65. Manzana Del Edén

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Luego de aquel encuentro desenfrenado y pasional, hemos quedado sentados sobre las piedras que están dentro de las aguas termales. Estamos desnudos y acurrucados, Dimitri me tiene abrazada tras mi espalda, con sus manos rodean mi cintura mientras su barbilla reposa sobre mi hombro, en ciertos momento juega a hacerme cosquillas rozando su barba sobre mi cuello y yo respondo tocando bajo su rodilla, ya que hace un rato descubrí que esa es una de sus zonas cosquillosas.

Me gusta estar así con él, porque me hace sentir completa, como si esto fuese lo único que necesitara en la vida.

—Tengo que regresar con mi familia —le digo con un tono suave y bajo—, de seguro están preocupados por mi.

—Lo sé.

—No solo mi familia está preocupada, tu papá también lo está. Él te está esperando, fue el único en estar seguro de que aún seguías con vida; sin embargo, eso no le quita el hecho de que tu padre siga preocupado. Todos deben estar preocupados por nosotros, Dimitri.

—Y nosotros aquí divirtiéndonos —agrega en un son burlesco mientras me abraza fuerte.

Me doy vuelta buscando su mirada, le sonrió de medio lado y al instante él me roba un beso.

—Ya deberíamos irnos.

—Cosita bien hecha, yo quiero quedarme un rato más contigo. —Me hace pucheros, y a mí me derrite verle así de tierno.

—Ya deja de comportarte como un bebe. —No puedo evitar jalar sus cachetes.

—Déjame comportarme como un bebe. —Vuelve a hacer pucheros—. ¿No ves que estoy feliz de estar aquí contigo?

—Yo también estoy feliz, pero no podemos quedarnos aquí para siempre.

—Ah, ¿no?

—¿Tan siquiera has pensado en cómo regresarás a la cabaña?

—Bueno, necesitaré que alguien venga por mí.

—¿Te sabes el número celular de alguien? Afuera hay una caseta telefónica, puedo salir y llamar.

—Sí, el de Marco, ese me lo aprendí de memoria.

Ambos salimos del agua, agarramos nuestras ropas y nos empezamos a vestir. Luego de escurrir mi cabello, lo amarro con una liga, me pongo los zapato y agarro la pistola que me prestó el papá de Dimitri. Cuando por fin estamos listos, presto mi atención hacia Dimitri, quien empieza a dictarme las enumeraciones telefónicas de Marco; cada número se repite como eco en mi mente, lo repito una y otra vez para que se me quede grabado en la cabeza, pues confieso que no soy muy buena memorizando cosas.

—¿Y esa pistola?

—Me la dio tu papá, dice que es de tu primo.

—Ya veo... —Dimitri camina hasta mí, me quita el arma de las manos y después examina la cámara de la pistola—. No está cargada. —De repente, abre espacio bajo el cinturón de mi pantalón y con ello sujeta la pistola—. Solo ten mucho cuidado, ¿ok? —Se ve algo preocupado.

—Ok.

¡Miércoles!... ¿Cómo eran los números del teléfono?... Ah, creo que ya me acordé.

Salgo caminando a pasos largos por los pasillos del antiguo convento, repitiendo en voz baja cada uno de los números del celular de Marco. Al llegar al cuarto de lavado voy directo hasta la puerta, giro la perilla y, antes de salir, asomo mi cabeza y me percato de que nadie haya notado este acceso. Salgo del convento y corro hasta donde está la caseta telefónica, de inmediato inserto una moneda y empiezo a marcar los números, la llamada se cobra y empieza a dar tono.

De Monja A MafiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora