◈ Capítulo 40: El erudito de la Corte

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La mañana se presentó luminosa y despejada para Amara, que por el contrario, estaba cansada y ojerosa.

El resto de la noche había pasado con una lentitud desesperante después de que Drage y Viggo abandonaran su habitación para dejarla descansar. Cada crujido de la madera, cada susurro del viento, cada pequeño ruido producido por los guardias que se apostaban fuera de su habitación la hacía perder los nervios. No había conseguido pegar ojo en toda la noche, alerta al más mínimo sonido que podría indicar que el barón volvía para acabar con ella.

Los remedios que le había suministrado el médico poco hicieron por ayudarla a descansar. Tan solo la dejaron en un estado de aturdimiento en el que sentía que debía estar más en guardia que nunca.

Que tuviera que estar sola, además, sólo hizo que sintiera la cama demasiado grande y a la vez diminuta y asfixiante. Se había acostumbrado a pasar la noche con Liliana, pero cuando preguntó por ella le dijeron que ya había sido atendida y que estaba reposando en sus aposentos.

Dentro de unas horas sería la recepción de los vizcondes de Gorham y Byrneh, los últimos pertenecientes a la alta nobleza que se esperaba que asistieran a la boda, ya que los barones de Rheagan y Dalarys no vendrían por la lejanía de sus tierras. Pero Amara solo quería arrojarse sobre la cama y sucumbir al enorme dolor de cabeza que había comenzado a atacarla por la falta de sueño y los nervios.

Después de un frugal desayuno, en el que fue incapaz de hacer algo más que picotear sin mucho entusiasmo, Liliana entró en la habitación seguida de varias damas de la reina.

Amara se arrojó sobre ella en cuanto la vio y revisó a la muchacha rápidamente en cuanto se separó de su abrazo de oso.

一¿Cómo estás? ¿Qué te hizo? ¿Por qué no sigues descansando? 一la acosó mientras le palpaba la cabeza con cuidado, buscando la herida que Sebastian tuvo que hacerle cuando la arrojó contra la pared.

一Estoy bien 一intentó apartarla Liliana, nerviosa por las miradas de extrañeza que les dirigían las damas一. Podremos hablar después. Ahora tenemos que prepararla para la recepción, mi señora. Su majestad la reina ha enviado a sus propias damas para que la ayuden.

Gunthar había visitado a Liliana temprano esa misma mañana y le había dicho que se mantendría el incidente en secreto. Seguirían investigando, tratando de descubrir a los culpables, pero no querían alertar al resto de invitados ni propiciar rumores a tan sólo dos días de la boda. Que hubieran asaltado a la futura novia en la Corte sería un escándalo tan grande que suscitaría dudas durante todo el matrimonio de los condes, por mucho que se asegurara la pureza de la joven en la ceremonia que tendría lugar antes del enlace.

Aunque Liliana no tenía para nada mejor aspecto que Amara cuando se levantó. Había tenido que hacer memoria de todos los trucos que había aprendido con el paso de los años para no parecer una muerta en vida. Que era justo lo que su señora parecía ahora mismo. La noche les había pasado factura a ambas.

一Está bien 一aceptó Amara de mala gana, después de una última mirada de advertencia de Liliana.

Las damas parecieron aceptar aquello como un permiso y una corrió a dar la orden de que trajeran agua para el baño, mientras que el resto alistaban el vestido que llevaría Amara, las joyas, y sacaban perfumes, ungüentos y maquillaje suave para que estuviera todo lo presentable posible. La reina en persona les había anunciado que la joven novia no había pasado una buena noche, debido a los nervios, y que tenían que prestarle toda la ayuda posible. Se sentían honradas de que las hubieran tenido en cuenta para ayudar a la futura novia en los días previos, que siempre estaban repletos de nervios y desazón.

La sonrisa del dragónWhere stories live. Discover now