Capítulo XII

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El viento frío de medianoche sopló tan fuerte, que la gran campana de la iglesia, se balanceó apenas, pero lo suficiente para que se escuchara su sonido por toda la manzana. Los grandes nubarrones oscuros, ocultaban por momentos la brillante luna llena. Las ramas de los árboles dejaban caer sus crujientes hojas doradas, espaciéndolas por todo el patio trasero del lugar. 

El padre Juan se acomodaba entre dormido, podía escuchar un canto gregoriano, entonado por un solo monje. Entre el fuerte sonido del soplido del viento y aquel lejano canto, no lograba distinguir si estaba soñando o no. 

Se acomodó una vez más y se volvió a dormir profundamente. 

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Al día siguiente justo a las 7 de la mañana, alguien tocó fuertemente la puerta de la habitación de Juan. 

El joven, con sus ojos entre abiertos logra hablar con voz ronca:

-¿padre Berger, es usted? Ya me levanto -. Sonrió acomodando sus revueltos cabellos.

Luego de alistarse, y colocarse su alzacuello, del cual se sentía orgulloso, caminó hacia la cocina. 

Allí encontró al joven rubio preparando un café. 

—¡buen día padre Berger, gracias por haberme despertado, si no lo hacía capaz despertaba al mediodía! —. Dijo Juan riendo, al tiempo que acomodaba su equipo de mate sobre la mesa. 

—¡buenos días padre Juan! ¿De qué habla? Fué usted quien golpeó mi puerta y me despertó, justamente le iba a agradecer —. Dijo simpáticamente. 

Se miraron lentamente. 

—entonces ¿no fué usted quien tocó mi puerta?  —profirió el joven argentino. 

—No —. dijo el rubio casi susurrando. 

Solo con la mirada se dijeron todo. 

Ambos corrieron hacia la iglesia. Los coloridos y delicados vitrales, dejaban entrar la claridad de la mañana, aunque que aún todo el lugar estaba casi en penumbras. 

Fueron hasta las grandes puertas para asegurarse de que estaban cerradas. 

—¡por Dios padre Berger no nos santigüamos! — Exclamó Juan

Caminaron rápidamente hacia el altar. Se santiguaron al tiempo que hicieron una reverencia. 

Luego, preocupados, revisaron todo pensando que quizás alguien podría haber ingresado. 

Nada.

Volvieron a la cocina y se dispusieron a desayunar. 

Trataron de olvidar aquel extraño suceso. 

A medida que desayunaban, conversaban conociéndose más. 

Se contaron anécdotas de cuando estuvieron en el seminario. Todos aquellos difíciles momentos que tuvieron que pasar alejados de sus familias, y a la vez siendo criticados por creer fielmente en el purgatorio. 

—¿ha notado los extraños  horarios para dar la Santa misa? Hay un papel en mi habitación — dijo el rubio 

—si, me fijé, en mi habitación también hay un  papel en la pared. ¿las tres de la madrugada? Yo solía hacer una misa a las seis de la mañana. 

—¡perdón, no pienso abrir la iglesia a esa hora, es muy peligroso! —. Se preocupó el joven alemán. 

—voy a pensarlo, pero si así lo quiere Dios, lo tenemos que hacer. — bebió el último sorbo de mate,  dispuesto a obedecer el mandato divino. 

Luego de ordenar los utensilios que usaron, se dispusieron a ver juntos, los extraños horarios de las misas que debían cumplir. 

Comenzaban desde las 7AM luego:

10 AM

3 PM

7 PM

10 PM

3 AM

7 AM

Y así sucesivamente. Además del rezo del Santo Rosario, en horarios alejados de misa. 

Las 7 AM. Justo cuando los habían despertado aquella mañana. En ese momento, tocaría una Santa misa a las 10 de la mañana. 

Abrieron las puertas de la iglesia, dispuestos a comenzar alegres el hermoso, aunque a veces nublado día ventoso. 

Al abrir el portón, un escalofrío recorrió el cuerpo de Juan. Allí justo frente a la iglesia estaba él. 

El mismo hombre de negro que lo estuvo casi acosando en Buenos Aires. 
Allí en la vereda frente a la iglesia y junto al río Tíber, al hombre cuyo rostro estaba en penumbras bajo el sombrero, solo se le podía ver una macabra y malévola sonrisa. 

Juan apresuró su paso regresando dentro del templo. 

No sabía porque aquél sujeto le infunía terror, pero algo estaba muy en claro y eso era que lo estaba vigilando o mejor dicho, siguiendo. 




El tercer lugar [Terror]Where stories live. Discover now