⑧ «𝙳𝚎𝚋𝚎𝚛𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚟𝚎𝚛𝚊𝚗𝚘»

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Agobiado, subió las escaleras de dos en dos. Cruzó el estrecho pasillo repleto de cuadros en las paredes, con el asa de su mochila resbalando por su hombro. Y sus mejillas rojas, tras darse cuenta de lo que acaba de hacer una hora atrás y el calor del día filtrándose por las paredes de la vieja casa.

Entró a su habitación, casi tirando la puerta en el proceso. Tiró la mochila lo más lejos suyo y se lanzó sobre la cama boca abajo. 

Tal vez había sido por lo incómodo del momento, pero ya no importaba. 

Cerró los ojos un instante y pensó en todas las posibilidades que tuvo de que el momento hubiese salido mal. Ni incluso le dio tiempo para que hablase.

Ahogó un grito de odio hacia sí mismo. Su prepotencia y orgullo le estaban jugando por milésima vez en su vida una mala jugada. 

Trató de verle el lado positivo a la casi hilarante situación, si volvía a ver al chico (en persona) podría decirle algo como: «Sabes no sé si de verdad eres tu el libro, pero como soy un imbécil que no deja hablar, pues lo siento ¿Quieres tomar un helado?»

Río ante lo que acababa de reflexionar.

Eso no sucedería nada más que en su mente.

Tomó un largo respiro y recuperó la poca dignidad que aún tenía guardada en algún lugar.

Tan solo tenía que olvidarlo. Buscaría su libro, cuando fuese que volviera al pueblo, iría de vuelta a casa y nunca más se acercaría a ese sitio. Al final de cuentas, solamente le quedaban un par de semanas antes de retomar su vida urbana en Tokio.

Examinó el escritorio. Con lápices y bolígrafos amenazando con caer y los libros que había traído apilados unos sobre otros.

Se levantó —De la ahora desordenada— cama y rebuscó debajo de esta. Extrayendo una maleta de color negro. La acomodó sobre la alfombra azul suave y con un cuidado digno de Él —Es decir ninguno—la abrió, provocando que la cubierta* golpeé el suelo de madera.

Dentro aún conservaba ropa sin usar, tras haber hecho mal los cálculos, metió dentro más ropa de la necesaria. Escarbó hasta el fondo de la maleta y sacó un par de gruesos libros de texto, una carpeta plástica llena de papeles, la laptop que casi no utilizaba por la poca Internet de la casa, hasta un pequeño temporizador.

Eran la mitad de los deberes que dejaron para hacer en esas vacaciones de verano. La otra mitad ya la había terminado, pero el fastidio de tener que hacer sus materias menos favoritas lo consumió en una nube de procrastinación y las dejó para el final. Solo que no contaba que la mañana siguiente su madre anunciaría, que viajarían a casa de sus abuelos.

Cerró la maleta y la empujó de nuevo debajo de la cama. Tiró todo —Menos la laptop (era prepotente, pero estúpido nunca)— sobre el escritorio. Unos lápices se deslizaron hasta el suelo y muy molesto los recogió de forma perezosa. Se sentó en la silla de madera frente al escritorio, tomó el primer bolígrafo de pasta azul que su mano halló.

Separó las páginas del libro verde oscuro, con las palabras «Química 3°grado» como título. Era el texto que, el próximo año (es decir ese)(el mismo no sabía cómo decirle a su último año de preparatoria), utilizarían en la escuela, su tarea en esa materia era resolver ciertas páginas y las tres guías de materia que le dejaron.

Subió la pantalla de la computadora portátil y presionó el botón de encendido. Ni siquiera tenía la mínima idea de su batería. No recordaba si antes de salir de su casa la había recargado. Deseo de manera mental, haber traído el cargador dentro de la maleta.

Un par de minutos después la pantalla estaba encendida por completo. Tenía toda la barra de batería. Suspiró aliviado y agradeció al Katsuki pasado de haber pensado en su yo futuro.

Por un Libro (TodoBaku)Where stories live. Discover now