①⑧«𝙸𝚗𝚏𝚒𝚕𝚝𝚛𝚊𝚍𝚘𝚜»

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La apretada corbata le ahorcaba el cuello ahogándolo. Odiaba vestirse de traje, porque se sentía claustrofóbico dentro de su propio cuerpo. La ama de llaves terminó de peinarlo con el gel para cabello y lo dejo un momento de intimidad frente al espejo para que se recortara el vello facial que le había crecido durante un par de días.

Pasó la cuchilla con suavidad evitando cortarse. Sería el colmo si apareciese frente a las cámaras con un parche en medio de la cara. Acabó mojando la herramienta y dejándola en su sitio para después lavarse el rostro. El agua estaba heladísima, producto del invierno que comenzaba a hacerse notar congelando las cañerías de todo el apartamento.

Su padre, lo esperaba en la sala. Lo analizó de pies y cabeza y, cuando pareció que le agradaba en lo más mínimo lo que veía, se despidió de la señora.

Caminaron al auto de Enji. Un todoterreno de un flameante color rojo, que combinaba con su cabello y presencia intimidante. Al subirse, el olor a auto nuevo, lo invadió. Era extraño ya que aquel modelo poseía tres años y su padre seguía usándolo, con la idea de que había sido "una de sus mejores inversiones". No lo juzgaba, si el también invirtiera millones en alguna cosa, estaría mas que contento si recibiese casi el triple por ella.

Tener una automovilística de renombre tenía el benéfico de que siempre limpiarían y cuidarían tu auto de forma gratuita y diaria.

Lo único que escuchaba todo el día eran las noticias por la radio. Mantenía la estación guardada en sus "favoritos" y al encender el motor, la voz del locutor lo asustó, al dar las fatales noticias que sucedieron la noche anterior. Se preguntó cómo no se enfermaba de escuchar a ese hombre todos los días, con su voz gruesa cuyo trabajo era contar las muertes, accidentes y desgracias del mundo entero.

Estar callado durante casi media hora con la voz del locutor de por medio le pareció una tortura. Su solitaria distracción era su teléfono, porque no se atrevió a interrumpir a su padre mientras manejaba y, durante todo ese tiempo, se entretuvo jugando en una aplicación que ya venía en el dispositivo. Consistía en una mecánica sencilla y que a cualquier persona le hubiese aburrido en menos de dos minutos, pero, para Shoto, en ese preciso instante, le era de increíble importancia evitar que esa gran torre de edificios no se derrumbara.

Le había mandado un mensaje a Bakugou cuando recién se levantó con la aullante voz se padre que venía desde la cocina con su humor de perro madrugador. Todavía no recibía respuesta alguna, consideró que recién daban las nueve y era día sábado, así que se lo perdonó, pensando que el rarito era el (o más bien Enji)

Odiaba levantarse temprano. Para él (Shoto) uno de los mayores placeres consistía en quedarse sumergido en su cama hasta que el reloj marcara las doce del mediodía. Pero todos los días y por su agenda sobrellena, le era de ley madrugar.

Recordó cuando era un niño y siempre veía por la ventana de su cuarto, que daba al patio trasero de la casa, como su padre comenzaba a hacer ejercicio con la luna aún visible en el cielo. Era común que el sonido estridente de la trotadora o el metálico ruido de las pesas lo despertaban, considerando que las paredes de esa casa al clásico estilo japonés eran tan finas como el papel. En esos tiempos, se quedaba mirando al techo pensado en superhéroes hasta que volvía a dormirse.

Cuando el juego al final lo cansó, iban llegando a las afueras de la ciudad. Ese día a Enji le tocaba trabajar en la fábrica del tamaño de un castillo. Aun les restaba un gran tramo de carretera hasta llegar.

Vio los árboles a su alrededor que terminaba por desdibujarse debido a la velocidad que llegaba a alcanzar el coche.

Al llegar, sus piernas no respondían bien del todo y vio como había pasado una hora sentado en el coche.

Por un Libro (TodoBaku)Where stories live. Discover now