Capítulo 18: "El origen del pecado"

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   Era mediodía, la hora del receso

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   Era mediodía, la hora del receso. Los guardias abandonaban sus puestos en las torres de vigilancia y daban paso a los del segundo turno. Durante aquellos intercambios se abría un pequeño resquicio por el que huir sin ser detectados, se volvía posible siempre que se hiciera con el cuidado y la preparación suficientes.

   Cada uno de los puestos que se repartían en los cuatro puntos cardinales de los muros de chatarra que cercaban la pequeña urbanización, se volvían puntos ciegos por unos escasos minutos. Aquello funcionaba casi como un reloj, solo que invertido. La primera torre en desocuparse era la situada al sur y la última la del norte. A esas alturas del día el calor pegaba con mayor intensidad y por temor a los efectos de una insolación, el nuevo turno se tomaba con calma la responsabilidad de ocupar sus respectivos puestos. Con todo esto, el margen de tiempo entre la primera y segunda guardia aumentaba en un par de minutos extra con respecto a los recesos que tenían lugar a lo largo del resto de la jornada.

   Aquel era su momento, no les quedaba otra. Tan solo tenían dos opciones entre sus manos, huir y rezar por sobrevivir en la intemperie de aquel mundo corrompido, o quedarse y asumir su destino, aceptar que de aquella noche no pasaban.

   —Papi, ¿a dónde vamos? —preguntó con ojos brillantes la pequeña.

   Evie no podía contener las emociones que se entremezclaban en su pequeño cuerpo y la hacían botar entre los brazos de su padre, a quien, en contraparte, se le veía claramente agobiado.

   La tez de Oscar, se veía tostada por el sol a lo largo de todo el año, pero en aquellos momentos, la tensión acumulada en sus músculos la había vuelto pálida cual nieve virgen.

   —Nos vamos de excursión, peque —le respondió el hombre sin siquiera mirar a su hija.

   —¿Y mamá, Rodri y los abus? —susurró la niña.

   —Nos están esperando. Cariño, ahora tenemos que estar muy calladitos para que nadie nos vea, ¿sí? —tartamudeó el hombre acariciando la cabeza de su hija.

   —¡Sí! —respondió ella ocultando su cara contra el pecho de su padre para ahogar el sonido de una divertida carcajada.

   Habían tenido el tiempo justo para preparar lo más imprescindible y salir corriendo. No les había quedado más remedio que dejar atrás muchos de los recuerdos que habían ido recopilando en los últimos años de "normalidad". Oscar y la niña salieron por la puerta este, Martha y el niño por la sur, Erns y su hija, una mujer en un estado moderadamente avanzado de embarazo, por la que se encontraba al oeste.

   Su máxima prioridad era evitar ser descubiertos por la guardia de la torre norte y cuidar que sus movimientos no fueran percibidos por Mike. Una vez descubierta la fuga, no habría escapatoria y el dictador no tendría piedad ni con los más indefensos. Aquella era una jugada a vida o muerte en la que por el más mínimo descuido podían terminar en jaque mate, contra la espada y la pared. El punto de vigilancia norte tenía línea de comunicación directa con la Mansión Presidencial, la más lujosa de las edificaciones de la zona. Era la morada del máximo mandatario de aquella improvisada microsociedad, el Edén.

Títeres De Hilos Invisibles©Where stories live. Discover now