Capítulo 19: "Otra perspectiva"

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   Ella había sido testigo de algunos de los más macabros sucesos acontecidos desde el comienzo aquella pesadilla de la que nadie podía escapar a voluntad, ni tan siquiera de la mano de la muerte

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   Ella había sido testigo de algunos de los más macabros sucesos acontecidos desde el comienzo aquella pesadilla de la que nadie podía escapar a voluntad, ni tan siquiera de la mano de la muerte. Y los hechos ocurridos en una pequeña casa, erigida en lo alto de una pequeña colina, no fueron la excepción.

   Hacía más de una hora que la tormenta había comenzado a descargar su furia y no parecía que fuera a aminorar pronto. Una oscura y gruesa gabardina cubría el esbelto cuerpo de la mujer casi por completo. Tan solo asomaban unos guantes negros y unas botas de estilo militar del mismo color. Era una sombra más en el bosque aquella noche de tormenta.

   Se había pasado la última semana recorriendo las distintas urbanizaciones que se desperdigaban alrededor de aquel asalvajado jardín descuidado por la mano de Dios. Su objetivo no era hacer turismo, ni mucho menos, sino saquear lo poco útil que quedara por saquear y conseguir las piezas que necesitaba para reparar su vehículo. No era que su medio de transporte estuviera roto, pero tener unas piezas de recambio no le vendría nada mal considerando los kilómetros que le quedaban por recorrer.

   Al predecir que se avecinaba un diluvio comparable con el del los tiempos de Noé, decidió ocultar su apreciada Suzuki Van-Van 125 bajo unos matorrales, junto con la mayor parte de sus pertenencias. Aseguró el perímetro de su escondrijo colocando unas cuantas trampas antes de dirigirse a la pequeña casita de madera que había vislumbrado a un par de kilómetros, aún inconsciente de lo que sus ojos verían, pero de algún modo preparada para ello.

   Aquel edificio lo habitaba, por lo que había podido comprobar, una pareja de ancianos, dos niños que no superaban los diez años y una mujer en un estado bastante avanzado de embarazo. Se los veía despreocupados preparando lo que parecía un sabroso estofado para cenar.

   Estaba segura de que podría escabullirse en el sótano sin llamar su atención y rebuscar a ver si encontraba algo que le fuera de utilidad. Solo tenía que esperar al momento adecuado para acceder desde el pequeño tragaluz que asomaba por la cara suroeste de la casa. El anciano salió de la habitación en la que estaban todos reunidos escapando así del campo de visión de quien los espiaba, aunque ellos eran ajenos al hecho de que estaban siendo observados.

   Un ruido a sus espaldas hizo que a la intrusa le diera un vuelco el corazón. Se giró sigilosa y preparada para defenderse de cualquier clase de atacante. Una pequeña pero fugaz sombra se metió por entre las ropas de la muchacha. Ella contuvo un instintivo chillido de sorpresa a duras penas. Aquello se estaba revolviendo entre sus ropas y generaba un extraño sonido. « ¡¿Un ronroneo?!» exclamó su mente confusa. «No puede ser. Lo dejé atrás hace más de tres días y aquel pueblo no está a menos de doscientos kilómetros de aquí».

   Metió la mano derecha bajo su gabardina y tras rebuscar y pelear con aquel ser por unos segundos la sacó. Sostenía una pequeña bolita de pelo negro del pellejo de su nuca. Sus ojos la miraban con la expresión de alguien que sabía que sería regañado. Uno de ellos era de un hermoso y brillante verde lleno de vida, el otro, sin embargo, parecía recubierto por una capa grisácea que opacaba el color original del órgano. Esta clase de membrana sobre los ojos era uno de los síntomas más fácilmente reconocibles en los seres infectados por el virus.

Títeres De Hilos Invisibles©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora