◈ Epílogo

467 64 82
                                    


Amara se movió, intentando despertar. La luz brillante la molestaba y se sentía incómoda, tumbada sobre algo duro e irregular.

Estaba muy cansada, le pesaba el cuerpo y notaba una falta, como si algo no estuviera bien. Sabía que necesitaba seguir durmiendo, pero una sensación de urgencia la mantenía en un limbo entre el sueño y la consciencia.

Había estado cayendo.

Recordaba el aire frío de la noche cortándole la cara y haciendo que la falda del vestido restallara contra su cuerpo como un látigo. Unos brazos fuertes la habían envuelto poco después, apretándola contra un pecho cálido. El veloz descenso se había detenido cuando el conocido hormigueo de la transformación recorrió el cuerpo que la sujetaba. Un fuerte tirón la arrancó de la caída, y el batir de alas coriáceas la arrulló hasta que volvió a perder la conciencia.

Amara despertó de golpe, agitada, justo a tiempo para oír un jadeo de dolor.

Una mirada a su alrededor le bastó para descubrir a Drage, a un par de metros de ella, arrancándose una flecha del costado.

Intentó ponerse en pie rápidamente, pero el mareo la atacó y tan sólo consiguió sentarse apoyándose contra el tronco de un árbol.

―Deberías descansar, damisela ―dijo Drage en voz baja.

Arrojó la flecha al suelo, se quitó la destrozada túnica y comenzó a hacer tiras de tela con ella.

―Déjame ayudarte ―replicó, preocupada por la sangre que manaba en un pequeño riachuelo del agujero que había dejado la flecha.

Consiguió ponerse en pie finalmente, pero cuando había dado un par de pasos en su dirección, él se retiró.

Amara suspiró y se sentó de nuevo. Le dolía todo el cuerpo y aún no estaba preparada para pensar en lo que había perdido, lo que le habían arrebatado. Necesitaba centrarse en el momento, y ahora mismo ver a Drage sangrando sobre la hierba no era la mejor visión del mundo.

―Nunca me has hecho daño, Drage. Que ahora sepa que no eres humano no creo que cambie eso.

―¿No... me tienes miedo?

―¿Debería tenerlo? ―preguntó con una mirada inescrutable.

―Nunca ―afirmó con seriedad.

―Entonces déjame que le eche un vistazo a eso antes de que se infecte, todo lo demás puede esperar un poco más.

Él le dirigió una expresión de sorpresa, pero le hizo caso y se dejó caer junto a ella con un gemido.

Amara revisó la herida, comprobando que necesitaba un par de puntos, agua limpia y jabón. Pero no tenían nada de eso. La limpió lo mejor que pudo con una tira de tela y lo vendó todo lo apretado que pudo sin hacerle daño.

―Necesitamos encontrar agua pronto ―dijo, con un suspiro cansado―. Tengo que limpiarla y cambiar las vendas. Parece que no ha tocado nada importante, pero debes descansar lo máximo posible.

Drage casi sonrió.

―¿Sabes dónde estamos? ―Ella negó con la cabeza―. A poco menos de un día de viaje de la Capital, eso nos coloca en una muy mala posición para descansar. Hay que seguir avanzando o se nos echarán encima, y tengo que ponerte a salvo antes de que eso suceda. Tenemos sólo hasta que anochezca para recuperar fuerzas. Pero no te preocupes, me curo rápido.

Amara frunció el ceño. Nada de esto tenía sentido. Él no tenía sentido.

―¿Qué eres? ―preguntó al fin, incapaz de contenerse por más tiempo.

La sonrisa del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora