beberemos tu sangre.

Comenzó a caminar hacia ella con paso firme y decidido. La informe multitud seguía sus movimientos, susurrante. El sonido era como si miles de serpientes cuchichearan entre sí.

Laura tenía cogida a su hermana desde atrás, con el brazo por debajo de sus axilas. Tiraba con todas sus fuerzas, pero conforme el Elegido se iba acercando, los tatuajes comenzaban a aflorar de nuevo a la superficie de la piel de Mabel, y ésta empezaba a resistirse a su empuje.

—¡Despierta, maldita sea!

Los guantazos en la cara no surtieron ningún efecto esta vez.

—¡MABEEEEEL! –gritó. El Elegido se acercaba, estaba a sólo unos pasos de ellas.

De repente, un sonido apagó el de los siseos de la multitud. Y el de los gritos de Laura, e incluso la exclamación de sorpresa de Marcos.

El coche había vuelto. El motor rugió salvajemente, mientras las ruedas iban derrapando sobre las raíces y vomitando cieno verde. Un grupo de poco más de una docena de los antiguos habitantes del pueblo se interpusieron en el camino ante el coche, y salieron despedidos al chocar contra él. Al rebotar contra el suelo aplastaron un buen montón de raíces. Cuando las sombras se arrastraron sobre ellos, sus cuerpos se derritieron como consumidos por el ácido de un gigantesco estómago.

Marcos levantó el cañón de la escopeta con su única mano sana, pero en esta ocasión no fue tan rápido. El coche lo arrolló, y esquivó por sólo un par de metros a las hermanas.

Como en una película a cámara lenta, Laura vio a Marcos salir despedido y volar por encima de sus cabezas. A la luz del único faro del coche, la figura rota hizo un verdadero salto mortal y cayó con un crujido siniestro que le heló la sangre, en los matorrales que rodeaban el jardín de la casa de Mabel. Después llegaron las salpicaduras del viscoso líquido verde, y la nube de polvo que provocó el coche al derrapar. Con los ojos entrecerrados, y a contraluz, vio la silueta que se bajaba del vehículo, y le recordó esas escenas repetidas hasta la saciedad en el cine, en las que el alienígena, alto y esbelto, descendía de su nave para establecer contacto con los habitantes de la Tierra. Solo que en esta ocasión, el ser que bajaba del coche no cumplía ninguna de las tres condiciones, ni era extraterrestre, ni alto, ni esbelto. Más bien todo lo contrario.

—¿Mabel? —preguntó.

—¡Sí! ¡Yo soy Laura, su hermana! —contestó con tanta alegría que creyó que iba a ponerse a llorar.

De la nube de polvo surgió un hombre delgado.

—Hola Laura, soy Fred, el ayudante del cartero.

Tenía todo el aspecto de haber escapado de una jauría de perros hambrientos. Sus ojos se deslizaron desde Laura hasta Mabel, que estaba en el suelo, y lo siguiente que iba a decir murió en su garganta antes de salir al exterior.

—¿Está?...

—Está bien —respondió Laura, aunque era más un deseo que una afirmación—. Pero tenemos que llevarla a un hospital sin perder un instante.

Fred se agachó y recogió con cariño a Mabel en brazos. Laura temió por un momento que los delgados brazos del chico fueran a doblarse bajo su peso, pero no ocurrió así.

—Vamos a la furgoneta —ordenó él. Laura necesitó de toda su fuerza de voluntad para ponerse en pie.

—Oh Dios...—fue apenas capaz de pronunciar. Las siluetas que llegaban del pueblo estaban a un metro escaso del vehículo.

La noche de los seres raros vivientes —balbuceó él, parafraseando el título de la película de George A. Romero.

A Laura, el nombre con el que Fred acababa de bautizar a las cosas que tiempo atrás habían sido sus vecinos, le importaba un bledo. Lo que quería era salir de allí a toda leche, y si por el camino había que atropellar a unos cuantos de esos zombies, seres raros, o como quiera que se llamasen, por su parte estaba bien.



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