Capitulo ocho.

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Capítulo ocho

—¡Jena! —alguien me llamó desde mi espalda.

Giré para ver cómo mi amiga Rachell corría hacia mí, con sus risos castaños agitándose.

—Hola Rachell —la saludé casualmente.

—¿Qué pasa contigo? —frunció el ceño.

Ya lo veía venir.

—¿Estabas enferma? ¿Deprimida? ¿Autopsiada por un alien? —Una arruga de preocupación apareció en su rostro. —¿Con la regla? —susurró.

—No, no, no, y…, —puse mi mano a un lado de mi boca como si fuera a contarle un secreto —para lo último me falta una semana —sonreí burlonamente.

Mi amiga emitió un grito de irritación.

—Rach, solo quise desconectarme un tiempo del mundo, eso fue todo. —Era verdad, había pasado mi fin de semana durmiendo y comiendo. Quería evitar que mi cerebro pensara, gracias a Dios los tés eran realmente útiles, evitaban que soñara, o que recordara.

—Pero…, ¡hiciste que me preocupara! —hizo un mohín.

—Rachell lo siento mucho —la tomé del brazo y atravesamos la puerta de la escuela. —Prometo que avisaré antes.

—Si piensas que con esto me contentarás, estás muy equivocada —levantó su barbilla con altivez pero no se soltó de mi brazo.

Medité un segundo en cómo contentarla, pero la respuesta apareció en mi cerebro con betún de chocolate y chispas.

—Estaba pensando en hacer cupcakes —pretendí estar pensativa.

—¡Cupcakes! —chilló mi amiga. Sus ojos verdes brillaban de alegría.

—De fresa —dije lentamente.

Mi amiga gritó una vez más antes de abalanzarse sobre mí en un gran abrazo. Correspondí a su mimo feliz de que Rachell me hubiera perdonado, era bueno tener algo de normalidad. Entonces una sombra que pasaba a nuestro lado llamó mi atención, un chico de cabello alborotado nos dirigía una sonrisa de medio lado y alzaba las cejas. Levanté mi mano y saludé a Steven.

Mi amiga sintió mi movimiento y de inmediato se deshizo de mi abrazo y buscó la causa.

—Oh —extendió su exclamación con suspicacia.

—Solo nos saludamos —reanudé la marcha ignorando los aleteos en el estómago.

—¿Qué tal la cita del viernes? —dijo casualmente observándose las uñas.

La miré con ojos muy abiertos y ella me respondió con un gesto que decía “así es, yo lo sé todo”.

Con la mano aparté mi fleco de la cara para alejar los nervios.

—Conocí a sus compañeros de casa… —atravesamos la puerta del salón de Química y nos sentamos en las mesas; Rachell tenía la que estaba enfrente.

—Eso es algo grande, es como sí conocieras a sus padres, ¿no? —dejó su bolso bajo la mesa dándome la espalda.

Faltaba decir que la “reunión” no iba por ahí, pero sí era un gran paso. Me había contado cosas que el mundo no sabe, compartíamos un secreto, ¿era eso? ¿Ahora algo nos unía y nunca lo desharíamos? ¿Nunca me libraría de eso?

—Rach, tú sabes —comencé a explicar, —él perdió a sus padres —jugué con mis dedos sobre la mesa.

La espalda de mi amiga se irguió y giró.

No te despiertes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora