bounded spirit ⋄ stiles stili...

By eternitear

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Terminado. En edición. [Teen wolf no me pertenece, ni ninguno de sus personajes. Obviamente exceptuando al q... More

Playlist
Capítulo 1. "Beacon Hills"
Capítulo 2. "¿Esteroides?"
Capítulo 3. "Insolente"
Capítulo 4. "Animadora"
Capítulo 5. "Frustración"
Capítulo 6. "Buena acción"
Capítulo 7. "La bête"
Capítulo 8. "Inesperada confusión."
Capítulo 9. "Desastre"
Capítulo 10. "Whiskey"
Capítulo 11. "Anticipación"
Capítulo 12. "Incertidumbre"
Capítulo 13. "Luna Llena"
Capítulo 14. "Métodos."
Capítulo 15. "Drama"
Capítulo 16. "Suerte"
Capítulo 17. "Temor"
Capítulo 18. "Egoísta"
Capítulo 19. "Acto irracional"
Capítulo 20. "Espera lo inesperado"
Nota de la autora y próximo libro.
Personaje: Ariel Rowe

Prólogo.

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By eternitear

El primer día en el que debía mudarme a Beacon Hills, todo se convirtió en un fiasco.

Me encontraba parada en la mitad del aeropuerto. Un terrible dolor de cabeza me irritaba, y sostenía mi móvil frente a mi rostro. Le clavaba la mirada, como si fuera a darme alguna pista sobre qué hacer. Mi madre había llamado hacía no más de cinco minutos, informándome a último momento –algo que no debió haberme sorprendido– que no lograría estar a tiempo. Sí, sin molestarse en llamar antes de que yo hubiera llegado, como si no fuera un gran problema. Me había dado una razón muy vaga, algo de su trabajo y una enorme complicación que había surgido, por lo cual decidió simplemente cancelar su vuelo, y tener la delicadeza de avisarme.

Así que ahora, tendría que viajar por mi cuenta. Y encargarme de darle la buena noticia a mi padre. Genial.

No era como si no estuviera acostumbrada a las decepciones que me provocaba mi madre. La comprendía... la mayoría de las veces. Ella estaba viviendo su trabajo de ensueño, ser una diseñadora, lo que la llevaba a viajar de lugar en lugar, volviendo a casa cada un mes. Y eso, si teníamos suerte.

Hacía más de un año de que había conseguido su trabajo, un poco después de lo que había ocurrido con mi padre. Ella no era exactamente la madre más... dedicada del mundo, pero sabía que hacía lo que podía. Me había tenido muy de joven, y había renunciado mucho por mí, así que era bueno que por fin estuviera viviendo de lo que amaba. Pero eso no quería decir que me gustase.

Así que, con mi madre ausente por el momento, tenía que hacerme cargo de mí misma, y de mi padre. Me tocaba la responsabilidad por turno.

Él había viajado unos días antes junto con los camiones de la mudanza, dejándome en casa de mi tía, esperando a que mi madre llegara. Ojalá hubiera podido saber que eso no ocurriría.

Tragándome la ilusión de poder verla después de tantos meses, tomé mi pesada mochila llena de libros, la eché sobre mi espalda con un gruñido, y caminé con pereza hasta el banco más cercano. Eran las seis de la tarde, así que mi vuelo saldría en unos cuarenta y cinco minutos, dejándome con bastante tiempo que matar.

Estuve una buena parte de ese rato debatiéndome en llamar o no a mi padre para avisarle, pero no quería darle las malas noticias por teléfono. Al menos no mientras estaba solo. Él era... muy diferente a mi madre. Una persona muy orgullosa y cerrada en sí misma. Sin embargo, sabía que le dolía que mi madre no apareciera nunca. Decidí finalmente ser una cobarde, decirle una vez llegara, y que sucediera lo que tuviera que suceder.

El vuelo –que duraría alrededor de una hora y media– se me hizo como de un minuto y medio. En parte, estaba emocionada por mudarme. Y luego, estaba completamente horrorizada. Mis habilidades sociales no eran lo que se decía buenas, aunque tampoco era tímida. Simplemente, estar en entre un mar de desconocidos no era algo ideal para mí. Tal vez por eso no dejaba muchos amigos detrás donde solía vivir, y había decidido que lo mejor sería no pensar en ello. No podría cambiar nada deprimiéndome, y estaba obstinada en ser optimista. Por mí y por mi padre.


>>><<<


Luego de bajar del avión y de toda la parafernalia, ya eran cerca de las diez de la noche. No me demoré mucho, no me agradaba para nada estar sola, y mi nerviosismo comenzó a crecer. Como seguía sin querer llamar a mi padre, logré ubicarme en el laberinto que era el aeropuerto, y salí de allí para encontrar un taxi que me llevara a lo que ahora sería mi nuevo hogar. Me saldría ridículamente caro, y me quedaría sin un céntimo encima, pero no era como si tuviera muchas alternativas para elegir a gusto.

Me llevó algo de media hora encontrar por fin un taxi libre. Le dije al conductor casi robóticamente la dirección que me había tomado casi una semana memorizar. Hizo algún que otro comentario sobre que el viaje no sería muy largo, puesto que era directo por carretera o una cosa así, y me limité a responder con monosílabas.

Durante todo el viaje me enfrasqué con mi móvil, sin prestar en absoluto alguna atención al exterior del vehículo. Tardé en caer en cuenta, un largo rato después, de que por fin había aparcado el taxi. Me descubrí manteniendo la respiración, y me aferré a mi mochila, observando a mí alrededor, sintiéndome por completo fuera de lugar.

Lindo momento había elegido para caer en cuenta de que realmente me estaba mudando a otra ciudad.

–¿Señorita?

El conductor del taxi estaba girado hacia mí, observándome expectante.

Salí de mi ensimismamiento, dando un respingo. –¡Oh! ¡Lo siento!

Me hice un lío con la cremallera de la mochila, pero logré encontrar mi billetera, y le pagué al señor que probablemente pensaba que estaba mal de la cabeza. Me deseó buena suerte con una mirada extraña, como si quisiera decirme algo más, pero una vez me bajé del taxi, terminó por irse.

Volví a aferrarme a mí mochila y subí a la vereda, observando lo que ahora sería mi nuevo hogar.

O más bien, intentando observar, porque el lugar entero se hallaba a oscuras. La farola más cercana que tenía, parecía haber decidido no funcionar por el momento. Por lo que llegaba a notar en la penumbra de la noche, el barrio era pintoresco y tranquilo. Las casas no diferían mucho entre sí, y a aquellas horas de la noche muy pocas tenían sus ventanas iluminadas. El silencio me resultaba inusual, ya que antes vivía en un barrio más ajetreado, pero por lo demás, no era muy diferente.

Di un paso hacia a la casa que tenía enfrente. Era muy bonita. No era extravagante, pero tenía dos pisos, un porche cubierto y un garaje. Parecía que había tenido una renovación reciente, ya que los ladrillos se veían barnizados, y las paredes restantes se veían de un blanco prístino. En verdad, no era nada fuera de lo común. Sin tomar en cuenta, claro, que estaba completamente en penumbra. Cualquiera diría que no había nadie allí, pero de todos modos respiré profundo, y me las armé de valor para tocar el timbre. No tenía idea de por qué demonios estaba tan nerviosa, pero allí me encontraba, llamando a la puerta de una casa que era obvio que se hallaba vacía. Y así era, porque por más que volví a presionar el timbre y esperé unos minutos, nadie apareció.

Solté una maldición, golpeando el suelo del porche con un pie. ¿En dónde demonios estaría metido mi padre? ¡Sabía que vendría hoy! Santo cielo, el día no hacía más que mejorar. Dejé caer mi mochila al suelo, y me senté contra la pared cerca de una de las ventanas, refunfuñando. Saqué mi móvil del bolsillo de mi sweater, decidida a darle un sermón en cuanto me atendiera.

Pero, cómo no, nadie me respondió.

Apenas intentaba comunicarme, iba directo a la contestadora. Eso tampoco debió sorprenderme. Él rara vez se acordaba de cargar su móvil, pero tenía la esperanza de que al menos hoy, lo haría.

Ahora estaba perdida. Y definitivamente no tenía ni idea de qué hacer.

Me cercioré unas treinta y nueve veces de que tenía bien la dirección, y que aquella era la casa. No estaba en el lugar equivocado. Era allí.

Los siguientes cinco minutos, contemplé la pantalla de mi móvil, insultando a mi padre sin cesar. Demonios. ¿Es que se había olvidado de que llegaría hoy? No, aquello no era posible. La memoria de mi padre era demasiado buena y muchas veces me jugaba en contra.

Lo habían transferido de su trabajo aquí, a la estación de policía. Pero no podría ser que ya estuviera allí, ¿Verdad? Apenas habían pasado un par de días.

Oh, ¿A quién quería engañar? Probablemente era ahí donde estaba. Quise darme un golpe por no haberlo pensado antes. Me quité el pelo de la cara, y marqué 911 en mi móvil, prácticamente echando humo por la nariz.

–911, ¿Cuál es su emergencia?

Me aclaré la voz torpemente. –Ho... hola. Disculpe, soy la hija de Cole Rowe. Él ha sido transferido a su estación hace algunos días, y no puedo comunicarme con él. ¿Podría decirme si se encuentra allí?

La mujer que me respondió se quedó en silencio unos segundos. Estaba segura de que se preguntaba de qué demonios estaba hablando. –Sí, aguarde un momento por favor.

Percibí el ruido de una silla al arrastrarse del suelo, y luego unas voces muy lejanas. Comencé a morderme las uñas ausentemente, mientras esperaba que volviera la mujer con buenas noticias.

Se tardó unos cuantos minutos, pero finalmente escuché el murmullo del teléfono al ser movido. –Hola. Disculpe la demora, señorita. En estos momentos, su padre se encuentra en una emergencia. Pero puedo intentar contactarlo si así lo desea.

Literalmente no podía poner los ojos más en blanco. Volví a aclararme la voz, negando con la cabeza por más que no pudiera verme. –No, está bien. Sólo avísele si tiene la oportunidad que estoy esperándolo, porque no puedo entrar a la casa. Disculpe mucho la molestia.

Corté la comunicación aterrorizada. Aquello había sido embarazoso. Hasta los límites. Nunca había tenido que llamar a la línea de emergencia antes para poder hablar con mi padre. Esto era demasiado.

Aparentemente tendría que esperar. ¿Cómo era que mi padre estaba en una emergencia? Tenía entendido que Beacon Hills no era exactamente un lugar muy grande. Demonios, demonios, demonios. Casi podía oír su voz diciendo: El deber llama.

Ahora no tenía nada más que hacer que quedarme allí, en mi propia desdicha, esperando a que decidiera hacer aparición. Oh, y no había mencionado lo mejor de todo. Al día siguiente comenzaría mi nuevo año escolar.

Perfecto.

Lo único que quería en aquellos momentos era darme una ducha y atiborrarme de un pote entero de helado. Pero ninguna de las dos cosas iba a suceder.

Mi mala suerte sólo decidió ir en aumento, cuando intenté ponerme a leer con la luz de mi móvil, pero éste se quedó sin batería. Estaba tan preparada para que aquél día terminara de una vez.

Proferí unos cuantos bostezos exagerados, sin tener idea de la hora, cuando escuché un crujido que me sobresaltó. Fruncí el ceño, mirando a mí alrededor en la oscuridad, sin divisar mucho. El ruido había venido de mi izquierda. Lo primero que vino a mi mente fue que podría haber sido un animal. Estábamos cerca del bosque, según mi padre, así que sería normal que alguna ardilla o mapache o algo así anduviera por allí. Intentaba convencerme de eso, cuando el crujido se repitió, similar a una pisada, y luego un golpe. Eso había sido muy cerca de en donde me encontraba.

Oh, jodida mierda.

Me levanté de un salto, y tomé mi mochila entre mis manos como única arma de defensa. Al menos los libros dolerían si se los lanzaba a alguien.

Escuché el crujido-pisada una vez más y, actuando como una completa idiota, di un salto hacia el costado de la casa, dispuesta a mandar al infierno a quien sea que estuviese allí.

No esperaba encontrarme con una silueta enfrente, ni que alguien chocara contra mí en medio segundo. Lancé un grito despavorido, comenzando a dar golpes a diestro y siniestro. La otra persona empezó a gritar al mismo tiempo, intentando protegerse de mis golpes.

–¡Ow, Ow, Ow, espera! ¡Hey! ¡Hey!

Sostuvo mi bolso para que dejara de pegarle, soltando quejidos de dolor. –¿Qué demonios tienes ahí?

Me quedé quieta, con el corazón golpeando con fuerza contra mí pecho. Acribillé con la mirada lo poco que podía ver de quienquiera que fuese. –¿Qué haces ahí? ¿Tienes algún problema mental?

–¡Sólo intentaba ir hacia mi casa!

Arranqué mi mochila de sus manos. –¿Estás bromeando o qué? ¡Las casas tienen una puerta al frente, genio! ¡Casi me matas del susto!

–Eso... eso es un buen punto, en realidad. ¡Pero tú me has matado del susto a mí primero!

Intenté recuperar el aliento, y luego enarqué una ceja. –¡Pues lo siento por creer que eras un asesino en serie!

–¡¿Cómo puedes...!? Okey, ¿Sabes qué? ¿Qué te parece tomar—tomar esto con calma? Y parar de gritar.

Abrí la boca para decir algo, pero me lo pensé mejor. Puse los ojos en blanco, me di la vuelta y volví hacia el porche de la casa, en donde lancé la mochila al suelo. –Está bien. Estoy calmada. Pero sigo algo intrigada por el hecho de si eres un asesino en serie o no.

El que ahora había notado era un chico, salió finalmente de la total oscuridad del costado de la casa. Se acercó a mí, poniendo las manos sobre sus caderas. –La última vez que me fijé, no lo era.

Lo inspeccioné de arriba abajo, hasta cerciorarme de que tenía razón. Estaba segura de que tenía más o menos mí edad, y lo único que llegaba a notar además de eso es que tenía el pelo muy corto.

–¿Quién eres? –Preguntamos exactamente al mismo tiempo. Puse los ojos en blanco otra vez, pero una sonrisa traicionera se me escapó. –Tú primero.

–Soy el no-asesino-en-serie, Stiles. Pensé que sería bueno recalcar eso. Vivo aquí al lado, –Hizo un saludo con la mano torpemente, y señaló a la última casa en la cuadra, al lado de la mía. –Tu turno.

–Soy Ariel. Sí, lo sé, como la sirenita. Y vivo aquí. Acabo de llegar, de hecho. Parece que somos vecinos. –Me encogí de hombros.

Enarcó las cejas y se me quedó observando unos segundos, para luego mirar hacia mi casa. –¿Vives aquí? ¿Como, aquí? Oh, cierto, había visto camiones de mudanza. Pero no te había visto antes.

–Por eso te dije que acabo de llegar, como hace media hora. Y antes de que creas que me falta un tornillo, estoy afuera como una idiota porque no tengo las llaves y a mi padre se le ha ocurrido desaparecer.

Stiles asintió con la cabeza, y volvió a mirarme. –Tu padre es el oficial nuevo, ¿Verdad?

Fruncí el ceño. –Sí. ¿Cómo lo sabes?

–Mi padre es el sheriff. Él me lo contó... o algo así. –Levantó su mano para rascarse la parte de atrás de su cuello.

Mi ceño se transformó en una sonrisa cómplice. –¿Te lo contó o lo oíste en su radio?

–Eso es—eso es confidencial.

–Oh, vamos. Yo suelo hacer eso todo el tiempo. No puedo evitarlo, por lo tanto, no hay vergüenza aquí.

Él me lanzó una mirada desconfiada, pero terminó cediendo. –Okey, sí lo hice. Me agrada saber que alguien comparte mis tácticas.

La farola de la calle que había estado apagada hasta ese momento se encendió, titilando algunas veces, alumbrando todo con una luz cálida. Por fin, pude tener una visión clara de mi alrededor.

Estaba por decir algo, cuando un aullido algo lejano pero muy potente me acalló. Enarqué las cejas, sintiendo un leve escalofrío. –Woah. Nunca había escuchado uno de esos que no saliera de una serie de televisión.

Stiles sonrió ligeramente, mirando a su alrededor. –Esta noche es extraña. Sip.

Bueno, lo era para mí, definitivamente, pero de cualquier modo pregunté; –¿Por qué?

–Estoy aquí en medio de la noche hablando con una desconocida al azar. Y hay perros aullando.

Me encogí de hombros otra vez. –A mí no me sorprende. De una manera u otra, siempre termino en situaciones extrañas. Y eso sonó más a un lobo para mí.

–Nah. No hay lobos por aquí. Lo más amenazador que encontrarás son los mapaches. Así que, Ariel, ¿De dónde vienes?

–Arizona. No muy lejos de aquí, aunque no estoy acostumbrada a tantos árboles, en verdad. ¿Y tú? ¿Has vivido aquí siempre?

–Mmhm. Espera un segundo.

Comenzó a tantear sus bolsillos hasta que noté que había algo sonando. Encontró su móvil y casi se le cae al suelo, pero logró atajarlo y atendió. –Hey, papá. ¿Cómo va todo?

En el silencio de la noche llegué a escuchar el murmullo de una voz que le respondía.

–Sí. Estoy en casa... más o menos. No papá, no estoy con Scott, te dije—sí, lo sé. ¡Espera! Espera, espera, ¿Recuerdas tu compañero nuevo? Sí, aquél sobre el que no me has contado, –Hizo una pausa e intenté aguantar la risa. –Su hija está aquí. No, yo tampoco lo sabía, pero no puede entrar a su casa porque no—okey. Sí, me quedaré aquí. Tu falta de confianza me hiere seriamente. –Hubo otra pequeña pausa en la que puso los ojos en blanco de forma exagerada, y luego cortó. –Mi padre dice que hablará con el tuyo. La investigación terminó por hoy.

Me sentí aliviada de tener buenas noticias por fin. Apoyé mi espalda contra la pared de la casa, suspirando, para luego caer en cuenta de lo que había dicho. –¿Investigación? ¿Qué ha sucedido?

–¿Por qué crees que lo sé? –Respondió, enarcando una ceja. Podía notar que escondía una sonrisa.

Le lancé una mirada suplicante. –Vamos, dime. No diré nada.

–Okey, bien. Sólo porque es malditamente asombroso.

Me limité a contemplarlo, expectante.

–Encontraron un cuerpo.

Casi di un salto. –¿¡En serio?! Woah. Eso... no creo que eso sea asombroso, en realidad. No para el cuerpo, al menos. –Bromeé. Sí, podía ser algo morbosa a veces. –¿Dónde lo encontraron?

–En el bosque. Pero esa no es la mejor parte. –Dijo, con una sonrisa de oreja a oreja. –Escucha esto. Sólo han encontrado la mitad.

Mis ojos se abrieron más de lo normal. –Estás bromeando, ¿Verdad?

–Nope.

–Bueno, eso sí que es inusual. –Me acomodé en el suelo, apoyando mis brazos sobre mis rodillas. –Esperaba que las noticias más grandes de por aquí serían que el gato de una señora no quería bajar de un árbol.

–Por eso es que—

Dejó de hablar repentinamente, y miró hacia la calle. Una patrulla de policía se aproximaba, y unos metros detrás, apareció otro auto que reconocí como el de mi padre. Finalmente se había dignado a aparecer.

Me levanté de un salto. –Qué oportuno.

Ambos autos aparcaron con unos metros de distancia. Mi padre, vistiendo un nuevo uniforme de policía, bajó rápidamente. Llegó hasta mí en un santiamén, y antes de decir nada, me envolvió en un abrazo. –Ariel, siento mucho no haber estado aquí, pero no podía comunicarme. Mi móvil—

–Sí, sí, lo sé. Podrías haberme dejado una llave de reserva o algo así, ¿No crees?

Me dirigió una sonrisa culpable. Luego pasó su atención a Stiles, saludándolo con un gesto de la cabeza. –Veo que has conocido a los vecinos.

Un hombre que parecía casi en la mitad de sus cuarenta años se acercó a nosotros, con una gran sonrisa, y fulminó fugazmente con la mirada a Stiles. –Hola. Soy el Sheriff Stilinski. Encantado de conocerte. –Me saludó con un apretón de manos. Después apoyó su mano en el hombro de Stiles. –Y este aquí es mi hijo. Espero que no te haya asustado. A mí me asusta la mayoría del tiempo.

No sabía qué responder a eso, así que me limité a sonreír. Toda la situación se estaba tornando embarazosa.

–Bueno, ya es tarde, –Mi padre pasó un brazo por mis hombros. –Lo veré mañana, oficial. –Le dijo al sheriff, y volvió a saludar a Stiles con la cabeza, quien le respondió de igual manera.

–¡Fue bueno conocerlos! –Casi les grité, tomando mi bolso del suelo, antes de que mi padre me arrastrara dentro, sin dejarme entender la respuesta de Stiles.





_________________

Publicado: 29/12/15.

Editado: 1/2/17.




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