Capitulo veinte.

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Capítulo 20

—¿Qué fue ese ruido? —mi mamá asomó su rostro por la puerta de la cocina. —¿Jena? —estaba asustada. Corrió hacia mí. —¿Estás bien? ¿Qué pasó? —sus ojos se movieron a Scott con sospecha.

—No me siento bien —mi corazón estaba asustado y las puntas de mis dedos frías.

—¿Qué ocurrió? —demandó ella.

Scott permanecía en silencio, observando la escena.

—Me mareé —apresuré a contestar, no era necesario alarmar a mi mamá también.

—¿Estás segura? —me frotó los brazos con sus manos.

—Sí, quizás algo que comí.

—Tal vez..., la falta de sueño —agregó con tono cauteloso Scott.

Ojalá pudiera fulminarlo con la mirada, pero eso solo alertaría más a mi madre.

—¿Quieres que vayamos al médico? —me ofreció ella.

—No creo que sea necesario, ya me siento bien —me agaché para comenzar a recoger del piso los pedazos rotos.

—Iré por una escoba —anunció mi madre mientras desaparecía en la cocina otra vez.

Mi mirada se dirigió a Scott, quién ya había comenzado a tomar partes de la porcelana del suelo.

—¿Usted...? —dejé la pregunta a medias, tenía la garganta seca.

—Este no es el sitio Jena —me cortó sin mirarme, pero su rostro aún era imperturbable.

Terminamos de limpiar en silencio.

Subí a mi habitación, tomé el celular entre mis manos temblorosas y marqué el número de Steven.

—Jena —su voz aterciopelada me saludó.

—Necesito que vengas a mi casa ahora —estaba frenética.

—¿Qué ocurre? —su voz adquirió ese tono oscuro.

—Hay un hombre en mi casa que sabe lo que soy —estaba a punto de gritar.

—Voy enseguida —colgó.

Me alegré de que no hiciera más preguntas, no podía contárselo por teléfono, lo necesitaba aquí.

Tiré el celular a la cama y miré por la ventana de mi cuarto esperando por él, el tiempo parecía hacerse más lento aunque solo hubieran pasado unos segundos. Me abracé a mí misma, de pronto sentía frío aunque la temperatura fuera templada, el otoño nos saludaba con sus cielos nublados pero sin lluvia.

Finalmente escuché el motor de una camioneta que aparcaba frente a mi casa. Bajé apresuradamente las escaleras.

—¿A dónde vas? —me preguntó mi madre desde la sala, donde estaba sentada con Scott.

—Es que... —miré la puerta. —Steven llegó —dije como si fuera lo más normal del mundo.

No pasé por alto el velo que cubrió los ojos de Scott, su anterior aparente tranquilidad y carisma parecían haberse empañado.

—No me dijiste que vendría hoy —frunció un poco el ceño.

Ella había querido conocerlo –en realidad, hablar con él- desde hace mucho, pero yo siempre alegaba que estaba tan ocupado que no podía venir.

—Bueno, ya vez —me hundí de hombros y me dirigí a la puerta con paso más tranquilo y la abrí.

Steven se encontraba a medio camino de la entrada.

No te despiertes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora