La asíntota del mal [#1] - ✔

By Jos13JR

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¡FINALISTA WATTYS 2022! Miranda Roux está por cumplir tres años de noviazgo con Hunter Armentrout. Sin embarg... More

Epígrafe
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Glosario

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By Jos13JR

Tras el desayuno, mamá dejó que subiera a mi habitación, porque nos iríamos pronto y necesitaba darme una ducha antes y arreglarme lo mejor que podía. Sin embargo, lamenté no haber podido quitar la pintura que cubría la puerta.

Supuse que el viaje se atrasaría por mi culpa.

En nuestra trayectoria, papá hizo un par de paradas, como lo sugirió mamá.

Pero, yo jamás salí del auto, únicamente ellos.

De vez en cuando miraba más allá del panorama, sin moverme de mi asiento, apreciando sin entusiasmo el paisaje a través del cristal, sobre todo la carretera principal rezagada que se convertía en un punto opaco y distante en la distancia, rodeado de vegetación prominente y árboles gruesos y frondosos.

Aisladas entre las sinuosas montañas, las nubes se asomaban con timidez, igual de blancas como la espuma del detergente o las olas del mar.

Nos dirigíamos al Este de Hillertown, en medio de un punto muerto y aparentemente deshabitado, conocido como Grisma, demasiado lejos del radar del concurrido y ataviado pueblo, del ruido, el ajetreo y las tragedias.

No sé por qué en mi mente creé una escena donde muchas personas caminaban de un lado a otro en una tranquila mañana de primavera, donde un grupo de niños corría hacia mí, convertidos en una masa descontrolada de pequeñas figuras que se apresuraban a no ser castigadas por llegar tarde a la escuela o un evento importante.

Entre gritos, empujones y carcajadas, me imaginó que pasaban a mi lado, sin siquiera detenerse a mirarme.

Aunque no fuese real, logró sacarme una sonrisa.

En la ciudad, debido a que la visitaba con poca frecuencia, la sensación siempre era diferente.

Miraba con exceso de envidia el lujo y los privilegios que vivían los habitantes de Chestown, la misma ciudad que era el motor de arranque de las otras comunidades aledañas, incluyendo el pueblo Hillertown. «¿Cómo es posible —me preguntaba—, que existiera este encantador lugar sin que yo lo supiera?». No había asesinos. No había muerte. No había peligro. No había inseguridad.

Bueno, tal vez sí existía todo eso, pero me conformaba con saber que parte de mis lazos familiares se encontraban aquí, como también en Towness y otras partes que empezaba a ya no recordar.

Tener que visitarlos era un lío, sin embargo, servía para despejar mi mente de vez en cuando.

Luego de arribar en el apartamento de mi tía Sienna, tuve la oportunidad de conversar a solas con la abuela Blythe. Estábamos en el balcón de su dormitorio, escuchando el murmullo de mis padres y primos siendo amortiguados por las paredes.

—¿En serio hizo tal cosa? —jadeó mi abuela, con los labios temblando ligeramente.

Asentí con la cabeza, llorando.

—Ocurrió en la mañana, yo estaba recibiendo clases cuando nos informaron que Hunter se había quitado la vida.

—Lo lamento tanto, querida —repuso ella, dándome un abrazo.

Sin decir nada más y con los ojos cerrados, enterré mi rostro en su hombro y seguí llorando. No supe si era mi abuela o la habitación en sí, que desprendía un aroma sutil similar a las flores que crecían en el Colegio Bryn mezclado con medicamentos.

Su frágil cuerpo se sacudía, porque me aferraba sin hacerle daño y mis sollozos prácticamente remitían en ella con mucha facilidad.

—Está bien, ahora estoy contigo —susurró en mi oído—. Eres fuerte, determinada y saldrás de esta situación. Y yo te ayudaré en lo que sea, ¿está claro?

Muy despacio aflojé mis brazos y me hice a un lado, sorbiendo la nariz y quitándome el resto de lágrimas que se escapaban de mis párpados, igual que los recuerdos atrapados en mi mente. Le conté otros detalles del incidente y le pedí que no le dijera nada a mi abuelo, porque lo menos que quería era hacer que se preocupara por mí.

Ella aceptó de inmediato y siguió consolándome.

Después de la hora del almuerzo, amabas seguimos hablando, esta vez en compañía del abuelo Brad. No era relacionado a Hunter y lo que había ocurrido con él, sino de temas que involcuraban el correcto cuidado de las plantas en el hogar.

—Yo fui jardinero tiempo atrás, igual que tu afamado bisabuelo en su época —decía el abuelo con aire orgulloso—. Es una pena que a tu padre nunca le interesara la idea de ser igual que yo.

—Por suerte encontró trabajo en la alcaldía —comentó la abuela.

Mi abuelo encogió los hombros.

—Sí, pero terminó con dos generaciones.

Los tres nos reímos de manera animada.

—Mi madre ama las plantas y las flores —les recordé, sin levantar demasiada la voz. Sabía que ellos sufrían de problemas en el oído y era necesario tener que hablar fuerte para que escucharan—. Tiene varias macetas en casa. Incluso tiene pensado comprar más.

Los ojos de mi abuelo brillaban de entusiasmo.

—Eso es fantástico.

Mis abuelos eran de edad muy avanzada, por lo que no se les tenía permitido salir del apartamento desde hacía mucho tiempo, porque sus cuerpos ya no tenían reservas de energía y se agotaban de inmediato.

Por esa razón los visitábamos cuando teníamos oportunidad.

Aun así, tanto yo, como mis padres y el resto de mis tíos, sabíamos que en cualquier momento mis abuelos paternos ya no estarían con nosotros, tal como pasó con mis abuelos maternos que nunca conocí.

—Miranda, ¿cuándo piensas mudarte a Chestown? —cuestionó mi prima Holly. Aunque era un año mayor que yo, sabía cómo disfrutar de la vida como una verdadera adulta.

Date, por otra parte, nos sacaba cinco años a las dos, era reservado y muy serio.

Los tres estábamos en la parte exterior del apartamento, disfrutando del atardecer, sentados bajo la sombra que creaban los edificios aledaños. A lo lejos era notorio cómo el cielo se convertía en un manto oscuro, bañado por la luz de la luna y salpicado de estrellas en todo el contorno.

La vista era estupenda.

—Papá no dejaría que hiciera eso —respondí en voz baja—. Y mamá tampoco.

—¡Ah, vamos! Así podrías tomar clases de manejo, como yo —exhortó Holly—. Dante no es el mejor instructor, pero hace lo mejor que puede —repuso ella entre carcajadas.

La expresión de Dante era de indignación fingida.

—Gracias por hacérmelo saber —dijo él, entrecerrando los ojos.

Holly hizo un gesto pensativo, murmurando:

—Tal vez si insistimos…

—Agradezco sus intenciones, pero estoy bien así. Además, dudo que acepten. Y siendo sincera, la ciudad me parece inmensa y fácilmente me perdería en los suburbios —admití, mirándolos con tristeza.

—¡Tonterías! Yo misma te llevaré a conocer los lugares —repuso ella, tomándome de las manos y dando saltitos—. Dante también puede venir con nosotras, si quiere.

—Por mí estaría bien —contestó él.

Afortunadamente no pude argumentar, porque fui interrumpida.

—Lamento decirlo, pero ya es hora de irnos —anunció papá, que venía acompañado de mamá y mis abuelos. 

—¿Vendrás a visitarnos de nuevo? —preguntó Dante.

—Por supuesto.

—¿Hablaremos de plantas otra vez? —quiso saber mi abuelo.

—Toda la tarde, si quieres.

Mi abuela parecía triste, se notaba en su expresión.

—Te echaré de menos, cariño.

—Y yo a ti, abuela.

Los abrazos, besos de despedida en las mejillas y las promesas no se hicieron esperar. Mis padres y yo emprendimos el viaje de regreso a casa, bajo el brillo de las estrellas y el silencio de la carretera.

No hicimos paradas ni nos detuvimos en el camino.

Mamá me despertó y anunció que ya era momento de abandonar el auto, luego de dos horas de trayecto. Entre parpadeos y bostezos provocados por el sueño, obedecí. Agotada, subí las escaleras y entré a mi habitación.

Sin embargo, lo primero que noté fu que la mancha seca y roja en la puerta ya no estaba. Desconcertada, me agaché y pasé la mano sobre la superficie. Temblando, me fijé que quedaban espacios oscuros y agrietados, como si la madera hubiese sido quemada y luego apagada rápidamente.

Retrocedí varios pasos, asustada. ¿Cómo pasó? ¿Quién lo había hecho, si nadie estaba en casa? ¿Fue el espíritu de Hunter, acaso? Sabiendo que no podría guardar ese secreto, corrí con el corazón acelerado escalera abajo, a avisarle a mamá y a papá.

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