—Yo te enseñaré como jugar—sus manos se ciernen sobre mi cintura y mi espalda se pega a su pecho—Tres, dos, uno, a jugar, pequeña.

Me voltea para quedar frente a frente.

Pero no le veo el rostro, tiene una mascara tipo antifaz, puesta cubriendole un poco más de la mitad. Por la poca luz de la luna y las velas, me fijo en que su cabello es de castaño claro, pareciéndose al cobre. No puedo notar el color de sus ojos, quizás sean azules, verdes o grises, no lo sé. Es muy alto, demasiado, son aproximadamente veinte centímetros de diferencia o más, me hace sentir pequeña y menuda. Sus labios son bien proporcionados, muy lozanos y cuidados. Los músculos se le marcan a través de la camisa blanca y sus hombros son anchos, se ve tan pulcro e impoluto. Tiene el cuerpo de un dios griego. 

Mis manos van directamente al antifaz para poder descubrir su rostro, pero me detiene.

—Todavía no, mi pequeña rosa—coloca mis manos en sus hombros, se me hace muy difícil, tengo que estar de puntillas—. En una semana sabrás quien soy, en siete días, como los siete pecados capitales.

Asiento.

Me abraza, así de la nada. Se aferra a mí como con tanta vehemencia, como si fuera lo más sagrado en el mundo.

—Mi dulce Maisie, siempre quise tenerte así, entre mis brazos.

Me confunde.

Es bonancible en algunas ocasiones y otras, solo me desea de una forma inefable, desea cada parte de mi cuerpo y quizá, mi alma también.

—Maisie, no sabes cuanto deseo llevarte al éxtasis, hacerte alborozar, quiero que tengas el placer más exquisito de toda tu vida—sus manos van a mis muslos y me levanta del suelo, mis piernas se ciernen sobre su cadera—. Hay conexión, Maisie, sé que existe. Dentro de toda esa timidez e ingenuidad, sé que tú quieres disfrutar de los mayores placeres de la vida. Una chica tímida e ingenua, como tú, siente curiosidad al saber que es que te hagan el amor, despacio, suave, pero también quiere ir más rápido, fuerte.

Sí, algunas veces he tenido curiosidad sobre que es estar con una persona, de una manera intima. Pero por ahora, quizás no. Aunque sus palabras son como fuego abrazando cada parte de mi cuerpo y despertando zonas, que ni siquiera sabía que existían. Quizás en algún momento quiera ceder y dejarme llevar para poder disfrutar de todas esas sensaciones que son el deleite de muchas personas. Quizás en algún momento, pero yo espero que no suceda.

No es normal hacer ese tipo de cosas con la persona que me tiene secuestrada. Además no sé como vaya actuar yo, cuando por fin le vea el rostro. Tengo intriga de saber quien es.

—Tengo hambre—me limito a decir. Mi voz sale temblorosa, por los nervios, por el miedo.

—Claro—dice con un poco de decepción en su tono de voz—. Mary te preparo algunos mariscos y yo pedí para ti ostiones. Espero no te disguste.

Asiento.

—¿Tengo que comer con la venda en mis ojos?

—No, por eso la habitación está sumida la oscuridad y con la luminancia de las velas.

Me alegra no tener la venda en mis ojos, con ella me siento como una sumisa, porque dependo de alguna persona para que me digan que hacer y a donde voy.

—Mary, trae los ostiones—escucho que el desconocido llama a una persona.

Una señora de unos cuarenta o más años, se acerca a nosotros con una bandeja.

—Aquí están, señor—deja la bandeja en la mesa

—Gracias, puedes retirarte—le dice amablemente.

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