Capítulo XLVII

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Al día siguiente. 

Ambos sacerdotes habían finalizado la misa de las 10 de la mañana. 
Nadie había asistido. Se sintieron muy tristes por eso. 
Berger se propone ir a recoger flores para el altar, iría a la florería de siempre, mientras Juan se quedaría cuidando el lugar. 

El argentino salió a la vereda de la iglesia, y observó a su amigo irse. Luego tranquilamente, ingresó denuevo, se sorprendió de ver a fray Galdino en el altar sonriendo. Su túnica franciscana lucía como nueva. 

—¡Fray Galdino, estás tan temprano, que bueno verte! —lo saludó. 

—si, por fin puedo ver el sol, y puedo ver al altar muy bien y brillante. 

Los dos sonrieron, el día estaba soleado y el clima era como primaveral. Una brisa fresca entraba desde la vereda. 

—entonces, ¿tenés que volver a tu abadía? 

El monje quedó boquiabierto, observando la entrada de la iglesia, allí había un anciano con su misma túnica franciscana. 

—¡mi señor abad! —exclamó en italiano, corrió hacia el anciano y lo abrazó.

Juan volteó y vió la escena atónito. 
El joven fraile se acercó a Juan junto con su abad. 

Se saludaron con una leve reverencia. 

—ahora recuerdo todo —profirió el monje emocionado—, siempre solía limpiar el altar pero nunca me incliné ante Dios, pasaba por delante mientras limpiaba pero no me santiguaba. Luego la peste negra azotó nuestra región. Aun recuerdo la noche en que mi señor abad me ordenó la penitencia, yo ya no tenía fuerzas. Ya no desperté. Morí en 1352, a los 18 años, pero Dios con su infinita misericordia me perdonó, debía purgar mis pecados. 

—estabas viviendo el purgatorio, cuanto me alegra que por fin pagaste tus deudas —decía Juan  con lágrimas en sus ojos. 

—en ese momento de oscuridad, agradezco su compañia padre Juan, gracias a sus oraciones, yo puedo ir en paz —el monje lloró esta vez de alegría. 

—¿esto significa que ya no te voy a ver más? Fuiste una gran compañia para mí en mis noches de insomnio, fuiste un gran amigo —ambos se abrazaron llorando sobremanera—. Te voy a extrañar mucho. 

—yo también lo extrañaré padre Juan, nunca lo olvidaré, cada día voy a orar por usted y por su ayudante, lo prometo —decía con acento italiano. 

Se separaron, de los ojos verdes del joven, no paraban de salir lágrimas, eran de alegría y pena a la vez. 

—hasta siempre Fray Galdino, descansa en paz. 

—hasta siempre padre Juan —le sonrió. 

Los monjes hicieron una reverecia a modo de despedida. 
Ante el altar fray Galdino se humilló, recostándose boca abajo, su rostro se apoyó en el frío mármol. 

—señor mío, me humillo ante tí, porque así es como debí hacerlo siempre, oh señor soy tu hijo, llévame contigo… —dijo en italiano. 

Juan entendió muy poco, pero ante sus ojos vió al monje ponerse de pie, y junto a su abad, subir a los cielos. Algo sublime de ver. Una cálida y suave luz iluminó el altar, en un abrir y cerrar de ojos, el fraile había desaparecido. 

Juan se arrodilló y comenzó a llorar muchísimo. 
Lo extrañaría horrores. Lo había considerado un amigo y pensaba que de verdad estaba vivo. 
Gracias a la misericordia de Dios, sabía que allí arriba tenía un gran amigo que estaría orando por él. 

Berger Ingresó a la iglesia y corrió hacia Juan. Pensaba que otra vez lo habían atacado. 

—¿recuerda al monje que limpiaba el altar? Acaba de subir al cielo, estaba en el purgatorio, por un momento pensé que estaba vivo, se veía tan real. 

—me alegra por él. Padre Juan, yo no había querido decirle nada, pero aquella vez que hemos bajado a las catacumbas, cuando me lo presentó, yo no lo veía, usted hablaba solo. 

—¿pero, no lo habías oído cuando me llamó? 

—si, solo lo escuché dos veces desde allí abajo, luego nada más, solo usted pudo verlo. 

Juan volvió a llorar. El rubio lo consoló y colocaron las flores en el altar. 
Luego se sentaron juntos en la primera banca. 
Respiraron profundo. 

—¿sabe? Quiero enseñarle una canción que siempre cantábamos en mi parroquia. 

—¿Cúal? 

—comienza diciendo, Santo es el señor mi Dios, digno de alabanza, a él el poder el honor y la gloria, ¿la conoce? 

—creo que no, será interesante cantarla en español. 

—quiero cantar esa alabanza en las próximas misas —decía Juan con cierto entusiasmo. 

Los dos sonrieron. 

Juan pasó las siguientes horas enseñando a Berger, cantar esa hermosa alabanza. 

Entre uno de los ensayos, aprovechó para llamar a Buenos Aires. 
Habló con su madre llorando, la extrañaba mucho. 
Prometieron verse algún día. 
Toda su familia viajaría a Roma, lo tenían planeado para el siguiente año, sin saber que Dios les tendría algo preparado, algo muy duro que tendrían que pasar. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora