①② «𝚃𝚎𝚛𝚌𝚎𝚛𝚘 𝚢 𝚖𝚊𝚗̃𝚊𝚗𝚊 𝚌𝚞𝚊𝚛𝚝𝚘»

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Dormitaba frente al escritorio que se sostenía en una de sus patas. Sus parpados le pesaban sintiendo que en cualquier momento iba a cerrar sus ojos y no los volvería a abrir. Se había despertado demasiado temprano y su cuerpo aún no se acostumbraba al brusco cambio de rutina.

El reloj de su teléfono indicaba que eran poco más de las siete y media, aunque el juraba que habían pasado siglos desde que llego al salón, ahora, casi vacío. Era su tercera semana de sufrimiento y madruga. Su tercera semana de clases y aun le faltaban muchas más que su agonía se acabase.

Su único consuelo era recordar que este iba ser su último año escolar. Luego venia la universidad pero, su completa renuencia a despertar sin que el sol aún se asomase por su ventana, le hacía cada día considerar más la opción de tomar clases en jornada vespertina.

Hizo los cálculos en su mente. Las matemáticas eran hasta cierto grado uno de sus fuertes. Y entre sumas y restes, llego al lamentable resultado de los días restantes hasta las vacaciones más cercanas, las de invierno. Y los meses que tenía que pasar antes de que llegasen.

En un día normal, podía abordar con mayor naturalidad el sueño mañanero que los atacaba . Pero desde que se sentó hacía ya quince minutos en la fría y dura silla de su pupitre estaba en aquel extraño estado de: "No estar en ningún lado"

Con el pasar de los minutos, más de sus compañeros de clases entraban hablado de forma estridente, riéndose sin preocupación y sobre todo, evitando conectar cualquier mirada o palabra con su entrecejo fruncido y humor de perros. Agarro su celular y lo deslizó abajo de la mesa, porque sabía la política de No celulares de su escuela. Buscó el primer contacto de su lista en la aplicación de mensajería y envió:

«¿Qué hora es allá?» 7:35 a.m.

Como lo anticipó, no recibió respuesta.

Kirishima entró triunfante, como cada mañana, por la puerta. Traía la camisa del uniforme abrochada y su cabello pelirrojo apuntaba hacia todas direcciones. La corbata roja que se debía usar, se dejaba entrever por la pequeña abertura de su mochila, amenazando caerse en cualquier instante

En conclusión: Kirishima a ojos de Bakugou era un maldito desastre, pero de alguna extraña el conjunto de desastre funcionaba en él, y solo en él. Cualquier otra persona igual de desordenada, lo más probable, es que le hubiese ocasionado una crisis nerviosa.

Atrás de él, sus otros imbéciles a̶̶m̶̶i̶̶g̶̶o̶̶s̶ le seguían, todos con el mismo propósito en mente, molestar antes de que el profesor llegara y los separara hasta el final de la tediosa clase. Sabían que una vez la autoridad llegara, tenían la nula posibilidad de que el maestro los dejara juntarse, especialmente a ellos, un par de minutos.

La chica (e interés romántico alias «nena» de Kirishima), Aishido, siempre excéntrica, con su cabello recién teñido de un tono rosado fluorescente y cierto aspecto que le recordaba a un marciano, aunque estaba seguro que no se alejaba de la realidad.

La única persona en el mundo que obedecería el consejo de Bakugou de «¿Sabías que comer cinta de papel hace más lista a la gente? A decir verdad Einstein comía un plato repleto todas las noches. Deberías probarlo» y luego mandaba una foto de su certificado médico por gastritis. Hanta Sero.

Y el singular torpe y absurdo personaje de: Denki Kaminari, quién nunca le advirtieron que no debía meter un tenedor (o cualquier objeto de metal) al tostador. Spoiler, no murió, tan solo terminó mirando a la nada por un largo rato.*

Rebosantes de aquel extraño entusiasmo, que a Bakugou le faltaba, se sentaron en los asientos alrededor de él y empezaron a hablar a casi gritos.

—¿Quién es «Helado de fresa»? —Preguntó Aishido detrás suya. Tan pronto ella terminó de pronunciar la última sílaba. Resguardó el celular en su regazo como si su vida dependiese de ello— Buu aburrido.

Por un Libro (TodoBaku)Where stories live. Discover now