No olvides mi voz

By allierngll

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Destiny Felton, una chica cegada por los errores del pasado que encontró luz en la música. Mitchel Gleeson, u... More

🎸
🎸Capítulo Uno
🎸Capítulo Dos
🎸Capítulo Tres
🎸Capítulo Cuatro
🎸Capítulo Cinco
🎸Capítulo Seis
🎸Capítulo Siete
🎸Capítulo Ocho
🎸Capítulo Nueve
🎸Capítulo Diez
🎸Capítulo Once
🎸Capítulo Doce
🎸Capítulo Trece
🎸Capítulo Catorce
🎸Capítulo Quince
🎸Capítulo Dieciséis
🎸Capítulo Diecisiete
🎸Capítulo Dieciocho
🎸Capítulo Diecinueve
🎸Capítulo Veinte
🎸Capítulo Veintiuno
🎸Capítulo Veintidós
🎸Capítulo Ventitrés
🎸Capítulo Veinticuatro
🎸Capítulo Veinticinco
🎸Capítulo Ventiséis
🎸Capítulo Veintisiete
🎸Capítulo Veintiocho
🎸Capítulo Veintinueve
🎸Capítulo Treinta
🎸Capítulo Treinta y Uno
🎸Capítulo Treinta y Dos
🎸Capítulo Treinta y Tres
🎸Capítulo Treinta y Cuatro
🎸Capítulo Treinta y Cinco
🎸 Capítulo Treinta y Seis
🎸 Capítulo Treinta y Siete
🎸Capítulo Treinta y Ocho
🎸 Capítulo Treinta y Nueve
🎸 Capítulo Cuarenta y Uno
🎸 Capítulo Cuarenta y Dos
🎸 Capítulo Cuarenta y Tres
🎸 Capítulo Cuarenta y Cuatro
🎸Capítulo Cuarenta y Cinco

🎸 Capítulo Cuarenta

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By allierngll


Howling – mehro

MITCHEL

Me sentía fuera de mi cuerpo.

Era como si alguien más estuviese viviéndolo y yo solo fuese un espectador.

Una de las primeras cosas que me pidieron hacer al llegar a la clínica fue entregarles cada una de mis pertenecias. En una caja de plástico dejé mi celular, la joyería de plata y la ropa que llevaba puesta, incluyendo mis botas. Me puse la vestimenta que ellos se encargaron de entregarme y unos tenis sin cordones.

No tenía que ser muy inteligente para saber que la razón de eso era para no tener con que intentar suicidarme. Ese pensamiento ocasionó que se me estremeciera la piel. Cada uno de mis movimientos eran pausados y en el fondo estaba realmente asustado, más de lo que me gustaría admitir. Inhalé con fuerza antes de abrir la puerta del baño al que había entrado para cambiarme.

Una chica me estaba esperando recargada en la pared de afuera.

—Estoy listo.

—Vamos —respondió.

Mi agarré hacia la caja se fue haciendo cada vez más fuerte conforme mis pies avanzaban por el pasillo de color beige. El lugar no estaba mal, de hecho, se parecía a esos clubs donde la gente solía reunirse para realizar distintas actividades físicas, pero en definitiva ese no era uno.

Nos dirigimos hacia recepción en donde se encontraba Susan esperando para despedirse. Mentiría si dijese que no deseaba salir corriendo de ese lugar. Sin mencionar que desde que me subí al avión no podía dejar de sentir ese nudo desesperante en mi garganta.

Me rompió el corazón haberle dicho aquellas palabras a Destiny, pero necesitaba que supiese que debía continuar con su vida. Llevaba muchos meses privándose de relacionarse con las personas. No podía dejar que siguiese en ese estado y que fuese por mi culpa. Ella merecía vivir con plenitud y sin privarse de cosas que podrían darle felicidad.

Al llegar nos detuvimos y le entregué la caja a la chica.

Me volví hacia donde estaba la melena roja de Susy envuelta en una coleta alta y que se balanceaba de un lado a otro mientras se acercaba. Lo primero que hizo al verme hace dos horas al salir del embarque fue abrazarme y echarse a llorar, ganándose unas cuantas miradas. Iba acompañada de dos guardaespaldas que nos llevaron al parking en donde estaba la camioneta en la que nos iríamos.

En la mañana le había explicado que no deseaba regresar a mi apartamento y que me llevara directo a la clínica. Durante el trayecto el ambiente entre ambos estuvo menos tenso de lo que esperaba, y es que la verdad no podía seguir enojado por más tiempo con ella. No después de hiciera que la prensa se interesara más en mi desintoxicación que en Destiny, por eso no me sorprendió que un desfile de cámaras nos esperase al salir del aeropuerto.

Regresé al presente y la miré sonreír.

—¿Listo, mi súper estrella favorita? —preguntó.

Volqué los ojos.

—Aunque sea finge un poco y échate agua en las mejillas para que piense que me extrañaras.

—Sabes que lo haré —me aseguró—. La diferencia es que ahora podré visitarte.

Guardé mis manos en los bolsillos de los pantalones cortos de algodón color gris.

—No lo pareciera, y recuerda que puedes empezar a hacerlo hasta el segundo mes —dije con resentimiento.

—Se pasará rápido.

Chasqueé la lengua.

—Allá afuera sí, pero aquí adentro lo dudo.

Sus ojos azules brillaron.

—¿Puedo abrazarte?

—Que sea rápido y ya no llores —le respondí.

Me rodeó con sus brazos y, a pesar de que tenía los brazos inertes a mis costados, me permití cerrar los ojos por una fracción de segundos. Esa sería la última muestra de afecto que recibiría hasta dentro de un mes. Abrí los ojos con lentitud y fingí que no me había gustado cuando la sentí apartarse y sujetarme de los brazos para verme.

—Eres muy fuerte por estar haciendo esto.

—No creo que esa sea la palabra —le confesé.

Susan me observaba con preocupación.

—Cuídate, por favor.

Tragué saliva.

—Lo mismo digo.

—Estaré al pendiente de todo.

—Gracias.

***

Carry You – Novo Amor

Me costó acostumbrarme a dormir en la misma habitación que otros chicos y decirle adiós a mi privacidad. Y no solo ahí, siempre debíamos andar con supervisores vigilándonos. Me sentía asfixiado rodeado de tantas personas cuando lo único que deseaba era estar solo.

Cada día se encargaban de levantarnos a las seis de la mañana para que nos bañásemos antes de ir a desayunar. Los días lunes nos separaban en dos filas, hombres y mujeres, para darnos nuestra caja de plástico con las pastillas que nos correspondían a cada quien adentro.

Esta era larga, con siente divisiones y la inicial de los días en cada una. Recordaba que el primer día me habían llevado con el doctor para que me hiciera unos exámenes y conforme a eso decidiera que medicamento era el más adecuado para mí. Una vez que terminaban de entregárnoslas nos llevaban a la terapia grupal, en la que una psicóloga se encargaba de hablarnos sobre las drogas, el achohol y las emociones durante dos horas.

Sin embargo, las primeras semanas no lograba concentrarme, mi cabeza estaba en otro lugar o mejor dicho, en otra persona. No dejaba de preguntarme qué hacía, qué oía, qué comía y lo más importante, si también pensaba en mí. Por las noches, tumbado en la cama, me gustaba imaginar que ella estaba recostada en mi pecho. Solo de ese modo lograba conciliar el sueño y mantenerme cuerdo.

Mi humor empeoraba con el tiempo. Estaba harto de ver las mismas paredes y rostros todos los días. Me era inevitable no sentir que estaba en una maldita prision, aunque podría ser peor, había algunos chicos que lloraban por las noches y rogaban para que los dejasen irse.

Una de las cosas que más me aburría era la junta de la «A.A» en la que nos hacían leer un maldito libreto. Tenía un enfoque integral y multidisciplinario orientado a la adnistencia y basado en el principio de los doce pasos, cada día veíamos uno. Después de leer nos invitaban a pararnos frente a los demás y contar un poco de nuestra historia. Yo no lo hice, al menos, no los primeros meses. Me dediqué solo a escuchar y sentirme identificado en algunas cosas y situaciones con algunos. No me sentía listo para abrirme con un montón de extraños y no sabía cómo ellos podían.

También realizábamos actividades grupales, pero a los hombres no nos dejaban hablarles a las mujeres y todo para evitar que se crearan posibles noviazgos y romper alguna de las reglas establecidas. Aunque me preguntaba porqué no se les había ocurrido que podría haber personas a las que les gustase alguien de su mismo sexo. En fin, eran sus preocupaciones, no las mías. Luego de darnos un descanso de quince minutos nos llevaban a hacer una de las actividades físicas que habíamos elegido. En mi caso, natación y boxeo, pero estás solo eran dos veces a la semana, así que aprovechaba al máximo cada minuto para sacar todo el estrés acumulado.

Los horarios para asistir a la terapia personal eran diferentes para todos y siempre buscaban que no afectase el resto del itinerario. No fue hasta el segundo mes que fui capaz de abrirme un poco y desahogarme con la psicóloga. Tal vez eso había influido a que no fuese un hijo de puta cuando Susan fue a visitarme y evitar descargarme con alguien que no tenía la culpa de que estuviese allí.

Nos encontrábamos sentandos en una banca de madera en el patio con otros chicos y supervisores en los alrededores. Llevaba puesto uno de los trajes de colores que tanto le gustaban utilizar. Eso casi me hizo sonreír y no mentiré en que se sintió bien ver un rostro conocido después de solo haber convidó con extraños.

Me entregó una caja con una envoltura navideña.

—Sabes que no me gusta la navidad —le recordé.

Formó una línea fina con sus labios.

—Solo ábrelo.

Mis manos desenvolvieron el moño y le quitaron el papel decorativo sin prisa. Cuando termine de abrirla me encontré con una colección de galletas navideñas. No pude evitarlo y solté una risa, después de tanto tiempo, se sintió bien. Había desde árboles con esferas, hasta muñecos de nieve y renos con nariz roja. Tomé una entre mis manos y bajo su atenta mirada le di una pequeña mordida. No estaba mal, pero eso ella no tenía que saberlo, así que fingí una cara de asco y la dejé nuevamente en su lugar.

—¡¿Por qué tiene este sabor?!

Abrió los ojos con horror.

—¿De qué hablas? —preguntó alarmada—. ¿Qué sabor?

Me encogí de hombros.

—Ninguno, solo quería asustarte —dije simplemente.

Ella fingió que me aventaba.

—¡No vuelvo a regalarte nada!

Sus palabras hicieron que retomara mi expresión seria y acomodara la caja de galletas aún lado. Me sacudí las manos para retirar los rastros de moronas de mis manos y tomé un fuerte suspiro.

—Necesito un favor —lo solté.

Enarcó una ceja.

—Esto de pedir favores se te está haciendo un mal hábito.

—Será muy pequeño —le aseguré con una sonrisa exagerada—. No tendrás que hacer mucho.

Me escudriñó con la mirada.

—El que sonrías de esa forma me hace creer todo lo contrario —comentó desconfiada.

—Necesito que le mandes un regalo de navidad a una persona de mi parte... —intenté explicarle.

Esbozó una sonrisa cómplice.

—Ya entiendo por dónde va el asunto.

Eso fue en temporada de navidad, pero lo recordaba como si hubiese sido ayer. Llevaba tres meses en ese lugar y aún me faltaban otros tres para salir. Me estaba empezando a adaptar a cada actividad de la que me había aprendido el horario de memoria. Las visitas de Susan no eran tan seguidas, solo cuando podía y se lo permitían.

Sin embargo, las cosas no fueron sencillas, en varias ocasiones lloré y sentí que no iba a lograrlo, esos momentos en donde me entraba la desesperación y quería salir huyendo. No porque nos trataran mal, todo lo contrario, su enfoque era hacernos reaccionar y que entendiésemos que lo que hacíamos estaba mal.

Perdonar a alguien más puede llegar a ser más fácil que perdonarse a uno mismo. El ser consiente de todas las veces que lastimaste tu cuerpo al introducirle sustancias que no necesitaba te destroza de maneras inexplicables.

Y no podía decir que todo me resultaba malo.

La privacidad que me ofrecían mis terapias personales era lo que hacía que me gustasen. Podía hablar de lo que callaba durante el día con una persona que se dedicaba a escucharme y aconsejarme. En el cuarto mes hasta llegue a contar las horas para entrar a su oficina y tumbarme en el sillón y no callarme hasta que terminase la hora. En el quinto mes tuve el valor de contar un poco de mi historia frente a todos y recibí un aplauso por parte de todos mis compañeros y supervisores.

Creo que yo era el que más se había encerrado en sí mismo y el ver que por fin había logrado abrirme les gusto mucho. Sentí un calor en mi pecho y reprimí las lágrimas en lo que me dirigía nuevamente a mi silla junto a los demás. Con el torso de mi mano limpié algunas que se llegaron a escapar y asentí con mi cabeza al escuchar a otro chico hablar, pero mis pensamientos se fueron a otro lugar, a un condado en concreto, donde se encontraba cierta pulga.

¿Ella también estaría orgullosa de mí si pudiese ver mis avances? Estaba luchando, por mí, por ella, por nosotros. Repetí las palabras que me dijo aquella vez en la ducha.

Me lamí los labios para quitar el rastro salado de ellos y seguí escuchando al resto de mis compañeros hasta que acabase la sesión.

El sexto mes no me hizo sentir muy orgullo, porque en la primera semana tuve una recaída emocional. Sentía que todo mi avance se había ido a la basura y que necesitaba seguir más tiempo en ese lugar. Hasta que mi psicóloga se encargó de explicarme que el tropezarme no era una razón para regresar al inicio, que debía levantarme, limpiar mis rodillas y seguir caminando como lo había estado haciendo durante esos meses.

Creí que el primer mes había sido el más difícil, pero me equivoqué, el último lo fue. El saber que regresaría al mundo exterior podía llegar a asustar muchimo. Sentía miedo de que pasara algo lo suficientemente horrible que me hiciera recaer, así que podría decirse que estaba preparándome para la verdadera lucha allá fuera. Entender que era capaz de poder vivir el resto de mi vida sin ellas.

Aprendí que no las necesitaba.

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