"El primer amor de un padre, es su hija, siempre"
Alex.
Una hora antes
Miro hacia ambos lados del pasillo.
Guardo silencio y espero.
— Tenías razón, utilizar a la cría de rehén fue lo mejor. Ahora tenemos a las dos y solo nos queda matarlas — se jacta la voz de un hombre.
— No deberías haberte exhedido tanto — le dice otro — íbamos a matarla de todos modos, no deberíamos haberla torturado tanto.
— Ese maldita loca del Ángel Oscuro estuvo años haciéndonos la vida imposible, por eso estoy cabreado y tengo todo el derecho de deshaogarme con esta rata.
— Vamos, solo tírala de una vez al mar de lava.
De repente, escucho el ruido de una máquina de metal moviéndose. La voz de una niña llega hasta mí y no puedo evitar entrar en acción. Lo primero que hago es lanzarme contra el tipo que está maniobrando la especie de grua donde han encerrado a la niña, esta de desestabiliza y la celda se suelta, cayendo. Está demasiado cerca del borde, pero no estaba demasiado alto, así que espero que la niña está bien.
— ¿Quién coño eres tu? — brama.
— El marido de la maldita loca — gruño, aplastando su cabeza contra el suelo y rompiéndole el cráneo de un solo golpe.
No tengo tiempo que perder, después de todo.
Mis ojos se centran ahora en el segundo, que está con las manos elevadas y diciendo que él solo seguía órdenes.
Una mierda.
Tomo al tipo por el cuello y tras acercarme al vacío, lo lanzo hacia el mar de lava que hay a mis pies. Con una sonrisa, escucho sus gritos desesperados mientras es quemado vivo.
Disfruto algunos segundos más hasta que me giro hacia la celda de la niña. Ella está en un rincón, llorando casi sin fuerzas. Puedo ver la sangre formándose a su alrededor y por un momento me asusto, porque no sé si habrá sufrido algún daño por la caída.
Me acerco con cuidado y tengo que forzar algunos barrotes para poder crear una salida para ella.
— Ven aquí, pequeña.
— Mamá... — jadea desde la esquina donde se encuentra — mamí...
Es normal que no quiera estar con nadie que no sea su madre. Todos los niños que he ido rescatando a lo largo de las diferentes ruletas actúan igual. Buscan a alguien que provablemente ocasionó su dolor en primer lugar.
La tierra bajo mis pies tiembla y veo las grietas formándose alrededor de la celda, se va a caer. No aguantará la estructura de metal tan pesada y el piso va a ceder.
La niña de cabellos rojizos, parecidos a los de Àngel, se mantiene hecha un ovillo, ignorante de lo que sucede a su alrededor. Su cuerpo casi cuelga del precipicio y si no logro sacarla a tiempo, caerá en el mar de lava.
Puede que me este volviendo loco, que ya haya perdido la poca cordura que me quedaba tras un año separado de mi mujer. Y que probablemente la conversación que he escuchado sea algo diferente a lo que imagino en mi cabeza. Puede que aquella voz no fuera la de Ángel, gritando el nombre de esta niña... pero si lo es, y esta criatura es alguien importante para ella, no puedo abandonarla aquí.
— Vamos, cariño... tienes que venir conmigo — susurro en un tono demasiado dulce para tratarse de mí.
Pero ella sigue llorando.
— Mamí.... — sus quejidos aumentan.
Miles de recuerdos se agolpan en mi cabeza, recuerdos de cuando yo era un niño en busca de su madre. Recuerdos de las torturas de Jensen, de los envenenamientos, del Gulag...
— Ven aquí, mi amor, vamos — intento llamarla.
La celda cede entre las rocas, abriéndose un poco más, de ser posible. La niña, pero, ha levantado la cabeza ante mis palabras y un color azul brillante demasiado intenso, producido por sus ojos, me está destellando.
Es hermosa.
— ¿Mami? — pregunta.
No está del todo consciente, si lo estuviera, no pensaría que soy su madre.
— Vamos, mi amor, ven aquí — repito, alargando mi mano hacia ella.
No quiero sacarla de su ensoñación, todo lo que importa es que venga a mí.
Finalmente, la niña se mueve en mi dirección a gatas y una vez llega a estar cerca, estira sus manos para que la tome. Con rapidez, tiro de ella y mientras sus manos se aferran a mi cuello, veo cómo la jaula en la que estaba encerrada cae hacia abajo, fundiéndose en segundos con la lava. He tenido que rodar sobre mí mismo con la pequeña entre mis brazos para evitar caer junto a esa maldita jaula.
Mi corazón palpita tan fuerte como el de esta criatura.
— ¿Estás bien? — demando, mirándola, una vez me he sentado sobre el suelo y la he acomodado en mi regazo.
Ella niega con la cabeza — quiero a mi mamá — susurra.
Lleva la ropa hecha jirones, su espalda tiene marcas de latigazos y la sangre ha manchado sus piernas. La mayoría de su cabello esta manchado de rojo. Su frente está llena de sudor y sus lágrimas le han ensuciado las mejillas.
—¿Voy a morir? — me pregunta-
Su tono de voz roto, logra hacerme doler el pecho.
— Ya pasó todo, nadie va a hacerte daño, mi amor — repito las palabras que la han calmado antes y acomodo sus mechones de cabello húmedos detrás de sus orejas.
Esa es a la única palabra a la que ha reaccionado, seguramente su madre debía llamarla de esa manera.
— Nadie va a hacerte daño — le explico.
Con mis ojos pero, busco un lugar donde poder dejarla escondida, estamos en medio de una guerra y los pocos hombres que quedaron conmigo han sido retenidos por un grupo de estos hijos de puta.
He acabado separándome de todo mi equipo, incluso de Beau. Y no puedo ir en busca de Ángel con una niña en mis brazos. El resto está ayudando a evacuar a la gente de Ángel y yo todavía no he podido encontrarla y no podré hacerlo con esta pequeñaja a mi lado.
Aunque por la conversación que tuvo con estos tipos, ella está retenida en algún lugar y probablemente intenten asesinarla igual que han hecho con esta criatura.
— ¿Y si vienen otra vez la gente mala? — pregunta, a punto de hecharse a llorar.
— Escúchame, tienes que quedarte aquí escondida — explico, abriendo una caja de madera semejante a un baúl.
Está lleno de lo que parecen cables así que tengo que vaciarlo con una mano mientras sostengo a la criatura con la otra. Busco algo blando sobre dónde dejarla pero no encuentro nada. Así que tengo que sacarme la chaqueta y dejarla en la caja a modo de colchón para que ella pueda estar cómoda.
Una vez la dejo acostada en la caja, sus ojitos me miran, sus manos todavía se aferran a mi ropa. Puedo ver la piel de gallina en su pecho. Siento pena al verla en este estado. Aunque hay una parte de mí hirviendo en rabia. Decido sacarle su sucio y roto vestido y ponerme mi camisa para que, por lo menos esté más limpia. Con los arapos de su ropa y un poco de agua de mi botella, limpio sus mejillas y su cabello.
Se ve un poco más presentable. Puedo ver un tono rosado en sus mejillas mientras me sonríe.
Mi corazón da un vuelco y noto una especie de olor a melocotón proveniendo de ella.
— Huele bien — me dice, oliendo mi ropa.
— Tu también hueles bien — admito.
Ella sonríe — mi mami dice que huelo a melocotón.
Cierto.
— Así parece.
Ella asiente y me quedo un momento más contemplándola. Hay algo en ella que me recuerda a Ángel. Aunque no tengo tiempo para esto, necesito irme.
— ¿Sabes contar hasta mil? — demando
Ella, parada en la caja, con mi ropa cubriéndola por completo como si llevara un largo vestido que no es de su talla, asiente — sí, mi mamá me enseñó.
— Entonces cuenta hasta mil, volveré a por ti antes de que acabes, ¿qué te parece?
Ella asiente — ¿Vas a volver pronto, por favor?
La forma en la que entabla conversaciones es algo extraña, pero no puedo juzgarla. Esta criatura de ojos azules es solo un bebé.
— Volveré pronto — le aseguro.
Una sonrisa de tranquilidad se forma en su rostro mientras suspira y relaja sus hombros. Su cuerpo ha dejado de temblar y acaricio su mejilla, limpiándole una lágrima que sale de sus ojos.
— ¿Seguro que vas a poder volver? Yo tengo mucho miedo.
— La única forma en la que no podría volver por una bebé tan hermosa como tú, sería la muerte. ¿Y sabes algo?
Ella niega.
— Soy un Dragón — le explico, enseñándole mi tatuaje — y los Dragones...
Ella acaricia con sus pequeños dedos la tinta que cubre gran parte de mi brazo izquierdo — los Dragones son inmortales — sonríe — está bien — me dice — seguro que vas a volver — suspira, acostándose sobre mi chaqueta y bostezando.
— Voy a cerrar la caja, no puedes hacer ningún ruido. ¿De acuerdo, mi amor?
La niña asiente — de acuerdo, mi amor — repite.
Una vez cerrada la caja, la escondo detrás de otras dos, para que no sospechen que ella podría encontrarse aquí.
Agarro mi chaleco del suelo y vuelvo a colocármelo. De los tres muertos, aprovecho las armas y algunas bombas.
Voy por ti, mi amor.
Solo unos minutos más hasta que logre encontrarte, aguanta. Pero mi corazón late con demasiada fuerza contra mi pecho, porque a través de la radio del tipo que se estaba riendo de ella, ya no se escucha nada.