Capítulo 5: "Suicidio Colectivo"

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   Sin necesidad de nada más para reaccionar, Dana y Glenn salieron de la estancia y huyeron en la misma dirección

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   Sin necesidad de nada más para reaccionar, Dana y Glenn salieron de la estancia y huyeron en la misma dirección. En el momento justo en el que ambas se encontraban tras las espaldas de Becca, el arma que esta sujetaba entre sus manos se disparó, dando comienzo a la cacería. Las intrusas huían y el arma cargada las perseguía de lejos, aunque sin disparar nuevamente. A unos pocos metros de la casa, llegando al bosque que la bordeaba, Dana tropezó con una raíz saliente y Glenn cayó junto a ella. Rebecca las vio caer, pero la inercia de la carrera le impidió evitar tropezar también. Las garras no tardaron en salir. La una le tiraba del pelo a la otra, mientras la más pequeña le arañaba la mano a su persecutora para que soltara el cabello y se le quitara de encima.

   —¡Quítate de encima, zorra! Me estás aplastando las costillas —jadeó Glenn.

   —¡Suéltame el pelo, pedazo de animal! —gritó Dana.

   Los gritos y quejas de las tres jóvenes se mezclaron en una ininteligible canción desafinada. Glenn se lanzó a quitarle el arma a Rebecca, Dana al verla actuar, decidió apoyarla. En mitad del forcejeo, cuando Becca intentaba sujetar el arma por encima del alcance de las otras dos chicas, por error apretó el gatillo y la pistola volvió a dispararse.

   —Mierda, mierda, mierda... ¡JODER! —La expresión amenazante desapareció del rostro de Becca y en su lugar la invadió el pánico.

   Las otras dos chicas aprovecharon ese momento para levantarse y correr, pero no llegaron ni a la primera línea de árboles, cuando se dieron de morros con uno de aquellos cadáveres errantes, y tuvieron que retroceder casi más rápido de lo que habían intentado huir antes. El alboroto de la pelea y los dos disparos, habían llamado la atención de aquellos sacos de carne putrefacta y mal oliente que empezaban a llegar de lo más profundo del bosque.

   —¡MIERDA! —gritó Dana echándose una mano a la espalda y preparando su arma en la otra—. ¡EY, TÚ!, ¡AGÁCHATE! —le advirtió a Glenn al tiempo que cargaba la ballesta y apuntaba para disparar.

   El dedo presionó con suavidad el gatillo y la cuerda se destensó, liberando la energía que dispararía la flecha por el aire a escasos centímetros del rostro de la pequeñaja, y que finalmente quedaría encajada en la cuenca ocular de uno de aquellos pobres desgraciados de carnes colgantes y hedor a muerto.

   —¡JODER! —exclamó la joven acariciándose la mejilla junto a la que había pasado volando la afilada flecha.

   Glenn pudo sentir cómo algo en su interior despertaba y la hacía reaccionar de golpe a la situación que tenía delante. La sangre palpitante en sus venas y la adrenalina activando todos y cada uno de sus sentidos la llenaron desde dentro hasta desbordar a modo de un terrible grito de guerra. Un aliento de vida que escapaba, únicamente, en el momento en el que uno podía sentirse más cerca de la muerte.

   Aquellas eran las sensaciones que hacían posible cerciorarse de que uno aún seguía vivo en aquel mundo de caos y muerte. Aquellas eran las sensaciones que todos y cada uno de los supervivientes sentían aliviados diariamente. Aquellas eran las emociones que no les abandonaban ni al cerrar los ojos cada noche, porque si seguían vivos, era por ellas. Cuchillo en mano, Glenn comenzó a quitarse de encima a cada uno de aquellos muertos vivientes.

Títeres De Hilos Invisibles©Where stories live. Discover now