40. La Llegada De Henry

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Tras los cristales de una rústica ventana se ve puede apreciar como los árboles del bosque se visten con una gruesa capa de nieve, no sé en qué momento volvió a caer la nieve, por suerte la chimenea de la cabaña nos brinda una reconfortante calidez, todo es alumbrado por el resplandor del fuego que arde dentro de ella y por algunas cuantas extensiones de foquitos de navidad que guindan sobre las vigas de madera del techo; el pavo está servido sobre la mesa y junto a él una ensalada de papas y verduras, pudín navideño, piggys in blankets, botella de vino tinto, un par de latas de vodka sabor a maracuyá y unos mince pies.

—Inocencia, me alegras que te animaras para venir a pasar la navidad con tu padre. —Mi padre está sentado en la cabecera de la mesa.

—¿Es necesario que comas usando tu uniforme de Santa Claus? —pregunto desde el otro extremo de la mesa.

—Claro, dentro de un rato es media noche y tengo que salir para ir a dejarle los regalos a los niños —responde señalando un enorme árbol de navidad que está rodeado por una gran cantidad de regalos.

—Aún no comprendo cómo es que llegue al polo norte.

—La magia de la navidad, hija... La magia de la navidad.

Debería de estar feliz, ya que estoy en compañía de mi padre y, pues, es navidad... Pero no, no puedo, este Santa Claus no es lo que todos siempre han creído: un anciano bonachón, cariñoso y alegre; todo este tiempo ha escondido su verdadero rostro frente al mundo, él es despiadado, un malévolo asesino.

—Si no fuera por tu culpa, hoy mi madre estaría con nosotros cenando en esta misma mesa —le reprocho con desprecio.

Por un momento se detiene de cortar el pavo y me ve intensamente con unos ojos castaños idénticos a los del tío Edward.

—Yo amaba a tu madre, éramos el uno para el otro, si yo fuera Rudolf era sería la lucecita de mi nariz, ella era la que alumbraba mi camino aun en las noches más oscuras.

—¡Santa Claus, asesino! —grita tras mi espalda una voz masculina.

Al voltear mi rostro me encuentro con un alto, atlético y sensual duendecillo. Se supone que los duendes del taller de Santa Claus son pequeños, este no lo es, su sweater de rayas blancas y rojas se ajusta perfectamente sobre sus pectorales, trae puesto unos pantalones cortos de color verdes con tirante que cuelgan sobre sus hombros, sus calcetines son rayados con los mismos colores del sweater, sus verdes zapatos son puntiagudos y van a juego con el gorro, y lleva puesto unos inusuales lentes de Sky.

—Dimitri, ¿qué haces aquí?

—No lo sé, eres tú la que siempre me incluye en estos sueños tan raros.

—No es cierto. Yo... Yo no quiero tenerte en mis sueños, ni en mi vida, ni en nada.

Mi corazón se agita con rudeza al verle venir hacia nosotros mientras chupa un bastoncillo de menta. Voy retrocediendo con cada paso que él da, se me aproxima con una expresión perversa y una sonrisa torcida. De repente, me encuentro arrinconada contra el madero de la pared, lo tengo demasiado cerca, esto lo aprovecha el duendecillo para desliza su bastoncillo de menta sobre mis labios

—Pero me tienes en tu mente, siempre estás pensando en mí.

—Dimitri, mi padre aún sigue aquí.

—Ya se fue —dice e inmediatamente volteo para confirmar... Es cierto. Viejo traicionero.

Regreso la mirada hacia Dimitri, lo encuentro quitándose los lentes de Sky, y así nuevamente me clavo en sus ojos hipnotizadores; sus labios semi-abiertos viene con intención de rozar los míos, estoy deseando a este duendecillo, quiero sentir nuevamente la suavidad de sus besos.

De Monja A MafiosaWhere stories live. Discover now