Capítulo 25

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Hacía aproximadamente siete años, una amiga de la escuela y yo fuimos a andar en bicicleta a un parque cercano. Ella era mucho más rápida que yo y siempre que competíamos me ganaba, así que para hacerla ir más lento le conté que en una casa pintada de blanco, cuyo frente colindaba con el parque, vivía el chico que le gustaba, entonces cada vez que pasábamos por ese punto, ella disminuía la velocidad por si podía verlo. Yo estaba feliz, creo que no me importaba ganarle con trampa, hasta que me descuidé, perdí el control y fui a dar de lleno contra un árbol. En ese momento creí que Dios me castigó por haber dicho una mentira, así que fui con mi amiga y le conté la verdad; ella parecía decepcionada pero no enojada. Desde entonces me he regido por una política en contra de las mentiras. Bueno..., hasta ahora.

Tal vez no era consciente de las mentiras que había dicho porque pensaba que "ocultar la verdad" no era mentir, pero ahora estaba frente a un hecho real; tenía que engañar a Scott. No lo había visto desde aquel café, no sé si me vio partir con Steven, tal vez eso lo alejó y jamás va a regresar, lo que significa que quizás ya no tendré que fingir ser el maldito James Bond. Este pensamiento me reconfortaba, pero la tranquilidad se venía abajo cuando salía de cualquier lugar y en automático miraba hacia todos lados buscando una figura alargada. Si de por sí ya era paranoica, ahora parecía que sufría de alucinaciones o delirio acerca de ser perseguida.

Intentando alejar esos pensamientos de mi mente, me giré sobre el pasto del patio trasero para contemplar a mi novio -aun en mi cabeza esa palabra suena extraña- lanzar tiros en la canasta de básquetbol. Mi interior se derretía y se sentía como miel caliente cuando lo veía flexionarse y lanzar, los músculos de sus brazos se marcaban por debajo de la camiseta; sonreí tontamente como hacía cada vez que me daba cuenta de la urgencia recién descubierta por querer tocarlo. ¿Quién diría que yo querría tocar a alguien todo el tiempo? Justo ahora me imaginaba levantándome para abrazarlo por la espalda y presionar mis palmas contra sus pectorales y saborear el olor de su sudor; cabe destacar que yo odio todo lo que no sea higiénico, así que ese deseo era particularmente extraño. Mi corazón se agitaba en mi pecho por ese mero pensamiento, creo que moriría si intentara tocarlo justo ahora, me desintegraría en millones de átomos de miel dulce.

Mi novio.

Suspiré tratando de calmarme y me levanté del piso, necesitaba algo frío justo ahora.

-¿A dónde vas? -preguntó él, deteniéndose en mitad de un tiro y observándome. Había gotas de sudor en su frente, que hicieron que perdiera mi respiración.

-A la cocina, por un vaso de agua -reajusté mi cola de caballo que ya estaba bastante desordenada; odiaba los pequeños cabellos que se pegaban a la parte trasera de mi cuello.

Steven no dijo nada más, sólo puso el balón bajo su brazo y caminó hacia mí.

-No tienes que acompañarme, sé dónde está la cocina -no quería que pensara que yo quería que estuviéramos siempre juntos, que no podía hacer nada sola.

-Sí, sí, ya sé que eres muy independiente -esto se había convertido es un chiste privado entre los dos.

-Así es -asentí. -Soy una chica grande y fuerte -le mostré el músculo de mi brazo, alardeando.

-Oh sí, muy fuerte -presionó sus dedos sobre mi piel que hormigueó por el contacto.

-Suéltame, suéltame -le dije jugando, intentando alejarlo. -Me arrugo -él soltó una carcajada.

-Jamás -me anunció mirándome fijamente; sus ojos y sonrisa cambiaron a unas más feroces que me hacían temblar.

Steven no me soltó y lentamente se acercó a mí y me besó, mis manos de deslizaron por su cuello atrayéndolo. Besarlo era la cosa más placentera que había hecho hasta ahora en toda mi vida, me gustaba sentir su boca, sus labios, su lengua, combinado con la presión que hacía su cuerpo contra el mío. Me hacía flotar, era como sentir cada terminación nerviosa de mi cuerpo y cada una de ellas se sentía estupendamente. Pero cada vez quería más, con cada momento perdía aún más el control, como ahora, en que sentía cómo mi espalda se apoyaba contra el frío cristal de la puerta corrediza. Una parte remota de mi cabeza me decía que nos verían, que sería muy vergonzoso cuando nos descubrieran, pero su aliento caliente acallaba esas voces.

No te despiertes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora