58 | Fresas con nata.

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"El peligro siempre se disfraza de placer"

Actualidad

Ángel.


Salgo corriendo y en mi paso, empujo a dos o tres mujeres que esperaban en la entrada. Apoyada en la barra de cristal de recepción, espero a que Alex me alcance. 

— ¿Un poco de café? — demanda Alex, acercándose a mí con una taza de porcelana en la mano.

Mis cejas se enarcan — ¿tu... bebes café?

Alex me da un pequeño golpe en la nariz con su dedo y me señala una entrada de dos puertas con grandes pomos de metal.

Observo por encima de su hombro. Hay tres mujeres allí paradas. Dos de ellas mantienen la cabeza agachada, la tercera, parada un poco más adelante, se dedica a observar a Alex con recelo. Hay algo en ella que no me gusta, pero ninguna de ellas es la chica rubia con la que Alex se acostaba mientras aún seguía casado con Ana. 

— ¿Quiénes son estas? — demando sin apartar mis ojos de ellas. 

Las tres mujeres resuman belleza. Nunca, restando los dos años sin memoria, he sido una mujer insegura aunque tengo que reconocer que no son como la mayoría de mujeres que he visto hasta ahora. 

Y ninguna de ellas está destilando odio hacia mí. No me consideran sus enemigas, por ende, no las consideraré las mías.

— Mis secretarias — explica Alex, sin más — venga, vamos — insiste, tirando de mi cintura y obligándome a tomar el baso de café. 

Bjorn se nos une en ese preciso momento junto al resto de hombres de Alex. Usher y Beau están aquí también junto a Vincent y un tipo que no conozco. Han podido venir todos porque no me he quedado en la mansión. Pero normalmente dos de ellos estarían cuidando de mí ahora mismo.

— Señora, señor — saluda Bjorn.

Sonrío al ver la cara de la rubia teñida. Desde aquí puedo verle la raíz. Odio que Alex tenga esa obsesión con las rubias.

— Alex quiero un zumo de piña — le pido. 

Él se aferra un poco más a mi cintura y sigue tirando de mí hasta introducirme dentro de su despacho. No le gusta que las personas observan mi rostro o sepan quién soy. A veces he llegado a creer que se avergüenza de mí y por ese motivo me oculta del mundo. Sin embargo, me alaba de una forma tan embriagadora a solas que es imposible que ese sea el motivo.

— Laura se encargará de traerte lo que quieras, solo toca este botón — explica. Al mismo tiempo, me deja sentada frente a su mesa en una silla negra de esas giratorias. Es idéntica a la que tiene en casa — ella vendrá a darte lo que quieras, ¿puedes no molestar a nadie ni causar ningún escándalo mientras tu marido está trabajando?

Cuando ayer dijo que vendría a su oficina, imaginé que iríamos a las oficinas de Jensen. Pero ha sido tan tonto como para meter al demonio en su guarida. Aquí tiene que haber mucha información valiosa. Sus cuentas, sus socios... frente a mí, en su ordenador, tengo todo lo que he estado anhelando hasta ahora.

— Este no es el edificio de papá, ¿verdad?

— No — contesta — este es mí edificio, y te diré que es mejor.

El centro de operaciones y de lavado de dinero del Dragón Rojo. Una sonrisa se dibuja en mi rostro mientras Alex deja un beso en mis labios.

— Vuelvo en un par de horas para llevarte a comer.

Asiento y él mueve el ratón de su ordenador para encenderlo.

Sumisa ©Where stories live. Discover now