◈ Capítulo 6: Devuélvemelas

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― Se ha torcido el tobillo, no debe apoyarlo en unos días.

Amara estaba tumbada en su cama de la torre, inconsciente aún. Drage la había dejado allí cuando regresó con ella al castillo. En cuanto amaneció hizo llamar al médico, un anciano que había perdido gran parte de su visión.

― También recomiendo que se le den raciones generosas durante unos días. Está demasiado delgada – dijo finalizando su examen – Tan sólo déjala descansar, muchacho.

Garrik era el único en sus tierras al que le permitía dirigirse así a él. Fue su maestro, el que le enseñó a leer y escribir cuando era niño entre otra infinidad de cosas. Había empezado el servicio como médico del castillo con el padre de su padre. Su avanzada edad y las horas que pasaba enfrascado en la biblioteca a la luz de las velas le habían pasado factura, y ahora iba siempre con un aprendiz que lo ayudaba y le servía de lazarillo cuando lo necesitaba.

― Gracias por atenderla, maestro.

El título que se había ganado en su niñez seguía muy presente para él. Fue el único con paciencia suficiente para meter algo en su cabeza dura cuando su padre casi se había dado por vencido, junto con una larga lista de estudiosos y eruditos. Ser noble implicaba tener una larga lista de obligaciones y deberes, que solo una persona mínimamente formada sería capaz de hacer. Para su padre había sido importante educarlo para convertirse en Lord en un futuro, por mucho que él detestara la idea.

El anciano, que estaba sentado en la cama de Amara, entrecerró los ojos y se fijó en el cuello de la joven.

― Thomas, descríbeme las marcas que tiene la niña – le ordenó a su aprendiz.

― Son grises, maestro. Empiezan detrás de sus orejas, descienden por el cuello y se pierden en su ropa. Tienen forma enroscada, parecidas a las volutas de algunos de los libros de la biblioteca.

Al oír la respuesta, el médico soltó una carcajada.

― ¿Una tewar, muchacho? Tiene sentido, ya lo creo, pero no me explico de dónde la has sacado.

Drage se removió, incómodo. Él también era el único capaz de hacerlo reaccionar de una manera tan visible.

― Me la regalaron – contestó evasivo, aunque Garrik realmente no le había preguntado.

― Un regalo, ¿eh? Qué curioso...

Volvió a fijar la vista en ella y frunció el ceño.

― No está tan herida ni lleva uno de esos collares malditos. ¿Y sus alas?

― Tuve que darle una poción para que no se pueda transformar. La seguirá tomando de momento, y si sigue sin mostrar sentido común seguramente tenga que hacerme con uno. Si no la hubiera recogido del bosque anoche cuando escapó, a estas alturas sería pasto de los lobos.

Garrik lo miró con irritación.

― Esa no es forma de tratarla, debería de darte vergüenza. Tú tampoco tenías ni una pizca y tu padre nunca...

― Maestro, por favor. Lo discutiremos más tarde – lo cortó Drage, con todo el respeto que pudo.

Amara estaba empezando a despertar y no quería que los escuchara.

― No hay nada que discutir – replicó, se puso en pie y extendió un brazo que su aprendiz tomó rápidamente – Búscame si tiene dolores o cuando recuperes tu propia conciencia.

El anciano le hizo un gesto de impaciencia a Thomas y abandonaron la estancia.

La joven se removió en la cama, se llevó las manos a la cara y gimió. Drage apretó los dientes, sintiéndose en el fondo algo culpable. No quería que sufriera, pero no había podido actuar de otra manera. Sin lugar a dudas, lo que le pasara a la joven no debería de preocuparlo. De hecho, debería de haberla dejado libre en cuanto pisaron el castillo y estuvo fuera de peligro. Pero en su interior algo le decía que no podía dejar a su suerte a una criatura tan extraordinaria, por mucho que ella pensara que podía valerse por sí misma. Y lo que había pasado la noche anterior sólo reforzaba ese pensamiento.

La sonrisa del dragónOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz