La asíntota del mal [#1] - ✔

By Jos13JR

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¡FINALISTA WATTYS 2022! Miranda Roux está por cumplir tres años de noviazgo con Hunter Armentrout. Sin embarg... More

Epígrafe
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By Jos13JR

Mis padres no sabían del ataque, tampoco de mis heridas.

Pensé en un lugar donde quemar la ropa estropeada sin que ellos se dieran cuenta.

Parte de mis heridas, que no eran muy profundas, sanaban con lentitud. Las veía con una mueca de desagrado, más por el dolor que seguía incomódame. Creo que incluso veía el resto de mi cuerpo con asco.

Las duchas me ayudan, solo un poco.

El agua caliente retira parte de la sangre que seca en mi piel, y mientras pasaba con cuidado la pastilla de jabón sobre los cortes que se cruzaban en mis brazos, el ardor se hacía presente.

Sé que había sido mala idea no curar las heridas primero antes de bañarme, pero, en verdad me sentía sucia y parte de la esencia del perro, como algo muerto y putrefacto, seguía adherido en mis ropas y mi cuerpo.

Decidí usar ropa holgada creyendo que así podría ocultar mis lesiones.

Traté de no pensar en el incidente.

Fue un rodando fracaso.

Por el minúsculo ruido que escuchaba, me ponía en alerta.

Las noches llegaban y mis pensamientos de una muerte casi segura lo hacían también. Las horas pasaban con una lentitud abrumadora y no me sentía capaz de cerrar los ojos y conciliar el sueño.

Creo incluso que mamá y papá sospechan que algo no anda bien conmigo.

Y prometí que no les diría nada, por ahora.

Cliff y Hanna no me esperaron y fue mejor así, ya que no quería tener una discusión con ellos. Las clases estuvieron entretenidas, desde luego. Los profesores ayudaban con sus clases y yo traté de verme relajada y sin darme cuenta, el día terminó.

Papá me recogió y me llevó a casa.

Durante el almuerzo sacó el tema del trabajo y los días que llegaría tarde. Yo opté por solo asentir y encoger los hombros. No me sentía parte de la conversación y me limité a comer callada.

Una hora después, Hanna me llamó.

—¿Cómo están tus heridas? —preguntó en voz baja.

Recostada en la cama y viendo el techo, respondí:

—Sanando, si es que lo intentan.

Acomodé el teléfono en mi oreja, tratando de escuchar mejor sus palabras que sonaban entrecortadas y distantes.

—Lo siento. Te ayudaría en lo que fuera, pero no soy enfermera o doctora —murmuró Hanna, pero no hubo una chispa de burla en sus palabras—. A lo que me lleva a preguntarte lo siguiente: ¿quieres averiguar qué es lo que está pasando?

Me puse derecha y miré un punto que se perdía en la lejanía.

Una aprensión se formó en mi pecho y no me dejaba respirar correctamente; mis dedos se apretaron con fuerza alrededor del teléfono y enterré las uñas en la palma de mi mano que permanecía libre.

—¿Miranda, sigues ahí?

—Sí, sí. Aquí estoy —mi voz sonaba cansada—. ¿Qué quieres decir con «averiguar»?

—Conozco a alguien que nos podría revelar… ciertas cosas —dijo Hanna.

—¿En serio? ¿Cómo sabemos que él no es un farsante?

—Primero, es mujer y podemos confiar en ella —protestó mi amiga—. Y segundo, porque es como de la familia —concluyó Hanna.

Me mordí los labios para no objetar.

—¿Quieres seguir con esto o no? —quiso saber.

Respiré hondo antes de responder.

—Sí, por supuesto.

—De acuerdo. Te estaré esperando a las cuatro, en Campo Aranzu.

—¿No puede ser antes?

Hanna soltó un sonoro bufido.

Era habitual que ella se opusiera, y aun así, yo tenía derecho a hacer lo mismo.

Mi primer instinto fue mirarme la palma de la mano izquierda y advertí múltiples marcas que mis uñas habían dejado en mi piel. Sentía un leve ardor en la zona, que estaba roja y no supe si era sangre que empezaba a coagularse en los cortes recién hechos.

—No, no se pude —siguió diciendo Hanna—. Ya reservé una cita a esa hora.

—Pero…

Supe que sería imposible tratar de razonar con ella.

—Te veré al rato. Cuídate, Miranda —no me dejó replicar, simplemente finalizó la llamada de manera abrupta y me quedé con las palabras atoradas en mi garganta.

«Eres una demente, Miranda. Hagas lo que hagas, eres una demente», pensé.

Y luego ahí estábamos Hanna y yo, entre toda la gente que era habitual en los fines de semana en Hillertown, camino a Campo Aranzu, al hogar de una reconocida y muy respetada espiritista, según lo poco que me comentó mi amiga mientras intentábamos abrirnos paso en el sinuoso y estrecho trayecto.

—¿Le dijiste a tus padres adónde iríamos? —inquirió Hanna.

—Claro que no. ¿Por qué lo haría?

—Supuse que no te dejarían salir.

—Decir que iríamos a la biblioteca siempre funciona —admití.

—Ah, está bien.

Miré distraía las casas aledañas que se alzaban a nuestro alrededor; podía escuchar las voces de los vecinos y el murmullo frecuente que provenían en lo alto de las ventanas.

—¿Le dijiste a Cliff adónde iríamos? —pregunté yo esta vez.

—Sigue sin hablarme. Y no tenía pensado molestarlo —reconoció ella, suspirando—. Y estoy segura que no nos habría dejado venir. Es demasiado reservado, me parece.

Un grupo de niños pasó a nuestro lado y se perdieron de vista en el siguiente tramo que conducía a más callejones probablemente sin salida.

—Nunca he estado aquí —susurré, apreciando con maravilla el panorama.

—Hay muchas cosas que te pierdes, Miranda —comentó Hanna, enérgica—. Si realmente quisieras, podrías ver la otra realidad del mundo que se oculta ante tus ojos —reflexionó.

—Lo pensaré.

Nos detuvimos frente a una pequeña casa de concreto que no parecía haber recibido mantenimiento en años. La puerta de manera estaba desgastada y la pintura estaba suelta en algunas partes. Tenía una sola ventana con los cristales rotos y la cortina, de un color amarillo, se asomaba en la rendija.

Hanna llamó un par de veces y entonces una mujer, de mediana edad y con el cabello oscuro hecho en una sola trenza, nos recibió. Vestía ropa casual,  su piel aceitunada se asemejaba al de Hunter, pero ella tenía los ojos grises suaves y sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Las estaba esperando. Vamos, entren.

Se hizo a un lado y nos dejó pasar.

El interior de la vivienda era acogedora; un leve sabor acre aromático quemado flotaba en el aire y se escuchaba un silencio, interrumpido de vez en cuando por el ruido de los vecinos o el canto desinteresado de los pájaros que sobrevolaban las casas.

En una de las paredes disponía cuadros y fotografías; en otras colgaban varios adornos que no reconocía. Un par de macetas estaban dispuestas ante una especie de altar en el fondo; las llamas de las velas que lo rodeaban, creaban una danza cautivadora.

Frente al altar había una mesa pequeña y encima de ella, había objetos que comúnmente usaban los espiritistas, según la información de internet. Una hilera de flores artificiales pendían en la pared; incluso había un calendario escrito en un idioma antiguo y extraño.

—¿Usted es la espiritista? —le pregunté a la mujer.

—También médium o guía espiritual, como desees llamarme, Miranda —me respondió, empelando su voz dulce y gentil.

Abrí la boca para responder sin embargo ella se adelantó.

—Sé tu nombre porque Hanna me lo dijo con anterioridad —explicó, mirándonos por igual—. Pero ella solo me comentó que una amiga suya necesitaba respuestas. Respuestas que probablemente provengan de otra dimensión.

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