44 | Explicaciones

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"Actos crueles para salvar la vida, ¿hay escapatoria?"

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"Actos crueles para salvar la vida, ¿hay escapatoria?"

Bjorn.

Alice gime cuando la muevo, pero debo hacerlo rápido. Por sus mejillas caen lágrimas y me pregunta si Beau lo hubiera hecho con más delicadeza. Si el viento no hubiera soplado y la ventana no se hubiera abierto, hubiera caído en la trampa de Alex. A estas alturas ambos estaríamos muertos.

Él estaba escuchando todo desde el balcón contiguo. En silencio. Debió sospechar algo desde el principio. Nunca antes he estado interesado en una mujer y pese a que Alice se ha disfrazado bastante bien, nunca es suficiente para Alex.

— Me duele — se queja.

— ¿Y? — me obligo a decir, siento el nudo en mi garganta mientras arrastro a Alice fuera de la habitación y escaleras abajo, todavía con su ropa rota por todas partes.

— ¿Te la piensas llevar? — demanda Alex antes de que logre subirla a mi coche.

— No he tenido suficiente diversión.

Alice sigue llorando e intenta zafarse, por lo que tengo que tirar de ella y presionar con más fuerza mi agarre alrededor de su muñeca, con mi otra mano, la sostengo por la cintura porque no parece tener la fuerza suficiente para mantenerse en pie.

He sido un bestia, pero era eso, o que nos mataran.

— Por favor — me suplica — no más...

El Dragón Rojo no muestra ninguna expresión. Sus ojos son el reflejo vacío de su alma. A veces, cuando está con Ángel y muestra toda esa dulzura,  se me olvida quién es él en realidad. Estos días ha estado tan tranquilo, ha sido un hombre cargado de calma. 

Pero eso no hace desaparecer el demonio que lleva dentro o la oscuridad que carga con él.

Mi jefe se acerca a la temblante Alice para sujetar su cuello y obligarla a elevar la vista. Ambos se miran a los ojos y ella intenta retroceder. Él suspira al ver sus piernas ensangrentadas y la suelta.

— Está bien, puedes llevártela.

Intento volver a moverme pero él me detiene con la mirada. Sostengo el aire en mis pulmones al ver cómo se saca su chaqueta y la deja sobre los hombros de Alice.  

— Si va a ser tu mujer, trátala como se debe — me advierte.

Subo a Alice al coche. El camino es largo y sus quejidos mientras se mantiene encogida en una esquina me matan. No puedo hacer nada, porque dos hombres conducen el coche. No suelo conducir a menos que sea para Alex, pedir que me dejen irme solo con ella sería demasiado sospechoso.

Contigua a la mansión de los Deberaux Alex creó unas casas unifamiliares de tres habitaciones como máximo para que sus hombres más cercanos tuvieran un lugar donde descansar sin la necesidad de alejarse de la zona segura de su territorio.

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