121 | Liberada

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"Puedes ser distintas personas, todo depende del tiempo en el que te encuentres"

"Puedes ser distintas personas, todo depende del tiempo en el que te encuentres"

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Mis pies se remueven bajo el pesado cuerpo del hombre. Él es la razón por la que inventé mis primeros venenos, mi peor miedo era verme expuesta de nuevo a una situación similar.

Su mano me levanta y vuelve a empujarme contra el suelo, logrando que mi cabeza golpee contra al dura superficie y mi cabeza retumbe, mareándome. Va a violarme. Lo sé cuando escucho el ruido de su cremallera al bajarse los pantalones. Intento luchar, clavo mis uñas con toda la fuerza que puedo en sus manos, pero no es suficiente.

Le veo sacar su asqueroso miembro de los pantalones. Mi cuerpo se retuerce con asco, solo entonces, mientras el sube su mano por mi muslo, en busca de mis bragas, se detiene. Miro hacia arriba para encontrarme con Simon. Él aleja al tipo de una patada. Está muerto. Y solo puedo notarlo al ser levantada por Simon y ver el hueco de la bala en su cabeza.

— ¿Qué crees que haces? Por eso te digo que no juegues a estas mierdas — gruñe, bañado en furia.

Muerdo mis labios y le abrazo.

Porque al final de la pesadilla sé que él estará ahí.

— Tenía miedo — lloro entre quejidos.

Sus brazos me envuelven y puedo respirar el aroma de ropa. Es una de las pocas cosas que puede calmarme.

— Tenía mucho miedo — jadeo — pensé que... pensé que iba a...

Simon une su frente con la mía.

— Nada de eso sucederá. No te preocupes.

Bastian aparece a toda prisa, al parecer, a diferencia de mí. Ha escuchado el disparo. Estamos en nuestro primer ataque a una de las ruletas. Ellos se miran, desafiantes. Puedo ver el odio fluir entre ellos, aunque no entiendo porqué.

— ¿Estás bien? — demanda Bastian.

Simon se interpone entre nosotros dos. Impidiendo que Bastian se acerque.

— Estará bien mientras esté conmigo. ¿No te dije que no la dejaras sola?

— Lo que tu me digas me vale una mierda, Simon.

— Mira maldito hijo de... — detengo a Simon, tirando de su chaqueta — a la mierda — masculla, alzándome en brazos y llevándome lejos de Sebastian.

Ahogo un grito, tomo una gran respiración al incorporarme en la cama. Lleva la mano a mi pecho y respiro con fuerza.

La puerta de la habitación se abre, Simon entra a toda prisa. Nos quedamos mirando el uno al otro, sorprendidos.

— Estabas gritando — explica.

— Debe ser el estrés por estar encerrada, otra vez — espeto.

Sumisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora