Capitulo 38

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—Es un bonito edificio, ¿no crees? —Austin me miraba mientras yo admiraba aquella obra arquitectónica. Si fuera un poco más versada podría describir, pero para mi limitado vocabulario lucía como una casa victoriana, de altos ventanales y finos detalles.

—Sí, se ve mejor cuando no vas en la parte trasera de una camioneta rogando por tu vida —respondí con ironía.

Una sonrisa se asomó por la cara de Austin antes de que subiera los escalones. Lo seguí aún sintiendo cómo mis entrañas se retorcían de solo recordar lo que me había pasado en aquel lugar... Bueno, las ganas de huir no se detenían.

Austin tocó el timbre.

—¿Diga? —respondió un hombre a través de un altavoz.

—Soy Austin —habló con un tono monótono, como si lo hubiera hecho demasiadas veces.

El sonido de algunos mecanismos moviéndose me sorprendió y cuando éstos terminaron el parlante volvió a sonar.

—Bienvenidos —dijo la misma voz de antes pero ahora con un toque más cortés.

Entonces la enorme puerta se abrió.

—Andando —me animó Austin a entrar primero.

Asentí y atravesé las puertas hasta un recibidor que parecía de lo más normal, en donde un hombre, rígidamente apostado cual guardia real, procedió a retirarme el abrigo y la mochila que llevaba.

Me quedé un momento como una estatua. Era un mayordomo, con su traje negro y el cabello castaño peinado pulcramente hacia atrás. No reaccioné hasta que sentí la mano de Austin en mi espalda.

—Hola Klaus —Lo saludó casualmente Austin mientras se quitaba su saco y bufanda.

—Buenas tardes señor Austin —¿A caso hizo una reverencia cuando lo saludó?

—¿Está el señor Scott? —se despeinó un poco el cabello tratando de alejar unas gotas de agua.

—En la oficina —le dijo con un tono calmado. Aunque su postura era algo rígida, tenía unos ojos castaños que lo hacían lucir como alguien muy amable.

—Muy bien, entraremos entonces —le avisó Austin antes de señalarme otras puertas de cristal.

—Por supuesto, pasen —con un movimiento de mano nos señaló el camino.

Austin nuevamente aguardó a que yo entrara primero.

—¿Un mayordomo? ¿Es en serio? —temía que de pronto hubiera retrocedido al menos unos cincuenta años en el pasado.

—A Scott le gusta lo clásico —se hundió de hombros casualmente y miró hacia el frente. —Abre bien los ojos —me susurró cuando pasé a su lado y las puertas se abrieron.

Delante de mí se encontraba otra habitación circular de lo más gigante, con una isla central en donde cuatro mujeres contestaban teléfonos y tecleaban frente a monitores; parecía ser un centro de información. El techo era altísimo y un candelabro colgaba de él. A mis costados había habitaciones con gente que no dejaba de teclear también o que parecían inmersos en una excelente charla por su celular, todos trajeados. Supuse que la alerta de advertencia que me había emitido Austin apenas un momento atrás, se refería a que la gente no se fijaba por donde iba. Con sus narices en sus tabletas electrónicas no se daban cuenta que yo estaba enfrente pero tampoco chocaban entre ellos; era como una colonia de hormigas. Fue asombroso y a la vez aterrador.

—Vamos, luego podrás seguir contemplándolos con la boca abierta —Austin se encontraba andando unos pasos delante de mí.

Dejamos esa enorme sala-recibidor y fuimos hasta unas imponentes escaleras blancas.

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