◈ Capítulo 31: La cena

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Liliana cerró los ojos y respiró hondo. Estaba sola en su propia habitación, sentada en una butaca y con una tetera sobre la mesa, en la que quedaba poco menos de la mitad de la infusión caliente.

Había tenido en cuenta todas las opciones, y, finalmente, llegó a la conclusión de que no había escapatoria. Tendría que asistir a la cena. Una invitación de la reina no podía ser rechazada bajo ningún concepto y, además, sería demasiado inapropiado que Amara apareciera sola, ya que no contaba con una dama de compañía. Casi vergonzoso, en alguien de su posición.

Desde la noche anterior, cuando se enteró de la noticia, Liliana había llorado y gritado. Había tenido momentos de desesperación e incluso se le llegó a pasar por la cabeza que lo mejor sería que pusiera fin a su vida. Pero ahora se sentía completamente vacía. Ese hombre le había costado muy caro y tendría que enfrentarlo de nuevo, sin que hubiera habido ni una sola consecuencia para él.

Estando a solas se permitió pensar, por primera vez, en todo lo que había vivido con el barón. Recordó la historia que había inventado en torno a él y la vida que tendría a su lado, que había tomado como real gracias a su propia idiotez. Y aquello le provocó náuseas, ya que ahora se daba cuenta de cada uno de los desplantes que el hombre le hacía, de sus malas contestaciones y de su fría indiferencia cuando no buscaba nada de ella.

Había estado completamente ciega a las innumerables señales de la catástrofe que se le avecinaba. Y asumirlo la hizo sentirse como si le clavaran esquirlas de hielo en el pecho, dejándola fría y entumecida.

Todo había cambiado para la joven en apenas unas horas. El miedo la había abandonado casi por completo, dando paso a un vacío oscuro. Sebastian le había robado el futuro, ayudado por su propia arrogancia. Y después de todo eso nadie podría quererla, estaba marcada y mancillada. No quedaba nada para ella en el mundo, y acababa de ser consciente de su situación gracias a su inminente reencuentro. Sólo quería encogerse en la cama y, simplemente, dejarse morir.

Dio otro sorbo a la fuerte infusión que le había preparado Amara, con todas las hierbas tranquilizantes que pudo conseguir, y reprimió una mueca de asco. Era amarga y casi espesa, por la lenta cocción de los ingredientes, pero sentía cómo le hacía efecto poco a poco.

Miró por la ventana con apatía. Debería comenzar a preparar a su amiga y vestirse ella misma. Aún seguía en camisón después del largo baño que había tomado, con el agua más caliente que consiguió que le trajeran. Todavía tenía la piel sonrojada, pero se habría metido en una olla hirviendo si hubiera podido, para quitarse de encima el recuerdo de las manos de Sebastian sobre ella. Las mismas que después de acariciarla, la habían azotado salvajemente con un cinturón hasta casi matarla.

El sonido de unos nudillos tocando a la puerta la sacaron del trance. Se puso una bata encima de manera descuidada, más por costumbre que por pudor, y fue a abrir.

Gunthar la observó desde el quicio de la puerta, largamente y con la emoción reflejada en los normalmente tranquilos ojos castaños.

一 No estarás sola. - fue lo primero que barbotó, intentando no apretar los puños.

Aunque Amara se había negado en un primer momento a que se marchara de la habitación que compartían desde su llegada, finalmente cedió cuando Liliana se mantuvo firme en que necesitaba su propio espacio y tiempo para pensar.

Ahora el caballero parecía tener la misma idea que su amiga, no estaban dispuestos a dejarla en paz. Y ella lo único que quería era desaparecer, que nadie fuera consciente de lo repulsiva que era.

一 Lo sé. - le replicó con sencillez - Habrá más invitados en la cena.

Se giró, dejando al caballero plantado en la puerta, y rebuscó en los baúles hasta dar con el vestido que tenía pensado llevar esa noche. No podía retrasarse, su papel como doncella era lo único a lo que agarrarse para no perder la poca cordura que le quedaba.

La sonrisa del dragónWhere stories live. Discover now