Capítulo 20.

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El salón de las escaleras era, sin lugar a dudas, algo impresionante. Aquel era un digno tributo a M.C. Escher. Habían tantas escaleras en diferentes direcciones, y llegué a dudar sobre si yo podría ser capaz de desafiar la gravedad y caminar en otras direcciones.

Sin embargo, al mirar a mi alrededor, me percaté de que el piso en el que me encontraba era muy pequeño y el vacío debajo de mí, era inmenso. Si podía admitirlo, yo sí le tenía cierto temor a las alturas, por lo que el hecho de pensar en la distancia hacia el precipicio, era suficiente para causarme pavor.

La melodía inicial de "Within You" se hizo presente en el salón, y la piel se me puso de gallina. Miré hacia mi derecha, y no encontré nada. Caminé un poco y subí y bajé algunas escaleras. Miré hacia mi izquierda, y tampoco. En realidad, no tenía idea de a dónde ir. Entonces, se me ocurrió agacharme y, sosteniéndome con mucho cuidado, me incliné para ver.

De pronto, Jareth salió de la nada. Su belleza y la sorpresa de haberlo encontrado provocaron que me sobresaltara, y tuve que aferrarme para no perder el equilibrio. 

El Rey de los goblins empezó a cantar, y mi piel de gallina se enchinó aún más. Sin embargo, cuando Jareth se dejó caer, solté un grito ahogado, ya que viendo aquello en vivo, parecía algo de lo que una persona no podría sobrevivir. Pero, claramente, él no era cualquier persona.

Me puse de pie, y seguí avanzando. Entonces, él apareció nuevamente delante de mí, aún cantando. A pesar de la situación, aquel era un momento sumamente mágico; nuevamente tenía la oportunidad de ver cantar a Jareth en vivo. 

No podía perder aquella oportunidad y no quería dejar de verlo. Así que decidí caminar hacia él y cantar con él. Mi acción le sorprendió pero, aún así, el Rey de los goblins continuó desapareciendo y apareciendo a voluntad, subiendo y bajando escaleras desde diferentes perspectivas y cantando. Y claro, yo intentaba seguirle el paso pero en algunas ocasiones era demasiado difícil, ya que no creía que pudiera utilizar todas las escaleras como él.

También me concentraba en no mirar hacia abajo y, si llegaba a hacerlo, devolvía la vista al frente inmediatamente para evitar sentir miedo y no distraerme de lo que estaba sucediendo.

De pronto, se escuchó un balbuceo que resonó con eco. Busqué por todos lados qué o quién había causado ese sonido y me topé con Max. Mi hermanito, estaba gateando sobre unas escaleras debajo de mí; se veía tal y como lo había visto por última vez en su cuna: usaba su mameluco de pijama azul con estampado de dinosaurios verdes, y su cabello café ya estaba ligeramente despeinado.

–¡MAX! –grité a todo pulmón, con lágrimas formándose en mis ojos. Por un pequeño instante creí que no volvería a verlo, y el haber encontrado a mi hermano, me disparó una emoción y sentimiento fuerte.

Después de haber lanzado mi grito, Max volteó en mi dirección y, al verme, sus ojitos brillaron más que nunca, sonrió ampliamente y soltó una adorable risita que resonó en el salón.

–¡MAX! –exclamé nuevamente, y en esa ocasión, las lágrimas sí empezaron a salir disparadas y a rodar por mis mejillas.

La alegría y la emoción de volver a ver a mi hermano sano y salvo, era algo incomparable.

Entonces, Max empezó a gatear hacia donde él podía, con el fin de llegar hacia mí. Pero aquello no me hacía tanta ilusión, debido a que el salón de las escaleras era sumamente peligroso, y éstas eran demasiado estrechas, por lo que si daba un paso en falso podría terminar en una tragedia inminente.

–¡NO, MAX! ¡QUÉDATE AHÍ! –indiqué moviendo los brazos.

Pero el pequeño, o no me escuchaba o no quería hacerme caso, porque él seguía aferrado a alcanzarme. 

No lo dudé ni por un segundo, cuando yo también comencé a bajar o subir escaleras para encontrarme con mi hermano. Sin embargo, cuando sentía que ya casi estábamos más cerca el uno del otro, las escaleras nos guiaban hasta una dirección totalmente opuesta.

–¡Dios, no me hagas esto! –expresé desesperada.

Después de mantenerme corriendo por las escaleras, las plantas de los pies y las espinillas comenzaron a punzarme y mis rodillas empezaron a dolerme. El salón de las escaleras era como un juego de nunca acabar, y Max y yo cada vez estábamos más alejados, sin importar cuánto nos esforzábamos por llegar con el otro.

Pasé por alto el dolor en mis piernas y, a pesar de que no era nada seguro, me forcé a correr con mayor velocidad mientras subía por las escaleras. Pero, aún cuando llegué al sitio más alto del lugar, no vi a mi hermanito por ningún lugar.

–¡MAX! –lo llamé a todo volúmen.

Nuevamente escuché su particular risa. Lo busqué con la mirada y me di cuenta de que él se encontraba en el nivel más bajo del salón. Allí estaba él, sentado y sonriendo en mi dirección. Incluso alzó sus manos y apretó sus deditos, como hacía cuando quería que lo sostuviéramos en brazos.

No tenía otra opción. Estaba aterrada porque ya sabía justo lo que tenía que hacer.

Respiré hondo, enjugué mis lágrimas y exclamé:

–¡VOY POR TÍ, MAX!

Soltando un grito agudo, me lancé hacía el vacío.

My Labyrinth | LabyrinthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora