No tenía por qué, pero estaba nerviosa. A tan solo un día de mi boda, la cual, no sabía cómo iba a ser. Nicola no había estado en casa los últimos dos días, o por lo menos, no habíamos hablado casi nada.
Las empleadas iban y venían por toda la casa, gente que arreglaba el jardín, personas que colocaban adornos. Fiorella y Antonio se la pasaban en casa, cuidando detalle por detalle, dando órdenes sin cesar, intentando que todo fuera lo más perfecto posible.
Nicola, llegaba a las once de la noche y pasaba directo a la ducha, luego, a la cama. Sin cenar en casa, sin almorzar en casa, sin hablarme más que para desearme un buen día o dulces sueños.
Ya no compartíamos cama, pues luego de haber descubierto la habitación de huéspedes, no iba a permitir que Nicola me retuviera en su habitación.
Estaba todo listo, solo faltaba el sí de ambos y Nicola sería feliz para siempre.
- ¿Estas despierta?- Preguntó una voz adormilada. Me senté en la cama y miré la puerta entreabierta de la habitación.
- Si, pasa.- Dije sabiendo que era Nicola quien estaba del otro lado de la madera.
- ¿No duermes?
- ¿Me ves dormir?- Dije divertida. Rió y entró en la habitación.- No puedo, no sé por qué.
- Yo se.- Dijo y se puso de pie junto a mi pequeña cama.- ¿Me haces un espacio?- Preguntó acomodando su pantalón a cuadros.
Sin responder a esa pregunta, me hice a un lado y él se sentó a un costado.
La escasa luz de la luna iluminaba la habitación. Nicola y yo, dominados por el nerviosismo, sin poder dormir, juntos, a las tres y media de la mañana.
- ¿Por qué?- Pregunté intentando no mirarlo a los ojos.
- Porque ambos estamos nerviosos.- Respondió sin siquiera mirarme. Ambos, mirábamos a la pared celeste de la habitación, que en estos momentos, se veía blanca, gracias a la escasez de luz.
- No estoy nerviosa.- Mentí. Chasqueó la lengua y pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros. Besó mi mejilla.- Es en serio Nicola.- Tragué saliva sonoramente. Rió.
- Perdona.- Susurró.
- ¿Qué?- Pregunté sin comprender.
- Que me perdones Angie.- Susurró de nuevo.
- He escuchado pero no sé a qué te refieres.
- Solo perdóname, no preguntes por qué. Perdóname.- Su voz sonaba sincera y sus besos sobre mi mejilla no me dejaban pensar más que, eso salía de su corazón.- ¿Puedes perdonarme?
- No puedo perdonar algo que no sé qué estoy perdonando.- Dije confusamente.
- No preguntes Angie, pero perdóname.- Insistió.
- Te perdono Nicola.- Dije serena y acaricie su rostro.
Acomodó su cabeza sobre mi hombro derecho y sentí su respiración sobre mi cuello. Tomó una de mis manos y la entrelazó con una de las suyas. Brindó leves caricias a mis finos dedos y luego dio un suave besó sobre la palma de mi mano. Alzó la mirada con suma delicadez y me sonrió.
- Mañana verás a mi hermana.- Dijo.
Finalmente, comprendí.
Él no estaba nervioso por la boda, si no, por ver a su pequeña hermana. Sus nervios se debían a algo que a él de verdad le importaba, no a pararse en el altar y pronunciar un simple "si" para toda la vida. Él amaba a su hermana y quería tenerla cerca. No me amaba a mí, era solo su pase a la vista de Nicola a su pequeña hermana.
- Tú también la veras.- Dije sonriente.
Ocultar las lágrimas, no siempre es fácil.
- Claro que si.- Dijo emocionado.- Imagínate lo hermosa que estará.- Sonrió de nuevo. Desvié la mirada.- ¿No te emociona?- Preguntó.
- Si, obvio que sí, Nicola.- Dije intentando sonar feliz.
- Que bien.- Dijo y suspiró.- ¿Puedo dormir contigo?
Esa pregunta resonó una y mil veces en mi cabeza. Pensé en decirle que sí, pero luego, mis ganas de llorar volvieron y sí él estaba en la habitación, no podría desahogarme con la almohada.
- ¿Qué necesidad de dormir conmigo tienes?- Pregunté.- De mañana en adelante, estoy obligada a dormir contigo.
- Eso es cierto.- Dijo y vi como cerraba sus ojos.- Pero una noche más, no le hace mal a nadie.
Pero en eso, Nicola se estaba equivocando. A mí sí me hacía mal, me hacía ilusionarme con cosas que nunca ocurrirían, me hacía sentirme utilizada, sin valor alguno.
- No.- Dije secamente. Abrió sus ojos y volvió a mirarme.
-¡Que mala eres!- Exclamó con suma tranquilidad.- Te he tratado bien.
- Solo ahora. No me has tratado bien ni tampoco mal, simplemente, no me has tratado.- Alcé los hombros y con ellos, la cabeza de Nicola.- No has estado en casa por días.- Dije casi quejándome.
- No te enfades, linda.- Dijo divertido.
- No me enfado Nico.- Le dije.
- Hacía mucho no me decías así.- Levantó su cabeza de donde yacía y me sonrió.- No dormiré contigo pero mañana, no te salvas.- Se puso de pie.- Supongo que tampoco querrás regalarme un beso.- Me dijo y se rascó la nuca.
- Supones mal.- Murmuré.
- ¿Oí lo que creo que oí?
- No sé qué has oído, pero si oíste lo que he dicho, es cierto.- Sonreí de costado. Bajó unos centímetros y me besó.
- De nuevo, perdona.- Me dijo. No comprendí, nuevamente.
- No sé por qué, pero voy a perdonarte. Hasta hoy más tarde.- Le dije. Rió.
- Hasta más tarde.- Me secundó y salió por la puerta de mi habitación.
Parpadee tres veces seguidas sin poder creer que Nicola y yo nos estábamos llevando bien. Alcé mi mano y la coloqué sobre mis labios. Él acababa de besarme, recordé con entusiasmo. Me introduje entre las verdes sabanas y apoyé mi cabeza sobre la almohada.
De algún modo, tenía que conciliar el sueño.
- Arriba linda, no querrás ir desarreglada.- Dijo una dulce voz quitándome el acolchado que cubría mi cuerpo. Me enredé en las sabanas.- Vamos, tenemos muchas cosas por hacer.- Dijo la misma voz.
- ¿Todavía duerme?- Preguntó una mujer, que al parecer, venía entrando.
- ¿Ella es Angie Arizaga?- Dijo otra de voz más fina.
- Si, es ella y si, todavía duerme.- Dijo la misma que me había despojado de lo que me hacía sentir cómoda y tibia.
- Vamos, arriba.- Dijo una de las voces en tono imperativo.- Simple Angie, abre los ojos, sabemos que nos escuchas.- Dijo.
Finalmente, me rendí.
- Ya, déjenme en paz.- Volteé la almohada y seguí durmiendo.
- No, no vamos a dejarte en paz porque son las doce y media de la mañana y tienes turno en la peluquería a la una y diez.- Dijo una voz enojada.
Me senté en la cama y estiré mis brazos. Pronto, abrí mis ojos. Tres mujeres me miraban intensamente y esperaban que me levantara.
- No me vean de esa manera.- Dije. Las tres voltearon a la vez y se dedicaron a mirar la pared.- ¿Qué hacen?
- Privacidad.- Dijo una de ellas.
- Okei.- Dije entendiendo que padecían de algún problema mental.- ¿Puedo darme una ducha?- Pregunté.
- Claro que sí. Iremos a preparar su desayuno.- Dijo una de ellas y codeó a las demás para salir con rapidez del cuatro.- No se demore mucho.- Gritó desde afuera.
Hice una mueca torcida y me puse de pie. Iba a obedecer. Tomé una toalla y entré a la ducha. Tan pronto como estuve lista, me coloque la ropa y bajé mientras me revolvía el cabello. Las tres me miraron y luego desviaron la mirada. Eran raras.
- He aquí, su jugo de naranja y su manzana.
- ¿Por qué debo desayunar esta escasez?- Pregunté enarcando una ceja.
- Porque debe desayunar liviano.- Sonrió una.
- Oh, claro, es que puedo engordar en tan solo seis horas.
- Eso es muy poco tiempo y en veinte minutos debemos estar en la peluquería. Por favor, apúrese.- Dijo una impaciente castaña a mi lado.
Comencé a desayunar lo poco que me habían servido. Y como era de esperarse, cinco minutos después acabe, debido a que no tenía mucho que comer o tomar.
- Ya, vamos.- Dijo con emoción la castaña.
Las cuatro, juntas, subimos a un automóvil negro que estaba aparcado al frente de la casa. En menos de quince minutos llegamos a la peluquería, que para mi asombro, no había casi nadie.
- Discúlpenos, sentimos llegar tarde.- Dijo una de ellas.
- No hay problema, ¿Cuál es la novia?- Preguntó la mujer con múltiples broches en el cabello.
- Yo.- Dije levantando mi mano levemente.
Antes de poder seguir hablando, la mujer de broches, me llevó hasta donde se suponía, lavarían mi cabello. Y aunque insistí varias veces con que me acababa de duchar y no necesitaba lavar mi cabello nuevamente, ella lo lavó como si fuera más delicado que la porcelana.
- ¿Te peino a mi manera?- Preguntó.
- No, tiene que ser un buen peinado que quede para el vestido que ha elegido ella.- Opinó una de mis "damas", mientras leía una revista de moda.
- Descríbanme el vestido, por favor.- Dijo con felicidad la pelirroja mientras secaba mi cabello con un enorme secador.
La chica que se hacía llamar "Luisa", describió mi vestido a la perfección. Lo cierto era que me sonaba extraño porque ella nunca lo había visto, o eso creía yo hasta hace diez segundos.
Luego de que la pelirroja con distribuidas pecas por el rostro terminara de secar y planchar mi cabello, me llevaron a una especie de salón de belleza.
- Vamos a hacer un maquillaje algo sutil y delicado, solo resaltaremos las partes más bellas de su rostro.
- Es bella.- Opinó una de las chicas del salón de belleza.- Vas a tener que resaltar todo.- Sonrió luego. Le devolví el gesto.
- Gracias.
- No hay de que, linda.- Me dijo y volteó para abrir algunos cajones y sacar algunas cremas.
- Ahora, solo déjate llevar por la magia del maquillaje que solo Bárbara y yo, sabemos hacer.- Sonrió.
Me indicaron que cerrara los ojos y no me dejaron verme en el espejo hasta que el maquillaje hubiera estado finalizado. Bárbara, colocó todo tipo de cremas sobre mi rostro, limó mis uñas (pies y manos) y luego comenzó con el esmaltado de estas. Cuando terminó con eso, ambas, comenzaron con el maquillaje de mi rostro.
Pinceladas por aquí, pinceladas por allá.
- Lista.- Dijo luego de media hora.
- ¿Puedo abrir los ojos?- Pregunté.- Me estoy por quedar dormida.- Añadí y ellas rieron al unísono.
-Ábrelos y obsérvate.- Dijo Bárbara.
Abrí mis ojos y vi a una Angie completamente distinta a mí. Ella llevaba el cabello lacio y le llegaba a un poco más abajo de la cintura, los ojos sombreados casi naturalmente, los labios resaltaban un poco más y las mejillas rosadas daban un tono de sutileza al maquillaje.
- ¿No te gusta?- Preguntó la otra al ver que me analizaba mucho.
- Oh, claro que si.- Dije sonriente.
Luego, terminaron con mi peinado. No más que dos trenzas cocidas a los costados que se enganchaban detrás de la nuca y levantaban el cabello formando una pequeña cascada. Lo que restaba de este, era lacio y brillante.
- Listas para ir a casa y que te vistas.- Dijo Luisa poniéndose de pie.
Estaba molesta con esas tres chicas que me habían perseguido toda la mañana y la tarde. Me atendían demasiado y para mi gusto, eran cargosas. Las cuatro juntas nos subimos de vuelta al auto negro y partimos hacía la casa.
- Debemos entrar por la puerta trasera.- Dijo una de ellas.- Nicola dijo que a esta hora habría gente en la casa.- Nos comentó. Las demás escucharon atentas.
- Habrá música para cuando lleguemos.- Dijo Luisa.
- Oh, genial.- Agregó la otra.- ¿Estas nerviosa Angie?- Preguntó tomando mis dos manos. Las aparté de ella.
- Claro que si.- Dije sonando lo más convencida posible, pero luego me di cuenta, que si estaba nerviosa.- Voy a casarme, ¿tú que crees?
- Tienes suerte.- Dijo Luisa cruzándose de brazos.- Nicola es perfectamente perfecto.
Mentalmente, coincidí con ella.
- Es todo, tiene dinero.- Añadió otra.
- ¿Tu nombre?- Le pregunté.
- Elena.- Me dijo. Asentí.
- El dinero no lo es todo, Elena.- Le dije. Luisa y la otra rieron.- ¿Tú? ¿Cómo te llamas?- Le pregunté a la restante.
- Lucy.- Me dijo.
- Nombre de perro.- Agregaron Luisa y Elena al unísono.
- Oye.- Dijo Lucy ofendida. Reí.
- Ya, basta. Es un lindo nombre.- Le dije. Sonrió.
Cuando el auto aparcó frente a la casa, la música resonó en nuestros oídos. Lucy, Elena y Luisa se emocionaron y bajaron rápido del auto.
- No debe verte nadie.- Dijo Elena. Asentí.- Vamos por detrás.- Añadió.
Corrimos por el jardín, hasta llegar a la puerta trasera y allí entramos a la casa. Lucy inspeccionó el comedor y cuando estuvimos seguras de que no había nadie que pudiera verme, corrimos escaleras arriba.
- ¿Dónde está Nicola?- Pregunté cuando nos encerrábamos en la habitación de mi casi esposo.
- No está aquí, ya lo verás, no seas ansiosa.- Dijo Luisa golpeando mi hombro.
- Okei, solo quería saber.
- Creo que mencionó algo de que se vestiría en el apartamento de Patricio.- Gritó Elena desde el vestidor.
- ¿Desde cuándo conocen a Nicola?- Pregunté.
- De la universidad.- Respondió Lucy y abrió la caja de mis tacones.
- Nos pidió ayuda y aceptamos.- Sonrió Luisa.
Elena entró nuevamente a la habitación, con mi vestido en manos. Lo admiré, no me arrepentía de haber gastado semejante cantidad de dinero en ese hermoso vestido, aunque el dinero, era de Nicola.
- Buena elección Angie.- Dijo Luisa sentándose en la cama.
- Gracias.- Me senté a su lado.
- Bueno, vamos a ayudarte con el vestido y los tacones. No puedes despeinarte.- Dijo Elena. Asentí.
- Ponte de pie.- Me ordenó Lucy.
Me quedé en ropa interior frente a ellas, después de todo, eran mujeres y no había nada que ellas no hubieran visto jamás, pero la vergüenza no me abandonó hasta que estuve con el vestido puesto.
- Ajusta allí atrás.- Le dijo Luisa a Elena mientras ella chequeaba que mi cabello estuviera sano y salvo.- Genial.- Sonrió.
Lucy corrió a su bolso y sacó un pequeño frasco de perfume con forma de manzana.
- Es especial y delicioso.- Sonrió con emoción.- Sé que te dará suerte.- Dijo antes de presionarlo y las gotas chocaron en mi cuello.
- Estas hermosa Angie.- Dijo Luisa.
- Gracias.
- Faltan los tacones y pronto podré decir que estas lista.- Dijo Elena. Lucy sonrió.
Me senté en la cama y cómodamente me coloqué ambos tacones. Eran de gran altura, pero no perdían comodidad.
- Ahora sí, lista.- Sonrió Elena.
- Hagamos una foto.- Dijo Luisa revolviendo su bolso.- Aquí.- Sonrió y sacó la cámara fotográfica.
Corrió y colocó la cámara sobre un estante del armario, puso el temporizador y volvió a correr hacía nosotras.
-3...2...1.- Gritó Lucy y el flash salió disparado.
- Esta muy linda.- Dijo Luisa tomando la cámara entre sus manos.
- ¿Se puede?- Dijo una voz desde afuera de la habitación. Era una mujer.
- Si, adelante.- Dijo Elena acomodando las cajas y las cosas que habíamos desordenado.
- Oh, Angie, estas hermosa.- Dijo una tierna voz maternal.
- Oh, mi Dios.- Me tapé la boca con ambas manos.- Melissa, hacía tanto que no te veía.- Casi grité antes de correr a abrazarla.
Me tomó sutilmente entre sus brazos y sonrió. Estaba más corpulenta y tenía un corte distinto. Me separé de ella y le sonreí.
- Estas... muy, muy linda.- Le dije. Sonrió y examinó mi vestido.
- Si te digo que estas linda, me quedo corta.- Me halagó.
- Gracias.
- No hay de que, pequeña.- Dijo acomodando su maquillaje.- Nicola me ha pedido que venga por ti, dice que puedes bajar cuando quieras pero que no tardes.- Sonrió con emoción.
- Okei, ya enseguida bajo.- Dije y puse mi mano sobre su hombro.- Te eché mucho de menos.- Expresé con mi más sincero sentimiento.
- Y yo a ti.- Me dijo y volteó para retirarse.- Nos vemos en unos minutos, iré a buscar un buen lugar para ver el beso más de cerca.- Dijo y sonrió.
La vi salir de la habitación y volteé a ver a las tres chicas que me sonreían.
- Y bueno, ya debes bajar.- Dijo Elena.- Y nosotras, debemos correr a vestirnos para, por lo menos, verte entrar al camino de flores.- Sonrió.
- Claro que si.- La secundó Luisa.- Vamos, Lucy, camina. Y las tres, salieron de la habitación sin decir más nada.
Me quedé sola, sin compañía. Ya no había escapatoria, era bajar, poner mi mejor cara y decir "si, acepto". De seguro Nicola estaba hermoso, más de lo habitual. Sonreí y me senté en la cama. Estaba más que nerviosa e iba a llorar si no me contenía un poco.
Era hora de bajar y estaba convencida de que si quería dar el "si", casarme con él, pero no a esta altura de mi vida, no con dieciséis años, no con obligación, si no, más adelante, con mayor edad y porque ambos quisiéramos.
El reloj de la mesa de luz, marcó las siete, ya era hora de estar abajo. De seguro, todos sentados, esperando a la novia. No podía no aparecerme. Tomé valor y me puse de pie. Giré el picaporte y caminé haciendo sonar mis tacones por todo el pasillo. Llegué a la escalera y miré los escalones que debería bajar para llegar a la puerta del jardín y así, estar en la boda. Tomé el barandal de la escalera y comencé a bajar.