—¿Cómo qué? —me puse de pie y tomé mi bolso.

Sacó su celular del bolsillo del pantalón.

—¿Cuál es tu número? —alzó sus cejas expectante.

—¿Por qué lo quieres? —dije a la defensiva, aunque por dentro moría de felicidad de que me lo hubiera pedido.

—¿Por qué no? —su sonrisa se ensancho. —Lo quiero y es necesario.

Finalmente cedí.

—Te llamaré para que pases por mí para ir a practicar —comenzó a caminar hacia la puerta.

—¿Hablas de…, eso? —Realmente no quería regresar a hacer esas pruebas, me ponía de nervios todo ese mundo que no entendía.

—No. Vas a enseñarme a conducir —colocó sus manos en los bolsillos y se alejó.

¡¿Qué?!

—Se supone que debes escucharme —repetí; tenía toda la tarde repitiendo eso.

—Bueno, bueno, al menos ya sé girar —Steven soltó el volante y me dedicó una de esas sonrisas de medio lado.

—Sí —fingí una sonrisa. —Con trescientas clases más serás un conductor de confianza —ironicé.

—Aprendería más rápido si tuviera una mejor maestra —abrió la portezuela de la camioneta.

—¿Disculpa?

—Disculpada —se bajó de un brinco.

—Idiota —murmuré mientras lo seguía.

Fui a encontrarme con él en la parte de atrás, misma donde ya estaba sentado con los pies sin tocar el suelo. Lo imité y me senté a su lado. La camioneta era una vieja Chevrolet de una sola cabina, así que la parte de atrás estaba totalmente abierta.

—Me agrada que no hayas traído la camioneta que parece de mafioso —comenté.

—Es de Dash, dijo que le dolería menos que chocará esta —pareció no darle mucha importancia.

—Me parece difícil chocar en un camino tan desierto como este —justamente por eso había escogido un campo abierto: evitar fracturas indeseadas. —Aunque…, prefiero no tentar a la suerte.

—Eres malvada —se río abiertamente antes de recostarse sobre el piso de la camioneta.

Le sonreí inocentemente.

—Está anocheciendo —indirectamente quería decir que era mejor que nos fuéramos.

—Pues si hubiéramos venido después de la escuela y no nos hubiéramos quedado a hacer la tarea, habríamos acabado antes —puntualizó.

—Claro que no, lo sabes —me recosté a su lado. Esto me daba cierta sensación de dejà vu.

—Por supuesto, no me perdería las estrellas —su mirada no dejaba de observar el cielo que poco a poco se volvía más oscuro.

Seguí su mirada. No podía recordar la última vez que había mirado las estrellas así con alguien.

—Los demás quieren saber cómo estás —su voz adquirió un tono más serio.

—¿Qué les dijiste? —no abandoné el cielo.

—Que te preguntaran.

—¿Era cuando me odiabas?

—Era cuando creí que estabas loca.

Sonreí.

—Quieren que vuelva a practicar —concluí.

—Sí.

—¿Cuándo?

—Desde mañana.

Suspiré.

—¿Cómo lo haces? —pregunté dirigiendo mi mirada a su rostro.

—¿Qué cosa? —alzó la ceja.

—Ser ambas cosas, una persona normal y…, un guardián.

—Es lo que soy, siempre lo he sido —parecía más serio.

—¿Cuándo lo descubriste? —En mi mente se atiborraban las preguntas que no había podido hacer.

—¿Seguimos con lo de querer saber más? —su sonrisa traviesa se extendió.

—Tú sabes mucho de mí, solo no me parece justo —aparté mi mirada.

—La vida no es justa… Pero está bien —hizo una breve pausa antes de continuar. —Cuando tenía siete años comencé a tener pesadillas donde monstruos me querían atrapar, pero mis padres los alejaban de mí. Realmente me afectaban, porque a veces tenía miedo de ir dormir y cuando se lo platicaba a mis compañeros de escuela ellos decían que estaba loco y se alejaban de mi porque les asustaba lo que les contaba de aquel mundo —una sonrisa agria se instaló en su rostro. —Como seguramente ya adivinaste, no eran sueños. Al darse cuenta mis padres de que yo no dejaba de entrar al pasillo, me explicaron lo que pasaba, lo que era, me enseñaron a defenderme y a evitar daños potenciales —guardó silencio un momento. —Realmente no puedo entender cómo hicieron para lidiar con un niño de esa edad, que no sabía escribir ni leer bien, pero debía enfrentarse por sí mismo a esos entes. Ellos fueron asombrosos —la manera en la que hablaba de sus padres reflejaba el respeto y admiración que sentía por ellos. —Pero meses después pasó el accidente y todo terminó.

—¿No hay una forma de sacarlos?

—No que yo sepa —su rostro no reflejaba emoción alguna.

—Debe haber una manera.

Él no respondió y yo no agregué más porque no sabía qué decir, no comprendía por lo que estaba pasando, y dudo mucho que un día lo hiciera.

—Si entraste desde tan pequeño, ¿cómo diferencias un mundo de otro?

Una pequeña arruga apareció en su frente mientras meditaba mi pregunta.

—La carga de sensaciones —se giró para mirarme directamente a los ojos. —En el pasillo, al tocar a alguien, puedes sentirlo, pero no en su totalidad. Pero cuando tocas a alguien en este mundo —su mano se movió peligrosamente cerca de la mía. —Es más intenso —las yemas de nuestros dedos estaban tocándose.

Steven tenía una leve sonrisa mientras me contemplaba con sus ojos castaños. Por alguna razón yo no quería alejarme de él, ni de su mirada, ni de su mano. Me sentía totalmente relajada cuando estaba con él. Nunca creí que algo como esto pudiera pasar. Nuestros rostros estaban cada vez más cerca y no podía saber si era él quien se acercaba o era yo. Los bichos alados en mi estómago se agitaban pero no me molestaban. Mis labios se entreabrieron y estaba a punto de cerrar los ojos cuando la melodía estruendosa de True trans soul rebel sonaba en el bolsillo de mis pantalones.  Sin pensarlo y sin decir nada, rompiendo la burbuja, me senté y contesté. Era mi mamá que me decía que era hora de regresar, a todo le contestaba que sí, sentía cómo la comodidad de antes se evaporaba dejándome la cara del color de un tomate.

—Debo irme a casa —bajé de un salto y fui hasta la cabina sin mirarlo.

Podría casi jurar que él se estaba riendo.

No te despiertes.Where stories live. Discover now