◈ Capítulo 7: El barón

557 74 178
                                    


Después de una semana el tobillo había dejado por fin de dolerle. Samantha la sorprendió andando con cuidado cuando subió a su habitación para dejarle el desayuno.

― ¿Ya estás recuperada? – le preguntó con una sonrisa.

Ella asintió, un poco insegura aún, pero feliz de poder salir de aquellas cuatro paredes.

― Entonces me temo que se acabaron tus vacaciones – anunció la pelirroja, encogiéndose de hombros.

― ¿Qué tengo que hacer?

― ¿Qué sabes hacer?

Amara se sonrojó.

― Leer y escribir. Recoger hierbas, cuidar del huerto y los animales... También se cuidar ancianos, y como preparar cremas y ungüentos.

― ¿Tejer o bordar? ¿Hacer velas? ¿Conservas? ¿Preparar animales de caza? ¿Curtir pieles...?

Ella negó con la cabeza, un poco abochornada. En la Casona las hermanas le habían dado una educación teórica completa. Conocía la historia y las razas del mundo, sabía de teología, había estudiado documentos antiguos y sabía cómo escribir e ilustrar para hacer copias de libros antiguos que debían de ser conservados. También conocía algo de música, matemáticas y filosofía. Pero en la práctica, habían dejado que eligiera lo que más le interesaba, así que ella había profundizado en botánica y fauna. Había sido la encargada de las huertas y los animales. Los cuidaba cuando estaban enfermos, y preparaba medicinas naturales para ellos y para el resto de hermanas. Recogía hiervas y cuidaba de las ancianas.

Hasta ahora, se había sentido preparada para cualquier cosa. Pero se daba cuenta de que la habían mantenido protegida y en cierta manera, mimada. Nunca se había parado a pensar que fuera a resultarle útil saber hacer cosas de la vida cotidiana, como cocinar o tejer. Tampoco había sacrificado un animal, ya que se veía incapaz de matar a alguno de los que cuidaba, y mucho menos de preparar sus pieles.

Samantha soltó un profundo suspiro.

― Supongo que ya aprenderás – masculló – Por ahora empezarás ayudando en las cocinas y la lavandería. Ya veremos más adelante si te puedo destinar a algún sitio de manera más definitiva.


──────•◈•──────


Drage se encontraba en el patio de armas con el barón de Lowrock. El irritante hombre estaba de viaje a la Capital cuando se enteró de su regreso, así que decidió hacerle una visita de cortesía aunque para ello tuviera que tomar un desvío de varias jornadas. Y traía un regalo. Una yegua de pura raza lo esperaba en los establos cuando bajó para recibirlo, probablemente destinada a la Reina en un primer lugar. Eso hacía que la situación fuera aún más desagradable. Por un lado, siempre que le hacía algún obsequio acababa pasando más días hospedado de los que marcaba la cortesía, casi como si hubiera pagado por adelantado su estancia. Y por otro, no podría aceptar al animal imaginando para quién estaba destinado en un primer momento. El barón sabía todo esto, y sin duda estaría felicitándose para sus adentros por haberse ahorrado un presente y haber quedar como todo un caballero. Su manera de hacer regalos era tan ridícula como descarada la forma en la que se invitaba a sí mismo.

Y aún tenía que sentirse agradecido de que no hubiera decidido traer a su esposa con él. La mujer era bastante más joven que su marido, pero en poco tiempo se le había agriado el carácter de tal manera que era insoportable. Además, si hubiera viajado con ella, su séquito habría sido el doble de numeroso. Ahora mismo, los hombres que viajaban con el barón se encontraban en el pueblo. Seguramente beberían y comerían hasta hartarse, dejándolo todo sin pagar. Drage no tenía la obligación de asumir los costes, porque a fin de cuentas las tierras eran suyas, pero nunca lo había visto correcto. Tendría que hacer una visita al pueblo en cuanto el petimetre se fuera con los suyos.

La sonrisa del dragónWhere stories live. Discover now