capítulo XXIII

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Berger escuchó pasos entredormido.
Sabía que seguramente sería el niño. 
Solo se podía apreciar en la oscuridad el resplandor de la estufa. 

Los pasos se escuchaban aún más fuertes. 

-non lo so… non lo so...-. Susurraba una y otra vez la infantil y penosa voz. 

El joven rubio tanteó en la oscuridad en su mesa de luz y tomó una pequeña botella de vidrio que contenía agua bendita. 
Mientras el niño seguía susurrando, Berger con su mano temblorosa, comenzó a bendecirlo lanzándole agua bendita por el aire en forma de Cruz. 

Se escuchó un suspiro y el niño ya no habló. 
Berger encendió la luz, y en un rincón se encontraba el pequeño de espaldas a él y en cuclillas. 

-¿qué… qué te ocurre? ¿Qué es lo qué debes saber? -. Preguntó en italiano el joven 

Al observarlo, notó que el niño estaba muy bien vestido, zapatos, pantalón hasta la rodilla, y una camisa blanca la cual se veía amarillenta por el paso del tiempo. Portaba un gran moño en uno de sus brazos, con ello el sacerdote se dió cuenta de todo. El niño estaba vestido como si estuviera listo para recibir la primera comunión. 

Berger se levantó de su cama y lentamente se acercó al niño con cierta cautela, éste seguía llorando con sus dos manos tapando su cara. 
El joven sacerdote se puso en cuclillas y preguntó

-¿Quieres que te ayude en algo? 

El niño descubrió su cara, y muy triste observó a Berger. 

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Juan caminaba de noche por un camposanto, cuyas antiguas lápidas estaban rotas. El suelo estaba inundado de una densa niebla, pudo observar que su sotana estaba manchada de barro al igual que sus zapatos. 

Sentía mucho miedo, escuchaba por todos lados susurros pronunciando su nombre. Aceleró el paso, hasta que frente a él se topó con una tumba. Esta estaba llena de rosarios, flores, cartas y velas encendidas. 

No podía ver el nombre en la lápida, asique tomó una de las velas y la acercó hacia la gran lápida, lo que leyó lo dejó en shock:

"San Juan Aguirre" y una foto de él mismo la cual se veía bastante deteriorada. Comenzó a desesperarse cuando una especie de raíz negra y pegajosa, emanó de la tumba tomándolo de su mano e hizo que soltara la vela. 
Hizo fuerza para poder safar de ello pero no podía, miles de espectros negruzcos y con ojos color rojo brillante, se acercaban lentamente riendo a carcajadas. 

Comenzó a entrar en pánico. 

"Miren al pobre Juan" Decían algunas sombras riendo.

"Juan te esperamos en el infierno" Decían otras

"Eres una pobre e inmunda criatura Juan"

"Estás condenado Juan Aguirre, arderás con nosotros"

"Estrujaré tu corazón en el infierno Juan"

Decían al unísono aquellos seres, además de otras blasfemias más contra el joven sacerdote

-¡basta… alejense de mí… ! -. Gritó

Hasta que frente a el, apareció el hombre del sombrero. 

Juan trataba con todas sus fuerzas de escapar de esas raíces que cada vez más, se iban enredando alrededor de su cuerpo. 

Las sombras seguían humillándolo, hasta que el hombre del sombrero habló con voz grave… 

"Dios no te quiere Juan"

-¡basta… bastaaa! -. Gritó Juan despertando de aquella pesadilla. 

Prendió el pequeño velador y comenzó a llorar. 

Acongojado rezó un padre nuestro, al terminar de orar oyó el canto de aquel monje. Fray Galdino ya estaba en el altar limpiando como cada noche lo hacía. 

Juan secó sus lágrimas y rápidamente caminó hasta la iglesia. 

 Tuvo que detenerse y sin interrumpir al joven monje, escuchó con fervor como entonaba el Pater Noster. 


Su voz sonaba tan tranquila, que no se atrevió a hablarle después de que cantó tres padres nuestros. 

-buenas noches hermano -lo saludó Juan con una sonrisa. 

El joven monje lo miró y le devolvió otra sonrisa. 

-¡padre Juan, que alegría verlo denuevo! -exclamó

-¡gracias, igualmente! 

-¿se encuentra bien? Su cara parece un poco pálida -profirió el chico preocupado

-si, estoy bien, solo tuve una pesadilla… 

-¡oh si, eso es normal, yo también tengo pesadillas a veces! 

-¿que tipo de pesadillas? 

-a veces sueño que estoy muerto, pero luego despierto y me doy cuenta que solo fue una pesadilla, entonces vuelvo a mis labores -decía el joven naturalmente mientras pasaba el trapo húmedo sobre el altar. 

Juan arrugó el entrecejo. 

-hermano, ¿nunca notó algo raro? 

-¿raro? ¿Cómo qué? 

El pobre sacerdote dudó en preguntarle, pero lo hizo. 

-como… ver fantasmas, apariciones, cosas que se mueven. ¿Nunca viste eso acá? 

El joven se quedó pensando un instante. 

-no, no para nada -siguió con la limpieza. 

Para Juan ese era el momento de sacarse las dudas más grandes que tenía. 
Asique procedió a hacerle más preguntas. 

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