capítulo XXXIX

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Los jóvenes observaron que en la pared habian rostros sufrientes grabados, además una frase en latín. Una sola frase que estremeció a Juan. 

“libera nos ab isto carcere”

El rubio trató de leer 

—¿está en latín? Creo que dice algo sobre una cárcel. 

—si, dice algo como “liberanos de esta cárcel” 

Un escalofrío les recorrió el cuerpo. 

No tardaron en volver al altar donde rezaron por aquellas almas, aunque Juan sentía que nunca era suficiente. 

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 Días después:

El rostro de los jóvenes fueron iluminados con flashes fotográficos, habían estado toda la mañana realizando trámites para obtener sus documentos italianos. 

Luego aprovecharon para almorzar en un restaurante y distenderse un poco. 

Reían mientras conversaban, sentados al aire libre, hasta que el rubio mira  seriamente detrás de Juan. 

Estaba el mismo hombre de negro que había visto en la plaza San Pedro. Miraba a Berger de manera lujuriosa, el chico bajó la mirada. 

—¿pasa algo? —le preguntó Juan. 

—no, nada. 

—¿seguro? Se puso serio de repente. 

—no, es que… a veces tengo ganas de fumar ¿usted no? 

Juan rio. 

—uff, hace tanto que no lo hago, pero con todo esto que pasa, a veces me dan ganas, sobretodo cuando lo vi al cardenal. 

Ambos rieron. 

Berger levantó la mirada y el hombre de negro ya no estaba, suspiró de alivio. 

—padre Juan ¿ya vió lo que hay justo cerca de la gruta detrás de la iglesia? Un tablero de ajedrez sobre una mesa. 

—si, curioso, no le había prestado atención, pensé que solo era una mesita con dos sillas de cemento, pero se nota que hace mucho que  está ahí. Una pena que no estén las figuras para poder jugar. 

—¿sabe jugar al ajedrez? 

—si, recuerdo que en cuarto grado, un compañero de escuela me enseñó y aprendí enseguida. Es muy fácil. 

—que bueno, a mí siempre me pareció difícil. 

Siguieron conversando, luego volvieron a la parroquia.

Eran un poco más de la una de la tarde, la iglesia estaba abierta, y en unos horas darían otra misa. 

Cuando cruzaron el largo pasillo escucharon el canto “attende Domine” proveniente desde atrás de las rejas. 

—padre Juan, creo que es momento de que bajemos, no lo hemos hecho desde que llegamos, y recuerde que el padre Joüet dijo que debíamos oficiar misa allí también. 

—podría ser, pero hay algo que no me gusta, que Dios me perdone —dijo con algo de temor. 

Tomaron una gran pinza, que extrajeron de la pequeña despensa que tenían en la cocina, donde habían algunas herramientas, entre otras cosas. 

Ambos tomaron sus teléfonos móviles para iluminar allí abajo con las linternas. 

Haciendo fuerza sobremanera, rompieron el oxidado candado. 
Suspiraron, ahora si no había vuelta atrás. 

—padre Berger perdóneme, pero lo voy a agarrar del brazo, así bajamos al mismo tiempo —. Le dijo un Juan temeroso. 

—no se preocupe, yo también pensé lo mismo. 

Abrieron las rejas, las cuales estaban muy duras, el sonido de ellas hizo eco por toda la iglesia. 
Se tomaron del brazo y lentamente bajaron, uno iluminaba los escalones y otro iluminaba el frente. 

Debían ir esquivando telarañas que colgaban de los costados. El olor a humedad ya se podía sentir. 

No podían negarlo, ambos sentían los temblores del otro. 

La escalera parecía no acabar. 

En la mente de Juan ya aparecían algunos locos pensamientos, como el de que alguien desconocido les cerrará las rejas tras ellos, y así quedarán atrapados para siempre allí abajo, o que una sombra demoníaca con ojos rojos como brazas ardientes, se pusiera frente a ellos y los ataque. 

Por fin pisaron el suelo subterráneo. El olor a humedad era increíble, pero más aún lo que vieron. 

 Una especie de capilla, cuyas paredes tenían huecos, en cada uno de ellos, monjes esqueléticos se encontraban de pie. Era una especie de cripta, que hacía recordar mucho a las Catacumbas de París. 
Realmente habían muchos monjes, uno al lado de otro, Incrustados en las paredes. 

Los curas se separaron un poco y comenzaron a iluminar todo. 
No habían asientos, pero sí un altar. 

—esto es increíble, seguramente son ellos los que cantan —dijo Juan sorprendido. 

—así es, no puedo creerlo, quizás sus almas vengan aquí a rezar —decía Berger en un tono bajo. 

—¡padre Juan! —se escuchó un susurro.

—¿que pasa padre Berger? 

—nada ¿por qué? 

—¿usted no me llamó recién? —le dijo iluminándolo. 

—no padre Juan, no lo he llamado —lo miró asustado. 

—padre Juan ¿es usted? 

Ambos curas saltaron del susto y se acercaron uno al lado del otro. 

—¿quién dijo eso? —le susurró Berger

—no sé, lo peor es que me llama a mí —profirió asustado. 

La voz masculina provenía de la escalera, por la que instantes antes, ellos habían bajado. 

—Padre Juan ¿está ahí? 

La voz retumbó todo el lugar. 

—¡Dios mío, Jesús mío, dame fuerzas! —susurraba Juan con sus ojos entrecerrados.

—tenemos que irnos padre Juan —le dijo Berger. 

Caminaron hacia la escalera, lo peor era que para salir, debían pasar por donde venía esa voz. 


El tercer lugar [Terror]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon