◈ Capítulo 3: Huida

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― ¡Thormun! ¡Viejo canalla! – saludó el enorme recién llegado con voz potente.

Tenía el pelo castaño atado en la nuca con una cinta de cuero y una barba que le llegaba al pecho. Su armadura era de cuero y placas, parecía hecha con recortes de otras muchas, y estaba armado hasta los dientes. Los hombres que le acompañaban tenían un aspecto parecido. Algunos montaban a caballo y otros iban a pie. Era, sin lugar a dudas, un grupo dispar y un tanto destartalado. Sin embargo, todos tenían en común un aire de peligro y agresividad.

Thormun se acercó a él en cuanto se bajó de la montura y le palmeó la espalda.

― No te esperaba por esta zona, Olaf. Pensaba que teníais algo más interesante que hacer que recorrer estos poblachos – le dijo con una sonrisa.

― Vamos de camino a abastecernos para seguir con el viaje. Tenemos un posible trabajo en el suroeste. Vimos vuestro fuego a lo lejos y decidimos acercarnos a ver quiénes acampaban. Nosotros tampoco os esperábamos aquí. – contestó mientras entregaba las riendas de su caballo a uno de sus hombres.

Thormun acompañó al hombretón junto al fuego, donde se encontraba Drage con algunos mercenarios.

― Dile a tus hombres que se pongan cómodos y aten a los caballos junto a los nuestros. Bebed con nosotros, estamos de celebración.

Olaf soltó una risotada, se sentó y se quedó mirando a los prisioneros.

― Un buen botín, eso es lo que veo allí.

Les echó una mirada a todos los cautivos con ojo crítico, calculando los beneficios que conseguirían por ellos. Cuando vio a Amara se la quedó mirando fijamente. En ese momento estaba intentando acomodarse en el suelo liada en la manta, un poco alejada del resto. Tenía el pelo rubio casi cubierto, pero sus facciones y los ojos grises eran perfectamente visibles.

― ¿Y esa cosita dulce que veo tan sola? – preguntó con una sonrisa.

― Nuestro último golpe de suerte. Nos la encontramos en un lago a unos días de aquí. ¡Esta noche volveremos a beber por la bendición de los dioses!

En la siguiente hora corrieron tanto la cerveza como el vino. Con un poblado tan próximo para reponer víveres, no les importaba derrochar esa noche. El aire festivo se impuso entre todos los hombres y muchos bebían sin ningún control.

― ¿Qué piensas hacer con los prisioneros? – preguntó el recién llegado en un momento de la noche.

― Venderlos, como siempre. – contestó Thormun con una carcajada - ¿Qué otra cosa si no?

Olaf hizo una mueca.

― Me refería al lugar. Igual podemos hacer juntos parte del trayecto. En la Capital hay un gran mercado de esclavos.

― Pues aún no lo he decidido – le contestó – En principio había pensado en ir allí, pero hay algunos que merecería la pena vender a parte, aunque nos cueste un desvío. Quizás en Terhacan podamos sacar más oro.

Las razas más raras siempre habían tenido un gran éxito en la enorme ciudad, mientras que en la Capital del reino se valoraban más otras características en los esclavos. La diferencia entre vender en un sitio u otro solía ser grande.

― La rubia parece una buena pieza – dijo Olaf con socarronería.

Uno de los mercenarios, bastante ebrio, soltó una risotada grosera.

― ¡Que se lo digan a Drage! – interrumpió, con la lengua algo trabada.

Thormun le puso mala cara, pero él ni se dio cuenta y apuró su jarra.

La sonrisa del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora