Capítulo VII

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Ambos padres quedaron maravillados con el interior, era increíblemente hermoso. 

El viento que provenía desde afuera, hizo que muchas de las hojas entraran dentro de la capilla e hicieran una especie de camino, invitándolos a pasar

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El viento que provenía desde afuera, hizo que muchas de las hojas entraran dentro de la capilla e hicieran una especie de camino, invitándolos a pasar. 

Los jóvenes entraron sus maletas y las colocaron a un costado. Se apresuraron para hacer una reverencia y santiguarse. Luego observando todo a su alrededor, caminaron hacia el altar. 
Allí habían varias telarañas junto con rosas y flores marchitas en los jarrones. 

-¡que belleza, es impresionante!-. Dijo casi susurrando el padre Berger. 

Cada paso que daban, cada palabra que dijeran, incluso cada suspiro haría eco por toda la iglesia. 

-¡si, es majestuoso!-. Contestó Juan maravillado.

Al costado del altar, vieron  una pequeña habitación, donde se suponía, el párroco debía prepararse para la misa. Allí la puerta estaba entreabierta. Se aventuraron a explorar primero allí. 

El padre Juan abrió aún más y lentamente la puerta, esta crujía provocando un espantoso eco. 
Dentro de aquella habitación, todo estaba revuelto, incluso algunas sotanas y vestimentas litúrgicas estaban regadas por el suelo, al igual que libros y carpetas. Ambos se miraron extrañados. Parecía como si un tornado hubiese pasado por allí. 

-este lugar va a necesitar una buena limpieza-. Profirió Juan

-¡sin duda!- exclamó Berger. 

Luego salieron de allí cruzando el altar, del otro lado había un largo pasillo que llevaba hacia tras de la iglesia donde estaban las habitaciones.

Caminaron por aquél oscuro pasillo y notaron que en una de las paredes del pasillo, (precisamente la que daba justo detrás del altar), habían unas rejas cerradas con una gruesa cadena y un candado oxidado. Detrás de aquella reja se podía observar unas escaleras que llevaban hacia una especie de sótano muy oscuro. 

Siguieron hasta el final del largo pasillo, hasta llegar a otro más. 
A su derecha el pasillo llegaba hasta una pared la cual parecía tapiada. Se podía notar eso a simple vista. 
A su izquierda, varios ventanales los cuales dejaban ver el gran patio trasero. Unos bellos árboles y mucho pastizal crecido era lo que se podía contemplar. 

Caminaron por el pasillo hasta llegar a una cocina de tamaño mediano. (Ni muy grande, ni muy pequeña). 

Algo les llamó poderosamente la atención allí. 

Aun había una taza con café y humedad sobre la mesa, junto con algunos vizcochos en mal estado. Algunos utensilios, y vasos rotos esparcidos por el piso. Parecía que quien había estado allí, se marchó rápidamente dejando todo así, sin más. 

La heladera se encontraba llena de comida en mal estado, y el olor a humedad era penetrante. 

Abrieron la unica pequeña ventana de aquella cocina, que daba hacia otro pequeño patio, valla a saber que función cumplía, pero también estaba con el césped muy alto. 

Caminaron hacia el pasillo denuevo, esta vez habían dos puertas, una al lado de la otra. 

Al ingresar a la primera habitación todo estaba revuelto, y con olor rancio. 
Se podía observar una cama, un pequeño escritorio y una especie de altar también de menor tamaño. También un baño. 
El padre Berger tomó una Biblia que estaba en el suelo abierta, justo en el libro Apocalipsis. 

-Padre Juan, mire esto…-. Dijo extrañado

Ambos observaron cómo en una página del libro, estaba marcada una mano, como una impronta quemada. 

 Ambos se miraron serios. 

-¿qué es esto?-. Susurró Juan

-no lo sé, es extraño-. Profirió Berger

Colocaron aquella Biblia sobre la pequeña mesa y exploraron el cuarto contiguo. 

Era exactamente igual al primero, pero algo les dió escalofríos. Las paredes estaban llenas de rasguños, y manos marcadas, tal como en aquella Biblia, eran improntas de manos candentes. 

-padre Juan ¿cree que sea buena idea quedarnos aquí?-. Dudó Berger. 

-es nuestra misión hermano, ánimo. 

-no lo sé, el ambiente se siente…

-pesado, lo sé- lo interrumpió Juan, colocando una mano sobre el hombro del rubio- Y bastante lúgubre, pero nada que una buena limpieza no pueda solucionar. ¡Ánimo hermano, es hora de poner manos a la obra! 

-pero… ¿cómo? Este lugar es enorme, necesitaremos ayuda-. Se preocupó el padre Berger. 

-mmm, eso es verdad, además no sé usted, pero yo me siento muy cansado. 

-¡si, yo también y mucho!-. Suspiró el rubio con su acento Alemán. 

-¿qué podemos hacer?-. Se preguntaba el padre Juan. 

De repente un canto gregoriano retumbó por toda la iglesia. 

Provenía desde el altar de la iglesia. Era un coro de monjes entonando el "Kyrie".

Ambos padres se miraron entre sí, con temor. 

Juntos y lentamente, caminaron denuevo llendo hacia la iglesia. 

El temor invadió por completo sus cuerpos. 

El tercer lugar [Terror]Where stories live. Discover now